Las memorias recuperadas de Pedro Gobeo: una aventura americana del siglo XVI
Crítica desempolva un testimonio de supervivencia semejante al de Álvar Núñez Cabeza de Vaca protagonizado por un sevillano perdido entre Colombia y Ecuador
Sin llegar a cumplir los 15 años de edad, Pedro Gobeo de Vitoria se preparó para morir. «Flaquísimo, consumido y deshecho, con sola la armazón de los huesos, y, por decirlo en una palabra, muerto en vida», este adolescente perdido en un lugar hostil de América (hoy sabemos que se encontraba en los Cojimíes, Ecuador) entendió, al igual que sus compañeros de desventuras, que había llegado su hora. «Nos apartamos unos de otros para buscar lugar donde cada uno a solas terminase sus infelices días», narra. Junto a un talud, cerca del mar, hizo un hoyo y se colocó cara al cielo, asiendo una cruz confeccionada con «tronchos de las hojas». Ya sólo quedaba encomendarse al de Arriba y esperar la muerte, que, llegados a ese punto de consunción, era cuestión de horas.
Está claro, puesto que lo narra el propio Gobeo, que este sevillano embarcado en 1593 para América sobrevivió a éste y muchos otros asaltos de la Parca. Sobrevivió para contarlo. La escena que hemos descrito es, de hecho, uno de los episodios más sobrecogedores de su fascinante crónica Naufragio y peregrinación, un libro perdido durante siglos y reeditado ahora por la editorial Crítica en una versión divulgativa. «Hay dos historias que se entrelazan y combinan perfectamente en este asunto: la principal es la aventura vital de Pedro Gobeo de Vitoria; la otra es la aventura del propio libro», explica a THE OBJECTIVE el catedrático de la Universidad de Navarra Miguel Zugasti, encargado de la edición.
Vayamos pues en ese orden.
De Pedro Gobeo sabemos lo que él mismo cuenta en este libro de 1610: que era original de Sevilla y que, a los 13 años, contra la voluntad de su madre, decidió embarcarse hacia el Perú, «de cuyas grandezas había oído harto». A Gobeo le costó prácticamente dos años llegar a destino por una ristra consecutiva de desgracias entre las que sobresalen unas fiebres que lo tuvieron desahuciado en Panamá y, principalmente, el «naufragio» que relató en esta crónica y que, al igual que el referente principal en este tipo de aventuras, Álvar Núñez Cabeza de Vaca (Naufragios y comentarios), al que el propio Gobeo cita, no se refiere a un suceso estrictamente marítimo.
En mitad de la navegación, Gobeo y 40 compañeros fueron convencidos por el capitán del «navichuelo» en el que viajaban en dirección Manta, primer puerto seguro del Reino de Perú, para que desembarcaran y continuaran por tierra el camino, que se presumía sencillo y breve. Así lo hicieron para, dice el autor, «dar principio a los trabajos que no imaginaban». Hoy sabemos que de aquellos 41 caminantes sólo 17 llegaron a destino tras más de un mes fatigando por terreno entonces desconocido y tremendamente hostil entre Colombia y Ecuador (principalmente la Costa de la Esmeralda). En línea recta, Gobeo anduvo 840 kilómetros; teniendo en cuenta la ardua orografía de la costa, la suma total se va por encima de los mil.
«Su historia tiene una película, un guion de cine -defiende Zugasti-. Esos náufragos no llevan nada de comer, a veces enferman, se envenenan, sus peligros son espeluznantes. Antes, navegando, han sufrido el ataque de los corsarios y luego padecen hambruna, caminan durante meses, con el temor de encontrar indios caníbales, que no había por esa zona. En esta historia hay un constante goteo de muerte». Los trances mortales de Gobeo son, al menos, seis en esta crónica; los padecimientos, terribles; la historia, increíble. Comen cangrejos y reptiles, vadean ríos, abren caminos en la nada.
La aventura y la gloria, el deseo de ver y hacer grandes cosas, fueron el móvil de Pedro Gobeo para lanzarse a hacer las Américas, pero, tras llenar el zurrón de «trabajos y mala ventura» y no lograr hacer fortuna en las minas peruleras, ingresó en los jesuitas. Hacia 1610, encomienda a su madre para publicar en Sevilla esta historia en línea con la entonces afamada crónica de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Al poco tiempo, él mismo regresa a España. Y aquí da comienzo la otra aventura, la del propio libro, la odisea bibliófila.
Publicada en la casa sevillana de Clemente Hidalgo, no consta que hubiera reediciones, pero sí hay rastros de este libro en los catálogos de bibliotecas de época, se sabe que varios tomos embarcaron hacia Concepción (Chile) y que en Alemania se conoció y celebró su historia, adaptada en 1622. A partir de ahí, sus señas naufragan. «No quedó mayor huella -explica Zugasti-; al libro se le pierde el rastro en los siglos XVIII y XIX. Encontré dos ejemplares aparecidos en el siglo XX: uno en la Biblioteca Nacional de México, luego perdido, y otro vendido en Barcelona, en una librería de viejo, por 1.500 pesetas. Se sabe que se anunció en el catálogo de la casa Peiró, pero desconocemos su paradero tras la venta».
A todos los efectos, el Naufragio y peregrinación de Gobeo no existía hasta que en 2004 el investigador Raúl Manchón Gómez dio con un tomo en la biblioteca de la Universidad de Mannheim, en Alemania. A partir de este unicum, la historia de este sevillano ha vuelto a la vida. «El libro estaba llamando a la puerta, tocaba recuperarlo y ponerlo a disposición de los lectores. Esta historia tiene toques muy potentes de verosimilitud, está escrito con prosa legible, entendible, no es oscura a pesar de la formación jesuítica de Gobeo, no peca de pedante y es un ejemplo de abnegación, resistencia ante las penalidades y verdadera fe en la providencia», añade Zugasti.
Merece figurar con todas las de la ley en el tan desconocido y apasionante canon de la literatura testimonial de la América española. Para Zugasti es una pena que los españoles no hayan sabido sacar partido de casos como el de Gobeo o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, «más auténticos y anteriores que, por ejemplo, Robinson Crusoe». «No hemos sabido vender bien nuestro producto, hacerlo despegar entre el gran público; hemos sido los primeros en consumir la Leyenda Negra y buscamos héroes fuera de nosotros, ya sea Robinson Crusoe o Piratas del Caribe», apostilla.
La cantidad de españoles que perdieron la vida en pos del sueño americano (el propio Gobeo vio cruces en una playa que atestiguaban otro naufragio) y, al mismo tiempo, descubrieron y acotaron todo un continente, revela, cuando menos, la épica de una empresa cuestionada hoy desde el flanco político. Pero en aquellos días, incluso los más acérrimos enemigos de España entendieron que la obra de América era sobrehumana. Walter Raleigh, enemigo jurado, lo dejó escrito con sencillas palabras: «No puedo dejar de encomiar aquí la virtuosa paciencia de los españoles. Es muy difícil o imposible encontrar otro pueblo que haya soportado tantos reveses y miserias como los españoles en sus descubrimientos en las Indias». Amén.