THE OBJECTIVE
Cultura

'El intelectual rampante': la cara oculta de la lectura

El escritor y periodista Basilio Baltasar presenta su nuevo libro, una refinada antología de ensayos publicada por KRK Ediciones

‘El intelectual rampante’: la cara oculta de la lectura

Retrato de Sofia Kramskaya (1866), por Iván Kramskoi. | Wikimedia Commons

Si un defensor de las humanidades desea pronunciarse sobre las nuevas tecnologías en el siglo XXI, tiene dos opciones: o convencer a su entorno de que las pantallas digitales facilitan un alojamiento práctico y confortable a los contenidos culturales, o por el contrario, crear una barrera en torno a los títulos y autores que corren el riesgo de ser olvidados en la era de Twitter y TikTok. Esta última actitud, trasladada de lo colectivo a lo individual, es lo que distingue al crítico y escritor que protagoniza estas líneas, Basilio Baltasar.

¡Qué le vamos a hacer! Pese a sus ventajas en otras áreas, parece claro que vivimos en una época marcada por la atrofia de la concentración, reacia a la divagación literaria y al pulso de la memoria. Quizá parezca exagerado, pero es una sospecha suficiente como para apuntarnos al club de los que aún quieren observar las cosas del mundo aceptando las antiguas leyes del arte.

«La guerra cultural entablada entre el humanismo y sus enemigos libra en el campo de la ficción una decisiva batalla de ideas de la que no todos los protagonistas son conscientes. El combate entre las criaturas de la imaginación y los personajes de la fantasía cibernética es más intenso de lo que ha sido declarado. Las criaturas imaginarias reflejan la vida insurgente del espíritu; los personajes distópicos auguran la resignada derrota de una humanidad trastornada».

En este pasaje que acabo de citar se halla resumido el último tramo de El intelectual rampante. Aunque Basilio Baltasar no reduce el significado de su nuevo libro a ese resquebrajamiento de la tradición humanista por culpa de nuestra relación «hipnótica y neurótica» con lo digital, él nos invita, página a página, a recorrer un camino artístico y literario que discurre en dirección opuesta a la retórica de Silicon Valley.

Portada del libro

Al apuntarle este detalle, Baltasar declara a THE OBJECTIVE: «Estamos viviendo un episodio temido pero nunca confesado, que es el fracaso de la Ilustración. Hemos de reconocer las limitaciones de ese gran proyecto y, de alguna manera, recluirnos en el círculo de los adeptos que comparten las premisas y los fundamentos de nuestra reflexión estética, intelectual, histórica o artística».

En esta antología de artículos, Baltasar satisface las expectativas del lector más inquieto. Lo que nos brinda es un atlas de sugerencias, en cuyas primeras páginas se describe la actividad más noble del intelectual: alguien que «reconoce a los oráculos de la antigüedad y desde la Ilustración asume la tarea a ellos encomendada. La visión de los profetas, la inspiración de los poetas, el rigor de los filósofos».

«Esa descripción del intelectual que yo hago en el prólogo», nos dice, «intenta explicar el motivo por el cual las cosas se miran, se ven así y se entienden así, sobre todo en este momento de mutación en el que estamos instalados».

En el corazón del libro figuran los nombres que modulan estas reflexiones. Hay muchos literatos a la cabeza de una cofradía en la que no faltan los pintores y los poetas. Casi al azar, citaré a César Aira, Albert Camus, Josep Pla, Francisco de Goya, Franz Kafka, Roberto Calasso y J.M. Coetzee. A ellos se suman otras tantas figuras que salen a nuestro encuentro desde la biblioteca del autor, incluidas algunas tan singulares como el Conde de Lautréamont («el que llegó más lejos, el que desbarató de un solo golpe la presunción de una cultura que cree saberlo todo de sí misma»).

Basilio Baltasar simultanea tres facetas: es escritor, editor y periodista. Además, dirige la Fundación Formentor. Le pregunto por el modo en que esas diferentes labores modifican su lectura de las obras que cita en El intelectual rampante: «Hay algo muy enigmático en la construcción de la experiencia y en el solapamiento de los diferentes personajes que podemos llegar a ser. Evidentemente, desde el punto de vista académico y de la mentalidad contemporánea y mecanicista, ahí podría haber un tipo de respuesta. Pero yo preferiría ser coherente con el contenido del libro y decirte que todo eso forma parte de un único yo, que no queda segmentado. Aquí ejerzo como un admirador de esas maravillas que encontramos gracias a estos autores».

Por el origen diverso de su contenido y el modo en que adquiere una estructura coherente, la obra me recuerda títulos como Los cuarenta y nueve escalones, de Roberto Calasso, o Colección de arena, de Italo Calvino. «Me reconforta mucho que hayas hecho esta lectura del libro», dice, «porque responde fielmente al espíritu con el que fueron seleccionados y cribados los textos, y sobre todo, al modo en que fue hilvanado. Lo que quería es que hubiera un hilo narrativo que pudiera coser esas piezas en una antología, pero no de fragmentos, sino de pensamientos, observaciones y piezas culturales como pueden ser las obras de los pintores o las obras literarias que se comentan aquí».

Los escritores y artistas elegidos parecen justificar la pertenencia a una tribu de lectores que observa la realidad desde un ángulo parecido: «De alguna manera, esta debería ser la conclusión de un lector despierto, que es el lector que busca este libro. Es también el circuito de lectores que ha creado esta editorial tan particular y tan delicada, KRK. Hablamos de lectores comprometidos con esa inteligencia encriptada en la literatura y en las obras artísticas. Sí que se ve en esta selección un intento por rehuir la moda, las tendencias y las recomendaciones públicas. Es decir, por lo que podemos llamar la hipnosis general. En cuanto al hecho de que yo pueda pertenecer o no a esta genealogía, obviamente hay una afinidad estética que me permite reconocer a estos autores como parte de una familia estética y filosófica. Ya sabes lo que decía Harold Bloom: no es que nosotros elijamos a nuestros antepasados, es que son ellos los que nos han elegido a nosotros».

Sin embargo, frente al canon literario que defendió Bloom, Baltasar también se aproxima a algunos autores que vuelan bajo el radar. Incluida alguna rara avis como el autor de Los cantos de Maldoror, Lautréamont, que tanto inspiró a los jóvenes diletantes de los 80. «No hay ninguna intención escénica en el libro», responde. «Todo lo que hay en él, sea acertado o equivocado, es el resultado de un interés verdadero en las obras y en sus autores. No hay ninguna composición escénica e identitaria. Pero de la misma manera que funcionan esas afinidades que despertaba en vosotros la existencia de ese Maldoror, sí que podemos entender que el gran repertorio sinfónico de la cultura nos abre la posibilidad de escoger lo que queremos. Ese es el ejercicio y también la potestad que tiene el autor en este caso».

Hay otra cualidad del libro: quien siga su trazado, además de reflexiones y singularidades evocadoras, adivinará en él una cadencia musical: «Efectivamente, hay una concepción musical en la medida en que la armonía y el encaje de todos estos personajes, que no pueden estar en un manual de historia o en un manual de cualquier otra disciplina, sin embargo sí que están en las manos en un lector que construye su experiencia vital a través de esta enseñanza estética».

Invitar a nuevos lectores a participar de esa mitología es difícil, pero no imposible: «Desde el momento en que un editor tan delicado como el de KRK tiene este catálogo editorial, ese catálogo también está abierto a todo el público. Pero solo al público que se dirige a esa editorial. Lo que podemos hacer es mostrar ese repertorio, de modo que quien comparta este interés pueda cultivarlo a través de las páginas de este u otros libros. Lo verdaderamente interesante es la mirada del crítico y del lector: la que tú estás planteando. Lo que yo pueda opinar sobre el libro una vez escrito creo que, sinceramente, es secundario. Lo verdaderamente alentador de la vida de un libro sucede cuando cae en las manos de un lector».

La elegancia del libro, tanto por su acabado físico como por su contenido, hace justicia al sustrato intelectual que resume. «Lo que hemos heredado de estos 2.500 años es, precisamente, esa correspondencia que hay entre el estilo, la escritura y la actitud», concluye Basilio Baltasar. «Pero lo que no quisiera parecer es un predicador. Creo que parte de la labor del intelectual es pensar, como decía Kant, por cuenta propia y construir una mirada que sea seductora, que sea atractiva en el sentido de que atraiga el interés, la curiosidad y el interés intelectual. No debería convertirse en un púlpito de predicación. Me aterrorizaría acabar dando consejos morales».

El intelectual rampante
Basilio Baltasar Comprar
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D