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Jorge Freire: «Recomendaría mi libro a Pablo Iglesias y al rey Juan Carlos»

El filósofo, ensayista y escritor conversa con THE OBJECTIVE sobre la vida buena, el amor, la política… y Rafa Nadal

Jorge Freire: «Recomendaría mi libro a Pablo Iglesias y al rey Juan Carlos»

El filósofo Jorge Freire. | Jeosm

A Jorge Freire (Madrid,1985) se le ha ocurrido una especie de ‘Pepito Grillo’ bastante majete (como diría María Paredes en este medio) para escribir su última obra: Hazte quien eres. Este pequeño «código de costumbres» publicado por Deusto es el digno sucesor del galardonado Agitación, primer premio de la undécima edición del Premio Málaga de Ensayo y que apelaba amablemente a los lectores a aprender a quedarse quietos cuando toca. Retomando esta vieja costumbre contra lo que él ha bautizado como el Homo agitatus, ahora apuesta por suaves toquecitos en la conciencia para saber qué rumbo tomar.

El libro de Freire sigue la famosa frase del humorista Ignatius Farray y agarra al lector por las solapas para zarandearle y cuestionarle acerca de si se encuentra en el camino de la buena vida o si ya se ha desviado tanto que es necesario emprender un reajuste de valores en uno mismo. El lector no solo lee Hazte quien eres, sino que este le lee a él para obligarle de una vez por todas a cuestionarse si realmente esta es la forma en la que desea disfrutar, comprender y moverse por la marejada de chapapote que es la existencia. Por todo ello, en THE OBJECTIVE conversamos con él sobre el amor, nuestros padres, el mundo en el que nos ha tocado vivir, la política de nuestros tiempos, el mal de querer ser algo que no podemos alcanzar… y Rafa Nadal.

PREGUNTA.- Quería empezar preguntándole si ahora que eres padre entiendes este libro como un posible legado a tu hija, una especie de mapa del tesoro hacia la virtud que esperas que siga o eres de esos padres que prefieren que los suyos vayan por libre.

RESPUESTA.- No hay que atar en corto a los hijos. Es mejor ayudarles a que encuentren su propio camino. Y para eso es necesario que sean fieles a su carácter. Por supuesto, uno tiene toda la vida para limar sus aristas e irlos pulimentando, pero el carácter, en esencia, nunca cambia.

P.- Hay quien puede ver este libro como uno de esos de autoayuda que utilizan la filosofía y la ética como superficies sobre las que desplazarse rápidamente hacia otro rumbo. ¿Jorge Freire ha escrito Hazte quien eres con el objetivo de crear un manual acerca de la virtud, para elaborar un buen libro de autoayuda o por una necesidad a la que no sabe poner nombre?

R.- Las costumbres que aquí expongo son buenas para mí. A nadie obligo a nada. Como reza una frase de Nietzsche, situada en el frontispicio del epílogo, tan odioso me es seguir como guiar.

P.- Recomienda rehuir del elogio ajeno. No sé si es posible no dormirse en los laureles en plena gira o leyendo la contraportada de su libro.

R.- Una buena forma de no envanecerse es pensar que muchos de los que elogian el libro no se lo han leído. Por otro lado, ¿qué importa? Yo escribo para mí mismo.

«Uno tiene toda la vida para limar sus aristas e irlos pulimentando, pero el carácter, en esencia, nunca cambia»

P.- ¿Por qué es tan complicado dominarse en la actualidad? Aunque el mantra que repite que cualquier tiempo pasado fue mejor sea a todas luces una filfa, sí que parece que en cuanto a la voluntad vamos un poco peor que nuestros padres.

R.- No es fácil aprender a dominarse. Hoy, para colmo, debemos lidiar con el hedonismo a corto plazo. Nos olvidamos de que la liebre siempre corre más que los lebreles. Por paradójico que suene, la civilización no se funda en la satisfacción de las voliciones, sino en su renuncia. Y nadie hay más poderoso que quien se tiene bajo su poder.

P.- ¿Acaso somos mejores, peores o iguales que quienes nos han precedido?

R.- Nos hemos comido dos recesiones y eso nos genera una crisis de expectativas. Es fútil cargar las tintas contra la «generación tapón», aunque nunca falte un boomer con copa de balón encantado de explicarnos que si nos quitásemos Netflix tendríamos la casa pagada. Cuando uno tiene una escalera de mano, la emplea para elevarse; y, cuando lo ha hecho, se deshace de ella. Esto, que lo enseña Wittgenstein en la sexta proposición del Tractatus, es una verdad ingénita en la naturaleza humana.

P.- ¿Es posible el amor romántico sin este control? Es más, ¿son posibles amores como los de antes?

R.- Hay un amor de antaño que es sin duda posible, aunque, a mi juicio, no sea deseable. El amor romántico, que no es sino posesión, vuelve a cundir entre buena parte de los adolescentes. Celos, cosificación… Mal camino nunca lleva a buen lugar.

P.- Defiende la libertad del hombre para construirse, pero parece que la sociedad nos aporta en pequeñas dosis el modelo de humano perfecto al que hay que aspirar desde la cuna: tener el mejor coche, la pareja más guapa, más divertida y que mejor baila de toda la fiesta, ser agarrado en casa pero dadivoso en lo que invierto en vestirme y salir, etc. En resumen, el hombre perfecto parece ser aquel que mola ¿Cómo puede alguien como quien escribe esto, que ha crecido junto a una televisión y en la era de las redes sociales, desatarse al modelo que la sociedad y el consumismo esperan de él?

R.- Busca la sombra. Según Epicuro, para ser feliz hay que vivir oculto. No es casualidad que los popes de Silicon Valley se hayan empecinado en vivir off the grid y mantengan a sus churumbeles apartados de las pantallitas. En una época dominada por el deseo de diferenciarse, nada hay más rompedor que querer ser un don nadie.

P.- ¿Por qué nos gustan tanto quienes hacen modelo de la virtud y nos cuesta tanto aplicarla en nosotros? Por ejemplo, Rafael Nadal. Es todo un esfuerzo de sacrificio, mentalidad, trabajo y tesón. Es encomiable verlo correr por la pista de arriba a abajo pasando por la izquierda y la derecha y de vez en cuando trazando una diagonal para rematar la jugada con una volea de ensueño. Lo lógico sería que uno quisiera parecerse a él, y sin embargo no es lo normal sentir el deseo de realizar esa tarea diminuta que podría significar el primer paso hacia ello. ¿Por qué?

R.- A mí el deporte me parece bien siempre que lo practique otro. Respecto a la virtud, esta puede imitarse. Es lo que tradicionalmente se ha llamado emulación. De pequeño me pasaba el recreo intentando hacer la ruleta, como Zidane, con escaso resultado, y celebraba los goles señalándome la camiseta, como Raúl. Es lo que Gabriel Tarde llamaba «el resplandor imitativo». Cosa bien distinta es pretender ser un deportista de élite. La vida es juego, y el respeto a sus reglas ha de ser incontrovertible, pero nada hay más alejado al juego que el deporte profesional.

Portada de 'Hazte quien eres', de Jorge Freire.
Portada de ‘Hazte quien eres’, lo último de Jorge Freire. Deusto

P.- En el libro menciona que hay que aceptar lo inevitable que es recibir el dolor en algún momento, que tratar de rehuirlo carece de sentido e incluso finaliza siendo una pérdida de tiempo. Sin embargo, a veces pareciera que la vía más rápida para superar un daño pasa por vadearlo una vez se haya producido sin darse tiempo a paladearlo

R.- La apatheia es propia de santones, de filósofos de bachillerato y de psicópatas con horchata en las venas, como el protagonista de El extranjero. La persona de a pie convive con el sufrimiento, usándolo de yesca para alimentar la hoguera de su interior. A eso se le llama consuelo. Lo demás son fantasías. Respecto a la evitación del sufrimiento, no es sino otra forma de sufrimiento.

P.- Al leerle en este libro y en Agitación noto a alguien completamente desencantado de su realidad política, ¿por qué este desafecto?

R.- Será una cosa generacional… Muchos de los que hemos nacido en democracia carecemos de un «proyecto sugestivo de vida en común», por decirlo con Ortega. ¿Falta, como repiten los politólogos, un «pacto generacional»? Yo no lo llamaría así. El contractualismo cree que el mundo es un despacho, pero se equivoca. La cosa no va de pactos, sino de comunidad, y a muchos no nos basta el consenso del 78 para obtener arraigo.

P.- Defiende la importancia de huir del consenso. Sin embargo, ahora que este parece haberse evaporado en un arco parlamentario más fragmentado que nunca, la sociedad parece desear solo grandes consensos con tal de que sus señorías se callen un poco.

R.- ¿No te huelen a chamusquina las constantes apologías del consenso? Quien lamenta que en la política cunde la discordia olvida que esa es precisamente su esencia. El consenso no es más que la ideología de una clase dominante. Y la eliminación del conflicto no es más que el mito que justifica la pacificación del territorio. Para cultura del consenso, la paz del cementerio.

P.- Recomienda huir de la política como elemento de conversación compartido ante los roces que pueden llegar a provocar, ¿pero no es una de las funciones de la política tratar de unir a diferentes? Y cambiando de tercio, si uno decide salir a pecho descubierto contra esta recomendación y apuesta por ir siempre con la política por delante de su propio ser, ¿qué futuro cree que le espera?

R.- Convertirse en un activista, es decir, ser un coñazo a tiempo complejo. No hay que permitir que la política se enseñoree de la propia persona. ¿Que es necesaria? También es necesario alimentarse tres veces al día, y no me paso el día hablando de lentejas.

«En una época dominada por el deseo de diferenciarse, nada hay más rompedor que querer ser un don nadie»

P.- ¿Nuestros parlamentarios y líderes políticos destacan en alguna virtud? Me gustaría preguntarle qué capacidad de su obra reconoces a los siguientes personajes públicos y cuáles crees que adolecen.

R.- Pedro Sánchez. La virtud de Sánchez es la audacia. Cuando deja de ejercitarla, su estrella periclita.

  • Santiago Abascal. Es una persona valiente, pero también es un extremista. De manera que su virtud se aproxima en exceso a su vicio. La gallardía se desdibuja cuando linda con la temeridad.
  • Alberto Núñez Feijóo. Por ahora es un test de Rorschach en que todo el mundo proyecta sus deseos. Para mí sigue siendo una incógnita.
  • Yolanda Díaz. Ha mostrado capacidad para ilusionar, cosa que hoy escasea. Pero hay cosas que en política pinchan rápido.
  • Carles Puigdemont. Es un personaje de novela picaresca. Su gran virtud es coger las uvas de tres en tres. ¿Su vicio? Que no hay moralidad que refrene su astucia.
  • Arnaldo Otegi. Tiene, aparentemente, la llaneza y la campechanía guipuzcoanas. Lo malo es todo lo demás.

P.- ¿Por qué hay que leer este libro?

R.- No está muy mal escrito y contribuye, en su humilde medida, a aquello que Horacio llamaba»instruir deleitando».

P.- ¿A que tres personas se lo regalaría si supiera que lo van a leer?

R.- A Pablo Iglesias, que no ha llegado a ser quien es. ¿O es que su máxima aspiración era ser un periodista engagé o un vicepresidente sin competencias? Al rey Juan Carlos le conminaría a estar a la altura de su ideal y a no tirar por tierra su legado. A mi yo de hace quince o veinte años le sugeriría que relativizase las cosas. Como dicen los versos de Javier Salvago contenidos en el segundo capítulo, si algo enseñan los años / es la poca importancia / que tiene todo. / Todo, / tarde o temprano, pasa…

P.- ¿Ha cambiado Jorge Freire después de escribirlo?

R.- Je est un autre… ¿Qué culpa tiene la madera que despierta convertida en violín? Estoy en cambio constante, como todo el mundo. Uno nunca es idéntico a sí mismo.

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