Daniela Tarazona, la escritora revelación de las letras mexicanas
Su novela ‘Isla Partida’, una traslación literaria de un evento mental, con el que ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2022, se publica en España
En 2014 Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975) se realizó un análisis espectral del electroencefalograma (EEG, un registro de la actividad eléctrica cerebral) y potenciales relacionados a evento (PREs, que son las fluctuaciones de voltaje que están asociadas temporalmente a la presencia de un evento físico o mental). Sufría de exageradas descargas eléctricas en el cerebro, y quería saber qué es lo que estaba sucediendo exactamente. Isla Partida (Almadía, 2023), novela con la que la escritora consiguió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz y sirvió para revalidar su carrera y situarla en el primer plano de la literatura hispanoamericana, da cuenta de estos acontecimientos, en una mixtura de realidad y ficción, pues se incluyen en el libro las imágenes reales del cerebro de Tarazona, que sirven de punto de partida para que, desde ahí, la inventiva literaria de la escritora trate de hacer el resto.
En esencia, no es Isla Partida una investigación médica (aunque también deja testimonio) sobre los trastornos sufridos por la escritora, sino más bien su traslación metafórica y (quasi) epifánica, en el sentido de que concluye el evento en la misma página. Esto es: se produce un desdoblamiento, una disociación de la personalidad de la narradora (provocada por la «voraz electricidad») que, llegado el final de la novela, concluye. En este sentido, es una traslación literaria de un evento mental. Así, la historia se bifurca fundamentalmente en dos personajes: tú y Ella (aunque también existe un «yo» y un «nosotras», entre otras disoluciones más). Con ello, desdoblando a su narradora, Tarazona trata de representar multitudes, en el convencimiento de que «para comprender al otro, es necesario disociarse». La Isla del título es aquella a la que se dirige «Ella» para morir, para dejar dicha su última palabra. Partes de una misma personalidad múltiple, que sucede simultáneamente en dos espacios y en dos cuerpos. Y tiene una voluntad mítica, pues vincula «la luz indecible» de los rayos eléctricos que asolan la mente de la protagonista con una maldición milenaria, ancestral, informe y poderosa, cuya más reciente portadora sería la madre de la protagonista, pero que se enraíza también en su abuela, creando una línea generacional de mujeres que no son «normales». Es, pues, sí, una historia contemporánea de la locura.
Una escritura de (y sobre) los límites
Daniela Tarazona es autora de tres libros, además de Isla Partida: las novelas El animal sobre la piedra (2008), El beso de la liebre (2012) y el libro Clarice Lispector. La mirada en el jardín, escrito en colaboración con Nuria Mel. Isla Partida cierra un ciclo en el que la autora ha trabajado la idea del cuerpo en transformación y la representación de un mundo caótico. Isla Partida, nos cuenta la autora, está escrita «desde la percepción de un mundo sin sentido, donde el significado de las cosas está movido de lugar». Y ello porque «lo más conmovedor de la existencia es aquello que no se puede decir, lo que escapa del lenguaje. Allí ocurre la vida». Y añade: «Vivimos una época que pretende mostrarnos que todo está dicho, que el mundo se conoce, que sabemos con certeza tal o cual asunto. Pero son engaños que nos hemos propuesto para, precisamente, sobrevivir. Hay que encontrar el sentido, somos seres que lo necesitan».
Así, Isla Partida es una novela valiente y arriesgada, fractal y multiforme, una suerte de animal vivo difícil de agarrar. Luis Felipe Fabre, refiriéndose a esta escritura, habla en términos de disolución, de puro lenguaje que no siempre se entiende, pero que es justo ahí donde mejor se experimenta «su atroz lucidez como un escalofrío de belleza y verdad». La novela, a pesar de su brevedad (129 páginas), es un artefacto complejo y multiforme, cuyo centro de gravedad es la siguiente aseveración de la narradora: «Ya no comprendemos las palabras como antes». Así las cosas, su búsqueda es la de tratar de escribir sobre el papel algo que se parezca a lo que se quiere decir, con la voluntad de dejar por escrito los sucesos que no comprendemos, aquellos expresados en un «lenguaje bífido», el sentido que se esconde, no inmediato, en lo que dicen los otros (e incluso uno mismo, sin saberlo conscientemente). De ahí que tenga en Isla Partida el lenguaje una naturaleza animal, y que juegue a ser una suerte de vox mundi, una especie de peculiar voz de todos que fuera portavoz de la nostalgia y la tristeza honda de la existencia. La escritora mexicana lo expresa así: «somos herederos de nuestros antepasados y sus experiencias nos constituyen. Cada persona guarda historias, formas de ver el mundo, secretos, repudios y amor y lo fascinante también es que somos distintos y únicos. La memoria en Isla partida es un recordatorio de la identidad, de la capacidad de existir».
Tú no eres normal
Una lectura posible (entre otras varias, gracias a la poliédrica ambigüedad de sus enunciados) de Isla Partida es la de que la novela evidencia una asechanza: siendo ésta aquello que nos persigue, pero también aquello que espiamos. Esa suerte de relación dialéctica entre lo que nos salva y lo que nos condena. En este sentido, y según la opinión de Tarazona, «desde el surgimiento de las redes sociales, los usuarios nos hemos vuelto espías de los demás, a veces, incluso, policías de los otros. Es un círculo no virtuoso, en efecto. Espiamos y permitimos que nos espíen, pero este juego implica altos riesgos. Entre ellos, la pérdida de la capacidad crítica y la homogeneización de los pensamientos y sentimientos, además del falseamiento de la vida, de la diferencia y la discrepancia». Esto viene sumado al hecho de que «los humanos sabemos pocas cosas, conocemos poco el mundo, en realidad». También desde ese sitio del no saber, de la ignorancia, está escrita Isla Partida. Y así incluye preguntas, dudas y en ella se da un fondo de rebelión, una voluntad insurrecta por sobrevivir.
La rispidez del castellano
No es raro que en la novela de Tarazona se reivindique de alguna manera a la poeta costarricense Eunice Odio (1919-1974), quien forma «parte de una legión de mujeres que alcanzaron el misticismo, las epifanías, los lenguajes insólitos», nos dice Daniela Tarazona, cuya abuela fue amiga cercana de Odio y cuya obra la autora iba leyendo en tanto que se producía la escritura de Isla Partida. Para Tarazona, Odio era «parte de los vínculos y el imaginario familiar».
Precisamente estos días ha salido al mercado La lucha por la lengua (Los tres editores, 2023), donde se incluye un artículo sin firma aparecido en el diario Excelsior de México el 6 de noviembre de 1970 y que recoge un recuento indirecto de opiniones del escritor mexicano Salvador Elizondo (1932 -2006). En él, el escritor se queja de que el castellano «es una lengua muy ríspida» y que, por ello, afirma, habríamos de «desentendernos de la tradición del castellano e instaurar nuevas tradiciones», y que «la insuficiencia del castellano trata de superarse con el uso de sinónimos». Según éste, «el castellano está muy regido por reglas no sólo académicas, sino también las que ha impuesto la tradición».
Poco tiempo después, en enero de 1972, la respuesta de Eunice Odio fue publicada en una plaquette de la editorial Finisterre, en la que le recrimina a Elizondo que «lo que quieres es nada menos que transformar el temperamento y el alma -el ser- del continente hispanoamericano y de España». Califica así el empeño de Elizondo de «morrocotudo», el de intentar lo imposible: «reestructurar lo que no digamos que está estructurado, sino superestucturado, desde hace varios siglos», nos dice, Y sentencia que la rispidez no tiene que ver con el idioma, sino que se halla en los objetos mismos, «y es el alma que los sufre» ,concluyendo que la sinonimia no existe. Y ya le da la puntilla a Elizondo cuando afirma que «el español, como otros idiomas -y a veces más que otros, da para todo, aunque existan inocentes que no lo crean», para acabar su diatriba diciéndole a Elizondo que quizá no es problema del lenguaje, sino de aquellos que no saben moldearlo ni servirse de él.