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Cultura

Kiko Llaneras: «Que alguien tenga datos no significa que lleve la razón»

El periodista y escritor conversa con THE OBJECTIVE sobre su nuevo libro, ‘Piensa claro’, en el que propone ocho reglas para entender el mundo

Kiko Llaneras: «Que alguien tenga datos no significa que lleve la razón»

El periodista y escritor Kiko Llaneras durante su entrevista con THE OBJECTIVE. | Carmen Suárez

La primera sensación de tranquilidad que transmite conocer a Kiko Llaneras es que no es una máquina. Puede parecer una asunción ridícula, pero los lectores que hayan seguido su carrera compartirán la impresión de que alguien que aparenta tener tantos datos, números, cálculos, estimaciones y recorridos estadísticos en su cabeza que sirven para explicar de forma sencilla una gran parte de las cosas que ocurren en el mundo puede ser muchas cosas, pero no una persona de carne y hueso.

Por suerte, lo es, y para confirmarlo ha escrito un libro en el que desmonta paso a paso su propio sistema de análisis para -como no- ayudar al lector a comprender el porqué la frase con la que resume su primera obra, Piensa claro (Editorial Debate): «El mundo es un lugar muy complicado».

Decíamos que Kiko Llaneras no es una máquina, sino una persona normal y corriente, de las que vinieron a la capital por trabajo, juegan al FIFA, son del Real Madrid y llevan calcetines con estampados de animales (pulpos verdes, para ser exactos). Sin embargo, también es uno de los periodistas que mejor ha asumido que dar las noticias no siempre implica contar y relatar, sino a veces mostrar lo que pasa de la forma más sencilla posible. Un arte que domina y que en parte achaca a los años en los que fue profesor universitario, de los que además de la claridad conserva dos viejas manías de profesor: el mirar hacia el fondo de la habitación en busca de una idea que está cerca y espera con calma y la costumbre de mover la mano al hablar como si dibujara un esquema en una pizarra que hace tiempo que ya no está. 

De alguien dedicado a explicar el mundo a través de datos se espera un libro como este y un centenar de curiosidades que resumen la realidad en la que se mueven las sociedades modernas (como que en las aplicaciones de citas el 50% de los hombres con menos éxito se pelean por el 4% de todos los likes, es decir que el 95% de los de los likes son para la mitad de los usuarios).

La pandemia parece haber curtido su estilo y simplificado el proceso en el que se entiende a sí mismo y cómo trabaja tanto que ha logrado comprimirlo en un librillo de cabecera con ocho ‘mandamientos’ con los que desmiga este mundo salvaje y movido en gran parte por el azar. A pesar de todo, no parece haberle sacado de una de sus máximas: mantenerse cauto, avanzar grandes trechos pero a pasitos cortos y siempre con humildad en caso de error.

Hoy, en THE OBJECTIVE conversamos con el periodista y flamante escritor sobre su nuevo libro, las ciudades y su complejidad, la estadística y el amor, la crisis y depresión de los medios de comunicación o por qué los videojuegos le han hecho creer que están en contra de usted.

PREGUNTA.- ¿Cómo es escribir un libro de casi 300 páginas para alguien cuyo trabajo es hacer artículos cortos y sencillos para resumir hechos tan complicados como unas elecciones o el azar?

RESPUESTA.- Para intentar captar la atención a lo largo de todo un libro hay que poder explicar las cosas muy claras y de forma muy sencilla. Una habilidad que tengo interiorizada es que la gente tiene un tiempo medio de atención muy corto porque tiene muchas cosas que hacer, así que tienes que ser lo más interesante que puedas. La gente te cede un poquito más de atención cuando está leyendo tu libro y te da tiempos de lectura que nunca tienes en el periodismo, pero lo difícil es contar un poco más, desarrollar más, esperar un poquito hacer una frase que haga clic. Hay que aprender cómo hacerlo. Tienes más espacio, pero hay que usarlo bien.

P.- ¿Y cuál es la fórmula para que un libro que de por sí debería ser denso por hablar de datos pueda ser interesante y comprensible para casi cualquier persona? 

R.- La trampa es usar historias porque son el instrumento más potente que tenemos para comunicar. La génesis del libro es una lista de ideas o atajos que me parece que son útiles para entender mejor el mundo y el proceso de escribir fue encontrar las historias que las resumiesen en algo que fuese llamativo o cotidiano, algo que te pasa todos los días como el sentimiento de que el FIFA te hace trampas cuando juegas. 

Escojo las cosas que me interesan, aunque sé que puede no ser lo mismo para todo el mundo, pero creo que si algo te fascina lo puedes contagiar. No escribo ni hago periodismo solo con las cosas que deberían estar, las cosas importantes o las cosas serias: eso deja fuera un montón de planos de la vida.

‘Piensa claro’, las ocho reglas de Kiko Llaneras para entender el mundo. Foto: Cármen Suárez.

P.- ¿Tuviste que luchar en contra de impostarte una voz que no es la tuya? Una más elegante o mucho más seria.

R.- Mi suerte es que la voz me la hice escribiendo blogs en Internet entre 2004 y 2006, cuando no había una cultura sobre cómo debía sonar o cómo había que escribir. Éramos gente normal con un tono muy conversacional y de tú a tú. Nunca tuve la voluntad de sonar como un periódico porque no estaba haciendo eso, incluso cuando llegué al periódico no tenía exactamente la voz que encajaba, pero es que ya era la mía y me había traído hasta allí. El New York Times dice que debes escribir como le escribirías un mail a un amigo, y el esquema mental que hago en mi periodismo y en mi libro es como escribirle a mí yo de hace una semana o un mes después de haberme metido mucho en un tema.

P.- ¿Y tú cómo ves la profesión? Porque sí que es verdad que los que la estudiamos venimos críticos de la universidad, ¿pero y quienes venís desde fuera?

R.- Hubo un choque contra la tradición más clásica e inmovilista del periodismo a la que con la digitalización se le piden cambiar cosas, incluso algunas que siempre se habían hecho de cierta manera y de golpe aprendimos que era algo del mundo de ayer. Tú no sabías lo que la gente leía y lo que no; vendías el periódico y era un acto de fe porque no había datos sobre lo qué hacía la gente con él. Cuando saltamos a Internet, descubrimos qué es lo que la gente quería más, y no es porque las audiencias hayan cambiado: lo que ha cambiado es nuestra comprensión de lo que se lee. 

Está esa pelea de si la prensa es peor que antes que creo que es un mito, para nada lo es. La gente que ha hecho las cosas de cierta manera tiende a pensar que esa es la única buena de hacerlas, pero confunden que el éxito que tenían muchas veces se debía a que no podían medirlo. Hay un pesimismo crónico que es un sentimiento más que otra cosa.

P.- ¿Tiene respuesta este pesimismo en los medios?

R.- El problema es que el negocio está quebrado. Nosotros vivimos en un mercado por la atención, aunque pensemos que es el de la información, y ha cambiado de forma brutal. Hace 25 años, el que leía el periódico de papel lo hacía en el metro, y conforme estaba leyendo, sus alternativas eran seguir, pasar de página y probar suerte con otro tema o mirar la pared. Sostener la atención ahí es más fácil que lo que pasa en mi móvil, que estás leyendo mi artículo y si el tercer párrafo es un poco ‘meh’ o no es estupendo, salen alertas y puedes irte a hablar por Whatsapp con tu familia, puedes mirar tu correo o intentar sacar una cita en Tinder. La atención de la gente se ha vuelto un bien escasísimo. Mi obsesión es reconocer eso y aprender que si la gente tiene tantas cosas que hacer, hay que hacer una labor de seducción con los lectores.

P.- Por mucho que los periodistas de datos sustentéis vuestras informaciones, siempre habrá alguien que la entienda como ‘la opinión de Kiko Llaneras’, por ejemplo, sobre la pandemia.

R.- La pandemia fue un análisis, una visión, un juicio personal. Yo, con mi mejor intención, miro los datos que tengo en las manos de cómo va la tercera ola, hablo con tres personas de cuyo criterio me fío y con todas esas piezas más o menos ricas, me pongo a hacer una composición de lugar y digo: «Pues dado que en A observo que la tendencia va así y siguiendo la experiencia en Corea del Sur, esta es mi conclusión». Es verdad que eso es un análisis y un juicio personal, pero no es una opinión porque está sustanciada en una serie de cosas que no quieren decir en absoluto que sean la verdad. Exponer tus cartas a la hora de emitir tus juicios me parece útil y te quita un poco de contundencia. Yo no quiero que la gente confíe incondicionalmente en mí a fuerza de argumentos, quiero que confíe en mi mejor intención. Pero si mi argumento no resulta convincente, pues no pasa nada, otro día será. En España tenemos un poco mezclado lo que es un análisis y una opinión.

«Las ventajas de ser una estrella de rock ya no existen pasada cierta edad porque de golpe te importan cosas como la salud».

P.- Tú antes eras profesor y ahora sigues explicando la realidad, pero ante miles de personas. ¿No te causa cierta ansiedad ese cambio entre un aula con unos pocos alumnos a uno de los diarios más leídos de España?

R.- El equilibrio para mi es ser transparente. Yo tenía mucho, mucho cuidado con lo que decía en la pandemia y hacía un verdadero esfuerzo de ser justo con la realidad. Era un trabajo muy gratificante porque había mucha atención y sentía que les resultaba útil. Sentía cierta responsabilidad y ponía en el papel lo que yo sentía que podía poner: si una situación era un poco A y un poco B, eso era lo que ponía, sin conceder nada en aras de la contundencia aunque a veces dé más lectores. 

El periodista admite que a pesar de los esfuerzos, no siempre los datos implican tener la razón. | Foto: Carmen Suárez

P.- Eres alguien que juega mucho en los grises porque, como dices, hay temas que no tienen una verdad absoluta; pero cuando el periodismo de datos entró en España parecía que iba a ser la forma de llegar a la revelación divina y ahora no hacemos otra cosa que discutir sobre los datos para que cada uno siente su discurso sobre violaciones e inmigración, violencia de género y cualquier tema.

R.- Ahí ha habido un aprendizaje. Pasamos una etapa en la que hay muy pocos datos y de golpe llegan en tromba a nuestras vidas, parece que nos hablan solos y que si tienes tres números tienes la verdad. Pero eso es mentira, eso simplemente es falso. La realidad es muy compleja, tremendamente compleja y tiene muchos ángulos que, dependiendo desde dónde los mires, dicen una cosa, pero pueden decir otra. Creo que esa etapa la hemos pasado y sabemos que el que alguien tenga datos no significa que lleve la razón. 

P.- Te estuve escuchando en la entrevista que hiciste con Javier Aznar en Hotel Jorge Juan y mencionas que te habría gustado escribir más piezas sobre fútbol, pero no si hay algo sobre lo que habrías querido escribir menos o no escribir.

R.- Me habré equivocado en cosas seguro. Por ejemplo, en la pandemia yo tenía bastante fe en el ejército de rastreadores y pensaba que no habíamos puesto suficientes. A día de hoy creo que fue un intento bastante fútil y que nadie, ni siquiera los países asiáticos más exitosos en su campaña de frenar los contagios por cualquier vía, lo consiguió. 

El de los errores es un ejercicio que me interesa. En Estados Unidos se ha puesto de moda entre los columnistas de opinión escribir un ‘en qué me equivoqué el año pasado’. Creo que es un ejercicio guay porque estamos hechos para no recordar lo que no escribimos bien, pero seguro que si ahora te pones hacia atrás y te pones a mirar ciertos artículos ves que algunos no han envejecido muy bien. El ejercicio de mirar todos tus cadáveres y luego contárselo a tus lectores es útil, van en esa línea de no mostrarte infalible ante ellos, con esa transparencia que demuestra que eres una persona haciéndolo lo mejor que puedes y que no eres la verdad revelada y obviamente te equivocas.

P.- Tienes una de las cabezas más organizadas en el periodismo nacional. ¿Sirve para otros aspectos de la vida?

R.- Seguramente no. Lo que me resulta útil es asumir que todo es muy complicado y que tu impulso es confiar demasiado tu criterio y emitir juicios a lo bestia para pensar que entiendes el mundo cuando probablemente es falso. Un equilibrio es reconocer que hay mil cosas que puedes hacer por ellos y está bien que te esfuerces, pero la ventaja de saber que no puedes controlarlo todo es que tienes un cierto confort. Si tu hijo tiene que ir a tu segunda opción de colegio, entender que el mundo es complejo y que hay un millón de variables que van a influir en su destino hace que aceptes que tampoco pasa nada porque tenga que ir a ese en lugar del primero. Está guay que lo intentes hacer todo bien, pero si algo no sale, ya lo compensarás en la siguiente decisión.

«En los medios, la gente que ha hecho las cosas de cierta manera tiende a pensar que esa es la única buena de hacerlas, pero confunden que el éxito que tenían muchas veces se debía a que no podían medirlo».

P.- Con Javier Aznar también mencionas que la ambición es una cosa desmedida y solo para los jóvenes que están aún a tiempo de ser estrellas del rock, un tren que afirmas que se te ha pasado. Sin embargo, aún no eres demasiado mayor, así que ¿cuál es tu ambición?

R.- Hay un tipo de ambición que solo está al alcance de los jóvenes: determinadas formas de éxito, de vidas ajetreadas, de ir en aviones, conocer a muchísima gente y de ligar un montón. Las ventajas de ser una estrella de rock ya no existen pasada cierta edad porque de golpe te importan cosas como la salud. Si tus preocupaciones y tus satisfacciones de estrella del rock se joden claramente porque tienes piedras en el riñón, estas se vuelven mucho más mundanas. Hay una especie de ambición loca a la que yo ya he renunciado. Hacer un libro y que mucha gente lo lea es gratificante, pero no me va a hacer estrella del rock. 

P.- No te hablo de una gran satisfacción de jóvenes, pero todo el mundo sueña con algo cuando se acuesta y da vueltas pensando lo que quiere.

R.- Sí, pero hay una trampa en eso: la felicidad tiene dos planos, la del momento y la de la satisfacción que te llena cuando la ves después. La frase clásica es «a mí no me gusta escribir, me gusta haber escrito». Creo que el mayor placer de escribir es saber que hay alguien disfrutando de leerte, que hay una persona que lo que has escrito se lo va a contar a otra en un café.

P.- ¿Tienes algún otro libro en la recámara, uno que necesites escribir?

R.- Tengo la lista de libros que quiero escribir siempre ahí, pero no tengo nada empezado y tengo muchas dudas sobre qué es lo que me plantearía. Quería hacer este libro, casi tenía la necesidad de poner en él las cosas que he aprendido tratando de comunicar cosas complejas. Este era el libro que tenía que hacer, lo que es ciertamente liberador porque ahora puedo hacer cosas más locas. A veces fantaseo con escribir ficción, ciencia ficción… Sí… creo que intentaría esto último.

 

 

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