Vida y muerte trágicas de Maximiliano de México
El 19 de junio de 1867, Maximiliano de Austria, emperador de México, fue fusilado por los revolucionarios
Hay vidas que desde el principio al final tienen un dramatismo propio de la ópera más tremebunda. Así fue la de Maximiliano de Habsburgo, emperador de México: hay un adulterio «imperial», amores imposibles y eternos, fallecimientos en plena juventud, fervores revolucionarios y final terrible.
Para empezar su nombre era mentira, no debería llamarse Maximiliano de Habsburgo, sino Maximiliano Bonaparte, porque el hermano pequeño del emperador Francisco José de Austria era en realidad nieto de Napoleón, el gran enemigo de Austria.
Como en tantos importantes procesos de la Historia, detrás de todo hay una mujer de fuerte carácter: la princesa Sofía, hija del rey de Baviera, casada a los 19 años con un hijo del emperador de Austria, y «el único hombre de la Familia Imperial austriaca», según decía Metternich, el maquiavélico primer ministro que manejó los hilos políticos de Austria y de Europa en el primer tercio del XIX.
Efectivamente, el marido de Sofía, el archiduque Francisco Carlos, era un tipo débil y sin ningún atractivo. Durante seis años –se habían casado en 1824- no tuvieron hijos, seguramente porque no mantuvieron relaciones sexuales. Hasta que Sofía, que además de sus virtudes intelectuales era una belleza, se cansó y empezó a tener amantes. Eso sí, los buscó en los más rangos de la Corte Imperial. El primero del que hay constancia y consecuencias fue el príncipe Gustavo de Vasa, hijo y heredero del rey de Suecia, exiliado en Viena. Sería el padre del primer hijo de Sofía, el futuro emperador Francisco José de Austria.
Pero el gran amor de Sofía sería el que Víctor Hugo apodó «el Aguilucho», el único hijo y heredero de Napoleón. Su madre, María Luisa de Habsburgo, era hija del emperador de Austria, por lo que cuando fue destronado Napoleón el Aguilucho fue a vivir a la Corte de su abuelo en Viena. Este príncipe, llamado Napoleón II aunque nunca llegara a reinar en Francia, era seis años más joven que Sofía, un muchacho bellísimo y desgraciado que murió tuberculoso a los 21 años. Pero 18 días antes del fallecimiento llegó su descendencia: el segundo hijo de Sofía, Maximiliano, que no tenía reparos en proclamar quién era su verdadero padre.
En busca del destino
Pese a ello se mantuvieron las formas, y aunque todos sabían la verdad, Francisco José y Maximiliano fueron considerados hijos de su padre oficial, por eso el primero de ellos llegaría a ser emperador de Austria con sólo 18 años, y reinaría durante 68. Pero el destino de segundón que le tocaba a Maximiliano era mucho peor. Hasta que Francisco José se casó y tuvo hijos, Maximiano fue el heredero del trono imperial, pero sabiendo que no llegaría a ocuparlo. Encontró un refugio a su malestar en el mar y navegó mucho como oficial de la marina austriaca. En una de esas travesías hizo escala en Lisboa y de pronto creyó encontrar la felicidad: se enamoró perdidamente de una princesa portuguesa, María Amelia de Braganza, y ella le correspondió. Se hicieron novios formales, iban a casarse, pero ella enfermó de tuberculosis y murió un año después de haberse conocido, cuando la princesa tenía sólo 21 años. ¡Se repetía el trágico destino del padre de Maximiliano!
El amor por María Amelia sería eterno, cuando lo fusilaron en México tenía consigo un relicario con un rizo de su amada, y estando casado visitó Madeira, donde falleciera su amada. Porque tuvo que casarse de la forma menos romántica: para consolarse de sus desgracias había caído en una espiral de gastos desaforados, y los acreedores le apremiaban, así que buscó una mujer rica. La elegida fue la princesa Carlota, hija del rey Leopoldo de Bélgica, que era multimillonario. Nunca la quiso, aunque ella sin embargo estaba perdidamente enamorada de él. Para contribuir al tono trágico de esta historia, tras el fusilamiento de Maximiliano Carlota se volvió loca.
Para darle algo que hacer su hermano lo nombró virrey del Reino Lombardo-véneto, toda la parte Norte de Italia integrada entonces en el Imperio Austro-húngaro. Duró poco en el cargo, los italianos querían separarse de Austria y unificarse en el Reino de Italia, pero Maximiliano era un liberal que rechazaba ejercer una política represiva, y Francisco José lo cesó en 1859.
Estaba «en el paro» cuando vinieron a ofrecerle un empleo que no podía rechazar: emperador de México. En Brasil se había entronizado la dinastía portuguesa de los Braganza y gozaban de una estabilidad que era la envidia de la América Española, sacudida por revoluciones y guerras civiles. Los sectores más conservadores y católicos del espectro político mejicano concibieron la idea de traer un príncipe europeo como emperador, y encontraron el apoyo de Francia.
México era realmente un desastre desde la independencia, y en 1861 su principal puerto, Veracruz, había sido ocupado por los ejércitos de España, Inglaterra y Francia para obligarle a pagar sus deudas. Los dos primeros países alcanzaron un acuerdo y se fueron a los tres meses, pero Francia se quedó. Reinaba en París Napoleón III, sobrino de Napoleón el Grande, que reconocía a Maximiliano como su primo, de forma que su candidatura estaba asegurada.
Maximiliano desembarcó en Veracruz en 1864. Todo México estaba ocupado por el poderoso ejército francés, y se celebró un plebiscito para aprobar al nuevo soberano, aunque solamente en la capital. En Ciudad México ganó el SÍ a Maximiliano, pero el resto del inmenso país no fue consultado y no tardó en surgir la rebelión republicana. Además, Maximiliano no había escarmentado con lo que le sucedió en el Norte de Italia, tenía el gen político de su abuelo Napoleón, un hijo de la Revolución Francesa, e intentó llevar la modernidad y el progreso a México.
Proclamó la libertad de imprenta y de culto, expropió a la Iglesia, devolvió las tierras a los indígenas, introdujo una legislación laboral progresista. Rápidamente perdió el apoyo de las fuerzas que le habían traído al trono, los conservadores y la Iglesia, el Papa incluso rompió las relaciones diplomáticas. Además Maximiliano intentó defender a su nuevo país frente a los designios neocolonialistas franceses, y perdió también el apoyo de Francia, que retiró a su ejército. Napoleón III le pidió que embarcase con el ejército francés en retirada, pero Maximiliano era un hombre de honor y rechazó la huida.
Cuando zarpó el último barco francés fue como la firma de su sentencia de muerte. Los revolucionarios republicanos lo detuvieron en Querétaro, y tras un consejo de guerra en el que desdeñó responder a las preguntas, fue condenado a muerte. El 19 de junio de 1867, tres años después de ser proclamado emperador de México, Maximiliano, acompañado de sus últimos partidarios, los generales Miramón y Mejía, compareció ante el pelotón de fusilamiento. Siempre caballeroso, le repartió una moneda de oro a cada uno de los soldados que iban a fusilarle, y al oficial le encomendó un reloj y una medalla de la Virgen. El reloj era para mandárselo a su esposa, pero la medalla era para la madre de María Amelia, su único amor hasta la muerte.