Pelear o morir: El 'boom' de la lucha en España
En nuestro país, hay un auge de los deportes de contacto. España es una tierra de luchadores donde, si ya se oyen voces, no tardarán en oírse gritos
Golpear está de moda. Bien sea por autoprotección, por ejercicio físico o por esa metáfora comprimida de la vida por la que todo gira en torno a caer y levantarse, los deportes de contacto viven un auge exponencial. El boxeo, como tal, baile de puños sagrado y decimonónico, ha ido dejando paso con la globalización a nuevas formas de lucha que van desde el kickboxing, el muay thai, el jiu-jitsu, o el popularizado MMA (artes marciales mixtas), que ha cautivado la atención de un público variado y comprometido.
Ya sea con guantes de 16 onzas, guantillas, espinilleras y coderas, o a pelo, pelear se ha convertido en un ejercicio mainstream. Una cordillera cool en la que algunos ven un argumento de vacile, descaro y macarrada aplicada, y otros la posibilidad de motivarse, al fin, por un deporte que ejercite y defina el cuerpo, lejos de la musculocentría de los gimnasios o, como rezaba aquella maravillosa película de Tony Richardson, de La soledad del corredor de fondo.
La pandemia supuso un durísimo golpe para todos los gimnasios especializados en esta materia tan frontal. A diferencia de otros deportes, su práctica con mascarillas, o manteniendo la distancia de seguridad, resultaba imposible. Los salpicones de sudor y babas son tan parte del juego como el inflamado deseo de atinar en los puntos débiles del contrincante.
Para Miguel Sarago Quiroz, entrenador especializado en boxeo y kickboxing en el gimnasio Sparring de Barcelona: «ha habido una subida, precisamente a raíz de la pandemia. El aumento por el interés en los deportes de contacto puede deberse a que, tras tanto tiempo encerrados en casa y con restricciones, ahora que las cosas se han relajado, ha cambiado un poco la mentalidad. La gente tiene más ganas de cuidarse y eso, complementado con poder defenderte, ha marcado esta subida de adeptos».
En el caso de Ángel Bastidas, entrenador del Zumi Club en Madrid, él reconoce que: «la pandemia afectó a todos. Nosotros nos vimos tremendamente perjudicados». Pero afirma, seguro y reconfortado, que, «por suerte, la gente ya ha perdido el miedo y esa inercia se recuperó. No tienes más que ver las clases».
Y, sin duda, no hay como descolgarse por cualquiera de estos dos gimnasios para ver como las horas dedicadas al MMA o al muay thai alcanza casi el overbooking. Lo que ha supuesto una curiosa evolución en los deportes de contacto. A principios de siglo, en España, artes marciales como el kickboxing, o el ya citado muay thai, estuvieron muy relacionados con grupos violentos como antifascistas o neonazis, que lo empleaban en sus particulares guerrillas de parque y descampado. El boxeo, por su parte, siempre algo más normalizado en su condición de éxito decimonónico, parece vivir, desde la llegada de estas ‘nuevas’ formas de combate, un aparente estancamiento. Lo cual no significa, ni mucho menos, su desaparición. Más bien, tal que una vieja gloria, un mantenimiento discreto pero imperecedero. Algo así como el rock ‘n roll. Cosa que se puede intuir en la novela ‘Alacrán Enamorado’, de Carlos Bardem, que terminó convertida en una película interpretada por él mismo.
Sin embargo, Bastidas, especializado en boxeo, tiene claro que esa supuesta bajada de interés se debe sólo a una mirada de escasa perspectiva. «Están surgiendo boxeadores nuevos de una calidad extraordinaria. Un Lomachenko, un Teófimo, por ejemplo. Sí, hay un boom de nuevos deportes como el MMA, pero incluso estos luchadores siempre regresan al boxeo porque es el deporte decisivo para cualquier actividad de estas disciplinas».
Será este factor decisivo, este renombre tan incuestionable, lo que hace que, así como las nuevas modas de lucha no sean conocidas por todos, el boxeo siga guardando un lugar privilegiado, incluso para quienes no lo practican. Sobre todo, para generaciones ajenas a estas modas más recientes. Pero la lucha intergeneracional parece resolverse a favor de los clásicos, incluso para los más jóvenes. No hay más que ver el nivel de visualizaciones que han alcanzado los recientes acontecimientos pugilísticos promocionados por Ibai Llanos en Twitch. Según datos del propio Llanos, la Velada del año II, que contó con youtubers como Spursito, streamers como Ari Gameplays y celebridades como David Bustamante, alcanzó un pico máximo de 3.356.074 espectadores el 25 de junio de este año. Cifras que están muy lejos de traducirse en indiferencia.
El debate está servido
No obstante, no todo han sido elogios para estos espectáculos. Desde el primer encuentro, las redes ardieron con debates sobre su interés. Por un lado, tenemos quienes los defienden y disfrutan, reconociendo en ellos un altavoz para un deporte que parecía haber desaparecido del imaginario colectivo español. Por otro, quien los ve como una vulgar pantomima, como un espectáculo de alevines que llaman la atención, no por la magia honorable del boxeo, sino por el morbo de ver a jóvenes famosos calzarse unos guantes alejados de sus eternas pantallas.
Para el entrenador del Zumi Club, «el asunto de Ibai es complejo. Ha habido mucho auge porque son estrellas mediáticas. Pero el boxeo es el boxeo. El boxeo se gana en el gimnasio dejándoselo todo. Lo que pasa es que, de alguna forma, se ha comercializado y, de ahí, ha tenido mucha aceptación. De hecho, yo no lo veo como algo negativo. Hay muchos chicos, una joven generación, que tras ver eso ha sentido el gusanillo y ha terminado acudiendo a los gimnasios para practicarlo».
Sin duda, lo que está claro es que ha llovido lo indecible desde que, en 1876, atracase el boxeo a España de mano del profesor Berge, quien lo aprendió, en Barcelona, de un marinero de Mahón enrolado en un barco británico. Por entonces, como ocurrió con el más aventajado alumno del profesor, Federico González, quien fundó una sala para su práctica en 1884 en la Ciudad Condal, el boxeo era, más que minoritario, casi clandestino.
Las peleas, que han existido desde que el Homo sapiens se dio cuenta de que las leyes de Newton se aplicaban a sus puños, no estaban marcadas por mayor regla que la victoria hasta la llegada del concepto ‘deportivo’. El boxeo, sin embargo, siguió entendiéndose como una actividad bestial, y harían falta años hasta lograr integrar en la conciencia popular que se trataba de un ejercicio de fuerza, temple y honor, que en el país de los toros sólo podía acabar triunfando.
Una victoria para beneficio de aquellos que entienden este deporte como algo más allá del simple movimiento, o la confrontación. Gente como Hemingway, quien llegó incluso a afirmar: «Mi escritura no es nada. El boxeo lo es todo». Lo cual, si tenemos en cuenta que hablamos de uno de los escritores más relevantes del siglo pasado, no es decir poco. Aunque, no todo debe caer en halagos maximalistas. También podemos verlo desde el punto de vista de uno de nuestros hitos periodísticos nacionales. David Gistau, quien, a pesar de ser un gran aficionado, y hasta de hacer del boxeo el eje sobre el que orbitaba su novela Golpes Bajos, dijo en una entrevista para Iusport: «Me gusta el boxeo como me gustan el fútbol y el vermut, porque sí; me gusta también para practicarlo; sigue pareciéndome asombroso lo frustrado que quedo cuando me sale mal y la euforia que me produce una sola acción correcta». Una humilde y sincera forma de verlo que, alejada de romanticismos, gana en autenticidad.
Tampoco podemos olvidar una clave singular en este repunte, tanto del boxeo como de los deportes de contacto, que es la participación femenina. «Aunque la demanda sigue siendo mayor en hombres que en mujeres», nos dice Sarago, «yo, y muchos otros colegas entrenadores, sí que hemos visto un repunte en el interés femenino por estos deportes». Y es que, hacer partícipe al cincuenta por ciento de la población en algo, siempre es un sendero predilecto hacia la victoria.
Para Bastida, «indudablemente, el debate sobre el valor de las chicas ya quedó atrás. Hay chicas que son muy buenas y, además, según mi experiencia, las mujeres destacan por una gran coordinación, que es algo imprescindible en este deporte. Yo lo veo en el gimnasio, las chicas van marcando la pauta». Una pauta que vemos cada día y que lleva un tiempo filtrándose en los deportes de contacto.
España ha dado grandes boxeadores. Desde las leyendas Perico Fernández, José Legra o López Bueno, hasta los más actuales Kiko Martínez, Ezequiel Gurría, Joana Pastrana o Diaz Peña, y un largo ranking de luchadores extraordinarios, a los que, desde hace un tiempo, también debemos añadir quienes se especializan en las modalidades de kickboxing o MMA, como Juan Martos, Cristina Morales o Juan Espino.
Lo que huelga decir es que, bien sea con los clásicos puños, o con la versatilidad de todas las extremidades, España es una tierra de luchadores donde, si ya se oyen voces, no tardarán en oírse gritos.