Una avanzadilla cultural del poder chino toma Alicante
La presentación de una exposición sobre los grandes emperadores coincide con la entronización del presidente Xi y el redoble de la diplomacia cultural
Los 3.000 diputados de la Asamblea Nacional Popular aclaman con unánime devoción al presidente Xi Jinping, en la apertura del año legislativo. En el evento político más importante del año, el gran líder chino confirmaba la acumulación de poder que ya le ha valido el epíteto de «Emperador» en medios como el Financial Times o The Atlantic. En este último, Michael Schuman, explica que la ya indisimulada ambición de Xi de «gobernar indefinidamente rompe la tradición comunista, pero recupera la imperial». Casualidades de la vida, mientras Xi exhibía su poder en Beijing, su embajador en España presidía en Madrid la presentación de una espectacular exposición de las dos principales dinastías chinas, la Qin y la Han. Toda una (pacífica) invasión comandada por los famosos soldados de terracota.
El legado de las dinastías Qin y Han. Los Guerreros de Xi’an será inaugurada el próximo día 28 en el Museo Arqueológico de Alicante, el MARQ. Incluye más de 120 piezas originales procedentes de nueve museos e instituciones chinas. Las estrellas, por supuesto, son varios Guerreros de Xi’an, los famosos soldados de terracota de la tumba del emperador Qin, que se exponen en Europa por primera vez desde la pandemia. En este link del museo está toda la información detallada de la exposición, con fotos y explicaciones de las piezas más destacadas y, sobre todo, un interesante vídeo que recrea con realidad virtual la experiencia de una visita.
Pero un poco de contexto extra quizás ayude a completar el significado. Más allá del mero valor estético y arqueológico, motivo ya más que suficiente para visitarla, el vuelo histórico de la exposición permite interesantes conexiones con la actualidad. La tumultuosa irrupción de Putin en Ucrania y los desarreglos económicos y sanitarios que están poniendo en un brete la globalización quizá haya sacado un poco del foco una herramienta geopolítica más sutil y, por lo tanto, efectiva: por eso a la diplomacia cultural se la conoce como soft power, el poder blando.
El libro coral China’s Cultural Diplomacy analiza las especificidades en esta materia del cada vez menos comunista (pero no menos totalitario) gigante asiático. En su capítulo, titulado «Going for soft power», Hongyi Lai, de la Universidad de Nottingham, explica que, tras siglos de aislacionismo, desde principios de este siglo «la cultura es la nueva herramienta diplomática de China».
Aunque la exposición la alberga el MARQ de Alicante, su presentación tuvo lugar con todos los honores la semana pasada en el muy interesante Centro Cultural de China en Madrid. Por parte española, acudieron el presidente de la Diputación de Alicante, Carlos Mazón Guixot, y la vicepresidenta primera y diputada de Cultura y Transparencia, Julia Parra Aparicio. Por la china, el mencionado embajador de la República Popular China en España, Wu Haitao, que dio un discurso en chino, traducido posteriormente al español por una especialista. Todo muy formal. Lo más emocionante que dijo el embajador fue: «La exposición será un éxito total y dejará una huella imborrable en los anales de los intercambios culturales entre los dos países». Todo muy controlado, pues, muy… soft.
Guerreros de Xi’An – Fitur from MARQ Arqueológico de Alicante on Vimeo.
La representación española resaltó la estrecha relación con sus homólogos chinos. La exposición ha sido impulsada por la Diputación de Alicante a través del MARQ, y la Fundación C.V. MARQ, pero «es fruto», matizan, «de la colaboración con la Administración Estatal de Patrimonio Cultural de China, la Oficina Provincial de Bienes Culturales de Shaanxi y el Centro para la Promoción del Patrimonio Cultural de Shaanxi».
Una exuberante muestra de cooperación cultural que se enmarca en el amplio programa de actividades e iniciativas bilaterales por el 50 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países el 9 de marzo de 1973. Por entonces todavía mandaba los destinos chinos un presidente con ínfulas imperiales e infausto recuerdo: Mao.
Infausto, entre otros, para el actual presidente, Xi Jinping. Su padre, héroe revolucionario, llegó a ser viceprimer ministro, pero cayó en desgracia durante la Revolución Cultural en un proceso que marcó a toda la familia. El mismo Xi tuvo que «depurar» su desviación genética trabajando en el campo y fue rechazado hasta nueve veces por el Partido (el Comunista, el único en China) hasta que su ambición tuvo premio. Su actitud y estilo de gobierno adquieren mayor sentido a la luz de estos traumas del pasado. Por estos lares también podemos comprobar cómo se las gasta algún líder despreciado en algún momento por su partido cuando llega al poder…
Según Hongyi Lai, con el aperturismo económico de China, el Gobierno se marcó el objetivo de «mejorar su poder blando y proyectar su imagen de ascenso pacífico». Publicado antes de la entronización de Xi como nuevo emperador, quizá ahora merezca algún matiz. Una de las cosas que este quiso dejar claro en la Asamblea Popular Nacional, por ejemplo, es que China quiere mandar en el mundo y, de hecho, el órgano legislativo (a su servicio) aprobó sobre la marcha un aumento del 7,2% en el presupuesto de defensa, hasta los 211.000 millones de euros.
Más actualizado, el artículo «China’s Soft-Power Push: The Search for Respect», publicado en Foreign Affairs por David Shambaugh, apunta el año clave de 2014, cuando Xi anunció explícitamente: «Debemos incrementar el soft power de China, proporcionar una buena narrativa china y comunicar mejor al mundo el mensaje de China». Todo muy chino.
En su ensayo en The Atlantic, Schuman reconoce que las comparaciones entre Xi y Mao son «inevitables», pero matiza que este último «deseaba derrocar el orden establecido, tanto dentro como fuera del país, y fomentó la agitación política y social para lograr sus objetivos. La agenda de Xi es mucho más parecida a la de la China imperial. Pretende restaurar la nación como potencia dominante en Asia en el núcleo de un nuevo sistema sinocéntrico, de naturaleza similar a la posición que ocupó en la región bajo las dinastías».
Schuman recuerda que «ya en la antigüedad, los emperadores afirmaban que su mandato abarcaba ‘todo lo que está bajo el cielo’» (¿globalismo antes de la Globalización?), y sostiene que, «utilizando la tecnología del siglo XXI, Xi tiene la oportunidad de convertir la retórica antigua en una realidad moderna». Precisamente el tema elegido por el nuevo emperador para la clausura de la Asamblea Nacional Popular fue la lucha por la «autosuficiencia tecnológica» justo en pleno pico de la tensión al respecto con EEUU.
Fernando Cano titulaba la semana pasada: «España se pone de perfil en la guerra comercial EEUU-China y aplaza la lista de vetados del 5G». Explicaba que el Gobierno «hace encaje de bolillos para no perjudicar sus relaciones comerciales con los dos gigantes económicos mundiales». En esos equilibrios tan sutiles, el soft power aporta su granito de arena.
Visto desde esa perspectiva, la exposición de Alicante, dedicada a las dos dinastías más importantes de la historia china, sería algo así como un caramelo a un socio dubitativo, pero también un recordatorio, justo en el 50 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas, de con quién nos estamos jugando los cuartos.
Dice Schuman que «la ambición de Xi puede sonar fantástica a oídos occidentales -el equivalente del nuevo primer ministro italiano que aspira a reconstruir el Imperio romano-, pero en el contexto chino no lo es. Una característica notable de la historia china es la frecuencia con la que la élite ha logrado restaurar el poder imperial. A lo largo de milenios, China se ha hundido en la confusión política o ha sucumbido a invasiones extranjeras. Sin embargo, una y otra vez surgía un líder que fundaba una nueva dinastía y reconstruía el imperio».
Efectivamente, la hipótesis de un Xi con poder omnímodo sobre «todo lo que está bajo el cielo» suena un poco exagerada. Aunque lo mismo sucedía con las historias de la tumba de Qin Shi Huang, el primer emperador chino y uno de los principales protagonistas de la exposición de Alicante.
«Se construyeron palacios y torres panorámicas, y la tumba se llenó de artefactos excepcionales y tesoros maravillosos […] Se utilizó mercurio para simular los cien ríos, el Yangtsé, el Río Amarillo y el gran mar, preparados para fluir mecánicamente. En lo alto se representaron las constelaciones celestiales; abajo, los rasgos de la tierra…» Durante siglos, los arqueólogos leyeron con condescendencia la descripción del historiador Sima Quian, escrita entre los años 109 a. C. y 91 a. C., cuando la historiografía acudía a la fantasía sin muchos remordimientos. Hasta que, en 1974, un agricultor que excavaba un pozo cerca de Xian, antigua capital imperial, encontró la réplica en terracota de uno de los soldados de Qin. Tras una lenta (China no estaba para muchos trotes) labor de arqueología, se han desenterrado más de 6.000 de estas fascinantes estatuas, y los expertos creen que quedan otras dos mil bajo tierra. Pero, sobre todo, si el azar ha descubierto un detalle que Sima ni se tomó la molestia en mencionar, lo que se creían fantasías míticas apuntan ahora al mayor conjunto arqueológico del mundo, capaz de empalidecer las pirámides egipcias.
Mensaje soft recibido: mejor no menospreciemos a los emperadores chinos.