'Simone, la mujer del siglo': la reconciliación de Simone Veil con el siglo XX hecha película
Movistar+ estrena en plataformas en España el ‘biopic’ sobre una mujer fundamental en la historia de Francia y de Europa
Fue la primera presidenta del Parlamento Europeo. Precursora de los derechos de las mujeres, como ministra de Sanidad logró que el aborto fuera legal en la Francia de 1974. Se implicó en la lucha contra el SIDA en los 90. Pasó su vida combatiendo, desde los campos de exterminio nazis en los que perdió a su madre y sobrevivió junto a su hermana, hasta bien entrado el siglo XXI. Hablamos de Simone Veil, un personaje fundamental para entender la historia más reciente de Francia y de Europa. Una película adapta ahora sus memorias. Es Simone, la mujer del siglo. Movistar+ acaba de estrenarla en plataformas en España.
Este biopic, dirigido por Olivier Dahan –conocido por otros biopics, como el dedicado a Grace de Mónaco o a Edith Piaf–, recorre prácticamente las nueve décadas que vivió Simone Veil (1927-2017). Desde su infancia, en la que fue una niña feliz que no se despegaba de la lectura, hasta sus últimos años, en los que buscó plasmar sus memorias y reconciliarse con su pasado. En la película la interpretan dos actrices: Rebecca Marder, de joven, y Elsa Zylberstein, de mayor.
Subrayando la importancia histórica de Simone Veil
Lo primero a destacar sobre esta película es que acerca al gran público –y, sobre todo, al más joven– a una mujer que fue fundamental en la construcción de Europa como hoy la conocemos. Ella, que –como joven judía– sufrió la deportación, los campos de exterminio, el hambre y el horror, fue víctima directa de la confrontación europea en la Segunda Guerra Mundial. Y del holocausto, principalmente. «Mi padre creía en la República», dice al principio de la película. Dejó de creer cuando los nazis acabaron con su vida.
Este retrato pasa, necesariamente, por el feminismo. Simone Veil fue pionera en la defensa de los derechos reproductivos y la autonomía de las mujeres. Como ministra de Sanidad del Gobierno francés, en 1974 lideró la campaña para legalizar el aborto en el país. Además, su testimonio personal y su experiencia traumática en los campos de exterminio le dieron una perspectiva única y un compromiso inquebrantable con la justicia y los derechos humanos. Como superviviente, se convirtió en una voz importante para la conciencia colectiva, recordando los horrores del Holocausto y abogando por la tolerancia y la reconciliación. Una figura emblemática que siempre se situó del lado de los más vulnerables. Desde los presos que convivían en malas condiciones hasta los enfermos de SIDA, pasando por los migrantes o los politoxicómanos. Un ejemplo que debería cundir en esta Europa de hoy en día.
Ahí reside el auténtico valor de la película de Olivier Dahan. En la reivindicación de esta mujer que, como bien refleja la cinta, tuvo que reconciliarse con el siglo XX a través de la construcción de la identidad europea y de la lucha por los derechos humanos. Para que nadie volviera a sufrir lo que ella había sufrido.
El problema de abarcar demasiado
El principal pecado de Simone, la mujer del siglo es que abarca demasiado. En sus más de dos horas de metraje, la película navega a través de las décadas de forma un tanto confusa, con una concatenación de analepsis y prolepsis (los flashbacks y flashforwards de toda la vida). La vida y obra de Simone Veil es apasionante, qué duda cabe, pero la forma de narrar una buena historia puede arruinarla. Es el caso de esta película, que puede resultar confusa y despistar al espectador por momentos.
Simone, la mujer del siglo se empeña en demostrar la implicación de esta mujer con los más vulnerables, por lo que va sumando diversos ejemplos de lucha. El resultado: una cinta demasiado académica, que no consigue penetrar demasiado en la psicología del personaje. La recreación histórica es buena, aunque eso se da por sentado en producciones de este tipo. Sus dos únicos premios César, el de mejor diseño de producción y mejor vestuario, así lo constatan.
Las interpretaciones también son destacables, aunque de nuevo esto se da por sentado cuando hablamos de cine francés. A pesar de las buenas intenciones, y de la reivindicación de una figura más o menos desconocida por el gran público, la película se queda en ambiciosa. Sin embargo, parece que resulta en –como decía C. Tangana– una ambición desmedida, lo que no significa que no merezca la pena su visionado. Deben verla aquellos que deseen indagar en nuestra propia historia, en nuestra propia identidad.