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El chico malo de las letras flamencas está enamorado

Dimitri Verhulst (Aalst, 1972) es el escritor belga de mayor prestigio internacional. La editorial Bunker Books acaba de publicar su última novela, ‘Nuestro corresponsal en el vacío’

El chico malo de las letras flamencas está enamorado

Dimitri Verhulst. | Robin Utrecht (Zuma Press)

Dimitri Verhulst (Aalst, 1972) es el escritor belga de mayor prestigio internacional. La editorial Bunker Books acaba de publicar su última novela, Nuestro corresponsal en el vacío

En 1994 Dimitri Verhulst (y con 22 años) se lanzó al ruedo literario con un libro autoeditado Assevrijdag. Su siguiente obra (ya en una editorial por cuenta ajena y publicada a los 27 años), De kamer hiernaast, es una colección de relatos de tinte autobiográfico y que serviría para abrir la senda principal por la que el escritor habría de transitar durante las siguientes dos décadas e infundirle su marca de estilo, la más reconocible: libros parcialmente autobiográficos, con una cierta preferencia hacia el fragmento, las viñetas o los relatos breves autónomos. Libros tragicómicos (y no solo novelas, sino también obras de teatro y libros de poesía), con un lenguaje que oscila entre lo crudo y lo suculento del habla regional flamenca, preocupado por las desigualdades sociales y con un gusto detallista por los retratos íntimos. Paradójicamente, Hotel Problemski (Lengua de Trapo, 2008), el libro que le lanzaría a la fama, parte de un encargo de la directora del centro de refugiados donde tiene lugar la trama, en Arendonk, y es la ampliación de un artículo periodístico. Sería este libro el que le pondría en el mapa, pero, sin duda, su gran éxito, y se trata de un libro que ya tiene visos de clásico, es La miseria de las cosas (Lengua de Trapo, 2012) donde Verhulst se sirve de sus experiencias de la infancia para contar la historia de un chaval (que lleva su propio nombre) y que pasa en la compañía de tres tíos de su padre, que han dejado a sus mujeres para vivir en el nicho materno, para dedicarse a su vocación verdadera: beber. Así, no es raro que su última novela vaya precisamente de eso: de beber. O más bien de querer de dejar de beber (y no conseguirlo), y de drogarse (y querer dejarlo; y no conseguirlo). 

La portada de ‘Nuestro corresponsal en el vacío’.

La miseria de las cosas es un libro en el que la figura de la mujer se presenta como alguien a quien temer, dado que obliga los personajes a tomar una cierta autoconsciencia y, por ello, es un espejo que obliga a entender la vergüenza propia. Con todo, no se le puede negar su tono humorístico, de crítica social; es al tiempo una muestra de consideración y respeto hacia las clases más desfavorecidas y una suerte de sátira. Y éste es un punto importante de la narrativa toda de Verhulst: la compasión por el débil. Su género, el de La miseria de las cosas, es el de la novela de raíces y la bildungsroman o novela de formación. Así, el autor toma distancia con su infancia, sin renunciar a la ironía, la nostalgia y el amor. Y de eso va su última novela y lo que nos ocupa aquí: el apego. Y es que, a pesar de la autodestrucción, y una heredada propensión hacia el desastre, hay un fondo tierno en la narrativa de Verhulst, ya que todos sus libros, de una u otra forma, comparten una idea de respeto por todos los seres humanos.

La conciencia de la banalidad

Preguntado en 2010 sobre el léxico, las palabras que más definen su narrativa, Dimitri Verhulst respondió que sus ficciones se basaban en «la conciencia de la banalidad». Para él, no se ha de escribir sobre el púlpito, sino desde el suelo. Primero uno es un ser humano, y luego un escritor, dejó dicho. Y tiene muy claro que las historias que se basan en uno mismo o que se aprovechan de la materia prima de la vida de uno son menos interesantes que aquellas que están dirigidas hacia la vida de uno. Es un matiz sutil, casi indistinguible, pero justo lo que vuelve valiosa su narrativa. Porque hablar de uno con la mayor honestidad no implica necesariamente hacer ni autobiografía ni autoficción. En otros términos: que una historia se base en la realidad de las cosas no implica que las cosas se cuenten de manera literal ni como en realidad sucedieron. Se rescata, pues, el sentimiento verdadero, y se le adhiere la carcasa de una vida para darles verosimilitud. Nada más. Y nada menos.

Una larga carta de amor

 Nuestro corresponsal en el vacío (Bunker Books,2022) se presenta como una suerte de diario sin fechar (pero que, por algunas alusiones que realiza el autor se podría datar en torno al 2017-19, pues se menciona -entre otras cosas- que Bélgica llega a las semifinales del Mundial, así como se data el cumpleaños número 45 del autor y los dos cumpleaños de su hija -de los 16 a los 18 años-), pero en el fondo son un ramillete de cartas de amor (disculpa y entendimiento) a los nuevos y viejos amores, también a los amigos. Verhulst es un pesimista empedernido que siempre teme lo peor, pero también es un esteta. Y este libro, por decirlo de algún modo, es un libro que se ha escrito solo, casi contra su voluntad. A Verhulst ni le interesa el género de los dietarios ni tiene muy claro por qué escribió estas páginas. Si acaso, es el empuje de una vida desenfrenada, «que exige carácter y maestría» y que obliga, en algún momento a tomar distancia. Además, ya se dijo en el titular, el escritor se enamora de Tutut. Y, por ello, escribe para seguir amándola, «para que ella se siga sintiendo amada por mí. Un amor que trascienda a mi existencia». Pero ojo, que hay un matiz: el amor se escribe (y se formula) siempre en pasado. Lo dice Verhulst. Lo atestigua este libro. La causa: quizá el temor del autor a la ruptura y al abandono. De ahí, quizá, la urgencia por dar testimonio.

Así las cosas, como contraposición (y escudo) aparecen las drogas, el alcohol. El abandono, la querencia por la soledad. El deseo (ilusorio) por ir(se) a vivir al bosque, en una cabaña, sin nadie más. Pero otra vez, como un resorte: la inevitabilidad de nombrar la belleza, de aclamarla. Son dos fuerzas, se entiende, las que mueven este libro: eros y tánatos. El cuerpo que sólo quiere ser destruido y el cuerpo que pugna por ser amado. Y por entremedias una voluntad: «Compartir lo más hermoso de mí mismo con otra persona», nos dice Dimitri Verhulst.

Es también Nuestro corresponsal en el vacío un reclamo de la idea del escritor de la vieja escuela, de aquel que escribe a mano, que tiene un Instagram de papel: «Me exhibo sin pudor en minúsculas letras», dice el escritor belga, sin esconder la vanidad de su egocentrismo. Lo cual no impide que la ironía marca de la casa quede diseminada por todo el libro.

Mas no se engañe el lector, ya que aun cuando sucede que en este libro, y al modo del género de las confesiones, la queja se vuelve desesperación,  y vemos a un sujeto disperso y confuso, «fuera de un orden» (por decirlo con María Zambrano), la esperanza aquí es cuestionable, pues mientras confiesa Verhulst que «aprieta suavemente la mano a la que me aferré cuando me encontraba al borde del principio» (y se refiere a su último amor, Tutut), al mismo tiempo, afirma que «he empinado el codo desde siempre […] y lo seguiré haciendo». Si la sensación de unidad se mantiene en su vida y ese conocimiento de la verdad transformado en conocimiento activo se sostiene en el tiempo, sólo lo sabremos en su próximo libro. Habrá que esperar (y tener fe).

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