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'Gloria' o soledad en Nueva York

El escritor colombiano Andrés Felipe Solano publica ‘Gloria’, un libro sobre su madre, que habla de su juventud en la peligrosa Nueva York de los años setenta

‘Gloria’ o soledad en Nueva York

Andrés Felipe Solano. | Jinny Park

Tienes 20 años y estás enamorada. Vives en Nueva York y vas a ir con tu primer amor a un concierto de Sandro (¡El Rey!) en el Madison Square Garden. Es el 11 de abril de 1970. Hoy es un hoy que debería durar para siempre, piensas. Esta noche (que será eterna; aunque tú todavía no lo sepas) marcará tu futuro, como solo a veces el futuro que nunca es capaz de tomar forma pesa más que cualquier pasado.

Tú eres Gloria, la madre de Andrés Felipe Solano, y trabajas en los laboratorios fotográficos de AGFA. A veces te caen rollos que revelan fotos truculentas, de hombres y mujeres y animales enzarzados en asuntos sexuales (un establo, dos mujeres en cuclillas y un caballo pardo, por ejemplo). Te escandalizan. Pero, por lo general, te gustan las fotos, te permiten imaginar otras vidas, te permiten no tener que conformarte con la tuya. Hay fotos peores, las que le tocaron a una de tus compañeras: un hombre que se voló la tapa de los sesos, y estos quedaron regados sobre el comedor familiar.

Portada del libro

Pero hoy es una noche muy especial, llevas zapatos de plataforma, irás con El Tigre, tu primer novio, al Madison Square Garden. Y casi a la misma hora será lanzado al espacio el Apolo 13. El concierto de Sandro será el primer concierto retransmitido vía satélite desde el Madison Square Garden. Hoy es el primer día de tu futuro.

Te entiendes bien con El Tigre, ambos compartís una orfandad mutua. Llevas contigo tu máquina Kodak Instamatic X-15, con la que has tomado fotografías desde que llegaste a Nueva York. Aunque tú todavía no lo sepas (pero nosotros sí), vas a perder esa cámara, entre las piernas de la marabunta, cuando Sandro salte al escenario, y todo el mundo enloquezca. Y vas a perder algunas cosas más, esta noche. Pero todavía es pronto para que tomes consciencia.

La liberación sexual

«Sandro es un icono muy popular en Latinoamérica, pero es que, en los setenta, su figura catalizó un montón de energías sexuales de chicas de 20 años y, a la vez, se cruza esto con la aparición de la píldora, con los métodos anticonceptivos», nos cuenta Andrés Felipe Solano desde Bogotá. «Gracias a esta figura, hay un montón de mujeres jóvenes que comienzan a vivir sus vidas, o a tratar de verlas de otra manera», añade Solano quien, en su novela Gloria (Sexto Piso, 2023) nos cuenta tres momentos amorosos de la vida de su madre, centrados en esa larga noche de los setenta en Nueva York, que hilvana todo el libro y le sirve de estructura narrativa.

Sobre este tema del sexo (que está muy presente en este libro, aunque más bien en el horizonte, en el ambiente de las sórdidas calles neoyorquinas) menciona Andrés Felipe Solano la obra de Ishiuchi Miyako, que le sirvió de inspiración. Se dedicó la fotógrafa japonesa a tomarle fotos a objetos que había heredado de su madre, sobre todo a su ropa interior, y preguntada sobre el particular, dijo algo que a Solano se le quedó resonando mucho. Para ella, hablar de la sexualidad de su madre era también hablar de su propia sexualidad, porque ambas están ligadas.

Otro puntal de referencia en la escritura de este libro, nos confiesa Solano, fueron las historias de Lucia Berlin. «Al leerla, nos dice Solano, comencé a plantearme paralelos con la vida de mi madre, quien había vivido momentos como los de la escritora, muy extremos, con altibajos. Pero sentía al leer a Berlin que en el medio de esos momentos tan dramáticos siempre había momentos bien de ternura o bien de humor, y que nacían del contacto con extraños. Y esa es también una de las cosas extrañas que tiene mi madre, que se le facilitan ese tipo de contactos».

En última instancia, queda también Apegos feroces, de Vivian Gornick, libro que Solano tuvo en mente y que, además, vivió su traslación en la realidad, ya que cuando más recientemente Andrés Felipe Solano iba a visitar a su madre a Nueva York, en la segunda época en la que ella estuvo allí (hubo un intervalo en el que se devolvió para Colombia) y, dado que ambos iban siempre atareados, se citaban en una esquina y se ponían a caminar y a contarse cosas. Gracias a ello, «la relación con mi madre se vuelve más horizontal en la medida en que nos hacemos amigos, aunque suene cursi, confidentes», nos cuenta Solano. Y añade: «Creo que esa libertad, esa vía libre que ella me da entonces para contar su historia tal y como yo sienta que debe ser contada es clave para esta novela». Ello permite que Gloria, la real, la madre de carne y hueso, se confíe a su hijo. La razón para ello reside en su lejana juventud. Nos dice Solano que «mi madre es muy convencional en algunas cosas, pero ese paso suyo por Nueva York de tan joven le abrió unas ventanas mentales muy importantes para poder contarme su vida amorosa, sin que mediara la relación madre/hijo». Y matiza: «aunque sé que es un poco extraño».

Mitologías familiares

La historia de juventud de la madre de Solano ha estado ahí desde siempre. «Porque tú sabes que la mujer que te hace el desayuno antes de ir al colegio ha vivido en Nueva York siendo muy joven», nos dice el escritor colombiano, «y es que hay fotos en la casa, incluso guardaba mi madre cosas de aquella época: aretes, pestañas postizas…». Cuando Solano se independizó, de hecho, se llevó consigo esas fotos; las colgó en la pared. Y, por eso también, con veinte años, se fue a Nueva York (lo que, sin saberlo él en aquel momento, traza un curioso paralelismo entre las vidas de ambos).

Gloria con Moondog (Nueva York, 1970) | Cedida por el escritor

Era 1998. «Llegué a New Jersey, y la primera vez que fui a Manhattan, en bus, a la semana o así, atravesando el Hudson, en la 42 con la octava estaba lleno de tiendas porno, se veían jeringuillas en el suelo. Todavía quedaba un rescoldo de esa Nueva York de los 70´s pre-Giuliani», explica. Con todo, el disparador de este proyecto fue un comentario en la cuenta de Instagram de Andrés Felipe Solano. El escritor subió una foto de su madre con un tipo bien curioso; es una de las pocas fotografías en las que, de hecho, sale su madre (ésta no se acordaba de quién era, siempre le decía al hijo que era alguien con quien se solía encontrar, por la calle, pero que no sabía más). Entonces alguien puso un comentario en Instagram: hey, ese es Moondog. Y saltó la chispa. Un hombre que, de adolescente, a los diecisiete años, encontró un taco de dinamita en las vías del tren, lo comenzó a manipular y le explotó en la cara y se quedó ciego.  De nombre real Louis Thomas Hardin, fue poeta, músico e inventor de varios instrumentos. En la época en la que la madre de Solano vivía en Nueva York, a Moondog se le podía encontrar en la Sexta Avenida, ataviado con su particular túnica y su yelmo vikingo; la mayor parte del tiempo estaba en silencio. Solano pensó que detrás de esa historia podía haber muchas más, y decidió tirar del hilo y comenzar a investigar para esta novela.

La fortaleza de la soledad

No es raro pues que a Gloria le llamase la atención Moondog, ya que en su carácter también hay mucho de amor por la soledad. De hecho, es curioso que los tres momentos amorosos que se cuentan en la novela terminen en desencuentros. «Lo que me interesa de esto, no obstante -nos dice Solano- es que el tono fuera no con una idea de vida frustrada, sino con una idea de vida redescubierta o adquirida, a través de la soledad. La soledad no es un camino sin retorno, también puede ser el principio de algo. Hay debilidad, sí, pero es un momento afirmativo si entiendes qué significa esa soledad, si entiendes que significa libertad», afirma Andrés Felipe Solano.

Preguntado sobre si su madre ha leído el libro y sobre qué opina, nos cuenta el autor de Gloria, risueño, que ella «está muy feliz. Es una pequeña estrella del rock, ahora; como Sandro. No me extrañaría que mandara a hacer unas camisetas en las que dijera Yo soy Gloria», bromea. De cualquier forma, lo que sí es seguro es que «mi madre está muy contenta de reconocerse en este libro y de intuir cosas de ella que desconocía y yo le ayude a descubrir», confiesa con orgullo Solano. Sobre si él mismo ha aprendido cosas de su personalidad, gracias al conocimiento de su madre, admite que sí, pero que no de forma consciente, en cualquier caso. «Este libro es un regalo de ella, de su vida», afirma complacido; y satisfecho, zanjando el asunto.

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