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Cultura

En la Hispanidad cabemos todos

La Hispanidad no es un proyecto político por mucho que algunas personas que se hacen llamar «hispanistas» lo repitan hasta la saciedad

En la Hispanidad cabemos todos

Un grupo de hispanos.

El miércoles 3 de mayo de 2023 Fernando Díaz Villanueva nos congregó en el aula magna de la San Pablo CEU para hablar de su nuevo libro. Tuve el placer de acompañarle. También lo hizo el periodista Rubén Arranz. Me encargué de explicar por qué creo que Fernando es el mejor divulgador histórico de habla hispana o al menos el más completo, puesto que no solo divulga escribiendo libros, sino que también trabaja muchos otros formatos: podcast, vídeos de todo tipo, directos, entrevistas… Fernando estudió la carrera de historia y luego trabajó muchos años de periodista. Y como cualquiera que le siga sabe que es un tipo que tiene oficio y que no para ni un segundo. Hace muchas cosas y todas las hace muy bien. Escribe bien, habla bien y se hace entender todavía mejor, sabe entrevistar y también concede buenas entrevistas cuando está al otro lado, se maneja con todo tipo de artilugios de grabación, sonido, edita vídeo… y además hace unas fotografías estupendas.

Como dice nuestro amigo común Gonzalo Altozano, Fernando es un «grupo multimedia andante». A pesar de hacer unos dos programas al día, combinando todo tipo de formatos (la Contracrónica, la Contrahistoria, el Contraplano, el Contrasello, etc.) también tiene tiempo para escribir libros. De hecho, en año y medio ha escrito cuatro libros. El último de ellos se titula Hispanos. Breve historia de los pueblos de habla hispana. Está editado por la Esfera de los Libros y está prologado por Alberto Garín.

Fernando ha escrito una historia de los pueblos de habla hispana, un libro que, por cierto, ha fascinado a Ramón Tamames. El propio subtítulo del libro ya adelanta lo que pretende ser y lo que es. ¿Y qué es? Lo que ha escrito Fernando no es más que un viaje cultural en el que se narra la historia de los pueblos que han terminado hablando el idioma español. También el portugués por haber nacido como un romance de la Península Ibérica.

Para eso el libro tenía que empezar en Roma, como no podía ser de otra manera. Y no porque en la antigua Roma se hablase español, sino porque los romanos son los que acaban fijando el nombre de Hispania (España) y es la lengua de Roma, el latín, la que acaba configurando, previa vulgarización, la lengua española, una lengua que hablan hoy más de 500 millones de personas en el mundo, siendo la lengua más hablada del planeta, solo por detrás del chino mandarín. Para ello Fernando ha dividido el libro el libro en siete capítulos con unos nombres muy bonitos y sugerentes: Hispania romana, Hispania goda, Hispania perdida, Hispania recobrada, Hispania nova, Hispania rota e Hispania grande.

Pero tan importante es lo que es el libro como lo que no es. Y es que Fernando no ha tenido la tentación de decir lo que debe ser un hispano hoy en día. Fernando, al igual que un servidor, solo ve la Hispanidad en términos lingüísticos (fácilmente definibles) y culturales (algo más difusos), pero no la ve en términos políticos y mucho menos geopolíticos, que es una palabra que ahora se ha puesto muy de moda, pero que no he visto utilizar mucho al autor, sospecho que porque no es aficionado a la prosopopeya: esa manía de adjudicar a los países cualidades humanas.

Seguramente muchos habrán oído que un buen hispano (o español) es aquel que pretende reunificar la Hispanidad (esto es, volver a una especie de Imperio español 2.0 que pueda mirar de tú a tú a la angloesfera); por supuesto, un buen hispano tiene que mear como Blas de Lezo apuntando a la pérfida Albión, o dicho de otra manera: tiene que odiar muy fuerte a los ingleses (aunque el almirante guipuzcoano jamás pronunciara la frase de marras); tiene que salirse de la Unión Europea y del euro (cosa que por cierto nos uniría con los ingleses en cierta medida); tiene que ser antiglobalista; tiene que ser antiliberal, porque claro, el liberalismo y el libre comercio es algo propio de los ingleses (cosa que no es del todo cierta); tiene que ser centralista (al menos dentro de España o de la nación que le corresponda); y si uno es hispanoamericano tiene que ser antiimperialista, que en este caso es lo mismo que antiyanqui.

Un buen hispano también tiene que decir quién cabe y quién no cabe dentro de la Hispanidad, un proyecto que a la fuerza ha de ser homogéneo e imponerse de arriba a abajo. Y luego claro, los más tarambanas, que no son pocos, te dicen —en clave spengleriana— que los hispanos debemos dar la puntilla a un Occidente decadente y echarnos en manos de los rusos y de los chinos.

Por supuesto, no hay ni que decir que a Fernando estas cosas le espantan. Todo esto no es más que nacionalismo xenófobo y uniformador. A Fernando le gustan las sociedades abiertas, diversas, plurales, mestizas (cosa que el Imperio español fue), le gustan las cosas que nacen de abajo arriba, como lo es, por cierto, el patriotismo, que muchas veces se confunde con nacionalismo o con patrioterismo pobretón. Y en realidad nacionalismo y patriotismo son algo opuestos. De abajo a arriba se acabó imponiendo la lengua española, nunca lo hizo por la fuerza y cuando se intentó por la fuerza fracasó. Lo cuenta muy bien Santiago Muñoz Machado, el director de la Real Academia de la Lengua, en un libro que se titula Hablamos la misma lengua y que Fernando ha seleccionado en la bibliografía de su libro.

Lo que comento es importante porque en la Hispanidad cabemos todos: los de derechas y los de izquierdas, los ateos y los católicos, los liberales y los antiliberales, los globalistas y los antiglobalistas, los monárquicos y los republicanos, los anglófilos y los anglófobos. Y, por descontado, caben todos los colores de piel.

¿Y por qué cabemos todos? Por la sencilla razón de que la Hispanidad no es un proyecto político concreto y unitario por mucho que algunas personas que se hacen llamar «hispanistas» lo repitan hasta la saciedad, personas que, por cierto, desconocen que para Ramiro de Maeztu, Unamuno, Isidro Gomá, García Morente y todas aquellas personas que dieron forma al concepto de Hispanidad en la primera mitad del siglo XX, la Hispanidad no era un proyecto político que tenía que sustentarse en una ideología política concreta, si acaso era una realidad de naturaleza católica, y eso es evidente porque nuestras raíces son católicas, y hasta el más ateo de todos no puede escapar de ese sustrato católico del que bebemos todos.

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