'Succession': un giro sorprendente en una serie de alto voltaje
Lo que se insinuaba en cada temporada, ha sucedido. Para sorpresa del espectador, la serie toma otro rumbo. ¿Hacia dónde nos lleva?
Atención, este artículo contiene spoilers.
El tercer capítulo de la última temporada de Succession, ‘La Boda de Connor’, ha cambiado el juego. Todos esperábamos que Logan (Brian Cox) muriera. Las pistas estaban allí, a la vista. Los guionistas recalcaron en todas las temporadas que la salud del magnate era frágil. Y una producción tan seria como esta no podía finalizar con una jubilación en un verde campo de La Toscana para la cabeza de los Roy. Este viejo gruñón, con alergia a los sentimentalismos, tenía que marcharse así, sin dar explicaciones ni disculpas y añadiéndole un nuevo vacío a su traumatizada descendencia.
Pero aun así, el capítulo sorprende porque es apenas el tercero. Solemos asociar el fallecimiento de los personajes principales con el fin o cierre de una temporada. Por eso la decisión es tan acertada. Quienes hemos perdido a seres queridos de manera abrupta, sabemos que no hay nada de solemnidad cuando el corazón se detiene. Puede suceder un miércoles, en la mañana, después del desayuno. Recibes la noticia mientras te cepillas.
Por eso el gran giro que da Succession no es precisamente la muerte de Logan. De hecho solo vemos un encuadre en este mastodonte sin rostro, apenas enseñan unas compresiones sobre un pecho desnudo, en un inútil esfuerzo por reanimarlo. Los espectadores tenemos la misma información que los hijos: algo pasó en el baño, Logan se derrumbó y dejó de respirar en el avión rumbo a Suecia, como los viejos elefantes que caen en el desierto. Por lo tanto, hay una sintonía entre el público y los hermanos Roy. Incluso nos hacemos la mismas preguntas. ¿Cómo es posible? ¿Qué va a pasar ahora? Al mismo tiempo, no sabemos si sentir pena por Roman (Kieran Culkin), por Shiv (Sarah Snook), por el propio fallecido o por ninguno, dada la vil naturaleza de los personajes.
Si lo pensamos bien, todos han contribuido a este desastroso cierre. Cada vez que tuvieron la oportunidad para hacer las paces o al menos encontrar esa paz engañosa que llega tras una descarga emocional -una de las últimas ocurrió en el karaoke-, alguien sacaba una granada y de nuevo comenzaba la guerra. «La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener», decía Gabriel García Márquez. Ahora los hermanos ni siquiera podrán tener a su amado-odiado padre físicamente.
Entonces se da la siguiente paradoja: a pesar de que la lucha entre los tres hermanos y el pater familias era a muerte, y parecía que solo con la desaparición de uno de los bandos habría una conclusión, la ausencia de Logan pone en perspectiva su peso en la familia y en la vida de todo el clan. Sin él, las acciones de la empresa descienden, los lugartenientes se envalentonan y hacen sus propias movidas -la pelea por comunicar el deceso y tomar las primeras decisiones es solo un ejemplo-, y el dolor entre los hijos se multiplica. En otras palabras, ahora muerto, Logan sigue haciendo daño.
En medio de esta incredulidad y tristeza, Connor (Alan Ruck) se impone como el hijo con mayor perspectiva. En el artículo de la semana pasada decíamos que el mayor poder del loco candidato a la presidencia era el haber aceptado que podía vivir sin amor. De allí que no esté incluido en ninguna de las conversaciones trascendentales de este episodio. Es el último en enterarse de la muerte. «Nunca me quiso», suelta de inmediato al ser informado. Y después se lamenta de no haber convencido a su padre de que podía hacer cosas importantes. Esto no le impide continuar con la boda. Mientras Kendall (Jeremy Strong), Roman y Shiv dan una declaración a la prensa, él se queda al lado de la persona que ama y cumple con la ceremonia, una demostración de la independencia y desapego que ha cultivado para defenderse.
La orfandad de Roman, en la otra esquina, se subraya cuando le dice a Gerri (J. Smith-Cameron) que está muy triste. Ella apenas lo distingue. Es un momento incómodo, porque el menor de los Roy trata de coquetear en medio de la angustia, al verla sin tacones. Sabemos todo lo que diría Sigmund Freud sobre este cuadro. En todo caso, pretende tener una conexión con alguien que él mismo ha despedido minutos antes por orden de Logan. Es una doble pérdida la que sufre el hijo menor: una madre sustituta y ahora el padre que jugaba con sus inseguridades. Por si fuera poco, tiene el resentimiento de no saber si le dijo que lo amaba.
De hecho, Connor es el único que se niega a hablar con un muerto. Todos lo intentan. Kendall confiesa que no lo perdona. Shiv, más abierta con sus emociones, acepta el fin como un momento de saldar cuentas. «Está bien papá. Te amo», balbucea. Roman se niega a creer que Logan ha muerto. No quiere escuchar la palabra «muerte» y alberga la esperanza de que se trate de un reto, algún tipo de prueba. Hay algo muy retorcido en pensar que Logan puede llegar a ese punto de fingir su muerte para darles una lección. Retorcido porque podría pasar, claro está.
Nueva dinámica
Restan siete capítulos. Esto quiere decir que los hermanos Roy deben mirarse a sí mismos porque la dinámica cambia. Ya no es el círculo vicioso de boicotear al padre como en el interminable juego del gato y el ratón, lo que les unía. El futuro puede ser muy estresante. No se ha cerrado el trato con GoJo y hasta la adquisición de Pierce está en jaque. Incluso Tom (Matthew Macfadyen) planifica su reacomodo después de perder a su propia esposa por tomar el bando de Logan.
Con tantos flancos abiertos, Gerri buscando su indemnización (sacó a flote a la empresa en los peores momentos) y los accionistas dudando, la lealtad estará a prueba. Lealtad que, sabemos, Roman había quebrantado sin que el resto lo supiera. ¿Esto a dónde nos lleva? Si tuviera que apostar, pondría mis fichas en que la lucha por el legado será más que dolorosa. Es obvio: hay muchos leones a los que Logan hirió y saben que los hermanos no tienen la mordida del «Titán», como lo llamó Shiv. Es hora de contraatacar.
No es menos cierto, sin embargo, que tarde o temprano, para bien o para mal, recorremos el mismo camino de nuestros padres. Estén o no presentes. Y alguien debe dar el paso porque para preservar todo aquello que Logan construyó, se necesita más que nunca un sucesor.