El retorno de Cormac McCarthy tras dieciséis años de silencio
El acontecimiento literario de la temporada es el retorno del autor de ‘La carretera’ en una doble novela que teje un universo de culpa en común, tras dieciséis años de silencio en la ficción
Hace casi veinte años que Cormac McCarthy instaló su mesa de escritura en el Santa Fe Institute, entre físicos teóricos, astrónomos y matemáticos. Un periodo de tiempo similar al abandono de la lectura de novela moderna para volcarse en los principales retos científicos y su relación con la lingüística. Similar al encierro que realizó Ferlosio para volcarse en sus altos estudios eclesiales de lingüística, aquí el autor americano ha compartido similar obsesión gramatológica en la tercera edad que, en su caso, ha encontrado ecos en científicos pioneros de la teoría de cuerdas, la teoría de la gravitación universal o de la matriz que discuten los personajes de su nueva doble novela.
El pasajero y Stela Maris (Literatura Random House, 2022) son dos libros que funcionan como el artefacto que da profundidad al mundo compartido de un hermano atormentado y su hermana suicida, unidos por el afecto incestuoso. Tras 16 años de silencio desde la prestigiosa La carretera, de tintes apocalípticos y protagonizada por Viggo Mortensen en su adaptación al cine, el autor desvela las que han sido sus obsesiones en este encierro en un monumental proyecto del que ya se oían rumores hace cuatro décadas.
McCarthy no es tan esquivo como Thomas Pynchon o Salinger, por eso esta larga espera feliz en su despacho entre científicos tuvo una pausa que ya avisaba de lo que estaba por venir, el ensayo The Keluké Problem (2017), en el que ya tanteaba la relación entre inconsciente y física que veremos en las novelas. En la misma línea se ha estado dedicando a la corrección de libros de física, las biografías de científicos y los artículos para la revista Nature.
Mundo terrorífico
Es conocido que Cormac McCarthy se crió con una acomodada familia de Knoxville (Tennessee) y que renunció al bufete de sus padres, junto a una vida acomodada, por su determinación de vivir de la literatura, cosa que lo llevó a sobrevivir de manera precaria en las Smoky Mountain y a visitar Ibiza y Formentera en los sesenta. Pero pocos saben que en realidad nació en Providence, Rhode Island, la ciudad natal de Lovecraft.
«Su secreta esperanza es morir en las profundidades para expiar todos sus pecados. Y eso es solo el principio»
Cuando el lector transita las profundidades submarinas de El pasajero es inevitable detenerse un momento y preguntarse: ¿es en realidad McCarthy un autor de terror como Lovecraft? Encontramos ese mismo miedo a las profundidades marinas a través del hermano buceador pero, más importante todavía, hayamos el mismo temor al amor incestuoso encarnado aquí en dos hermanos que quisieron casarse.
¿Podría ser que, tras toda esa indeterminación académica con la que se ha juzgado obras dispares como la teatral Sunset Boulevard o los westerns de No es país para viejos y la Trilogía de la frontera, sea que nos hallamos ante un autor de terror jugando con otros géneros? Ahí está, en la hermana suicida, el miedo a la ausencia de dioses, el carácter totalmente frágil de nuestra realidad regida por indeterminaciones, la inestabilidad mental y el temor a la degeneración del tiempo.
Física nihilista
No terminan en la culpa y los matices terroríficos del amor las similitudes entre McCarthy y el soñador de Providence: ante nosotros la ciencia los lleva por el mismo sendero nihilista. La arquitectura de la narración refuerza ese vector cuando descubrimos la relación del padre de los hermanos protagonistas con el Proyecto Manhattan, analizando así factores como el peaje moral de los científicos.
En las páginas de la monumental doble novela se discuten la teoría de cuerdas o la de la gravitación universal, siguiendo las aportaciones de pioneros como Gerard’t Hooft, Sheldon Glashow, Ludwig Boltzmann o George Zweig, hermanados algunos de ellos con la hermana Alicia por el deseo de suicidio: «no eran solo los dados cuánticos lo que le preocupaba a Einstein. Era toda la idea subyacente. La indeterminación de la propia realidad. De joven había leído a Schopenhauer, pero le parecía que eso le quedaba pequeño. Y aquí estaba de nuevo, o eso decían algunos, encarnado en una teoría física indiscutible».
Anomalía
Hemos comparado a McCarthy con otros autores para establecer patrones, pero la realidad es que se trata de una anomalía en el sistema literario, una de esas grandes mentes como DeLilllo o Foster Wallace que se desvanecen conforme nos alejamos del siglo XX. Mucho más marcado por el pesimismo cósmico que estos autores, McCarthy nos presenta un mundo en el que la existencia y la capacidad del ser humano existen solo para perpetuar el mal.
Después de pasar cuatro años como piloto de las Fuerzas Aéreas, se estrenó con El guardián del vergel, con un estilo faulkneriano que llegaría precisamente a su famoso editor, Albert Erskine, con el que firmó un contrato de cinco novelas en las que iría desenredando su estilo barroco. Décadas más tarde, vuelve a complicarse su prosa con las alucinaciones del hermano buceador y la esquizofrenia paranoide de la hermana suicida, convirtiendo la lectura de este monumental proyecto a algo muy similar a tener sueños terroríficos y despertar luego en un mundo sin luz.