Andrés Barba explora el mundo de los fantasmas
El escritor madrileño afincado en Argentina se acerca a la novela de este género que desarrolla en su nuevo libro, ‘El último día de la vida anterior’
El Henry James español ha emigrado al norte de Argentina. Allí ha sucumbido, con total conocimiento de causa y convicción, a la novela de género. En concreto, la de fantasmas, predio poco transitado en nuestro país… ¿hasta ahora?
Desde que quedara finalista del Premio Herralde por La hermana de Katia hace ya más de dos décadas (terminaría ganándolo en 2017 con República luminosa), Andrés Barba (Madrid, 1975) ha desarrollado una carrera de éxito constante pero discreto, el propio de uno de esos autores que se suelen definir como «literarios», fieles a un estilo que no cede una coma de exigencia al comercio bestseller. La crítica especializada, que lo tiene entre sus favoritos, destaca la calidad e intensidad de sus novelas y, sobre todo, la profundidad psicológica de sus personajes.
En El último día de la vida anterior (Anagrama), ese talento se extiende por nuevos (y escarpados) territorios. Una agente inmobiliaria solitaria y herida en honduras demasiado estructurales se topa con el fantasma de un niño en una de las casas que intenta vender. Ambos entablarán una curiosa relación sanadora, más parecida a un psicoanálisis mutuo que a la historia de supuesto terror que pide la naturaleza paranormal de la experiencia. Merece la pena, créanme (argumentos más concretos activarían el riesgo de spoiler). Tras una lectura más bien angustiosa, claustrofóbica, calculadamente patológica, querrá poner un fantasma en su vida y/o encontrarle una buena amiga a algún fantasma que seguro tendrá esperando en alguna oscura habitación de su alma.
Su autor la define como «una novela clásica, en el sentido de que respeta todas las convenciones del género de la novela de fantasmas. Hay una aparición con un propósito y una resolución relacionada con la interacción de esos dos personajes que viven en dos mundos distintos». Esas convenciones del género le permitieron reducir la historia «casi a su estructura», porque «toda novela de fantasmas es esencialmente una novela metafísica, un cuestionamiento sobre la existencia en su dimensión más radical».
El referente, por supuesto, es Henry James, «el padre de todos nosotros en este terreno». Pero Barba insiste en «reivindicar, como autor español, el género fantástico, y el de fantasmas en particular, como propia de la gran literatura, porque en España siempre fue una literatura de segunda categoría». «No conozco a ningún autor español importante que haya escrito novelas de fantasmas, Clarín tiene alguna cosa… Sin embargo, el otro día hablaba con Rodrigo Fresán de cómo todos los autores importantes de la literatura rioplatense sí que lo han hecho: Borges, Bioy, Felisberto, Macedonio… La literatura fantástica está completamente instalada, forma parte del ADN argentino», proclama.
Tradición que toca a Barba más allá (o más acá, según se mire) de la literatura: «Llevo casi dos años y medio en Argentina, me he casado aquí y voy a pedir la nacionalidad». Otro motivo para instalarse en un género que continúa visitando el imaginario argentino. La formidable novela Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, por ejemplo, ganó el premio Herralde de 2019, y la reciente Miseria, de la también porteña Dolores Reyes, ilustra esa constante, igual que la recuperación de clásicos como El Eternauta, la novela gráfica de Oesterheld y Solano López.
Por todo ello, Barba encontró el género fantasmagórico en el momento que más la necesita. «Esta novela, como explico un el epílogo, es el resultado de una doble crisis. Una, la compartida por todos en la pandemia; una crisis personal, mental, lingüística, política… Y, asociada a ella, una crisis literaria: no podía seguir haciendo los libros de antes y, además, me parecía que vivíamos un creciente descrédito de la ficción en estado puro; la novela psicologista, la realista que se había hecho toda la vida, es cada vez más difícil de sostener, frente a un mercado un poco agotado y agotador de la novela de autoficción, autorreferencial, del dietario… Por eso me parecía que regresar al género equivalía a un órdago por la ficción como puerta de salvación para esas dos crisis: escribí una novela de fantasmas porque me parecía que tenía que ser más realista que nunca».
Interesante paradoja que se refuerza con una peculiaridad: «Hay que decir que El último día de la vida anterior es acorde con las últimas intuiciones de la física sobre la inexistencia del tiempo. Es interesante pensar qué tipo de novelas habría hecho Henry James con los últimos conocimientos de la física moderna, porque una de las claves de la novela de fantasmas es precisamente cómo nos relacionamos con otras dimensiones del tiempo». Barba conecta así con «autores de principios del silgo XX como Henry James o William James, con una estricta conciencia de que había otros mundos con los que nos podíamos relacionar», frente al clásico Charles Dickens, «que reconocía que no creía en los fantasmas; escribía sobre ellos en clave metafórica».
Barba sostiene que «cuando abres un libro de este género tienes que suspender tu sentido crítico y acatar ese pacto narratológico a tumba abierta, porque lo interesante es que te obliga a leer como si fueras un niño de siete años, suspendiendo tu juicio de adulto, estableciendo con lo literario un pacto muy ingenuo, muy primordial».
Pero los lectores adultos no podemos evitar haber leído Freud o, al menos, haber oído algo sobre el psicoanálisis. Y en El último día de la vida anterior los ecos en ese sentido parecen evidentes. Barba está de acuerdo, pero matiza: «Es más junguiano que freudiano en mi caso. Creo, como Jung, que el imaginario colectivo que componen los arquetipos no funciona de una manera consciente. Uno no se pone a escribir un libro pensando que va a diseñar una metáfora del aislamiento, sino que los arquetipos de ese fenómeno que está trabajando inconscientemente se ponen de manifiesto, generando estructuras metafóricas, aunque luego las interprete conscientemente».
De ahí el ritmo cíclico, en bucle, incluso claustrofóbico, de la novela. «El trauma consiste en revisitar una y otra vez un lugar, trasunto de una situación que no puede resolverse. En ese lugar estamos inmóviles, encapsulados: no podemos dejar de revisarlo una y otra vez, de orbitar a su alrededor. Esta es una novela sobre el trauma, sobre el encierro y sobre cómo la única forma de salir de ahí es pedir ayuda a otra persona».
En el epílogo explicativo, Barba apunta a esa especie de mantra, «alguien ayuda a alguien», como corazón de la novela. «Es la esencia de la novela de fantasmas. El fantasma no se aparece a cualquier persona. Lo hace con un motivo, un encargo: su aparición es comprometedora, establece un vínculo con la persona a la que se aparece, le marca un destino». Una convención que termina trascendiendo al género para convertirse en un lema existencial… y revolucionario. «La gratuidad de la ayuda es el único gesto que no entiende el neoliberalismo, el más antisistema que existe. Si quisiéramos reinventar el sistema, empezaríamos por ahí. El feminismo, por ejemplo, lo entiende bien al reivindicar el mundo de los cuidados».
A Andrés Barba se le apareció una novela de fantasmas y no pudo descansar en paz hasta que no la puso a salvo dándole un cuerpo de papel y tinta. ¿Qué vida le espera al héroe elegido por el más allá una vez cumplido su destino? «Estoy terminando un libro de poemas sobre mi vida aquí, en Posadas: el río Paraná, la selva, mi familia…» La realidad, intensa y demandante, entrañable. Como una historia de fantasmas. «Saldrá en enero». En el invierno español. En el verano argentino. Dos mundos y un mismo tiempo que no consigue engañar a la literatura: nada nos separa. Jamás.