Aloma Rodríguez: «Antes ser feminista era una perogrullada, pero hoy todo eso se ha roto»
La escritora habla con David Mejía sobre ‘Puro glamour’, su última obra, que explora un tema habitual en su narrativa: la relación entre la literatura y la vida.
Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983) es escritora y forma parte de la redacción española de Letras Libres. Es autora de París tres (2007), Jóvenes y guapos (2010), Solo si te mueves (2013), Los idiotas prefieren la montaña (2016) y Siempre quiero ser lo que no soy (2021). Es colaboradora de La Lectura, Abril, Jot Down y Radio 3, y presenta el podcast «La amiga eres tú» junto a Andrea Toribio. Su último libro es Puro Glamour (La navaja suiza, 2023).
PREGUNTA.- Tu último libro se titula Puro glamour, y el lector descubre que es irónico en la primera página.
R.- El título es claramente irónico. No sé de dónde viene exactamente la expresión. Creo que la dije yo antes de empezar a escribir la serie de artículos que hice para Letras Libres. Creo que fue en el propio chat de la revista. Escribí algo así como «Se me ha caído el café. Soy puro glamour«. Y además hila con algo que me dijo Sergio Algora, el cantante de El Niño Gusano, también escritor, muy amigo mío. Me dijo: «El gag eres tú».
P.- ¿Te has sentido muy a menudo como un gag ?
R.- Sí.
P.- ¿Porque te consideras patosa o porque tienes tendencia a mirarte desde fuera?
R.- Veo a veces mi propia vida como una teleserie. Me gustaría ser como Larry David, pero creo que no soy tan macarra.
P.- Y esta falta de glamour a la que alude el título ¿tiene mucho que ver con las tareas de la maternidad? Tienes tres hijos y el libro comienza con ese traslado que haces desde Madrid a Zaragoza, después de nueve años en la capital.
R.- Nosotros nos volvimos a Zaragoza en la peor de las circunstancias, justo después del confinamiento duro. En ese momento, había mucha incertidumbre. Quería empezar contando eso, porque me parece que es importante la sensación de de vuelta. Vuelves, pero ya no eres la que eras. Y encima vuelves con tres hijos. La ciudad está llena de fantasmas: muchos amigos que no están porque han muerto, y otros porque se han ido. Eso me parece bastante literario. Y luego, está también la cosa de pensar que tienes que estar en Madrid o en Barcelona. En realidad, es falso, porque para hacer las cosas lo que necesitas es hacerlas. Da igual que estés en Madrid, en Guadalajara, o en un pueblo de Teruel. Sobre todo, ahora que hay Internet. En todo caso, me interesaba la idea de que la protagonista y narradora empezara desde una posición que no es central.
P.- La protagonista coincide en muchas cosas contigo.
R.- En realidad, soy yo. No me atrevo a llamar novela a esto, porque no lo es. Tampoco son unos diarios. Y aunque no es un ensayo, creo que sí que hay una parte de reflexión sobre la relación entre la literatura y la vida. Es híbrido, pero es horrible decir que es un híbrido.
P.- Hay varios temas que recorren el libro y que también recorren tus otras obras. Y una de ellas es justamente el paso del tiempo. Has dicho antes que uno vuelve a la ciudad en la que había vivido y ya no es el mismo. Tú te vas de Zaragoza con 27 o 28 años, y vuelves nueve años después. Escribes que parece que la ciudad te está mirando y te está diciendo lo que has cambiado. ¿En qué dirías que has cambiado?
R.- Antes era un poco más arrogante, algo propio de la juventud. Eso se me ha quitado totalmente. Para llegar a lo de ahora, se pasa una etapa de menos autoestima. Y ahora estoy muy tranquila. He cambiado en todo. Los dos últimos años en Zaragoza han sido muy intensos, pero claro, toda mi formación sentimental y mis amistades las hice en Madrid. En lo que más he cambiado es en una especie de relación mucho más relajada con todo.
«Me tengo que acordar de que soy madre porque todavía me parezco demasiado inmadura como para tener hijos a mi cargo»
P.- El título de tu anterior libro era Siempre quiero ser lo que no soy. Ahora llegas a la tranquilidad mental de no querer ser lo que no eres. ¿Recuerdas a esa Aloma que no era madre?
R.- Me tengo que acordar de que soy madre porque todavía me parezco demasiado inmadura como para tener hijos a mi cargo. Hay un momento, bastante al principio, cuando tienes hijos, en el que parece que tenemos muchas identidades. Y hay un momento en que la identidad de madre tapa todo lo demás. El manto de la maternidad es, básicamente, la invisibilidad. La invisibilidad, que es un superpoder deseado, cuando eres madre se vive como una condena.
P.- ¿Crees que es así o es una percepción? Es decir, ¿crees que las madres dejan de ser visibles para los hombres por el hecho de ser madres?
R.- Sobre todo, sucede cuando hay un bebé delante. Luego yo creo que ya no. Además también hay que decir que te pasan muchas cosas en el cerebro cuando llega la maternidad. Creo que hay razones evolutivas para ello.
P.- También el mundo se vuelve invisible para la madre.
R.- En realidad, es al revés. De hecho, una madre llega a una habitación y sabe dónde están los enchufes o todo lo que supone un peligro para el bebé.
P.- Tuviste a tu primera hija antes de los 30. No esperaste a que la situación fuera idónea. ¿Crees que a veces se peca de pensar que tiene que estar todo bien ordenado para traer una vida al mundo?
R.- Hombre, que cada uno haga lo que quiera, ¿no? Pero si lo piensas mucho, no los tienes. Nosotros somos cinco hermanos y no podía haber unas circunstancias más inestables. Mi madre estaba estudiando la carrera, y a mi padre lo despiden el día que se entera de que va a ser padre. Imagínate, eran muy jóvenes. Encima, mi padre era gallego, estaba en Zaragoza… Pensar que todo esté ordenado me parece una cosa muy forzada. No va conmigo para nada. En realidad, la vida te va llevando y a veces no sabes por qué tomas las decisiones.
P.- ¿Dirías que te ha influido el modelo de familia que tú habías visto en casa?
R.- Sí, sí. Me siento súper privilegiada en eso. Todo se vivía con naturalidad. Es verdad que no ha habido grandes desgracias. Hemos sido, en ese sentido, una familia muy feliz. Quizá la época más dura fue aquella en la que estaba mi madre en un pueblo de Teruel, con mis hermanos pequeños, y mi padre, mi hermano y yo en Zaragoza, con una distancia de tres horas y media de carretera. Nos pilló en la adolescencia, pero tampoco supuso mucho sufrimiento.
P.- ¿Nunca pensaste en tomar el camino de tu madre y dedicarte a la medicina?
R.- De pequeña, quería ser actriz y me gustaba mucho la biología. Mi madre me dijo: «Como Ana Obregón, bióloga y actriz». Luego descarté las ciencias para siempre. Pero alguna vez, en una de estas fantasías absurdas que he tenido, pensé en hacer medicina. Pensaba en una medicina al estilo House. Pero yo sé cómo trabaja mi madre: en un barrio con una población envejecida e inmigración con la que tiene muchos problemas para entenderte por el idioma. Al final, es todo mucho más ingrato.
P.- El tema de la maternidad lo hablabas hace poco en una entrevista con Rachel Cusk, autora de Un trabajo para toda la vida. Y ella decía algo así como que si escribías sobre esos temas te quedabas un poco fuera de la pandilla de escritores.
R.- Rachel Cusk es una escritora muy buena, a la que yo admiro por razones literarias. De pronto, tiene este libro sobre la maternidad y cuenta su experiencia. Pero lo que me importa no es tanto el tema como la propia autora. Creo que los temas van apareciendo en los libros conforme la vida te va llevando en esa dirección. La ‘literatura sobre la maternidad’ te lleva a un nicho editorial. Eso no me gusta. Me parece que es simplista y reductor.
P.- ¿Te interesa la autoficción?
R.- Me gusta todo, en realidad. Es verdad que siempre tiendes un poco a leer el libro que crees que a lo mejor es parecido a lo que tu haces, básicamente para robar ideas. Pero no leo solo eso. Y de hecho, uno de los libros que más me ha gustado últimamente es uno que se llama Las tempestálidas, de Gueorgui Gospodínov. Es un novelón maravilloso y aunque parece un personaje que se llama como él, no es autoficción. Es un libro sobre Europa y sobre la relación con el pasado. Y además, es muy macarra. Tiene mucho humor, pero a la vez mucha reflexión.
P.- ¿Qué te cuesta más: crear personajes, crear mundos, hablar de ti…?
R.- En realidad, el trabajo es muy parecido. El personaje tienes que levantarlo igual. Existe solo en el libro. Entonces, da igual que el mundo sea todo una invención tuya o que no. Luego,evidentemente, no es lo mismo escribir El señor de los anillos que mis aventuras domésticas en una ciudad de provincias.
«Con respecto a lo de leer a los clásicos, a mí me parece genial, y yo los leo y los disfruto mucho. Pero siempre me acuerdo de una cosa que dijo Trapiello: «Cervantes no había leído a Cervantes»»
P.- ¿Coincides con esa frase que citas en el libro de que una familia en la que surge un escritor rompe la familia?
R.- Nosotros debemos de ser la excepción que confirma la regla. Mi padre es escritor, al igual que mi hermano mayor y yo. A veces, coincidimos a la hora de escribir sobre algo que nos sucedió. Al final, la literatura es una conversación. No nos importa escribir algo que ya ha escrito el otro. El proceso de hacerlo nos divierte igual. Los tres somos escritores y periodistas culturales. Nuestras conversaciones son muchas veces sobre libros. Muchos de nuestros amigos son escritores. Aquí se mezclan la literatura y los afectos. Lo vivimos todo con mucha naturalidad.
P.- ¿Qué consejo le darías a un incipiente escritor?
R.- Que no tenga miedo al error. Aunque creas que has cometido el peor error del mundo, enseguida se va a olvidar. No hay que tener miedo, ni complejos. Muchas veces el camino se encuentra conforme se va haciendo. Hay que relajarse, pero entiendo que la juventud es muy ansiosa.
P.- Eso me decía Sergio del Molino. Hablaba de la adolescencia como una especie de enfermedad. Hay que consolar a los adolescentes ansiosos diciéndoles que eso se pasa.
R.- Sí, se pasa. Y al mismo tiempo hay algo de la adolescencia que permanece para siempre. Eso es consustancial al ser humano y por eso se escribe o se ven películas y se escuchan canciones. También perdura una especie de incomprensión de la vida.
P.- ¿Es tan importante leer a los grandes maestros como leer a los autores contemporáneos?
R.- Si quieres que te lean a ti, lee a los demás. Y sobre todo, está bien para no cometer los errores que están cometiendo otros. Con respecto a lo de leer a los clásicos, a mí me parece genial, y yo los leo y los disfruto mucho. Pero siempre me acuerdo de una cosa que dijo Trapiello: «Cervantes no había leído a Cervantes».
«No hay que tener miedo, ni complejos. Muchas veces el camino se encuentra conforme se va haciendo»
P.- No estaba pensando tanto en Cervantes o en Tolstoi, sino por ejemplo, en Natalia Ginzburg, Philip Roth, o esa gente más cercana a nosotros, que no es tan imponente.
R.- Ya. Lo que pasa es que hay una cosa bastante curiosa… Entrevisté a Deborah Levy, que me gusta muchísimo, autora de un tríptico autobiográfico, escrito en parte para responder al ensayo de Orwell «Por qué escribo». Yo le pregunté por la importancia que había tenido para ella Orwell. Entonces me dijo que, de joven, no lo apreciaba tanto, precisamente por algo que aprecia ahora mucho, que es la claridad en la escritura. Cada edad nos lleva a tener una sensibilidad diferente para apreciar los logros de un determinado autor. Pero lo que creo que resulta muy estimulante es ver que alguien, en circunstancias más o menos parecidas a las tuyas, ha hecho algo que te fascina. Creo que es estimulante. Este tipo, esta tipa, que más o menos estaba como yo cuando hizo esto, ha hecho esta obra que a mí me parece fascinante, y que me da ganas de de intentar algo similar.
P.- Otra de tus pasiones es el cine. Sé que te gusta mucho Éric Rohmer.
R.- Me gusta porque cuando ves una de sus películas, te parece que hacer cine es la cosa más fácil del mundo. Tiene una naturalidad muy rara. Y tiene la magia de lo espontáneo, aunque supongo no debía ser tan espontáneo. Su cine respira vida todo el rato. Pero en realidad, sus películas están muy pensadas. Él era escritor antes que cineasta. Me gusta mucho esa especie de doble vida. Él era profesor, después se hace cineasta. También separaba el mundo del cine y su familia.
P.- En los personajes de sus películas hay un elemento de ociosidad.
R.- Si te fijas, siempre tienen que trabajar. Yo creo que es una de las cosas que me gustan de sus películas. Es verdad que muchas de ellas suceden en tiempo suspendido, en verano o en Navidades, pero los protagonistas trabajan.
P.- ¿Y en el caso de Woody Allen qué es lo que más te gusta?
R.- Supongo que el tratamiento de las relaciones personales. Y que es gracioso, rápido, inteligente, culto… Además, rueda bien.
P.- ¿Has sentido el impulso de escribir un guion?
R.- Sí, mucho. Me encantaría. Tengo un proyecto con un amigo sobre el que siempre hablamos. Creo que es lo que hacían Buñuel y Jean-Claude Carrière, aunque todavía no hemos llegado a ese punto.
P.- La parte aragonesa y la parte de la conversación ya la tenéis… ¿Bergman también te gusta?
R.- Sí, me gusta mucho, también como escritor. Fulgencio Pimentel ha recuperado sus novelas Niños de domingo y La buena voluntad. El primero me encanta. Es un libro maravilloso. De su cine me gusta que las mujeres sean los personajes importantes. Eso se ve claramente en Secretos de un matrimonio. También está muy bien el libro de la hija de Bergman y la actriz Liv Ullmann: Linn Ullmann. Se titula Los inquietos.
P.- Cuéntame cuánto tiempo llevas en la radio.
R.- Fue irme a Zaragoza y que me llamaran, en septiembre del 2020.
P.- Haces recomendaciones de libros en Radio 3.
R.- Sí, eso es muy divertido. A veces, pienso que si viviera en Madrid no podría hacerlo. En Zaragoza son 15 minutos en bici para llegar a la emisora.
P.- Y aparte, tienes un podcast.
R.- Hacemos un podcast Andrea Toribio y yo, que se llama La amiga eres tú. Tiene una regularidad horrible, pero estamos trabajando en ello.
«Decir que eras feminista era casi una perogrullada. Pero ahora hemos conseguido que se rompa y que haya que estar mencionando todo el rato los matices»
P.- ¿De qué habláis en este podcast?
R.- Bueno, pues de libros, de cine y de pequeños tics del mundo editorial que creemos que pueden resultar interesantes. Intentamos ver tendencias. Por ejemplo, nuestro primer gran éxito fue cuando hablamos contra la ‘abuelización’ de las buenas escritoras. Consiste en convertir a las escritoras mayores en abuelitas encantadoras y adorables, en definitiva, infantilizarlas. Es una operación que se hizo, por ejemplo, con Carmen Martín Gaite, que encima no fue abuela, o con Ana María Matute, que tampoco fue abuela. Las conviertes en señoras adorables. Es un cliché, que además es falso. Estás matando su esencia.
P.- ¿Eso no ocurre con los hombres?
R.- No, yo creo que no tanto. Lo que sucede es que se mezcla con otra cosa, que es el edadismo. Lo hemos visto con la moción de censura. No digo que no sea horrible todo, pero lo primero que se dijo de Tamames es que es un viejo. Será malo por otra cosa, ¿no? Pero no porque sea un señor de 90 años.
P.- ¿Qué relación tienes con el feminismo actual?
R.- Diría que no tengo mucha sintonía con el feminismo hegemónico. Pero claro, es gracioso que antes estuviera claro que todos estábamos a favor de la igualdad. Decir que eras feminista era casi una perogrullada. Pero ahora hemos conseguido que se rompa y que haya que estar mencionando todo el rato los matices. Eso me da un poco de pena, la verdad. Por otro lado, los problemas de conciliación afectan mayoritariamente a las mujeres. Son las que tienen las jornadas reducidas mayoritariamente, y eso tiene una repercusión en las pensiones. No puedes negar la brecha de género, la brecha salarial… La maternidad supone un parón para las carreras de las mujeres, cosa que no les sucede a los hombres.
«No solo hay que pensar la maternidad, también hay que pensar en el momento en que nos hacemos mayores. Eso me parece el gran asunto»
P.- En Puro glamour reflexionas acerca de los cuidados. Se consideran trabajos improductivos cuando son absolutamente esenciales. Quería preguntarte por eso, no solamente como madre, sino como persona que ha tenido que pagar a alguien para que cuide a sus hijos.
R.- La verdad es que ahora ya no pagamos a nadie, porque los tres niños están en el colegio y nos apañamos. Mi novio fue pesadísimo con que nuestra ‘madre de día’ se pagase la cuota de autónomos, y gracias a eso, cuando llegó la pandemia, estuvo protegida. No solo hay que pensar la maternidad, también hay que pensar en el momento en que nos hacemos mayores. Eso me parece el gran asunto. Vamos a envejecer y lo tenemos que integrar. Hay cuestiones importantes, como que la reducción de jornada se acabe cuando los niños cumplen 12 años. Hasta esa edad, los niños viven en una especie de burbuja, hiperprotegidos. Y de pronto, a los 12 años, van al instituto, salen a las 3.30 y se van a su casa. En pocos institutos hay comedor. ¿Creemos que, de pronto, han aprendido a cocinar de forma espontánea? Se pasa de una situación hiperprotegida a otra muy desprotegida sin solución de continuidad. Al final, casi todo el mundo tiene alguien a quien cuidar. En ese momento, de pronto, tu vida se puede paralizar porque tienes que ir a cuidar a tu madre, o a un primo o a un hermano. Imagínate cómo se gestiona todo eso.
P.- Y para terminar, ¿como dirías que la maternidad se ha relacionado con tu creatividad? Porque la maternidad te ordena la vida y te hace ser más responsable.
R.- Te vuelves muy efectivo en el uso del tiempo y de los recursos. Brutal. Yo antes era un desastre. Y luego hay otra cosa: es verdad que los hijos te quitan mucho tiempo y mucha energía. Todo eso es innegable. Pero también, como escritora, la mirada de los niños me parece súper útil y enriquecedora. De pronto, miran las cosas con un asombro que tú ya has perdido. Al sentirlo, me digo: «Vale, me habéis dejado la vida, me habéis destrozado el cuerpo, pero esto es lo que os voy a robar». Yo siento mucha curiosidad por cómo lo hacían otras escritoras con sus hijos. Edna O’Brien los dejaba en el colegio y después se ponía a escribir. Alice Munro aprovechaba las siestas de los hijos. Dice que por eso escribe cuentos.
P.- ¿Tú tienes una manera sistemática de trabajar?
R.- No, yo escribo como cinco minutos antes de entregar, más o menos.
P.- Bueno, pero este libro ha quedado muy bien, y La navaja suiza ha hecho una edición preciosa. Terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?
R.- Yo creo que hay una persona que tiene que venir, que es Jimina Sabadú. También pienso que Milena Busquets es un personaje bastante guay.