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'¿Qué le pasó al rey de los delfines?', un documental que retrata los cambios sociales

Netflix estrena una producción sobre el caso del español José Luis Barbero, quien se convirtió en la mayor autoridad para entrenar delfines en los años 90

‘¿Qué le pasó al rey de los delfines?’, un documental que retrata los cambios sociales

El español José Luis Barbero, en un momento del documental. | Netflix

Es curioso, pero el nuevo documental de Netflix que sigue el auge y caída de un entrenador de delfines español tiene más sentido por su nombre en inglés: The Last Dolphin King. La palabra king pareciera un guiño a la exitosa docuserie Tiger King, y de alguna manera existe cierta asociación por el adiestramiento de animales en cautiverio. Pero la historia de José Luis Barbero que narra ¿Qué le pasó al rey de los delfines? está a años luz de la del entrenador de felinos Joe Exotic.

Digo que le calza mejor el título por dos razones: es de conocimiento público lo que le pasó a Barbero. Incluso si no sabes lo que pasó, lo descubrirás rápidamente al comenzar a ver la serie. No se trata de uno de esos casos misteriosos en los que alguien vio a un desaparecido por última vez. La segunda razón es que, en efecto, cada vez menos personas se sienten orgullosas de trabajar con animales en cautiverio.

El debate sobre los espectáculos que involucran animales se ha ampliado de tal manera que estos han dejado de ser profesiones hereditarias. Otro ejemplo es lo radical que puede resultar una discusión sobre prácticas en las que se debe entrenar a un animal. No es menester de esta reseña valorar a los seguidores o detractores de las mismas. Solo se pretende resaltar cómo la sociedad ha ido cambiando su visión con respecto a estos espectáculos.

«Muchas personas han intentado por todos los medios que no contemos esta historia. Si hemos seguido adelante los últimos siete años es porque consideramos que su interés público es evidente. Estamos convencidos de que quien vea este documental tendrá elementos suficientes para formarse una opinión sobre los delfinarios y sobre el precio de la cautividad tanto en animales como en las personas que trabajan en esa industria», aseguraron los directores del documental, Luis Ansorena y Ernest Riera, en la nota de prensa que comparte Netflix.

Y en efecto. La producción es mucho más profunda que una simple denuncia. No vamos a encontrar algún artilugio dramático, ni recreaciones o ficción mezclada. Tampoco juegan con los espectadores. ¿Qué le pasó al rey de los delfines? tiene el encanto de ser un trabajo de vieja escuela, que presume de la cantidad de testimonios que aportan ciertas consideraciones a un tema realmente peliagudo: ¿tenemos los humanos el derecho para convertir a un animal en una atracción para el disfrute de niños y adultos?

La respuesta a la anterior pregunta podría responderse con un simple «no». Pero si esa es la premisa, entonces deberíamos dejar de disfrutar de los zoológicos, de las carreras de caballos e, incluso, de la práctica de adoptar perros, gatos y cualquier mascota. Para ser más concretos: si nos horroriza el cautiverio, ¿quién define qué es cautiverio y qué no? ¿Podemos asegurar que tener un canario en casa no lo es? 

Porque es cierto que con los delfines, las ballenas y ciertas especies parece haber una mayor concentración de organizaciones que hacen más bulla que otras. Es un misterio a qué se debe. Sin embargo, todos tenemos más o menos conciencia de que los espectáculos con criaturas del mar son cada vez más criticados. Pero no pasa con los aviarios, por ejemplo. ¿Al final, un aviario no es una gran jaula para encerrar aves?

Decía Fernando Savater en Contra los animalistas: «Estoy de acuerdo en que debemos evitar el maltrato de los animales, no porque tengamos la obligación moral de respetarlos sino por respeto a nuestra propia dignidad, que incluye la compasión y rechaza la crueldad. También por estética, ya que no hay nada de peor gusto que disfrutar causando dolor porque sí. Ahora bien, maltratar a un animal quiere decir tratarlo como no corresponde a su condición: lidiar en la plaza a una oveja, comernos al gato que nos acompaña o intentar obtener leche de las ratas». 

Luego, el filósofo español marcaba la diferencia: «Pero no hay maltrato en utilizar a ciertos animales de acuerdo con el fin para el que han sido criados e incluso ‘diseñados’ por nosotros: proporcionarnos alimento, prestarnos su fuerza o fascinarnos con la bravura que ponen al luchar. Es cierto que la masificación industrial hace la vida productiva de cerdos o gallinas mucho más incómoda de lo que pudiera ser… algo que también padecen millones de humanos por motivos parecidos. En ese sentido, los que tienen mejor suerte son los toros bravos y los caballos de carreras, porque pertenecer al mundo del espectáculo siempre tiene algo de aristocracia y sus existencias compensan ocasionales penalidades con grandes privilegios».

Y cierra Savater: «Por lo demás, entre los hombres hay humanistas pero entre los animales no hay ‘animalistas‘: sigamos su ejemplo».

Sin embargo, películas como Okja, de Bong Joon Ho, nos ha devuelto la mirada sobre eso que Savater llama «masificación industrial» y sus consecuencias. Y no solo ella. The Cove, el documental que describe la caza anual de delfines en el parque nacional de Taiji, Wakayama, en Japón, nos sitúa en una posición muy incómoda a la hora de establecer lo que está bien y mal desde la perspectiva utilitaria de los animales.

Discusiones filosóficas aparte, ¿Qué le pasó al rey de los delfines? no se queda en lo superfluo, afortunadamente, y te invita a reflexionar sobre cómo aquellas profesiones, manejo de personal y concepciones sociales de los años 80 y 90 chocan con estos tiempos de redes sociales y cultura woke. Ese choque puede producir efectos lamentables, ciertamente, si no transitamos en conjunto por un camino de comprensión y empatía.

Porque lo que queda claro con la producción de Ansorena y Riera es que en esta época de cancelación, en la que cualquier persona se puede hacer un juicio por un video de un minuto, es muy fácil dirigir a las turbas contra un individuo. Sin embargo, una vez que esta persona es sancionada (o desaparece), el problema sigue allí. Hay mucho de postureo entonces, como si nos contentáramos con manifestar nuestra rabia a cambio de una víctima. Sacrificada en fuego vivo la persona, aquietadas las aguas.

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