Chantal Pinzi, la verdad en el objetivo
La fotoperiodista italiana habla con THE OBJECTIVE sobre su trabajo en Colombia, Camerún, Libia y Marruecos
Recientemente galardonada con el premio Fundación Esperanza Pertusa, la fotógrafa Chantal Pinzi nos habla de sus más recientes proyectos. Desde que inició su carrera como fotoperiodista, se ha enfocado en denunciar y visibilizar, a través de sus imágenes, injusticias sociales y «lejanas» realidades.
Chantal Pinzi nació en Como, Italia, y desde los 16 años trabajó en su escuela como fotógrafa profesional, encargándose de retratar a los alumnos de cada año escolar. Siempre supo que quería estudiar fotoperiodismo. Actualmente vive en Alemania, desde donde parte siempre de viaje, con su cámara en mano, la herramienta que le permite ser, como ella misma se denomina: una activista visual.
Pregunta. -¿Y por qué decidió mudarse a Berlín?
Respuesta.- Me fui a estudiar artes visuales y fotografía. Berlín es una ciudad muy vanguardista para desarrollarte como artista. Además, a mí me interesaba mucho la fotografía documental y el periodismo, y en Italia todo estaba más enfocado hacia el mundo de la moda. En Alemania las escuelas suelen ser muy prácticas y eso me sirvió mucho, desde los primeros años viaje a Camerún y a Colombia, para desarrollar proyectos.
P.- ¿Cómo fue la experiencia en Camerún?
R.- Viajé con la ONG Web & Development Fountation, que desarrolla proyectos en zonas de extrema pobreza. Hice muchas entrevistas a la gente del pueblo de Bangoua, que es muy pequeño y sumamente precario. También me reuní con el «Nfon», la figura de rey o sultán, quien además murió a los pocos días que llegué, fue toda una conmoción y acontecimiento. En Camerún, trate de documentar esos fragmentos de la vida cotidiana que hacen de África un lugar tan mágico y cruel, en partes iguales. La serie fotográfica Bangoua muestra sobre todo eso, su gente, su idiosincrasia, sus hermosos amaneceres, pero también la cruel realidad en la que viven.
P. – Y ¿Cuándo llega a Colombia para trabajar en la Comuna 13?
R.- A Medellín llegué con la familia de Henry Agudelo, todo un referente del fotoperiodismo a nivel mundial. A mi parecer fue el fotógrafo que mejor supo retratar la violencia que vivió el lugar, su trabajo documenta cuarenta años de conflicto. Yo lo conocí en una charla que dio en mi universidad, me impactó mucho la poesía visual que lograba en sus imágenes, mostrando algo tan desgarrador como la muerte. Viajé a Colombia para formarme en su escuela, y ahí empecé a trabajar en el proyecto de la Comuna 13.
P.- ¿Cómo describiría la operación Orión? Ocurrida en la Comuna 13…
R.-La operación Orión comenzó en octubre del 2002, fue un operativo militar y paramilitar urbano, el más grande ocurrido en Colombia. Tuvo lugar en la Comuna 13, donde se encuentran varios barrios de Medellín. Por mandato del gobierno, se hizo una intervención que generó una guerra urbana, ocasionando desplazamientos, asesinatos y desapariciones forzadas. Desde entonces, el pueblo se ha visto obligado a vivir con miedo, no solo por la masacre ocurrida, sino también por el clima generalizado de desconfianza, que hasta hoy en día se vive. De aquí partió el proyecto «Orión nunca más», en el que he participado, enseñando a niños y jóvenes, a partir de las artes, a tratar de recobrar la esperanza por la sociedad que habitan.
«El miedo suele llegar luego, cuando regreso a mi zona de confort y me doy cuenta lo expuesta que he estado»
P.- Trabaja en lugares de alta peligrosidad y violencia ¿Dónde radica el miedo?
R.– Es curioso, porque nunca lo he sentido cuando he estado en peligro o cuando he podido estar amenazada. Cuando llego a estos lugares, lo hago con el ímpetu de encontrar la verdad y ese es el único objetivo. El miedo suele llegar luego, paradójicamente, cuando regreso a mi zona de confort y me doy cuenta lo expuesta que he estado. Igual siempre intento cuidarme, dentro de lo posible. Cuando estoy en barrios peligrosos o cerca de pandillas, trato de ser lo más cauta posible, conmigo y con mi cámara.
P. -¿Qué suele ser lo más difícil de enfrentar?
R.– Desde que trabajo como fotoperiodista, lo más complejo ha sido hacerle frente a grupos de poder que no quieren que investigue. Me pasó en el proyecto Guajiro, que realicé en Colombia. Viajé a La Guajira para trabajar con los líderes sociales de la península, un territorio de mucho conflicto por la posición estratégica que tiene geográficamente. A parte del narcotráfico, está también Cerrejón, la gran mina de carbón, que ocasiona muchos problemas a la población de los guajiros. Desde que uno llega, siente la intimidación para que no se pueda investigar ni documentar. Aun así, creo que éste se ha convertido en mi proyecto más antropológico. Es impresionante conocer el territorio y ver cómo lo que para unos puede representar un espacio de explotación, para otros simbolizar un territorio sagrado.
P. -¿Y quiénes son sus aliados en estas circunstancias?
R.– Hay muchos colectivos que tratan de hacer un cambio positivo para la población, como el de las mujeres Wayuu, pero pese a la lucha, y a que muchas veces logren ganar las causas legales, la situación no cambia. También he empezado un proyecto con el pueblo indígena de los Nasa en el Cauca, una zona donde sigue habiendo reminiscencias de las FARC y donde el Estado tampoco vela por sus intereses. Pese a ello, están muy bien organizados y desde el movimiento de Liberación de la Madre Tierra, que denuncia la contaminación y persecución de sus pueblos, han creado una alianza de resistencia importante. En el Cauca, me ha interesado mucho la mirada femenina, he fotografiado y entrevistado a muchas mujeres, porque son un elemento clave en esta lucha incansable.
«Más que una fotógrafa me considero una activista visual»
P.-Su proyecto The Running Man fue muy aclamado, trataba sobre el tráfico de personas proveniente de Libia…
R.– Lo hice mientras Salvini empezó a cerrar las fronteras del mediterráneo. Mi padre es doctor y trabajaba en un centro de migración, empecé a visitarlo para conocer las problemáticas más comunes de los refugiados. En Libia la estabilidad política es inexistente, hay muchos secuestros y trata de personas, para escapar hay que exponer constantemente la vida. Para mí es muy importante retratar estas realidades, porque más que una fotógrafa me considero una activista visual. Los migrantes son el resultado de años de sufrimiento, privaciones y explotación y eso no es lo que normalmente muestran los medios de comunicación.
P.- Acaba de ganar el premio Esperanza Pertusa por las fotos de la serie Schred Patriarchy. ¿En qué consistió el proyecto?
R.-Me enteré que había varios grupos de mujeres skaters marroquíes y me puse en contacto con algunas de ellas. Al ser una práctica propia del mundo masculino, para ellas también simbolizaba una herramienta de auto empoderamiento. Viajé a Esauira, Agadir, Casablanca, Rabat y Marrakech, en todas estas ciudades hay pistas y poco a poco se han ido también construyendo en pueblos. El trabajo que hice fue muy de campo, viví con ellas, yo también he sido skater, así que entiendo perfectamente la cultura del patinete. Las fotografías las he tratado de difundir al máximo, las he expuesto en España en Italia, India, Indonesia, Turquía, Londres y París, creo que lo ameritan.
P.- El proyecto ha ido creciendo exponencialmente…
R.– Sí, porque empecé a cuestionarme la forma en la que quería contar las historias, y decidí involucrarme de una manera más directa, al margen de la cámara. En Berlín empecé a difundir las fotos entre comunidades de mis amigas skaters para conseguir patinetes y mandarlos a Marruecos. El proyecto se llama Schred The Casbah, e intenta difundir la importancia del skate en distintas partes de Marruecos. Skatedeluxe se ha vuelto nuestro patrocinador, ahora se dan clases y hacemos talleres, la idea es hacerlo por varias partes del país.
P.- ¿Qué referentes persisten en su trabajo y qué la motiva hoy en día?
R.– Como referentes siempre pienso en Robert Capa, su trabajo como fotoperiodista de guerra siempre me impactó e inspiró mucho. Y por supuesto Henry Agudelo, creo que él fue quien despertó mi interés por documentar la realidad social. También fue él quien me habló de la importancia de ser mujer en un oficio aparentemente de hombres. Me decía que nosotras sabíamos instaurar de una forma más natural las relaciones personales. Y eso lo he vivido en muchos de mis proyectos, donde he sentido que lejos de significar una amenaza, doy confianza por el hecho de ser mujer. Lo mismo experimenté a medida que fui creciendo al darme cuenta que como mujeres habitamos un cuerpo que es una lucha y eso creo que se plasma en mi trabajo.