Mi «tóxico» favorito
Las series se acomodan a los nuevos tiempos, pero siguen dejando en evidencia la complejidad del amor
El nuevo fenómeno de Netflix, la serie The Diplomat (La Diplomática), protagonizada por Keri Russell (Felicity, The Americans), es engañosa en cuanto al verdadero conflicto, al menos el que mantiene a las personas enganchadas. El interés central no tiene que ver con las relaciones políticas o las resoluciones diplomáticas que ponen a prueba a la protagonista. No. Lo adictivo es saber si Kate (Russell) terminará o no la relación con su esposo, Hal (Rufus Sewell).
Y no es casualidad. Detrás de The Diplomat se encuentra Debora Cahn, productora de exitazos como The West Wing y Grey’s Anatomy. De hecho, hay elementos de estas dos últimas en la nueva producción del servicio del streaming, una combinación de conspiraciones y acuerdos políticos en medio de relaciones que nacen y terminan en un mismo espacio. Ya no es en un hospital, sino en unas oficinas oficiales.
El espectador, por lo tanto, se comporta como un voyeurista. Hay cierta excitación cada vez que la pareja, que enfrenta una crisis importante, se acerca y se aleja. Algo parecido a lo que sucede entre Shiv Roy (Sarah Snook) y Tom Wambsgans (Matthew Macfadyen) en Succession. En el quinto capítulo, «Kill List«, vimos cómo pasaban de golpearse a planificar una nueva salida. Esto parece contravenir los últimos tiempos en los que se promulga el autocuidado y las relaciones «sanas», no como una aspiración sino como una norma; un mandato ‘instagramero’.
La palabra «tóxico/a» se ha desvirtuado tanto que los jóvenes ya no dicen: voy a salir con «mi novi@», sino con «el tóxic@«. La banalización es sinónimo de desgaste. Desgaste que, me atrevo a deducir, proviene de cierta imposibilidad de compaginar los consejos que provienen de Pictoline con la vida diaria. Porque la realidad es que las relaciones son complejas y las series así lo reflejan.
Dice Alexandra Kohan, la psicoanalista que tantos dolores de cabeza le ha dado al feminismo, sobre el término ‘tóxico’, que «lo que ocurre habitualmente cuando esa palabra aparece es que lo hace para señalar a los demás. Nunca somos nosotros los tóxicos, nunca somos nosotros los que hacemos daño. Es además una palabra que se fue vaciando en su uso y que apela a un ‘todos nos entendemos’, ‘nosotros los no tóxicos’; eso solo puede conducir a coagular aún más el malentendido».
Y añade como una flecha al blanco: «Los discursos individualistas que señalan que el tóxico siempre es el otro refuerzan el aislamiento en el lazo social, rasgando la frágil tela de lo común. La idea de un otro tóxico conduce sin pudor y sin temblor a gestos de segregación, de aniquilación y de arrasamiento, no sólo del otro concreto, sino de la alteridad radical, esa que nos constituye. Son modos que van instalando prescripciones y moralismos; generan una ilusión permanente de que se podría alcanzar la felicidad plena y definitiva, o minimizar los efectos indeseados -en verdad, imposibles de anticipar– de un encuentro amoroso o sexual».
En Succession, serie de HBO que trata básicamente sobre el poder, la relación entre Shiv y Tom pasa por todas las etapas, que incluye la de intentar una relación abierta. En el episodio comentado arriba, ella se sincera por primera vez. «Le partí el corazón, luego él me lo partió a mí», dice en una conversación con Lukas Matsson (Alexander Skarsgård). Para hacer más «tóxica» la situación, ambos parecen atraídos por esa conversación. Peor aún, la propia Shiv compararía más tarde el físico del confidente (atlético) con el de Tom (débil).
En The Diplomat no hay una aproximación psicoanalítica a la compleja relación entre los principales protagonistas. Existe un quiebre por una decepción ética/moral. No se trata de una infidelidad, algo que Kate cree más posible de olvidar que la crisis creada por su esposo, por una actitud egoísta, que llevó a la muerte de 300 afganos. Pero, a pesar de ello, hay ciertas necesidades físicas que se terminan cubriendo sin que eso signifique la reconciliación.
El sexo sin compromiso entre esposos separados fue motivo de debate tras el estreno de Scenes from a Marriage, la versión del director Hagai Levi para HBO del drama original de Ingmar Bergman. En esta miniserie, elogiada por la crítica, la protagonista, Mira (Jessica Chastain), se siente consumida por las presiones maritales y escapa a otros brazos, saltándose las responsabilidades de madre. Ese es el interesante giro con respecto al texto original.
Para Bergman, el matrimonio es el fin del erotismo y, por ende, del amor. Sin ser tan drástico, el tema también se plantea en Marriage Story, de Noah Baumbach. De nuevo, el espectador asiste como un voyeurista al desplome del matrimonio entre Charlie (Adam Driver) y Nicole (Scarlett Johansson). Una de las frases más dolorosas de la película la dice él, tras aceptar una infidelidad: «No deberías molestarte porque me acosté con ella, sino porque me reí con ella». Con estas palabras define la monotonía en la que habían caído.
La complejidad del amor
A pesar de que las series se han ido acomodando a estos tiempos que exigen relaciones interraciales, representatividad y ese largo etcétera de demandas que de no cumplirse pueden derivar en una cancelación, aún evidencian la complejidad del amor. Y esa es una buena noticia, tan bombardeados como andamos de recetas tiktokeras para aliviar el afecto y de gurúes del bienestar emocional.
Cierro con un párrafo más, que se puede leer en su ensayo Elogio de lo tóxico: «Si la palabra ‘tóxico’ caló tan profundo es porque desliza la ilusión de que el malestar en la cultura puede ser eliminado, de que efectivamente podemos y debemos vivir ‘bien’, y hasta estamos obligados a ello. Jorge Jinkis sostiene que ‘hay un fascismo de la salud que se cuela por los intersticios de la vida cotidiana’; ese microfascismo se ha derramado sobre la vigilancia de las vidas afectivas y es ejecutado en nombre de la libertad. Esos discursos van esparciéndose a modo de evangelización y proponen que, mientras existan los amores tóxicos o las personas tóxicas, existirá el remedio».