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Cultura

Una guerra de cómic: el pueblo de Granada que 'combatió' a Dinamarca durante 172 años

El cómic ‘¡Hay que arreglar lo de Dinamarca!’ relata la berlanguiana historia de la declaración de guerra de Huéscar contra los daneses en 1809 y la paz firmada en 1981

Una guerra de cómic: el pueblo de Granada que ‘combatió’ a Dinamarca durante 172 años

El juramento de las tropas del Marqués de la Romana, por Manuel Castellano. | (Museo del Prado)

Esta es una historia berlanguiana. Podríamos buscar otro epíteto, por aquello de no caer en el cliché, pero estaríamos alejándonos ya, por pura soberbia, de la condición que mejor la define. Así que sí, esta es una historia berlanguiana enmarcada en una guerra de Gila, la que mantuvo durante 172 años un pueblo de Granada de 7.000 habitantes con el Reino de Dinamarca. 

El alicantino Román López-Cabrera llegó a esta delirante historia de casualidad, pero según se la iban refiriendo, supo que tenía que contarla con los lápices. Autor de más de una docena de cómics, viajó a Huéscar para presentar su anterior libro, Miguel Hernández, piedra viva. Su editor en el sello Cascaborra tiene familia en el pueblo granadino y, curiosamente, Huéscar cuenta con un Museo del Cómic que se nutre del legado del dibujante José de Huéscar que, más curiosamente aún, no tiene relación alguna con el pueblo, «pero su legado acabó allí porque nadie quería hacerse cargo de él en otros lugares y probó suerte en el pueblo por aquello del apellido». 

Fue allí donde le refirieron la delirante guerra de Huéscar contra Dinamarca, la más larga de nuestra historia, desde el 11 de noviembre de 1809 al 11 de noviembre de 1981. «Mientras me la iba contando el archivero del pueblo, y me volaba la cabeza, yo ya la iba visualizando, buscando el tono, el estilo gráfico. Cuando te pasa eso es algo muy poderoso», cuenta a THE OBJECTIVE Román López-Cabrera. El resultado es ¡Hay que arreglar lo de Dinamarca! (Cascaborra) un cómic en el que desde el principio prima el tono berlanguiano: «Conforme me lo contaban ya pensaba en Berlanga y el propio archivero sacó a relucir su nombre, porque ésta es una historia surrealista y castiza, una mezcla de situaciones absurdas».

Veamos el argumento

Las ‘hostilidades’ entre la pequeña Huéscar y el poderoso Reino de Dinamarca saltaron en plena Guerra de la Independencia. Antes de que los franceses invadieran España, los españoles trabajaban codo con codo con los de Napoleón para contener a los británicos allá donde hiciera falta. Por ejemplo, en la lejana Dinamarca. Hasta 13.000 soldados nacionales viajaron con el Marqués de la Romana para combatir en aquellas lejanas tierras y unos 3.000 quedaron concentrados en la península de Jutlandia antes de la guerra hispano-francesa. En cuanto las dos naciones vecinas se enfrentaron, aquellos soldados quedaron inmediatamente en territorio enemigo, ya que Dinamarca seguía siendo aliada de Francia. Los daneses aislaron y retuvieron a los españoles, lo que llevó a la Junta Suprema que gobernaba España durante la invasión francesa a romper relaciones con el Reino de Dinamarca, en cuyo trono se sentaba Federico VI. La tan desconocida historia de aquellos españoles varados en la fría Jutlandia daría para otra película.

Aunque la Junta Suprema sólo había roto relaciones con Dinamarca, el pueblo granadino de Huéscar decidió ir más allá, mucho más allá: declaró unilateralmente la guerra al Reino de Dinamarca. El documento existe y lo descubrió en 1981 el archivero municipal de Huéscar, Vicente González Barberán, fallecido recientemente. El archivero descubrió también que aquella guerra nunca había sido zanjada y que, al menos en los papeles, Huéscar y Dinamarca seguían en franco conflicto bélico 172 años después. Bien es cierto que en más de siglo y medio no se había verificado una sola víctima ni nadie había derramado su sangre, española o danesa, por una frontera, un trozo de tierra, una bandera o unos ideales. La más larga y la más incruenta de nuestras guerras se saldó con un detenido, un periodista danés que rondaba el pueblo en los 70 y durmió en el cuartelillo. 

«Desde entonces, cada 11 de noviembre Huéscar conmemora su particular guerra y paz con desfiles de húsares y disfraces de vikingos»

El hallazgo del documento encontró eco en la prensa de ambos países y las autoridades competentes se decidieron a firmar la paz. El Gobierno danés autorizó a su embajador a rubricarla. El acto se celebró el 11 de noviembre de 1981 y estamparon su firma el alcalde José Pablo Serrano y el embajador danés Mogens Wandel-Petersen. «Ojalá todas las guerras fueran como esta», declaró el diplomático, que no se había amedrentado con el cartel a la entrada del pueblo que advertía a los daneses que estaban entrando en territorio enemigo. Desde entonces, cada 11 de noviembre Huéscar conmemora su particular guerra y paz con desfiles de húsares y disfraces de vikingos. 

A esta historia ha dedicado un documental (La guerra más larga) que ha girado por distintos festivales Jorge Rivera, y ahora Cascaborra ha editado el cómic de Román López-Cabrera, para quien lo berlanguiano del asunto reside en el fondo en el «buen rollo que destila la historia, con todos siguiendo el cachondeo y ese aire cómico y sarcástico, y la fiesta final de la paz con 300 daneses vestidos de vikingos». El autor de ¡Hay que arreglar lo de Dinamarca! ha regresado al pueblo en dos ocasiones más: «Todavía hay mucha gente que estuvo implicada en el ’proceso de paz’ y agradece este libro y se interesa por esta historia», señala. 

A cien kilómetros de Huéscar, en la localidad almeriense de Líjar, se libró otro conflicto similar durante un siglo. El municipio declaró la guerra en 1883 a Francia por los insultos y hasta pedradas que recibió Alfonso XII en París. «Trescientos vecinos y seiscientos hombres útiles», declara el acta, se levantaron en armas contra el francés. En 1983 se puso fin a las hostilidades: «En la villa de Líjar, provincia de Almería, siendo las doce horas del día 30 de octubre de 1983, se acuerda firmar la Paz entre Líjar y Francia, tras cien años de guerra incruenta». 

A los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, los franceses se referirían sarcásticamente como la drôle de guerre (la guerra de broma). Aquel conflicto acabaría de manera mucho más dramática que las dos guerras locales (estas sí de broma, de coña, de Berlanga) que enfrentaron a sendos pueblitos andaluces con potencias extranjeras. 

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