Valle-Inclán según Gómez de la Serna
El Teatro Español de Madrid rinde homenaje a ambos escritores con un espectáculo musical que podrá verse hasta el próximo 9 de abril
El escenógrafo Xavier Albertí y el actor Pedro Casablanc estrenan en el Teatro Español de Madrid el monólogo musical Don Ramón María del Valle-Inclán, la biografía que Ramón Gómez de la Serna le dedicó a su tocayo. Ambos, el personaje y el biógrafo, tenían, cada uno en su estilo, una indudable vis cómica y convirtieron muchas veces su vida pública en una mascarada teatral. Aunque nos hemos acostumbrado a los monólogos teatrales de novelas famosas, interpretados por actrices y actores de prestigio, lo cierto, sin pretender sentar cátedra, es que estos espectáculos carecen del dinamismo y del choque dialéctico que esperamos de una obra teatral. Pero, como digo, nos hemos acostumbrado y, a poco que uno se esfuerce en recordar, acuden a la memoria los representados por Lola Herrera, Magüi Mira, José Sacristán o José Luis Gómez, por mencionar solo algunos de los más sobresalientes. En esta ocasión la meta resulta más difícil y arriesgada, menos teatral en principio.
Coincidí en la función con Ioana Zlotescu, fervorosa ramoniana y editora de las obras completas de Gómez de la Serna. Me dice que la biografía de Valle-Inclán es «genial y cansina». Lleva razón. A ratos es deslumbrante y en otros se embarranca de manera penosa. Albertí ha conseguido aligerar el texto, seleccionando algunos capítulos geniales, que recita Casablanc brillantemente. Este último está sublime en su doble interpretación de Ramón y de don Ramón. Su trabajo alcanza niveles de excelencia y en los pasajes en los que canta y baila está soberbio. Pero, a mi juicio, la función adolece de algunas limitaciones que quiero explicar.
La función teatral plantea la persona y la obra de los dos «ramones» como cercanas, paralelas, confluyentes. Es una idea que Ramón utiliza en la biografía de Valle-Inclán sin resultar del todo convincente, una suerte de proyección sin mucho fundamento dadas las diferencias entre ambos. En la biografía de don Ramón, Ramón se jacta de haberle conocido de manera muy cercana, pero, en realidad, su roce con el personaje fue escaso y superficial. Incluso sugiere que, en su lecho de muerte, Valle-Inclán le habría nombrado su biógrafo oficial: «…mi amigo Arturo Cuadrado, a quien confió que sólo de mí esperaba una biografía cabal». Sin embargo, este testimonio no tiene el menor valor probatorio. Ramón y don Ramón se conocieron en vida, sí, pero no hubo entre ellos un trato estrecho ni frecuente; tampoco se puede decir que fueran amigos ni que Valle-Inclán eligiera a Ramón como su futuro biógrafo. El talante personal y la estética de ambos admite escasos parecidos, aunque Ramón lo infiltre en su biografía, y el texto de la función del Español, sin cuestionarlo, trace confluencias forzadas.
Pero es indudable que Ramón admiraba desmedida y sinceramente a Valle-Inclán. Su biografía responde a la del biógrafo que siente una inmensa veneración por el biografiado, con el que le gustaría ser parangonado. Esto normalmente es un peligro para la objetividad que el biógrafo debería tener con respecto a su biografiado. Este tipo de biografía fue el elegido por Ramón Gómez de la Serna al seleccionar personajes en los que encontraba motivos de identificación más o menos justificados. Y si no había tal se lo inventaba. Como sentencia Leon Edel, crítico y biógrafo él mismo: «Jamás se han escrito buenas biografías cuyos biógrafos se identificaran con sus sujetos». El secreto reside en permanecer independiente, al mismo tiempo que crítico y empático. No fue el caso de Ramón con Valle-Inclán, porque el magnetismo y la mitomanía del personaje se apoderaron del biógrafo. Y, como sostiene André Maurois, una biografía de esta clase será, en el mejor de los casos, «una autobiografía bajo el disfraz de una biografía». ¿Ha superado este hándicap la función que se puede ver en el Teatro Español de Madrid? No lo parece. Al contrario, este resulta ser uno de los ejes de la representación: que adivinemos el autorretrato de Ramón en el retrato de la figura de don Ramón.
En la biografía, Ramón acapara anécdotas, chistes o invenciones de Valle-Inclán, que convierten al personaje en una especie de humorista de éxito. Hay que reconocer que al público le gustan estos tópicos biográficos, aunque caigan más del lado de la leyenda que de la biografía. Eso, al menos, parecía, a juzgar por la manera en que lo celebraba el público en la función del pasado 3 de marzo. De esto podemos deducir que la figura del escritor gallego sigue todavía presa del estereotipo caricaturesco, cómico y chistoso, que el mismo don Ramón levantó, y Ramón acrecentó desmesuradamente.
Gómez de la Serna imagina libremente aspectos de la personalidad de Valle, inventa hechos nunca contrastados documentalmente, porque está más preocupado por la brillantez del estilo que por la información veraz. Hay que aceptar que por la naturaleza artística del texto no cabe esperar de esta biografía y de su representación lo mismo que de otra de carácter histórico, pero, aun reconociendo al biógrafo y al adaptador teatral la libertad de construir ‘su Valle-Inclán’, desde el momento en que dan una imagen ideal que elimina las sombras, el resultado es discutible.
Ramón Gómez de la Serna estuvo más pendiente de los aciertos verbales que de desarrollar un relato documentado. En el capítulo de la amputación del brazo, en el que da por buena la extravagante e irreal explicación de la «herida del gemelo», despliega una veintena de versiones humorísticas o fabulosas más del mismo hecho, que se parecen a las que el propio Valle-Inclán y su agresor Manuel Bueno se encargaron de difundir para ocultar la verdad de la pelea tabernaria que sostuvieron, y que a don Ramón le parecería vergonzosa e impropia de su hidalguía. La forma de proceder de Gómez de la Serna, en otros episodios, consistió en tomar una documentación que se sabe ficticia, como la Autobiografía que Valle-Inclán publicó en 1903, para ampliarla hiperbólicamente, dando por buena la autoficción de don Ramón. Dicho de otro modo, presenta hechos reales, pero de manera tan distorsionada que pierden valor referencial.
Pero, qué duda cabe, hay también magníficos hallazgos expresivos, que sintetizan en una frase aspectos de la personalidad y de la obra de Valle-Inclán para resumir la complejidad del hombre y de su literatura. En cambio, algunos aciertos conceptuales resultan malogrados al mezclarlos con falsos lugares comunes. Por ejemplo, Gómez de la Serna entiende muy bien los orígenes burgueses: don Ramón proviene de una familia de buena posición económica, de modo que nunca pasó grandes privaciones y supo administrar sus ingresos y cuidar de una familia numerosa. Pero, a renglón seguido, Ramón se contradice al reiterar el tópico de la pobretería bohemia y el carácter manirroto del escritor en aras de un dramatismo biográfico que no tuvo fundamento en realidad. En fin, no estaba en los planes de Gómez de la Serna hacer una obra biográfica basada en los hechos ni en los documentos históricos, sino acrecentar la aureola legendaria del personaje para mayor gloria de este y de sí mismo. En esto la función del teatro Español ha sido respetuosa, pero, a fuer de rigurosa, nos muestra solo al estafermo y sus máscaras y se olvida de la persona contradictoria que fue Valle-Inclán.
Dicho esto, no se pierdan por nada del mundo el trabajo admirable de Pedro Casablanc, porque es superior. «Me quito el cráneo».