La batalla cinematográfica de la gordofobia
La película ‘The Whale’ abre un nuevo frente en la guerra de lo políticamente correcto
Nueva batalla en la guerra por lo políticamente correcto. Por el relato, que dirían algunos. Ahora le toca al sobrepeso. Todo empieza por una evidencia empírica: cada vez estamos más gordos. Luego una organización mundial avisa de las consecuencias fisiológicas. Primero con cifras: la OMS, por ejemplo, dijo en su último informe al respecto que el 59% de los adultos y casi uno de cada tres niños en Europa tienen sobrepeso u obesidad. Luego con un eslogan: «El sobrepeso y la obesidad han alcanzado proporciones epidémicas en Europa», concluye dicho informe. Al final llega la batalla definitiva, la narrativa.
En esta última se produce la curiosa bifurcación de los últimos tiempos: de la evidencia fisiológica (objetivamente: el sobrepeso es malo para la salud, eso te lo dice cualquier médico), se trasciende a lo identitario-político. Al gordo/a/e se le discrimina. Y empieza el debate… que puede ayudar a quienes realmente sufren una situación injusta, pero que a veces fomentan una sensación de conflicto maniqueo (que, entre otras cosas, despersonaliza a la víctima, convirtiéndola en merca arma arrojadiza) y/o aleja el foco de cuestiones realmente decisiva: en este caso, cómo evitar, o paliar al menos, una circunstancia dañina para el ser humano.
Por supuesto, Estados Unidos va en la vanguardia también en esta batalla. Ya vimos aquí los orígenes y el alcance de la moda de lo políticamente correcto y sus cancelaciones en las universidades norteamericanas. Analizamos ahora un caso de su despliegue en la narrativa de ficción. La película The Whale, lo último del muy peculiar Darren Aronofsky, cuenta la historia de Charlie, un hombre de mediana edad que pesa 272 kilos e intenta reconectar con su hija de 17 años: tras abandonarla por su amante gay, la culpa le llevó a comer compulsivamente. Se estrenó en el Festival de Venecia, en septiembre, con una gran ovación del público, que vitoreó especialmente al actor principal, Brendan Fraser. Tras la gloria del templo más erudito cinematográficamente, quedó en barbecho hasta su estreno el viernes pasado en las salas estadounidenses. En el resto del mundo aún esperamos (a España llegará el 4 de enero).
Con la proyección masiva de la película ha estallado la polémica. Los medios mainstream aleccionan. Véase el titular de Time: «Lo que hay que saber sobre la polémica en torno a The Whale». Primero explica que, cinematográficamente, la película «ha acaparado mucha atención por revitalizar la carrera de Fraser con un papel protagonista que está generando rumores de Oscar». Pero a continuación matiza que «la película también ha sido acusada de gordofobia, con algunos diciendo que el uso de un fatsuit [un traje especial para caracterizar al personaje] convierte al personaje de Fraser en un espectáculo».
Más concretamente, «algunos de los críticos de la película creen que perpetúa los manidos tópicos de los gordos como sufridores, depresivos crónicos y comedores compulsivos. Algunos también han calificado de deshumanizadora la transformación de Fraser en Charlie, con el uso de un fatsuit, señalando que los gordos no pueden quitarse el peso al final del día de la forma en que pueden hacerlo los actores, y que los actores gordos fueron pasados por alto al hacer el casting para el papel».
Fraser explicó en Vanity Fair la dureza de su trabajo para convertirse en Charlie: cinco o seis horas sentado en una silla de maquillaje para luego moverse con un traje protésico metamórfico que le hacía cargar con entre 50 y 300 kilos de más durante varias escenas. Para algunos, el esfuerzo supone un mérito digno de un Oscar. Para otros, intrusismo. Varios actores gays de talla XXL han protestado: ¿por qué le han dado el papel a un actor heterosexual que pesa mucho menos que su personaje? Por ejemplo, Daniel Franzese, se despachó a gusto en la revista People.
Las redes sociales también ardieron, por supuesto (la inflación de inflamabilidad está desinflando el verbo «arder»…) Cuenta Armani Syed en Time que, por ejemplo, la escritora y podcaster de Maintenance Phase, Aubrey Gordon, expresó en una serie de tuits su decepción con la película su premisa «asombrosamente» antigrasa: «Si la única forma de ‘humanizar’ a una persona muy gorda es verla humillada, aterrorizada, avergonzada y asesinada de una forma estereotipadamente estigmatizante, es hora de reflexionar seriamente».
El asunto sigue desplegándose por los laberintos de la opinión pública, con la cola interminable de las redes sociales, pero la estructura básica es la misma que en otros casos de reivindicación identitaria: se identifica una variante del arquetipo de la víctima y se procede a arremeter contra molinos de viento… sean o no gigantes. ¿Debe defenderse a las víctimas? Eso parece evidente. ¿A toda costa? ¿Conviene defender a la víctima convirtiéndola en mera proyección de un estereotipo abstracto?
Curiosamente, en España el motivo de la gordofobia ha aflorado también últimamente, aunque de forma más ligera, en la narrativa más popular. La actriz Miren Ibarguren se ha enfundado un traje parecido al de Fraser para interpretar una versión obesa de su personaje Yolanda Morcillo en La que se avecina. Ha recibido por ello un «aluvión de críticas». En este caso, la crítica es la contraria a la de Aubrey Gordon: aquí, dicen, se abusa del humor, no del drama. La cuestión es, claro, el abuso. ¿Hasta qué punto se puede parodiar a una víctima? Pero ¿qué es una víctima? ¿Alguien que se aleja de un ideal aceptado masivamente por alguna circunstancia? ¿Por cualquier circunstancia o solo por aquellas que se le impongan «injustamente»? En LQSA, Yolanda Morcillo fracasa en sus reiterados intentos por adelgazar… hasta que encuentra una asociación de obsesas orgullosas de serlo. ¿Se empodera? ¿Es eso gracioso? ¿Merece ser gracioso?
En octubre se estrenó una película española que trataba el tema de la gordofobia desde otro enfoque aun más afilado. Cerdita desarrolla la encrucijada moral de una adolescente con sobrepeso sometida a la burla de las otras chicas de su pueblo: cuando un desconocido acude a su rescate secuestrando a las acosadoras, tendrá que decidir entre salvar a estas o proteger a su «salvador». La trama se desliza hacia el género de terror…