Alan Moore, el mago del caos que vino a enterrar a los superhéroes
Nocturna publica ‘Iluminaciones’, un volumen que recoge los cuentos escritos por el autor de ‘Watchmen’ a lo largo de toda su carrera
Debemos a Alan Moore el descubrimiento en los años 80 de un puñado de cómics que cambiaron el rumbo de este medio artístico. Gracias a su originalidad como guionista, V de Vendetta (1982), La Cosa del Pantano (1984), Watchmen (1986), Batman: La broma asesina (1988) y From Hell (1989) batieron récords de ventas e inspiraron a toda una generación de creadores. También dieron pie a imitaciones ramplonas. Pero lo más notable es que otorgaron a su autor una inmediata canonización más allá del mundo del tebeo.
Moore es uno de los pocos guionistas que figura en el panteón de la narrativa anglosajona actual. Cuando en 2010 Lev Grossman y Richard Lacayo eligieron para Time las 100 mejores novelas escritas en inglés desde 1923 —año de la fundación de la revista—, incluyeron Watchmen entre ellas. A todos nos pareció una obra prodigiosa, que obligaba a madurar a los superhéroes, pero en el fondo, era un ejercicio de demolición que invitaba a admirar el esplendor de las ruinas. Por desgracia, sobre esos escombros, se alzó una forma de consumir cómics que otro guionista, Grant Morrison, describió en su ensayo Supergods: «El término novela gráfica se convirtió en una palabra de moda de la noche a la mañana, lo que presagiaba un nuevo amanecer para las ediciones decorativas de Watchmen, creadas con el fin de adornar estudios y apartamentos, y adquiridas como prueba de que se tenían credenciales hipsters».
Convertido en ídolo de los bohemios de clase media-alta, Alan Moore también brindó un símbolo a los activistas antisistema de Anonymous y Occupy Wall Street, para quienes la máscara de Guy Fawkes en V de Vendetta se convirtió en un fetiche. Todo ello, evidentemente, no desmerece el enfoque radical e innovador de Moore, que podía ser cualquier cosa menos un hipster.
Que este inglés barbudo y extravagante desplegara esta inteligencia como escritor de cómics —quizá el mayor talento de su generación, en dura competencia con Neil Gaiman— llevó a que su nombre estuviera permanentemente en boca de críticos y académicos. Lo que quizá no sepa tanta gente es que se retiró en 2019, después de airear durante años sus desacuerdos con la industria del cómic y, sobre todo, con los encargados de llevar sus obras al cine.
Tiempo atrás, en 1993, había protagonizado otro cambio aún más radical, cuando declaró que prefería ser un ‘mago del caos’ que facturar tebeos en Norteamérica. A los 40 años, Moore renunció a los royalties de Hollywood y, tomando muy en serio este nuevo papel de hechicero, se declaró heredero de visionarios británicos como John Dee, William Blake o el infame Aleister Crowley. En el fondo, él mismo es consciente de que, como tantas otras cosas en la cultura pop inglesa, el ocultismo siempre ha sido algo que oscila entre el guiño a la tradición hermética, cierta chifladura y la performance más o menos aparatosa.
En el caso de Moore, podemos relacionar esta nueva identidad con ciertas sociedades secretas del siglo XIX, como la Golden Dawn, y también con aquella etapa juvenil en la que consumía y vendía LSD con tanto entusiasmo que lo expulsaron del instituto. Por aquel entonces, ya escribía en fanzines underground y callejeaba por su Northampton natal como un hijo de su tiempo: enamorado del rock progresivo, de la psicodelia y de esa inspiración contracultural que le llevó a encontrar cómplices y buenos amigos en revistas como 2000 AD.
Fue la afición a los tebeos lo que marcó a Moore, pero casi ninguna de sus obras posteriores a From Hell, incluidos el ensayo Ángeles fósiles (La Felguera, 2014), la novela La voz del fuego (Roca Editorial, 2018), la epopeya cósmica Jerusalén (Minotauro, 2019) o los cuentos reunidos en Iluminaciones, pueden explicarse sin tener en cuenta cómo este escritor —camaleónico hasta un punto que confunde a sus seguidores— se enmascara tras ciertas obsesiones.
Para empezar, adora el pastiche erudito de las ficciones victorianas, el surrealismo y las pesadillas de Lovecraft. A lo cual hay que añadir la cábala y el tarot, sin olvidar la mitología, los cuentos de fantasmas de M.R. James y Robert Aickman, la narrativa de la Generación Beat y, sobre todo, la psicogeografía.
Aunque esta última palabra retumbe en los oídos como si saliera de una tesis doctoral, también nos ayuda a entender el universo de Moore. ¿Qué es la psicogeografía? Digamos que un modo de sumergirse en la realidad urbana como si las calles fueran un espacio vivo, con memoria, capaz de imponernos ciertas vibraciones. Al hablar sobre las «resonancias embrujadas en el paisaje inglés», Moore aclara esta idea en el último párrafo de La voz del fuego: «El murmullo de nuestro pasado incandescente cobra fuerza a nuestras espaldas, con una cadencia casi nítida».
El escritor tiene el privilegio casi exclusivo de utilizar conceptos como este, cada vez más alucinógenos e impenetrables. Pero son sus lectores quienes le perdonan estas excentricidades ‘magicas’, seguramente porque, como narrador, parece dispuesto a todo menos a perder la amenidad.
A modo de justificación, dice Moore que conviene «interesarse por algunos de los extremos más alejados de la cordura antes de que esos extremos decidan interesarse por ti». Lo explica en el cómic autobiográfico El amnios fatal (Astiberri, 2012), un relato donde camina «más allá de los límites del pensamiento lineal y racional». Es lo mismo que uno experimenta al leer el primero de los nueve cuentos que contiene Iluminaciones, «El lagarto hipotético».
Escrita con el marchamo de las canciones de Lewis Furey, la perversión del marqués de Sade y el decadentismo de escritores victorianos como Swinburne, esta historia llegó en 1988 a la recta final de los Premios Mundiales de Fantasía (World Fantasy Awards). Buen augurio de lo que a continuación nos ofrece Iluminaciones: un cuento apocalíptico, inspirado en las sociedades milenaristas del periodo de entreguerras («Ubicación, ubicación, ubicación»), un clásico relato de fantasmas («Lectura en frío») y un tributo a la ciencia ficción de aquella Nueva Ola que fue capitaneada por la revista New Worlds en los años 60 («La improbable complejidad del estado de alta energía»). Para abarcar ámbitos alejados de la fantasía, Iluminaciones también contiene un curioso homenaje a los poetas de la Generación Beat («Luz americana: una valoración»).
El plato fuerte del volumen es, asimismo, el texto más largo: «Lo que podemos saber de Hombre Trueno», una sátira salvaje de la industria del cómic y de sus filiales en Hollywood, centrada en la explotación y los vaivenes creativos de un personaje muy similar a Superman.
Al leerlo, es inevitable recordar que Moore detesta lo que hoy representan para él Marvel y DC: una peligrosa infantilización de la audiencia adulta. Aunque aquí lo transmita con ironía y sarcasmo, acumula rencor cada vez que alude a los productos que monopolizan las carteleras de los multicines: «En lugar de disponer de un guion bien concebido desde el principio, hoy en día es preferible reunir a un reparto de actores cotizados y rodar un montón de escenas que los productores o el director consideren ‘geniales’. Más tarde, en la fase de montaje, cuando se comprueba que no hay nada que se parezca remotamente a una historia, se vuelve a llamar a los actores para que rueden el metraje adicional necesario para que la parodia existente llegue a tener algún tipo de sentido».
Puede que algunos de los cómics de Alan Moore escritos a partir de los 90 necesiten un plano orientativo —pienso en Promethea o en las últimas entregas de La Liga de los Hombres Extraordinarios. A diferencia de ellos, los cuentos de Iluminaciones son accesibles y, salvo algún caso puntual, tampoco tienen problemas de sobrepeso narrativo.
Quizá lo más difícil sea encajarlos en alguna categoría. El escritor tiene la antena orientada hacia temas muy singulares, con los que uno debe estar en sintonía. Si esto último sucede, quien se pasee a sus anchas por la mente del autor de Watchmen sin duda disfrutará de esta amalgama de ficciones, imposible de pasar por alto para los amantes de la fantasía para adultos.