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Cultura

La nadadora que no quiso ir a Barcelona 92 y otras formas de estar en el agua 

Tres libros exploran nuestra relación con el agua, desde la narración autobiográfica hasta la poesía

La nadadora que no quiso ir a Barcelona 92 y otras formas de estar en el agua 

Una mujer se zambulle en el mar. | Elise Wilcox

Se acaba el verano. Comienza el mes de septiembre y por eso sabemos que tenemos los días contados para el último chapuzón en el mar y, las 42 olas de calor que han azotado España. Eso es lo que sucede para muchos, mientras, otros mortales, siguen con su rutina y vuelven a la piscina, a entrenar.

Leanne Shapton es una de estas personas para las que entrar en el agua es lo normal. Como nadadora profesional, Shapton se clasificó para las pruebas olímpicas del equipo canadienses en 1988 y 1992, ocupando el octavo lugar a pesar de que entrenaba «cinco o seis horas al día, seis días a la semana». 

Durante años Shapton reflexionó sobre sus sacrificios en el mundo de la natación y al final claudicó. No llegó a los primeros dos lugares para ir a las competiciones de Barcelona 92, pero aun así sigue nadando y la disciplina que construyó durante años es ahora quien la acompaña como escritora, editora del New York Review of Books y artista, de, por ejemplo, las tipografías que acompañan los títulos de crédito de la película, Ladybird.

Sus años como nadadora y la sensación de estar bajo el agua en un encuentro competitivo son resumidos por Shapton en su libro Bocetos de natación (Blatt and Ríos, 2022), donde explica que lo que se vive debajo del agua transcurre entre el «ruido y el silencio», eso que sucede mientras la cabeza se eleva por encima de la línea de flotación. Entre brazada y brazada «cada nadador puede captar la voz del locutor» resonando a través de la profundidad clorada.

En este ensayo autobiográfico, la escritora pone el foco en las cosas pequeñas que rodearon su vida como atleta: el olor de un bolsillo en la bolsa de lona que lleva a la práctica, las telas ligeramente diferentes de cada nuevo bañador o cómo el tiempo pasa más lento cuando estás bajo el agua mientras para los entrenadores, esos que no se mojan, va a la velocidad de la luz.

En este ejercicio de observación explica cómo los nadadores se sienten no sólo solitarios, sino inferiores frente a los entrenadores. «El entrenador nos ve débiles», a la par que ratifica, «los nadadores ponemos al entrenador por encima de todo. Los admiramos, somos vulnerables, estamos desnudos y mojados», porque en el fondo, «es una relación como de guardián, padre, madre, jefe, mentor, carcelero, médico, psicólogo y maestro». 

En sus diez años como atleta, Shapton entendió su pasión sobre el nado, tanto en piscina como en estanques verdes y casi congelados de su natal Toronto, sobre comer golosinas para aguantar las horas entre competencias, las diferencias entre la edad de nadadora y la edad real, esa que pierdes cuando entrenas y que anhelas porque en ella hay «experiencias más grandes» que no tienes ni idea cómo vivir mientras te sacrificas entrenando.

En Bocetos de natación se pintan piscinas , nadadores y figuras de competidores y, están fotografiados, todos los bañadores que la artista usó en su etapa de entrenamiento y competición. Estas fotografías se complementan con descripciones que relatan cómo estas piezas de baño han ido cambiando de estilo desde 1992. «Ahora hay unos más resistentes, hechos de un material más grueso; otros coloridos, con estampados digitales psicodélicos, tirantes finos y espaldas abiertas; trajes de competición en elegantes mezclas de poliéster; telas hidrófugas con costuras selladas y paneles de compresión». 

Estos bañadores le recuerdan cómo picaba el suyo y por qué cree que dejó de nadar a pesar de que entrenaba, comía, viajaba y se duchaba «con los mejores del país». Así como su entrenador, ese que tampoco logró estar entre las dos posiciones para las olimpiadas de 72, Shapton tampoco logró estar para las de Barcelona 92, porque dentro de todo «no era la mejor; era bastante buena».

En este ensayo autobiográfico sobre la natación y los sacrificios de la vida como atleta de alta competición, no solo se muestra una artista entre narraciones, pinturas y fotografías, sino cómo ciertos valores, como la pertenencia, la seguridad y el amor por lo que haces, son elementos necesarios para poder continuar nadando por aguas donde el ser humano se autoboicotea y se pierde. Donde «el corazón puede sufrir varios ‘casi pero no’, llegar unos segundos más tarde», pero que sin ellos, todas las experiencias no podrían ser un compendio de una vida interesante donde se acepta que la competencia es parte de todo, aunque no hay necesidad de ser el ganador.

«Todavía sueño con el entrenamiento, con las carreras, los entrenadores y las competiciones desdibujadas. Me atraen las piscinas, todas, no importa lo pequeña que sean o lo sucias que estén. Ahora, cuando nado, entro al agua como si tocara distraídamente una cicatriz. Mi nado recreativo es un fantasma de mi nado competitivo»

Otras historias con agua

Así como Leanne Shapton, la poeta Nina Mignya Powles, acaba de publicar en España sus experiencias con el agua. En Pequeños cuerpos de agua (Atico de los libros, 2022) Mignya Powles cita a Shapton cuando rememora las piscinas de su infancia, esas por las que pasó en sus múltiples migraciones entre Nueva Zelanda, Nueva York, Pekín o Shanghái. 

Su escritura desprende dejos de desarraigo a pesar de que el agua la acoja. «¿Dónde está el lugar al que se ancla el cuerpo? ¿Qué cuerpo de agua es el tuyo? ¿Me he anclado a demasiados lugares a la vez, o a ninguno en absoluto? Es a partir de estas preguntas que la poeta empieza a narrar esos espacios que están entre medias y donde se forman nuevas nuevas islas. Su «primer cuerpo de agua fue la piscina» y le siguieron los chaparrones y las alcantarillas inundadas mientras iba, primero en Shanghái y luego en las cascadas del valle de Rotorua, donde su abuelo observaba el movimiento del agua mientras esperaba en silencio a que los peces surgieran en la superficie.

Pequeños cuerpos de agua, es una historia de migraciones y desarraigo y, en especial, sobre la búsqueda de pertenencia a partir de las herencias arraigadas a las colonias isleñas. Como bien sabe Mignya Powles «el camino hacia la fluidez es resbaladizo, inestable», pero los cuerpos de agua que la acompañan en el recorrido de esta narración la han podido conectar con los lugares que no alcanza.

Una gota, de agua, fría

En el último poemario de la poeta española Rosa Berbel, Los planetas fantasma (Tusquets, 2022), la naturaleza y la crisis climática están presentes en paralelo a la complejidad de las relaciones afectivas. Berbel nos narra desde un verano seco hasta las variaciones de luz y los desiertos aburridos, para concluir con «un ruido que se extiende / por todos los lugares».

No es de extrañar que el agua como elemento natural que nos recorre a todos, también se lleve un espacio importante del libro: un poema.

Los versos en el poema Gota Fría indagan, como ya lo han hecho Shapton y Mingya Powles, en las sensaciones del cuerpo rodeado de agua y en cómo el deseo que genera puede refrescar o inundar hasta sofocar.

«CUANDO éramos niñas 

nos gustaba meter los pies en agua,

pisar el suelo limpio con las plantas desnudas.

Siempre nos gustó ir descalzas.

El portón está abierto en este tiempo

y la lluvia nos moja las baldosas, nos inunda los cuartos.

Tenemos que mojarnos para cruzar la casa,

que es territorio hostil, otro elemento:

una casa dentro de otra casa.

Lo que nos entusiasma en nuestra infancia, 

vuelve como tragedia años más tarde.

No hay amor que soporte tanta agua.»

La exploración de estos tres libros a través de la prosa o la poesía mezclan el poder del mundo natural y nuestro deseo de pertenencia con el mundo y la naturaleza. Un último chapuzón para sentirse en casa.

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