Javier Marías o la expansión de la conciencia
«Pocos han sido los escritores que se han forjado un estilo tan particular, tan depurado y tan nítidamente reconocible»
Ya en 1995, César Romero concluía que Javier Marías se podía considerar uno «de los grandes narradores de nuestro siglo en cualquier lengua» y en 2005 yo me atrevía a afirmar rotunda y, según algunos, un poco temerariamente, que después de Miguel de Cervantes, el escritor español que ha sido distinguido por el mayor reconocimiento internacional es Javier Marías. Creo que lo que ha sucedido desde entonces nos permite ver que lo que pensaba entonces y me atrevía a afirmar sin rodeos no careciera en su momento de fundamento, razón o motivo, y mucho menos hoy día.
Galardonado con una veintena de premios nacionales y, sobre todo, internacionales a lo largo de una fecunda y larga trayectoria laureada de más de medio siglo, tiempo en que su obra se ha visto traducida a más de cuarenta y seis lenguas y publicada en cincuenta y nueve países, con nueve millones de ejemplares de sus obras vendidos, Javier Marías es reconocido por el mundo como uno de los escritores más destacados, y se ha celebrado en el extranjero como un «verdadero artista» (Pierre Lepape), un «mago literario» (Gunhild Kübler), «un gran escritor» (Salman Rushdie), «uno de los mejores escritores contemporáneos» (J.M. Coetzee), «uno de los mayores escritores vivos del mundo» (Marcel Reich Ranicki) o «uno de los más grandes, más geniales escritores del mundo» (Claudio Magris). Ha sido comparado en su talla literaria con Gabriel García Márquez y en su prosa con Henry James, Marcel Proust, Jorge Luis Borges, William Faulkner, James Joyce o W.G. Sebald. El hecho de que fuera, creo recordar, el único escritor vivo inducido en el selecto club de la prestigiosa serie de Penguin Modern Classics en su momento es otro hecho ilustrativo de lo que vengo explicando. Por decir todo esto de forma más sencilla, «Javier Marías es, sin duda alguna, el autor español contemporáneo más apreciado y más comentado en la república mundial de las letras», como afirmaba Maarten Steenmeijer hace unos meses o en su contribución a un libro con el que celebramos los 50 años de la literatura del autor.
«Marías rechazaba más premios, tanto nacionales como internacionales, de los que aceptaba, por la sencilla razón de que le robaban un tiempo que él prefería dedicar a la escritura de sus novelas»
Baste esto para retratar la estatura literaria del escritor recién fallecido. Pero lo que es mucho menos conocido, porque es un hecho que nunca trascendía por razones obvias (con la excepción de su famoso rechazo del Premio Nacional de Narrativa español), es que había años en que Javier Marías rechazaba más premios, tanto nacionales como internacionales, de los que aceptaba, por la sencilla razón de que, como me explicó cuando yo se lo eché en cara, le robaban un tiempo que él prefería dedicar a la escritura de sus novelas, porque siempre suponían una o dos semanas de preparación y otra de viaje, semanas que siempre había de sustraer a la novela que se traía entre manos. A esto se debía añadir el hecho de que más de una vez rechazó, por la misma razón, un doctorado honoris causa que le quería otorgar una universidad extranjera, a gran diferencia de muchos otros escritores que se venden o vendían a universidades a través de consulados y embajadas para obtener tales distinciones.
Quizás una de las razones por este descomunal éxito internacional de un escritor español sea que lo distinguen una serie de virtudes literarias relacionadas que lo convierten en un caso aparte en el mundo de la república mundial de las letras, como ya apuntaba en mi laudatio pronunciada durante la entrega del Premio Estatal de Literatura Europea (Staatspreis für Europäische Literatur) otorgado por el Ministerio de Cultura austriaco en 2011 a Javier Marías: las novelas del autor, que irrumpió en la escena literaria española con una lúdica extraterritorialiad, son thrillers narrados en una prosa poética que componen verdaderas obras de arte en la definición de Walter Benjamin invocada respecto de la obra magna de Proust, cuando afirmó que se ha observado con razón que todas las grandes obras literarias inventan o disuelven un género existente, es decir, son casos excepcionales. Como en la obra de Proust, en la de Marías, desde la estructura que aúna ficción, autobiografía y comentario, hasta la sintaxis de oraciones sin orillas (el Nilo del lenguaje, en la metáfora de Benjamin, que se desborda fertilizando las riberas de la verdad), todo rebasa la norma.
Por otro lado, Marías es de hecho un escritor sumamente europeo, «que narra desde el propio centro de la historia europea del siglo XX y cuyos libros han sido escritos en ‘europeo’», como explicaba con lucidez el Ministerio de Cultura austriaco por aquel entonces. Pero, además, pocos han sido los escritores que se han forjado un estilo tan particular, tan depurado y tan nítidamente reconocible, un estilo que permite perfilarse la singularidad del hombre en el contorno que dibuja un conjunto, un estilo que no es meramente aspecto formal de la escritura, sino nada más que una conciencia dilatada y una manera de contemplar el mundo, un estilo que revela una mente portentosa y siempre alerta, que dibuja un pensamiento implacablemente independiente, extrañamente coherente y del todo comprometido, que no cede al descuido, a la imprecisión o a la pereza y que evidencia la intención anidante en cada elemento y en la forma que aquél cobra. Es un estilo que nos sumerge en una mente que contempla el mundo en toda su complejidad, cuyo deseo es intentar penetrar, comprender y poner al descubierto la naturaleza o esencia de las cosas del mundo.
Y mediante la expansión de la conciencia que figuran sus narraciones, también se logra expandir la conciencia del lector. Y así Javier Marías ha logrado algo reservado a pocos: que generaciones de lectores contemplen el mundo a través de sus ojos. Esta mirada es una de las razones principales por la que lo vamos a echar mucho de menos.
Alexis Grohmann es catedrático de Literatura Española Contemporánea de la Universidad de Edimburgo y académico correspondiente extranjero de la Real Academia Española.