La carne trémula de Lucian Freud llega al Thyssen
El museo inaugura una gran exposición, procedente de la National Gallery de Londres, sobre el artista británico en el centenario de su nacimiento
Se puede afirmar sin temor a equivocarse que Lucian Freud es el pintor de la carne. Sus pinturas tienen un aire crudo, casi grotesco, que resulta adictivo. La mirada del espectador se detiene ante sus retratos, se acerca para ver las pinceladas y se aleja para observar la escena en su totalidad. Algunas perturban, otras asombran y todas convencen. La exposición Lucian Freud. Nuevas Perspectivas reúne en el Museo Thyssen-Bornemisza 55 obras que recorren su trayectoria, desde sus primeros y hieráticos retratos de carácter figurativo, a la carne trémula y desvergonzada de los desnudos de su etapa final.
Procedente de la National Gallery de Londres, donde se inauguró con motivo del primer centenario de su nacimiento, supone la primera retrospectiva del artista en España desde 1994. «Freud ha sido un personaje público antes que un pintor reconocido y admirado. Se ha tendido a atender a su vida y a su personalidad más que a la pintura y al referirse a su obra se ha utilizado un enfoque sensacionalista en el que contaba más la vinculación con su vida, su relación con sus parejas y su atormentada vida privada», lamenta Guillermo Solana, director artístico del museo en el que se podrá ver la muestra hasta el próximo 18 de junio.
Huyendo de ese enfoque morboso y centrando el foco en la magnífica factura de sus cuadros, la exposición comisariada por Paloma Alarcó junto a Daniel F. Herrmann abre precisamente una nueva mirada que atiende a la maestría de uno de los pintores más importantes del último siglo que respetó «la dignidad humana y se ocupó de la ternura y no solo del deseo», amplía el director.
Buscando a Freud
Instalada de manera cronológica y también temática, la exposición permite ver la evolución de su obra. Asiduo visitante de los museos y gran conocedor de ellos -visitaba la National Gallery de Londres como quien visita al médico, según sus propias palabras-, Lucian Freud se formó en varias escuelas de arte que siempre acababa abandonando porque lo que realmente le interesaba era aprender observando el trabajo de otros artistas. El pintor de la carne no se adscribió a ninguna de las corrientes artísticas que se iban desarrollando a su alrededor e hizo del retrato, el autorretrato y el desnudo sus cartas mejor jugadas. Nadie mejor que él consiguió capturar el paso del tiempo en la piel del cuerpo humano.
Freud siempre pintó del natural aunque era un pintor lento que sometía a sus modelos a largas sesiones de trabajo. Sus pinceladas son fruto de una pausada meditación que le caracterizó desde joven, como se puede ver en los primeros autorretratos de la exposición en los que vemos a un Freud joven y hierático «en la línea de los retratistas del Renacimiento alemán», subraya Alarcó. En la década de 1940 y 1950 estamos frente a un Freud minucioso, meticuloso y de pincelada corta que capta el sentir de sus modelos.
«¿Qué le pido a una pintura? Le pido que asombre, perturbe, seduzca, convenza», afirmó. Y eso es lo que continúa haciendo cuando en torno a la década de 1960 cambia su manera de pintar y, con ello, su manera de acercarse a sus modelos. «Primero pintaba sentado y cada toque de pincel estaba medido, luego se levanta, lo que le permite moverse y emplear una pincelada más suelta», recuerda Alarcó. Freud se acercaba a los modelos en busca de captar esos detalles que le diferencian de los demás y si bien hasta entonces había usado pinceles finos, por influencia de su amigo Francis Bacon comienza a usar pinceles más gruesos con los que la pincelada se vuelve más empastada y llena de pintura.
La intimidad de su círculo más próximo
Sus amigos, sus amantes, sus hijos y su entorno más cercano son los que completan Intimidad, una sección en la que la intimidad es uno de los atributos principales. Escogía a sus retratados cuidadosamente y para sus hijas, por ejemplo, «era una oportunidad de ver a su padre y entablar una relación con él». En estos retratos, algunos dobles, en los que vemos a parejas como la formada por el pintor Michael Andrews y su mujer June, el de sus hijas Bella y Esther o el de Angus Cook y Cerith Wyn Evans se siente el clima de cercanía, ternura y cariño que creaba Freud en su estudio.
Fueron pocas las ocasiones en las que aceptó encargos de personajes poderosos. Uno de ellos fue el del barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, que aceptó las condiciones que Freud ponía para sus obras. Les unió una gran amistad, tanto que no solo compartían conversaciones en torno al arte, sino también salidas nocturnas por Londres. Paloma Alarcó calcula que Hans Heinrich posó a lo largo de cuatro años para los dos retratos que se pueden ver en la muestra (uno corresponde a la colección del museo y el otro, Hombre en una silla -1985- en el que el barón aparece sentado fue donada por Francesca Thyssen a la pinacoteca en directo durante la rueda de prensa). Estos retratos resaltan por «la materialidad en los rostros, parece que el personaje va emergiendo a base de acumulación de pintura», reflexiona la comisaria. Por aquí pulula también un artista de la talla de David Hockney.
Sorprende ver cómo los fondos planos de sus inicios se convierten, a partir de 1980, en escenas teatralizadas que llevan la realidad al extremo. De esta manera, cobra sentido lo que el propio Freud dijo en alguna ocasión: «Mi idea sobre el retrato proviene de la insatisfacción que siento por los retratos que se parecen a la gente. Me gustaría que mis retratos fueran de personas y no como ellas». En esa teatralización comienza a incluir su taller como escenario de sus cuadros, lo que demuestra la confianza que el pintor ha ido ganando a lo largo de los años. Además, bajo este paraguas Freud nos permite adentrarnos en un espacio tan íntimo como su lugar de trabajo.
Pero si hay una sección que llamará la atención sobre las otras esa es la dedicada a los desnudos, unos desnudos descarnados en los que no escatima en detalles. En esta época «influye la llegada de dos personas a su vida, ambos de una corpulencia excesiva, como son el performer Leigh Bowery y la funcionaria Sue Tilley. Son los retratos más excesivos, transmiten una cierta visión despiadada del cuerpo humano porque no ahorra en detalles, en relieve y en deformación de la piel», incide Alarcó. A fin de cuentas, Lucian Freud nos sitúa ante la vulnerabilidad de los seres humanos al paso del tiempo. Este apoteósico final, repleto de genitales, curvas y cuerpos no normativos, se queda grabado en la retina, que no se avergüenza del paso del tiempo y la vejez. En definitiva, Lucian Freud viene a confirmarnos de manera directa que somos mortales. Más vale que lo degustemos despacio.