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Hollywood: pesadillas en la fábrica de sueños

La escritora Patricia Prida publica el libro ‘Maldiciones y malditos en Hollywood’, que muestra el pasado más tenebroso y macabro de la cuna del cine

Hollywood: pesadillas en la fábrica de sueños

Hollywood | Wikimedia Commons

La noche del 16 de septiembre de 1932 la actriz británica de veinticuatro años Peg Entwistle, con algunas copas de más y mucha desesperación, subió a la colina del famoso cartel gigante de Hollywood, se encaramó a la letra H con ayuda de una escalera que se guardaba allí para tareas de mantenimiento y se arrojó al vacío. Su cadáver fue hallado a la mañana siguiente por una excursionista. La chica había viajado desde su Inglaterra natal a Nueva York con su padre, que trabajó de director de escena en Broadway hasta que murió atropellado. Entonces Peg enfiló a Los Ángeles con el sueño de convertirse en una estrella de cine. Allí compartió escenario en una obra teatral con un todavía desconocido Humphrey Bogart, un productor se fijó en ella y le ofreció un papel en una película titulada Trece mujeres, protagonizada por Irene Dunne. Pero en el montaje final se recortó su aparición en pantalla hasta dejarla en apenas nada y a partir de ahí los sueños de éxito empezaron a resquebrajarse y se convirtió en una víctima más de la trituradora de carne humana que es Hollywood. Bueno, no exactamente en una víctima más, porque su figura dio lugar a la leyenda fantasmagórica de «la chica del cartel», versión californiana de la chica de la curva que hace autostop en una carretera solitaria.

Con esta historia arranca Maldiciones y malditos en Hollywood (Luciérnaga, 2023) de Patricia Prida, un libro que promete más de lo que da, pero que puede servir de iniciación a quien quiera adentrarse en la cara B de la fábrica de sueños. Hollywood empezó a gestar su leyenda negra ya desde sus primeros tiempos. En los años locos del cine mudo, cuando no había censura en las películas ni mesura en los comportamientos de aquellos nuevos ricos de la incipiente industria audiovisual, los escándalos se sucedieron dentro y fuera de la pantalla. El lugar no tardó en ser visto como una suerte de sucursal de Sodoma y Gomorra, como refleja la película de Damien Chazelle Babylon, que comentamos en estas páginas. Los incidentes escabrosos más sonados fueron reunidos en la madre de todos los libros de chismes sobre la meca del cine: Hollywood Babilonia (Tusquets, 1994) de Kenneth Anger, que desde su publicación en 1959 sentó las bases para todo lo que se ha escrito sobre los secretos más sórdidos de esa ciudad. El autor -tiene ahora 96 años- es un tipo singular: figura relevante del underground californiano, autor de películas vanguardistas con imaginario gay sección cuero y experto en satanismo. 

Portada del libro

El otro libro de referencia sobre la cara oculta de este mundo glamuroso es Servicio completo (Anagrama, 2013), en este caso centrado en las insaciables actividades sexuales de algunas estrellas de ambos sexos. El autor, Scotty Bowers, era un buscavidas que, desmovilizado tras la Segunda Guerra Mundial, empezó a trabajar en una gasolinera de Los Ángeles y la convirtió en epicentro de un servicio de prostitución masculina y femenina para actores y actrices. En el libro cuenta abundantes chismes, que en algunos casos bordean lo inverosímil. Por otro lado, Jesús Palacios repasó en Satán en Hollywood (Valdemar, 1997) la presencia de lo esotérico en la meca del cine.

El libro de Patricia Prida, muy inferior a los mencionados, tiene su mejor capítulo en el dedicado a una pareja muy chiflada: Jack Parsons y Marjorie Cameron. Él era un ingeniero aeronáutico especializado en cohetes, además de forofo del ocultismo, que acabó siendo una suerte de delegado en California del legendario mago negro Aleister Crowley (un personaje rebosante de anécdotas, entre las que me permito contarles esta: un día se plantó en Lisboa para conocer a Fernando Pessoa, aficionado también a estos asuntos, y después aprovechó para simular su muerte en un lugar de la costa portuguesa llamado nada menos que La Boca del Infierno). Marjorie, por su parte, era para Parsons la encarnación de la mujer ideal y lo sobrevivió cuando a este se le fue la mano en uno de sus experimentos esotéricos y voló por los aires en su laboratorio. Después ella se convirtió en musa del underground californiano y apareció en algunas películas de Anger y de su colega Curtis Harrington, autor de varias obras de culto del género de terror. 

Elisabeth Short, la Dalia Negra | Wikimedia Commons

Prida también aborda el gran mito criminal de Los Ángeles: el de Elisabeth Short, la Dalia Negra, cuyo cadáver atrozmente mutilado y eviscerado apareció en una cuneta y ha dado pie a todo tipo de especulaciones y ha inspirado novelas, películas y series de televisión. El caso nunca se cerró y existen varias versiones sobre el posible asesino, de las que la autora se centra en una, la del cirujano Steve Hodel. Les explico -porque en el libro no se cuenta- que el tipo era un hombre muy poderoso, que vivía en una casa diseñada por Frank Lloyd Wright y tenía una importante colección de arte. Era amigo de algunos de los surrealistas, como el fotógrafo Man Ray, con los que compartía el interés por las imágenes sadomasoquistas. 

La autora también repasa, de forma bastante desordenada, diversas muertes envueltas en el escándalo o la sospecha. Algunos casos son muy conocidos, como el del cómico del cine mudo Fatty Abuckle, que en una bacanal en un hotel mató en pleno acto sexual depravado a una aspirante a actriz, o el bárbaro crimen de la familia Manson en que asesinaron a la pobre Sharon Tate. Otras historias son menos célebres, como la muerte del primer Superman (en un serial televisivo) George Reeves, un supuesto suicidio sobre el que planeó la sombra del posible asesinato. O la de la reina de la serie B Susan Cabot -protagonista de La mujer avispa-, que falleció a manos de su hijo con problemas mentales. O la de Dorothy Stratten, playmate reconvertida en actriz y gran amor del cineasta Peter Bogdanovich, a la que asesinó un exmarido celoso y ultraviolento. 

Sin embargo, en Maldiciones y malditos de Hollywood se echan en falta otros casos que deberían estar: como la muerte del pionero del western Thomas Ince en 1924. Aunque en su certificado de defunción constaba como causa del fallecimiento un ataque al corazón, corrió el fundado rumor de que la causa real era un disparo del magnate William Randolph Hearst durante un incidente en su fastuoso yate. En realidad, la bala iba destinada a Charles Chaplin, que estaba tirándole los tejos a la esposa de Hearst, la actriz Marion Davies, pero acabó en el pecho de Ince y el asunto se tapó debido al poder del implicado. Dos años antes, en 1922, también murió de un tiro el director y actor William Desmod Taylor, asesinado con una pistola de pequeño calibre. En la lista de sospechosos y sospechosas figuraron algunas estrellas entonces muy célebres, aunque el crimen nunca se esclareció. 

También tuvieron finales violentos dos actores gays de dos épocas muy diferentes: el mexicano Ramon Novarro, que fue junto con Valentino el gran latin lover del cine mudo y protagonista del primer Ben Hur, y Sal Mineo, el amigo de James Dean en la vida real y en Rebelde sin causa. Ambos murieron de brutales palizas cuando asaltaron sus casas para robarles… Son algunas de las historias macabras de Hollywood, las pesadillas de la fábrica de sueños. 

Maldiciones y malditos en Hollywood
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