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OPINIÓN

Marta González de Vega y los unicornios

«Frente a esas monjas del neofeminismo que nos condenan a practicar la guerra de sexos, Marta se muestra políticamente incorrecta y empáticamente perfecta»

Marta González de Vega y los unicornios

La guionista Marta González de Vega posa en el 'photocall'.. | Europa Press

Marta González de Vega, que el 5 de abril estrena en salas su película De Caperucita a Loba, es un cruce muy sofisticado de Nora Ephron y Tina Fey. O si lo prefieren, una versión millennial de Ana Diosdado y Lina Morgan. Lo digo porque tiene el mérito de ser la guionista más taquillera del cine español gracias a las millonarias recaudaciones de las sagas Padre no hay más que uno y A todo tren, y también es capaz de ponerse delante de las cámaras y de subirse a las tablas con la misma brillantez. Tú asistes a la obra que representa todos los sábados en el Teatro Fígaro y te das cuenta rápidamente que no tiene dos ojos, sino dos faros. A veces activa las luces cortas de la ternura Disney y a veces enciende las luces largas de la mujer emponderada, como cuando canta por la Jurado. Porque Marta también canta. Como una loba. Y baila. Y si hay que aprender claqué se marcha a Nueva York para recibir clases de un bailarín especializado o estudia zarzuela en Madrid para que no le quede ningún palo por tocar. Porque la suya es una vocación innegociable.

La de Marta González de Vega (con ese apellido mágico que la emparenta con Lope de Vega) es la historia de una niña de Canarias que recién licenciada en Derecho se vino a Madrid para vivir en un Chagall y desde entonces no ha parado. Primero triunfó como guionista en El Club de la Comedia junto a Pablo Motos y Luis Piedrahita, luego fue la showrunner de Con dos tacones (nominada a mejor serie de comedia internacional en el Festival de Televisión de Montecarlo), más tarde se convirtió en escritora, y ahora se la rifan las productoras y las plataformas mientras ejerce como guionista de lujo con Santiago Segura y José Mota. En un tiempo en que la gente abandona las salas de cine en favor de las plataformas en serie y las pantallas planas del salón, la suya es una excepción difícil de explicar.

Quizá la clave resida en que practica un humor inteligente e inclusivo, capaz de conectar con lo que le pasa a la gente. Porque Marta tiene un oído a pie de calle. Del mismo modo que Woody Allen retrató a su generación, Marta pinta a la suya. Frente a la cultura woke que nos invade, frente a esas monjas del neofeminismo morado que nos condenan a practicar la guerra de sexos, Marta se muestra políticamente incorrecta y empáticamente perfecta. La risa inteligente y la sonrisa permanente.

Esta socióloga de cercanías es capaz de combinar los zapatos de Manolo Blahnik con las zapatillas Nike y la sofisticación de las mujeres desesperadas y al borde de un ataque de nervios con la pasión cañí de Verónica Forqué y el toque castizo de Lina Morgan. Porque Marta es muchas Martas.

A primera vista, parece escapada de Sexo en Nueva York, pero si le acercas la lupa descubres que es una romántica capaz de cabalgar unicornios. A estas horas podría permitirse el lujo de estar en su casa viendo El show de Truman o repasando los mecanismos narrativos de Cómo conocí a vuestra madre y escudriñando los secretos de la trilogía Before y, sin embargo, para que todos disfrutemos de su talento, curra en un teatro todos los sábados. Porque Marta tiene un alma insobornable de cómica.

«Marta es la representante más brillante de su generación y la declina con una brillantez que da vértigo»

Como guionista es capaz de retratar a las mujeres de su generación con un bisturí a prueba de tópicos, sin vendas y sin complejos, o sea a saco, y como cómica es capaz de hacerte doler las mandíbulas mientras te arranca una sonrisa de oreja a oreja. Porque Marta sabe desde hace muchos años que, como diría Katja Eichinguer, en una relación están implicadas al menos seis personas: los dos individuos en cuestión, las dos personas que estos individuos creen ser y los dos seres que cada uno ve en el otro.

O sea que la pareja es cosa de seis. Eso sin contar los hijos, los cuñados y las suegras, que también y tan bien retrata en las películas de Segura o en los especiales de Mota. Y asesorada por Eduardo Punset, analiza el modo en que la oxitocina opera milagros no tanto en la guerra de sexos, sino en esta aventura que es la vida y donde sólo nos salva la risa. Hablamos, en fin, del amor líquido. De manera que Lady Di se quedaba corta cuando decía que tres son demasiado para un matrimonio. Marta pinta a su generación con la lucidez de Woody Allen y con la precisión de una socióloga de la Sorbona. Hablamos de esa generación de mujeres que no están solteras, sino que son solteras. Aprendió desde muy joven que los seres humanos no cambiamos, sino que nos especializamos, y por eso es capaz de explicar mejor que nadie las neuras del nuevo siglo.

Esta facilidad para la ironía y la lucidez, esta mirada ácida sobre todo lo que se mueve, sin embargo, no le impide cabalgar unicornios por la Gran Vía y levantarse disfrazada de princesa Disney. Marta es la representante más brillante de su generación y la declina con una brillantez que da vértigo. Si hubiera nacido en Estados Unidos, ya le estarían haciendo la ola en Hollywood y la esperaría una limusina a la puerta de su casa para ofrecerle un contrato galáctico mientras que en Manhattan actuaría en Broadway y escribiría para The New Yorker en un apartamento con vistas a Central Park. Aquí, además de triunfar a lo grande en el cine y en la televisión, actúa los fines de semana en un teatro que le sirve de escaparate para exhibir todas sus dotes escénicas con la obra que dio lugar a la película que ahora estrena y que empezó siendo un libro. De esta Marta capaz de cerrar la Gran Vía para rodar su película se puede esperar cualquier cosa. Pero lo mejor está por llegar. A lomos de un unicornio, claro.

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