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Cultura

Arturo Muñoz retrata en 'Por un túnel de silencio' la lucha de la Guardia Civil contra ETA

El autor realiza una crónica del periodo previo a los años de plomo (1978 – 1981) en el País Vasco, desde la mirada de un joven agente del instituto armado

Arturo Muñoz retrata en ‘Por un túnel de silencio’ la lucha de la Guardia Civil contra ETA

Arturo Muñoz. | Olalla Luque

La génesis de Por un túnel de silencio (Pepitas de calabaza, 2022) comienza en el otoño de 2017, cuando el filólogo y traductor Arturo Muñoz (Granada, 1986), hasta ese momento parte integrante del grupo musical granadino Pájaro Jack, se encuentra con que, sin grabaciones ni ensayos, pues el grupo dio su último concierto en ese mismo otoño, tenía mucho tiempo libre. 

Así las cosas, en uno de esos días, su amigo Mario le cuenta en la barra del bar Provincias, de Granada, algo que no le había dicho nunca. Que su padre había sido uno de los guardias civiles que en 1990 detuvieron al terrorista Henri Parot en un control de tráfico a las afueras de Sevilla. Esa historia sobre la detención, según la cual (y en relato de su hijo Mario) «a su padre le llamó la atención un coche que se acercaba porque tenía la carrocería demasiado baja, casi rozando el asfalto», le dio el alto y, el conductor del coche, al pasar a su altura comienza a disparar, acción que repele el padre de Mario, Paco Trassierra, con tres o cuatro tiros que consiguen reventar las ruedas del coche de Parot, es el relato que dispara el interés del autor de Por un túnel de silencio para indagar más en la vida de Trassierra.  Así, se entera Arturo Muñoz de que el padre de Mario, Paco, «había formado parte de los grupos de Información que la Guardia Civil desplegó en el País Vasco a finales de los años setenta». Seis años; concretamente entre 1971 y 1977.

A partir de este momento, ambos quieren saber más. Fantasean con qué hacer con esta historia, si un cómic, un documental, un reportaje largo para una revista. El primer paso es hablar con Paco Trassierra, el padre de Mario. Hecho que sucede en noviembre de 2017. Una primera entrevista a la que seguirán muchas otras más, y no solo a Paco Trassierra, sino también a su mujer, Nuria y, en una segunda tanda, a militantes abertxales vascos, con diferentes grados de vinculación con la banda terrorista ETA, y que sirven para ampliar y matizar, para dar una visión con más claroscuros. Las entrevistas (con viaje al País Vasco incluido, con Paco, Mario, Arturo y un camarógrafo, para ver in situ los lugares donde sucedieron los diferentes hechos que se narran en el libro) se extenderán hasta agosto de 2018.

La historia de un joven Guardia Civil

Por un túnel de silencio es el primer libro de Arturo Muñoz, y comenzó a escribirlo en serio recién acabado el verano de 2018. Nos cuenta el autor, vía email, que «por aquel entonces yo pensaba que el libro consistiría únicamente en la voz de Paco [Trassierra], contando su historia en primera persona. Esa era la idea, hasta que por una serie de casualidades di con varias personas que habían vivido en los mismos lugares que Paco, los mismos años, que conocían las mismas historias y los mismos bares, pero que no habían sido guardias civiles, sino militantes de ETA, sindicalistas, opositores al régimen. Esto me produjo un gran impacto. Ver la misma realidad iluminada desde otros ángulos. Ni mucho menos invalidaban la mirada de Paco, pero la matizaban y la ampliaban. Fue apasionante y a la vez abrumador. De pronto la historia se volvió inabarcable. Había demasiadas complicaciones, demasiadas zonas grises». Ahí se dio cuenta Muñoz de que si quería retratar esa riqueza debía ensamblar las distintas texturas que finalmente componen el libro: «los monólogos, los diálogos casuales en los bares, los recortes de prensa, mi propio punto de vista, que tampoco es neutro».

Portada del libro.

La médula espinal de Por un túnel de silencio es la historia de Paco Trassierra, sobre todo los años que pasó en el País Vasco, destinado con 19 años en el cuartel de Bermeo (Vizcaya), pero es también la crónica de su escritura, de su desarrollo y hasta de sus desvaríos. Nos cuenta, de hecho, Arturo Muñoz que «como el libro no tenía una dirección clara, yo leía todo tipo de cosas y llenaba libretas con notas sin sentido. Copiaba igual la descripción de cómo funciona una granada de mano que un poema de Yoyes, la exmilitante de ETA asesinada, o que otro de García Lorca. Copiaba sin criterio con la esperanza de que algo de todo lo que copiaba me hiciera comprender de pronto el sentido profundo de la historia. Copié a lo tonto unos versos de Lorca y un día me di cuenta de que eran perfectos: «La guardia civil se aleja / por un túnel de silencio / mientras las llamas te cercan». Sugieren sutilmente muchas ideas que el libro explora: la soledad de los guardias, su aislamiento, su aura de amenaza y de violencia. Lo relacioné también con la dificultad de mi propia búsqueda: tenía la sensación de estar perdido, buscando algo demasiado lejano, algo que solo podrían contarme personas que habrían muerto o que no tendrían interés en hablar».

Decíamos antes que el proyecto surge como una empresa conjunta de Arturo Muñoz y su mejor amigo, Mario Trassierra, hijo de Paco. Sin embargo, «en cierto momento, la investigación se desvió hacia los abusos que implicaban a los grupos de información a los que pertenecía Paco, el padre de Mario -nos cuenta Arturo Muñoz- y Mario se alejó del proyecto, como es lógico. Yo podía retratar a su padre con una libertad que para él era imposible». Al quedarse solo, Muñoz se da cuenta de que la mejor forma de dar cuenta de esta historia es convirtiendo las entrevistas en monólogos, porque esto posibilita el retratar a los entrevistados desde dentro. Permiten, como nos dice el propio autor, «pensar y ver el mundo como ellos. Esto enriquece el relato y produce una incomodidad al escribir, quizá también al leer. Cuando logras pensar como otra persona la comprendes mejor, pero también te resulta más difícil juzgarla, aunque haya hecho cosas malas. Hasta tienes el impulso de excusar esos malos comportamientos, del mismo modo que excusas los tuyos. Rebajas el ridículo sentimiento de superioridad con que miramos a quienes vivieron en otras épocas. Te pones en el lugar de otro y comprendes que no hay ninguna garantía de que tú lo hubieras hecho mejor que él».

Relatos profundamente humanos

Durante un gran tramo del libro, el propio relato titubea, zigzaguea y resulta esquivo. Y ello por la razón de que parece que, en las entrevistas, Paco no esté dispuesto a llegar al tuétano de ciertos temas, especialmente los más delicados y que tienen que ver con la violencia: Trassierra se niega a contar o se pierde en derivas o acaso minimiza hechos, resta importancia a las cosas. Ello provoca que las narraciones no sean «relatos del todo coherentes. Son imperfectos, humanos. Esa manera de acudir siempre a ciertos temas o esquivar otros», refrenda Muñoz. Él mismo sentía esa misma frustración que puede sentir al principio el propio lector, que habrá de sufrir esa sensación como de que aquello no se dirige hacia ninguna parte. Nos cuenta Arturo Muñoz que sufría con ello a diario, pero que una extraña obstinación, por ver qué pasaba, le mantenía en vilo, y trabajando. «Paco llegaba a exasperarme, aunque lo raro es que yo no lo exasperara a él», nos confiesa. Y añade: «Durante mucho tiempo él no supo contarme su historia, pero en la misma medida yo no supe escucharla. No estaba dispuesto a escuchar nada que contradijera las conclusiones a las que había llegado ya antes de la primera entrevista».

Y aquí se halla una de las claves de este libro: los prejuicios. Arturo Muñoz nos lo explica así: «Tardé un tiempo en detectar esa simetría que atraviesa el libro: ETA pudo matar a Paco, el padre de mi mejor amigo, y años más tarde a mi propio padre, o al menos ese era mi temor [Arturo Muñoz es hijo del escritor Antonio Muñoz Molina]. Es un paralelismo clave porque devuelve las teorías al plano de la realidad concreta: existe la noción de que el asesinato de un militar es más aceptable que el de un artista. No suena del todo descabellado. Pero ¿y si ese militar es el padre de tu mejor amigo, y además te cae bien, y te invita a comer? ¿Te sigue pareciendo aceptable? ¿Estás seguro de que no tiene tanto derecho a vivir como cualquiera?».

El corolario de esta simetría es otra de las grandes bazas del libro, pues que sirve para deshacer tópicos y para(des)idealizar relatos. Nos cuenta Arturo Muñoz que a él mismo le sorprendió «no solo que las motivaciones de las personas que entrevisté fueran por lo general sencillas, sino que además contradijeran tanto los lugares comunes». Es el caso de Paco, «un guardia civil del franquismo apasionado por la cultura vasca, respetuoso, progresista a su manera». O el de su mujer, Nuria, «una mujer que, aun casada con un guardia civil, detestaba vivir en cuarteles y aborrecía el clasismo y el autoritarismo de ese mundo». Y el de un exmilitante de ETA que decía que España era un país estupendo. Entonces, la pregunta clave: «¿Por qué entonces había sido guardia el guardia, y etarra el etarra?» Ahí se da cuenta Arturo Muñoz de que las respuestas obvias no servían, de que todo es, a la vez, mucho más complejo y simple. Nuria, la mujer de Paco, lo resume de una manera muy gráfica: «Así pasan las cosas. Te va llevando una cosa a la otra», sentencia en las últimas páginas de Por un túnel de silencio.

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