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'Vladivostok', el diario de vida, memoria, literatura y tiempo de José Carlos Llop

El escritor mallorquín reúne en su nuevo libro sus ‘Terceras’, artículos literarios publicados en el diario ‘ABC’ entre 2006 y 2017

‘Vladivostok’, el diario de vida, memoria, literatura y tiempo de José Carlos Llop

José Carlos Llop. | Lluc Queralt

Reunidas ahora en formato libro, estas treinta piezas, han adquirido, según palabras de su autor, «una dimensión distinta, donde su origen queda en segundo o tercer plano». Con ello, Vladivostok (Fórcola, 2023) nos muestra un contorno distinto de lo que fueron sus partes, «ya que sus piezas se entrelazan y crean un mundo distinto, más complejo que el artículo en sí, y ese mundo es el mío literario», nos cuenta José Carlos Llop. Se trata de un libro de vida, memoria, literatura y tiempo, que «podría pasar por un diario y, dada la extensión de sus textos, por un volumen de lo que ahora llaman ‘microensayos’», nos dice el escritor mallorquín.

Da fe así el autor de la naturaleza literaria de estos textos pensados originalmente para el periódico, pero que ahora, en su nueva encarnación, pierden lo efímero de la publicación del día para ganar visión de conjunto y mirada larga. Cuenta Llop que a él le gustan estos libros que reúnen piezas de periódico, libros que se publican con asiduidad en Francia e Inglaterra. Y a fe que a sus artículos les sienta bien verse así hermanados. Sobre su experiencia con la escritura en la prensa, comenta el colaborador de THE OBJECTIVE que «ha sido una enseñanza esencial para el dominio de la prosa y la capacidad de enfrentarse a cualquier asunto. Llevo más de cuatro décadas escribiendo una media de dos o tres artículos semanales y sé que sin ellos, difícilmente habría podido escribir las novelas que he escrito».

Portada del libro

Preguntado por el título de su nuevo libro, dice José Carlos Llop que «Vladivostok, el nombre de la ciudad –que evoca el Transiberiano, Blaise Cendrars y Julio Verne– es metáfora y es viaje, como viaje es la escritura. En los atlas y en los tratados de Ciencias Naturales están el paraíso perdido y la gran belleza del mundo». En el libro se habla mucho de esa Europa humanista, la de los libros, del arte y la música que conoció su generación. Sobre qué queda hoy de ella, explica Llop que «quedamos nosotros los que la hemos conocido; no sé si somos muchos o pocos, pero somos. Quedan los libros de Steiner como un monasterio medieval donde refugiarse en la tormenta y están Ordine o Compagnon, o la música que recrea Savall… Hay tantos todavía y se distinguen porque no hacen ruido. En fin, que ardió Notre-Dame, pero la catedral sigue en pie. Como los frescos de Giotto o de Piero della Francesca».  Y sobre París, que es una ciudad que aparece mucho en estos textos, ha dejado escrito el autor en sus «Terceras» que «París y la literatura son sinónimos».  Opina que eso es porque «llevamos París dentro, ¿no cree? -nos dice-. Y este París está hecho de literatura, sobre todo de literatura, y de arte, de calles y museos, de cafés –y aquí la idea de Steiner sobre Europa– y de Sena, de fotografías irrepetibles y de vida amorosa. En ese París, si puede decirse así, uno es feliz». En lo que respecta a la literatura francesa, que también está muy presente en Vladivostok, «para mí -nos dice Llop-, es una prolongación de todo eso y una manera de estar allí –no sólo en París, sino en Francia– cuando estoy aquí».

La literatura es un árbol

Escribe José Carlos Llop en el artículo «El Nobel Modiano», publicado el 10 de octubre de 2014, una frase hermosa. Dice así: «La literatura también es un árbol. Que da sombra y protege y acompaña, por un lado; que explica la propia genealogía, por otro».  Preguntado por esta idea, pero también por el culto secreto a ciertas sombras fantasmales que se rinde en este libro, nos cuenta el poeta, diarista y novelista que «es tan mía como suya porque todos venimos de ahí. El mundo no empieza con nosotros y el adanismo es la religión de los incultos. Una religión radical, por cierto, como suelen serlo los iletrados, por mucho que pasen por la universidad. Cuando arde Troya y Eneas escapa, no se lleva ropas, ni joyas, ni muebles. Se lleva a su padre a la espalda. Se lleva el árbol. Cuando los tártaros abandonaban sus granjas y se refugiaban en las montañas, arrancaban un árbol joven y lo plantaban ahí donde iban a vivir. Si eso lo hacían los tártaros, ya me dirá usted…», sentencia.

José Carlos Llop. | Serge Corrieras

Hablando de herencias, y además de contar con una fuerte presencia de la literatura europea, en estas «Terceras» asoman igualmente los intereses del autor por el arte oriental, quien opina que la mirada oriental ha supuesto un enriquecimiento para Occidente. Sobre este asunto, nos cuenta que «venimos de Oriente; nuestra cultura originaria quiero decir, la que está hecha, a través del cristianismo, del mundo judío y del mundo helénico. La cultura judía es puro Mediterráneo oriental y los griegos se adentraron en Asia y regresaron más sabios y de lo que ya eran. El orientalismo, de un modo u otro, ha sido moda en Europa varias veces a lo largo de distintos siglos: nunca acabamos de desprendernos de ese enriquecimiento cuyo origen está en nuestra esencia última».

En Vladivostok hay muchas muertes, pero muertes que le sirven al autor para hablar de la vida. En este sentido, son artículos muy alegres, que nos hacen sentir una particular joie de vivre. Para José Carlos Llop es algo normal, y esperable, ya que «eso ocurre en mis poemas también y en mis diarios y en algunas páginas de mis novelas. La anécdota de donde surgen puede ser dolorosa o melancólica o elegíaca, pero desembocan en la alegría. En la alegría de lo vivido y sentido y en un agradecimiento por eso. ¿Mediterraneidad? Probablemente, pero también cuenta la cultura familiar, en este caso la figura de mi madre, que era así». A este respecto, hay una cita del propio Llop en el libro José Carlos Llop: una conversación (Elba, 2020), de Daniel Capó y Nadal Suau, que dice así: «La memoria del otro introduce la sospecha en uno mismo y, sobre todo, ejerce una mirada crítica de los mecanismos tanto del poder como de la personalidad ajena». Estimo que es una buena definición de lo que el lector encontrará en Vladivostok, y sobre este particular comenta José Carlos LLop: «Ojalá fuera así, pero no solo; que también sumara el lector cierta riqueza en esa mirada que aumentara, en la medida que sea posible, el placer de vivir». Es este su deseo para quienes se acerquen a estos textos.

El autor siente una profunda admiración por los sabios humildes, por la bondad de carácter, entendida como generosidad del conocimiento y la virtud. Y hay en estas páginas una idea del escritor culto. Me temo que cada vez es más difícil de encontrar, esa bondad, esa generosidad, y le pregunto a Llop sobre ello: ¿Qué piensa Vd. al respecto? «Que efectivamente es lo que parece, pero me pregunto si no habrá sido siempre así y por eso nos fijamos tanto en ellos para saber no donde estamos sino donde deberíamos estar», afirma. 

Sobre los proyectos de escritura que tiene entre manos, nos cuenta: «Tengo varios y es un problema porque hay días en que parece que vas de Herodes a Pilatos. Estoy acabando un libro que se clasificará, imagino, de autoficción y tengo pendiente una novela que está avanzada y que no retomaré hasta acabar este otro. Y a ver si edito, por fin, el sexto volumen de mis Diarios… Hay otras cosas, pero mejor no zarandearlas…»

Por lo demás, y respecto a la escritura, José Carlos Llop sigue con sus costumbres: escucha «Like a Rolling Stone» cada vez que comienza a escribir y «cuando acabo me voy a andar, que es muy saludable y se le ocurren a uno muchas cosas mientras anda. Pensemos en los filósofos peripatéticos».

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