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‘Hazte quien eres’: los siete imperativos-majetes del filósofo Jorge Freire

El filósofo Jorge Freire acaba de publicar ‘Hazte quien eres’, un decálogo de mandamientos laicos afilado y muy útil: seguirlo puede ayudarnos a sobrevivir en la selva actual «del narcisismo identitario»

‘Hazte quien eres’: los siete imperativos-majetes del filósofo Jorge Freire

Fragmento de portada | Deusto

Jorge Freire lleva la voz cantante en lo de llevar la contraria. Si en Agitación. Sobre el mal de la impaciencia (Páginas de Espuma, 2020, XI Premio Málaga de Ensayo) nos espoleaba a quedarnos más quietecitos de lo acostumbrado ante las «hechuras de un carnaval perpetuo» que luce la sociedad, en Hazte quien eres (Ediciones Deusto, 2022) nos llama a alejarnos del identitarismo galopante, pues «no importa lo que somos, sino lo que hacemos». Y la invitación la escribe, como buen salmón que es, remontando la corriente con siete -y no diez- mandamientos. Laicos, claro.

«Hazte quien eres, como aprendido tienes». De esta sentencia, atribuida al poeta griego Píndaro, proviene el título de su obra. ¿Y cuál es la receta del filósofo para lograrlo? «Por medio de las buenas costumbres. Costumbres, digo, y no rutinas (…). Se equivocan quienes toman la nobleza del hábito por la vileza mecánica de la repetición». Y contaremos con su «dilección», dice, si cumplimos solo una de las que desgrana.

Eso sí, avisa que igual que sucede con un traje, a él le sientan bien, pero habrá quien no comparta su talla. ¿Y de dónde le vienen? De su saber más que probado y forjado a costa de lecturas casi infinitas. No es descabellado afirmar que Jorge Freire es una de las personas que más ha leído en este país. «Quien vuelve los ojos a los clásicos avanza a hombros de gigantes», dice él, con humildad, al respecto.

Foto: Carlota Salvador Almeida

1) Busca la sombra

El primero de sus mandatos nos pide que nos pongamos a cubierto, pero no de un sol furioso proveedor de melanomas, sino del ansia viva de popularidad: «Para experimentar la dicha es preceptivo ser un feliz don nadie», opina. Y también: «En tiempo de pantallitas, el número de likes sirve de escantillón para hallar la medida del mundo: desde la belleza de un rostro a la calidad de un libro». Además, para completar la recomendación sombrística, nos empuja a guarecernos también de la tentación cotilla, término que «remite a Trinidad Cotilla, una suerte de vieja del visillo conocida por su empeño en delatar liberales» en tiempos de Fernando VII. «Merced a la tecnología, el cotilleo pega hoy un salto cualitativo. Ya no es lo que me cuentan en la plaza del pueblo sobre la mula del tío Dimas. En cuanto el fuego del hogar fue sustituido por la televisión, se abrió todo un mundo de espionaje virtual. Este ya no consuela: enardece».

«No busques la aprobación de los demás. El rango que te atribuyan es volátil, tornadizo; sólo importa el mérito que tú te otorgues»

Cada uno de sus mandamientos se compone de varios apartados. En el titulado Escucha el aplauso de una sola mano, concluye que los bienaventurados serán -seremos- aquellos que no busquemos enfebrecidos la pasadita de mano por el lomo: «No busques la aprobación de los demás. El rango que te atribuyan es volátil, tornadizo; sólo importa el mérito que tú te otorgues. Todo exónimo es impreciso. Si dicen de ti que eres espía o reptiliano, no te esfuerces en desmentirlo. Cría fama y échate a dormir (…). Recuerda que quienes hoy te dan jabón vendrán mañana con hachas, sarisas y lanzas en ristre».

En Deja de discutir (todos los apartados son así, imperativos, pero entiéndase que son esa clase de imperativo-majete que no pasa de recomendación) incita a no dar la turra, a no hablar de más. «La locuacidad es, según Juan Clímaco, silla de la vanagloria, marca de la ignorancia, puerta de la calumnia y madre de la villanía. Cuando hablas mucho, no puedes hacerte cargo de todo lo que dices. Las buenas palabras pueden ser prendas de amistad; pero todas las prendas terminan deslustrándose si se usan en exceso».

2) Cincela el carácter

Cincela el carácter es el segundo y, dentro de él, Despierta del letargo nos convoca a salir de los laureles: «(…) por eso el perezoso nunca llega a ser quien es. Vive un sueño hibernal, como si en pleno proceso de conversión en crisálida se hubiera metido en un capullo fabricado por él mismo», dice sobre aquel que, a fuerza de pereza, «nunca deja de sufrir. Se desespera, se hastía, se cansa mucho más que la persona activa». Para cincelar el carácter hay que dominarse también, «tener, en resumidas cuentas, flow, cintura y mano izquierda». Y mienta a Marco Aurelio: «‘¿Es amargo el pepino? Pues tíralo. ¿Hay zarzas en el camino? Evítalas’. Pero no vayas por la vida componiendo mohínes porque haya zarzas en el mundo. Ármate, en resumidas cuentas, de estoicismo». Vamos, que Freire elogia el aguante, como el del famoso gallo del meme, un pobre animalucho depauperado que está «desplumado, sucio, puteado… pero estirado, ¡coño!».

POrtada del libro ‘Hazte quien eres’ | Deusto

3) Sé aquello que deseas parecer

Sin embargo, el compendio de recomendaciones no habla de que todo nos resbale, al contrario: aclara que donde hay que echar el resto es en hacer «las cosas con gracia», otro de los apartados, este de su tercer precepto: Sé aquello que deseas parecer. «Cuando era pequeño, mi madre me decía que hiciera las cosas con xeito, que es hacerlas con arte y con elegancia, con cabeza y con corazón», empieza diciendo el filósofo (que, por cierto, dedica esta obra a su progenitora).

E, inspirado en unos versos del poeta Claudio Rodríguez, desarrolla: «El zapatero empuña la lezna para coser la piel de los zapatos y el labriego empuña la hoz para segar la mies; el mecánico cambia el cigüeñal, el cocinillas escabecha la perdiz y el creador de contenido hace el gilipollas en internet». Y, como el mítico Juan Cuesta de Aquí no hay quien viva, lo dice sin acritud, pero lo dice, y al final todos, zapatero, labriego, mecánico, cocinillas y creador de contenido -concluye- terminan su jornada y sienten dicha si se han empleado a fondo: «Lo importante es hacerlo bien. No hay mayor satisfacción que empuñar el aldabón -ya el jornal ganado-y que no sea en vano».

«No envidies. Al hacerlo, te confiesas subalterno».

En algunos pasajes, Freire, que es de natural de párrafo largo, se vuelve conciso y aforístico: por ejemplo cuando habla del mal de la envidia y sentencia: «No envidies. Al hacerlo, te confiesas subalterno». Contra la envidia, nos sugiere seguir trabajando esa hacienda, valga la redundancia, desde la honestidad que implica responder a la llamada de la vocación (a pesar de que esta no permita «sortear» el cuadro laboral que enmarca nuestra época): «Con todo, vale la pena pugnar por hallarla. Si todavía no lo has hecho, tira de fuerzas de flaqueza, pues esa jodienda, con perdón, tiene difícil enmienda, y serás con tu vida, por decirlo con Aristóteles, como arquero con un blanco. Puedes fallar si tienes un objetivo. Si no lo tienes, no hay fallos ni aciertos». Así, merece la pena perseverar incluso en la habitualmente ruinosa tarea del escritor. Al menos, como dice el novelista y escritor de relatos Eloy Tizón y recoge Jorge: «Sé que mientras escribo no puedo morir».

4) Confía sin fiarte

Otra llamada, esta de su cuarto mandamiento Confía sin fiarte, es a aguzar el olfato para desarrollar nuestro criterio y «desconfiar del consenso», pues este no es más que «una palabra mágica con que abolir la disidencia». Como Jorge se aplica sus máximas y es generoso, también con las citas, aquí refiere a Daniel Gascón, aludiendo a una de sus viñetas en las que decía: «Hay consenso. ¡Así que a callar!».

Y otro dardo filosofal en este mandamiento laico: «No desconectes», con el que desmonta el fastidioso mantra que repiten los gurús de la autoayuda siempre que llegan estas fechas veraniegas. Dice el filósofo que él prefiere conectarse «a las fuentes de corriente alterna» que le suministran «corriente continua el resto del año» realizando otras actividades: «Ver a la familia, bañarme en la playa, dormir, comer ensaladilla, jugar con el perro, leer a Pardo Bazán y pasear». Quien suscribe este artículo es amiga del autor, y da fe de que lo hace, de que se aplica su medicina cada estío con largos baños en el Mediterráneo mientras se enciende el celaje del atardecer. Sale del mar cuando ya no hay sol, a paso lento a pesar del relente. Y con una sonrisa. Tan pancho.

5) Cultívate

El quinto, Cultívate, nos insta a educar el gusto a través del refinamiento del ocio, como sostenía la Ilustración. En él escribe «‘Dime cómo te diviertes y te diré quién eres’. La frase, que es de Ortega, viene como un guante. Quien no sabe disfrutar del tiempo libre es tan inútil como quien no sabe trabajar», e incluso incursiona en la literatura gastronómica con un pequeño tratado que loa las bondades de nuestra dieta: «Especialmente odioso es el imperialismo de la chatarra en el país del aceite de oliva. ¿Quién, pudiendo comerse unas setas de cardo, elegiría una hamburguesa de rata? ¿Para qué vas a brindar con refresco de limón si tienes Ribera del Duero?».

Imagen promocional del libro ‘Hazte quien eres’ vía Deusto en Twitter

6) No te ofrezcas en sacrificio

Para cumplir con el sexto mandamiento, No te ofrezcas en sacrificio, resulta indispensable, entre otras cosas, no dar explicaciones (o dárselas, «como mucho, al comisario de policía» pues «siempre habrá alguien que se moleste por lo que digas») y no caer en el cinismo: «Yo prefiero andar desavisado, aunque me birlen la cartera. No es fácil, por supuesto, ser inocentes como palomas y astutos como serpientes, como recomienda el Evangelio. Pero tampoco hace falta: bastaría con evitar la causticidad a deshoras, que siempre es una grosería».

7) Impón tu suerte

Y, por último, en el mandamiento que bautiza como Impón tu suerte, entre el que destaca el imperativo-majete Sé jovial, argumenta: «Vive cada momento como si fuera el último. Dice Gomá que si sólo pudiera verse una puesta de sol en la vida, los millonarios pagarían fortunas. Pero, claro, el astro se pone todas las tardes. La vida te adocena y no puedes andar por ahí asombrándote de todo; uno acaba acostumbrándose. De lo que se trata, en puridad, es de que cada paseo por Pompeya sea el previo a la detonación del Vesubio. Si uno se acuerda de Marat al meterse en la bañera, no se da baños, sino abluciones (…). Lo cotidiano se eleva a sacramental. Hasta un crepúsculo entre guiris con calcetines y niños gordos se trueca en la apoteosis del crepúsculo postrero».

«Quien hace cosas con las cosas se afianza en el presente. Hace; nunca dice que hará».

O sea, que la cosa va de lograr estar en el presente con cierta delectación, no vaya a ser que este termine de golpe, como esas películas que te estampan los títulos de crédito en la cara sin que toque, alegando que lo suyo es un final abierto. El libro de Jorge sí cierra, y lo hace con una coda de la que saco este chimpún: «Quien hace cosas con las cosas se afianza en el presente. Hace; nunca dice que hará. Eso sería como pedir al niño del Domund que volviese con la hucha dentro de un mes. No erige castillos en el aire. No entiende de agatologías ni falta que le hace; sabe que cuando la norma moral se momifica, sólo queda encerrarla en la vitrina del museo o arrojarla a la basura de orgánicos. El bien sólo aparece obrando».

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