'La cueva de los huesos': ¿celebrar la muerte es lo que nos hace humanos?
El documental de Netflix educa y emociona al mismo tiempo, una combinación que no es fácil de conseguir hoy en día
Lo desconocido: La cueva de los huesos prueba que un documental científico puede emocionar a cualquier espectador si la historia está bien contada. Unknown: Cave of Bones, su título original, revela que, contrariamente a lo que se creía, los neandertales y los Homo sapiens modernos no eran los únicos que enterraban a sus muertos, un paso importante en nuestra evolución.
Como lo explica bien en el documental de Netflix, Agustín Fuentes (catedrático en el Departamento de Antropología de la Universidad de Notre Dame), los animales suelen acompañar a sus parientes o compañeros durante unas horas, incluso pueden cargar a sus crías fallecidas por un tiempo, pero luego se alejan. Otros simplemente los dejan a su suerte para que el ciclo de la vida continúe. Sin embargo, fue el Homo sapiens quien empezó a rendir honores a sus fallecidos, evidenciando cierto ritualismo.
Según National Geographic, los científicos diferencian entre comportamiento mortuorio y comportamiento funerario. André Gonçalves, que estudia cómo interactúan los animales con los muertos, explica que chimpancés y elefantes, por ejemplo, muestran un comportamiento mortuorio cuando vigilan un cadáver o interactúan físicamente con él esperando que vuelva a la vida.
El comportamiento funerario, al contrario, implica actos sociales intencionados por parte de seres capaces de pensamiento complejo que se entienden a sí mismos como separados del mundo natural y que reconocen la importancia del difunto. Hasta ahora, las primeras pruebas registradas de comportamiento funerario y enterramiento intencionado entre las especies de homínidos (incluidos tanto los humanos modernos como los neandertales) datan de al menos 100.000 años después del Homo naledi. Pero se debe subrayar el hasta ahora.
El ‘Homo naledi’ y la muerte
En 2017, el profesor Lee Berger de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica y el profesor John Hawks, de la Universidad de Wisconsin-Madison, en Estados Unidos, publicaron varios estudios para la revista eLife después de que en 2013 se descubrieran los restos de cerca de 15 individuos de varias edades dentro de la cámara Dinaledi, que forma parte del sistema de cuevas Rising Star.
La cueva Rising Star es un sistema de cavidades kársticas en la Cuna de la Humanidad, el conjunto de yacimientos paleontológicos y arqueológicos, designados por la Unesco en 1999 como Patrimonio de la Humanidad. El conjunto está ubicado cerca de Krugersdorp, a unos 50 kilómetros al noroeste Johannesburgo, Sudáfrica. Está formado por un complejo de cuevas en dolomías e incluye la cuevas de Sterkfontein donde se encontró el fósil Australopithecus africanus de 2,3 millones de años, en 1947.
Los restos de esos individuos eventualmente llevarían a los científicos al bautizo del Homo naledi en 2015. Se trata de una criatura que medía 5 pies de alto y pesaba alrededor de 100 libras, con un cerebro que era aproximadamente un tercio del tamaño de los seres humanos. Entonces, lo que el documental pone en evidencia es la exigente tarea de probar si estos seres no humanos (como les llaman los científicos), con sus cerebros comparativamente más pequeños, practicaban técnicas de entierro sofisticadas, algo que durante mucho tiempo se consideró exclusivo de los humanos.
El viaje de Lee Berger
La cueva de los huesos carecería de impacto sin el carisma de Lee Berger (Kansas, 22 de diciembre de 1965), un paleoantropólogo y arqueólogo estadounidense que, a diferencia de Indiana Jones, no era capaz de ingresar a la cueva que sigue produciendo los avances más interesantes en la conexión con nuestros antepasados. De manera que debía contentarse con ver el material que estudiaba desde las cámaras. No es algo extraño en esta profesión, sin embargo el espectador puede sentir la frustración del que no puede estar exactamente en el lugar que puede cambiar la historia como la conocemos hasta ahora.
A medida que escribo esta reseña siento que no hago honor a lo emocionante que resulta el desarrollo de los acontecimientos que presentan un quiebre cuando, sin que lo veamos venir, Berger decide ingresar al lugar que ha estudiado por ocho años. Para ello tuvo que acondicionarse físicamente, pues el espacio para acceder al lugar donde el Homo naledi enterraba a sus muertos es casi impenetrable.
El viaje de Berger eleva la adrenalina, no solo porque se trata de una victoria personal: tener contacto con su objeto de estudio, sino porque puede descubrir un elemento más para considerar que estos individuos, con cerebros minúsculos, se acercan mucho a los antepasados nuestros. A partir de allí, las reflexiones sobre cómo procesamos la muerte en la actualidad se hacen necesarias.
Igual de emocionante resulta presencia cómo reacciona todo el equipo de Berger para encontrar respuesta a un artefacto conseguido en la mano de un pequeño naledi que le agrega otro resultado a sus largos años de estudio. Para el espectador se procesa rápido, pues el documental apenas dura una hora y media, pero se debe entender que la emoción es el resultado de años de investigación, hipótesis e inversión de recursos que seguramente no son fáciles de conseguir. En definitiva, se trata de un trabajo didáctico que pone en evidencia cómo la buena televisión, que educa, no tiene por qué estar reñida con el entretenimiento.