¿Por qué nos incomoda tanto ‘Blonde’?
La película que se estrenó en Netflix subió rápidamente al podio de lo más visto, al mismo tiempo que genera gran rechazo. ¿Qué pasa?
En Martyrs de Pascal Laugier, el deseo de conocer qué hay detrás de la muerte lleva a una sociedad secreta a secuestrar mujeres jóvenes y torturarlas con el fin de que alguna de ellas logre la trascendencia. Un estado que va más allá de nuestro entendimiento y que podría ser comparada con la iluminación que experimentó Jesús en la cruz. Quien vio la película puede recordar ese último tramo de violencia comprensible dentro del discurso que aplica el director para conseguir el giro que haría a su película inolvidable y a Francia, la nueva cuna del terror.
Mártir, que en griego significa «testigo», no es una película para todo el mundo. Y ya sabemos que esa frase genera cierta piquiña porque parece esconder cierta prepotencia del que la pronuncia. Sin embargo, en este caso, es cierto. Todo aquel que no estaba familiarizado con el gore y que prefería la insinuación antes que la violencia gráfica, abandonaba la sala o paraba la cinta, si la consumía en casa. Es probable que eso esté pasando en este momento con Blonde en Netflix.
La cinta dirigida por Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) y protagonizada por Ana de Armas (The Gray Man), narra pasajes de la vida de la actriz Marilyn Monroe, basada en el libro de Joyce Carol Oates (que dio el visto bueno para el guion del largometraje). ¿Sucedieron tal cual estos hechos? No, pero podrían. Esta especulación es el primer desencuentro que los espectadores tienen con la producción.
Porque Blonde está más cerca del terror que del biopic clásico o tal vez podría ser un biopic firmado por Laugier, Alexandre Adja (Horns) o el propio Gaspar Noé (Climax). Está hecho para incomodar, y en ese afán incluye fetos que hablan, primeros planos que muestran al vientre femenino intervenido por fórceps o daddy issues reiterativos. ¿Eran necesarios todos estos elementos en escena? Probablemente no. Pero encajan perfectamente en la visión de Dominik, un hombre que disfruta desmontando mitos, y sacando a flote las miserias humanas, como ya lo vimos en El asesinato de Jesse James.
Sin embargo, si podemos consumir el desmembramiento y el canibalismo en horario familiar gracias precisamente a Netflix (sí, estoy hablando de la reinvención de Dhamer por Ryan Murphy), resulta por lo menos sospechoso que una película que intenta dar pistas sobre la complicada relación de Norma Jean con su personaje, Monroe, o al menos que propone una nueva lectura, haya levantado tanta furia en su primera semana de estreno.
«¿Cómo de miserable se supone que Blonde hace al público?», se pregunta la revista especializada Indie Wire. «Mientras Blonde se convierte en número uno en Netflix, los espectadores arremeten: «Muy sexista», «Cruel» y «Una de las películas más detestables jamás realizadas», señala Variety. No imagino lo que dirían estas personas si ven el remake de 2010 de Escupiré sobre tu tumba (Steven. R. Monroe) o A serbian film (Srdjan Spasojevi).
Es el espejo
En una de las tantas escenas que se usan para remarcar la diferencia entre lo íntimo y lo público, se usa el manido recurso del espejo para mostrar lo que Norma Jean siente y lo que Marilyn muestra. Sin embargo, ese mismo reflejo bien podría explicar por qué muchas personas se sienten superadas por las imágenes de Blonde. El problema no es la desmitificación del ídolo pop que convive, por ejemplo, con Elvis Presley. No. La incomodidad que generan los fotogramas de la nueva producción tienen que ver con lo que dicen de nosotros.
Dudo que la cinta de Dominik pueda enmarcarse como feminista, al menos en su sentido más puro, pero sí es cierto que deja en evidencia al hombre como un depredador, con más o menos tendencias violentas, pero que encuentra en el cuerpo femenino su alimento. Esto queda establecido desde la primera entrevista de trabajo de Norma hasta el último encuentro «amoroso» con el presidente de Estados Unidos.
Norma-Marilyn pasa por ser el objeto de deseo de actores de medio pelo, deportistas, escritores y, finalmente, políticos. Si nos fijamos bien, casi todas las profesiones que en menor o mayor medida los hombres buscan para llenar un ego maltrecho. Por lo tanto y por extensión, esa imagen que el televisor nos devuelve nos incomoda. Podríamos excusarnos en que lo descrito se reduce a Los Ángeles o Hollywood. No obstante, si hacemos un acto de contrición, recordaremos nuestras miradas lascivas ante las curvas femeninas, miradas que reporteros y fanáticos repiten en cada presentación pública de Monroe.
Pero eso que refleja el espejo -no podría ser de otra forma- no se reduce a lo masculino, también alude al gran público; ese que se apoltrona y compra la revista Hola para ver las casas y los vestidos de sus estrellas favoritas; el que se conoce a toda la descendencia Kardashian; el que tiene activado las notificaciones de TMZ cuando se habla de Britney Spears o que sintoniza cada semana un capítulo de Butched. Hay en esa vorágine de consumo (de saber con qué se queda Shakira o Piqué), otra obsesión, otra mirada lasciva que contribuye a esa despersonalización que Marilyn hacía de Norma.
El voyeurismo se disfruta como actividad anónima. Avergüenza cuando se hace pública. Y eso es lo que ha conseguido Blonde, que nos sintamos descubiertos y culpables, porque de alguna manera, sin importar nuestro sexo, de alguna manera todos quisimos poseer a Marilyn.