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Patricia Highsmith y las memorias de una mujer promiscua y atormentada

Alcohólica, promiscua y atormentada por la culpa. Así fue la vida de la famosa escritora de suspense Patricia Highsmith

Patricia Highsmith y las memorias de una mujer promiscua y atormentada

Patricia Highsmith. | Ruth Bernhard

Patricia Highsmith (1921-1995) es conocida por sus novelas de misterio y suspense. Sus diarios y cuadernos, que publica mañana la editorial Anagrama, nos hablan, a las claras, de sus grandes dramas vitales, de su soledad, su homosexualidad y su pulsión creativa.

«¡Atención, futuros lectores!, ¡Este diario debería compararse simultáneamente con mis cuadernos, de manera que nadie se lleve la impresión solo sobre asuntos mundanos», escribe en su diario Highsmith el 12 de septiembre de 1995. Queda claro así que la escritora, quien mantuvo sus cuadernos y diarios hasta noviembre de 1994, tres meses antes de morir, tenía en mente a su lector ideal y quería que fuesen leídos. Ella misma, según pasaban los años, va anotando que los relee e incluso le encarga a su amiga Gloria Kete Kingsley que haga una selección para su publicación. Hacia el principio de su carrera, consideraba ya a sus cuadernos como parte de su obra literaria. Por ello, el hallazgo de estos textos en un armario de su casa en Suiza, donde guardaba la escritora norteamericana la ropa blanca, más que un descubrimiento, nos habla de quien disimulando busca que le encuentren. Ya esta advertencia de la propia escritora, así como el modo en el que estaban guardados los cuadernos y diarios nos sirven para definir tres claves de los textos y de la personalidad de su autora: su vanidad, el workaholismo y el disimulo; sus tres piedras de toque.

Mi única religión es el sexo

Patricia Highsmith demuestra en sus diarios y cuadernos (56 gruesos volúmenes de escritura personal, casi 8.000 páginas manuscritas que se han reducido en esta edición a 1.200) una voracidad sexual implacable. El catálogo de conquistas (no solo femeninas, también masculinas; ya que se acostaba con hombres e incluso llegó a estar prometida) parece casi eterno. Así, para ella, es una especie de culto que compara con la religión y al que le profesa una devoción exagerada. Y al igual que la religión católica, trae este credo la culpa como reverso. «Los días sin trabajo creativo son días perdidos», escribe el 20 de enero de 1941. Y este es, sin duda, uno de sus grandes pesares. La dicotomía entre la creación literaria y el amor, entre la soledad y la compañía; la lucha sin cuartel de la intimidad por tener su cuarto propio.

Highsmith anota minuciosamente sus conquistas y se regodea en sus aventuras amorosas, en la necesidad de que se le recuerde constantemente que los enamoramientos son recíprocos (de hecho, le abate el saber que no es capaz de enamorarse de alguien que no la ama; como diciendo que, en el fondo, se está enamorando -así sea un poco- del amor que los demás le profesan). Por ello, es cruel y despiadada. Ambiciosa y aplicada. Y el tormento proviene del imposible equilibrio entre el amor y la escritura. Es tal la obsesión que ya en 1945 Patricia Highsmith elaboró una «tabla de amantes» donde las comparaba entre ellas y las clasificaba. Es tan intensa su vida en sus primeras tres décadas de vida que llegados los 30 años siente que lleva ya vividas unas cuantas vidas, que al menos ha sido como cinco o seis personas diferentes, nos dice. Su visión del asunto, no obstante, irá cambiando con los años, o al menos, volviéndose más relajado, a la par que va tomando fuerza el resentimiento, una creciente sensación de sentirse vieja y las implicaciones de su severo alcoholismo. De igual forma que decidirá al final de su vida irse a vivir sola, su visión del amor dejará de ser tan torrencial como en su juventud. Así, por ejemplo, en 1972 escribe que «es muy cansado estar enamorada. Ya sólo pensar en ello es cansado».  Así las cosas, parece que Highsmith será incapaz de hallar equilibrio entre la creación y el amor. Un ejemplo más; escribe en 1967 que «no entiendo la vida. ¿Son objetivos y placeres lo mismo? ¿Cuáles deberían interesarme más? ¿Cómo debería pasar el tiempo?». Esta dualidad siempre en la cuerda floja en la vida y en la obra de Patricia Highsmith, este vertiginoso cambio constante entre el amor y el odio, se aplica también a las relaciones entre alcohol y sexo. Escribe en 1941: «El sexo y el alcohol los refuto así: el alcohol no vale lo que cuesta, como fuente habitual de placer e inspiración. Y el sexo es un engaño». Podríamos resumir esta ambivalencia del carácter de la escritora, ese luchar contra el espíritu maligno que la habita y sobre el cual reflexiona en numerosas ocasiones, con su frase de 1942 cuando dice que  «creo en el malestar constante».

Portada del libro.

Lesbianismo y misoginia 

No fue hasta 1989 que Patricia Highsmith decidió publicar su única novela lésbica (se publicó bajo el pseudónimo de Claire Morgan en 1952, por consejo de su agente) bajo su propio nombre. Ahora la novela se llamaba Carol (su título de la publicación original fue El precio de la sal) y sirvió para que la escritora hablase abiertamente de su homosexualidad (en un determinado momento intentó «curar» su lesbianismo con un psiquiatra, pero la cosa no funcionó). La novela es considerada un clásico de la narrativa homosexual y es la primera en la que una relación entre personas del mismo sexo no termina de manera trágica, sino que tiene un final feliz (en 2016 se estrenó la versión cinematográfica del libro, dirigida por Todd Haynes). Así, en este sentido, Highsmith es una figura importarte de la narrativa lésbica (de la edición trade del libro se vendieron en su momento más de un millón de ejemplares). Ello, sin embargo, no quita las acusaciones que siempre se han vertido sobre ella, considerándola una persona misógina. La propia escritora contribuyó a alimentar esta imagen en su libro Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga (Anagrama, 2003), donde justifica la elección de sus personajes masculinos en el hecho de que las mujeres no son tan activas y atrevidas como los hombres, pues sencillamente son empujadas por la gente y las circunstancias, y que son más dadas a decir «no puedo hacerlo».  En sus diarios y cuadernos, la visión que tiene sobre las mujeres no mejora en absoluto. Por ejemplo, el 7 de junio de 1973 escribe: «Las mujeres creen que manipulan a otros. En realidad, siguen siendo marionetas, nunca están solas, nunca están a gusto solas, siempre buscan un amo, un compañero, alguien que en el fondo les dé órdenes u orientación». En el lánguido documental Amando a Highsmith (2022), de Eva Vitija-Scheidegger, se trata el tema y se nos viene a decir que la elección de personajes masculinos es algo contextual y además práctico, ya que los hombres solo leen a personajes masculinos principales y a las mujeres les da igual. En favor de la Highsmith se puede argüir que la amoralidad de sus personajes es la suya propia, y que su crueldad se la aplica también a sí misma. Por ejemplo, escribe el 26 de julio de 1941: «Soy una mala pécora veleidosa y desagradecida». 

El dinero, el dinero

A pesar de su éxito, una de las preocupaciones constantes de Patricia Highsmith es el dinero. Sobre todo, en sus primeros años. Anota febrilmente el dinero que gasta y el dinero que ahorra, el que presta y el que le prestan, quién paga los almuerzos y las copas. Cuánto percibe por un contrato, una adaptación cinematográfica, los derechos de sus traducciones o los cuentos que vende a las revistas. Y es que, por ejemplo, y a pesar de que su primera novela se había publicado con gran éxito (Extraños en un tren) y se había vendido rápidamente la adaptación cinematográfica (dirigida por Alfred Hitchcock), a Highsmith le toca pedir mil dólares prestados al banco. Así, una de las cosas interesantes de estos diarios es justo eso: el saber lo que cuestan las cosas. Highsmith es, no obstante, una persona generosa y está siempre dispuesta a hacer regalos a sus amigas. De hecho, a su muerte, cedió los derechos de sus libros a la colonia de artistas de Yaddo, en Nueva York, donde había escrito su primera novela y con la que se haría célebre.  

El dinero también será un problema constante en la relación con su madre (hay momentos en los que la hija se ve obligada a prestarle dinero a su madre). Una relación marcada (a mal) ya desde su primera infancia, pues Patricia se crió en Texas con su abuela y no fue hasta que tuvo seis años que su madre se la llevó a vivir con ella a Nueva York, junto a su segundo marido, alguien que a Patricia le parecerá siempre un extraño. Las relaciones madre-hija son tortuosas, están envenenadas de la maldad de su madre y terminarán mal: Patricia Highsmith se desvinculó legalmente de ella. Paradójicamente, la idea para Extraños en un tren (antes de esta había abandonado dos borradores de novela) le sobrevino dando un paseo con su madre y su padrastro a orillas del Hudson. El título original de la novela (antes de que su prometido, Marc, con el que nunca llegaría a casarse, le diera el definitivo) fue The other. Y es que en la vida de Highsmith siempre había alguien mirando, a la espera. Una aprensión inminente. La escritora lo define bien cuando dice que «escribir es como si te vieran llorando en el funeral de tu amigo». En estos cuadernos y diarios hay bastantes lágrimas, lágrimas silenciosas que, sin embargo, no fueron capaces de soliviantar la aplicación creativa de Patricia Highsmith: una mujer valiente, al fin. Y de acción.

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