Arthur Miller, la Marvel y otros soldados de la batalla cultural en China
40 años después del estreno en ese país de ‘Muerte de un viajante’, acaba la censura a la franquicia de superhéroes
Una historia siempre funciona mejor. Se puede intentar a lo bruto (estilo Putin, para entendernos), pero no hay mejor forma para vender algo que convencer al comprador de que lo quiere. Para eso se inventó la publicidad, por ejemplo. La geopolítica no es ajena a esta teoría. Al final, se trata de un mercado. Tras siglos de cuasimonopolio occidental, China parece que finalmente irrumpe como gran rival. La tensión se traduce en cruces de sanciones y amenazas tanto militares como económicas, pero la batalla definitiva la puede estar dando la cultura. ¿Y si el soft power no es tan suave como pretende su nombre?
Mientras todos nos engolfábamos en las tendencias macroecnómicas, los casos de espionaje o los movimientos militares alrededor de Taiwán, un largo artículo en The Economist recordaba en mayo un aniversario aparentemente anecdótico: los 40 años del estreno de la obra de teatro Muerte de un viajante en China.
Recuerda el semanario británico que el país que Miller visitó entonces «todavía estaba emergiendo de los escombros de la Revolución Cultural de Mao. Pero ya crepitaba con la electricidad de los experimentos creativos». Otra revolución para acabar con la funesta locura totalitaria comunista (jaleada por la izquierda sesentayochista occidental, por cierto, que utilizaba para ello la libertad de expresión que su venerado Mao capaba sin miramientos). Por la brecha abierta por Miller (que tampoco era precisamente un vocero del turbocapitalismo, ojo) comenzó a colarse la obra de tipos como Gao Xingjian: tras traducir en secreto obras occidentales de vanguardia, a principios de los ochenta comenzó a montar sus propias obras de un género, el del absurdo, que no suele hacerles mucha gracia a los regímenes totalitarios. Por lo que sea, a los burócratas liberticidas tiende a darle sarpullidos.
Pero la República Popular China se desperezaba a marchas forzadas. Deng Xiaoping, que había tomado el relevo de Mao tras sufrir en sus carnes la represión, fue imponiendo poco a poco la lógica de la economía de mercado. Los chinos, agotados de tanta monserga y miseria comunista, estaban deseando algo distinto. Y llegó el despertar de la economía china, los crecimientos a dos dígitos, etc. Por supuesto, el ancestral pragmatismo oriental regulaba los cambios, aplicándoles los frenos que consideraban convenientes. Gao Xingjian tuvo que largarse del país, por ejemplo. Pero el sentido de la corriente no variaba. «Aunque pronto se lanzaría una campaña para controlar la ‘contaminación espiritual’, los artistas a veces disfrutaban de un margen de maniobra sorprendente y estimulante», sostiene The Economist.
Gao Xingjian ganó el Nobel de Literatura en 2000. Su novela La montaña del alma (Booket) es un delicioso punto de encuentro entre las sensibilidades, las estructuras mentales y las tradiciones literarias de China y Occidente. En 2012, tras reponer Muerte de un viajante, otro director muy conocido, Li Liuyi, aseguró que «se sintió mucho más relevante en la China del siglo XXI que en 1983». El artículo de The Economist concluye que «los héroes imperfectos ahora son familiares en el escenario chino». Bien. Quizá haya llegado el momento de una nueva fase. El de los héroes más que perfectos.
Mientras la élite británica que encarna The Economist realiza esta interesante (pero también nostálgica y más bien cultureta) interpretación del fenómeno Miller, la retina financiera estadounidense que representa The Wall Street Journal prefiere fijarse en otro detalle: «Disney recibe impulso a medida que China autoriza el estreno de películas de superhéroes de Marvel», titulaba a principios de año.
Dan Strumpf y Raquel Liang aseguran de la aprobación de las proyecciones de Black Panther: Wakanda Forever y Ant-Man and the Wasp: Quantumania «sugiere que los censores chinos podrían estar relajando su posición ante las películas de Hollywood». Desde luego no es una noticia baladí: se trata de las primeras películas de la franquicia que se estrenarán en China desde 2019. En realidad, no hay una censura oficial, pero lo cierto es que las fechas de estreno de las siete anteriores se fueron postergando hasta ahora.
El WSJ se centra en el agujero económico que supone para Disney que los productos producidos por Marvel, su estudio cinematográfico más rentable durante la última década, no hayan estado al alcance del mayor mercado del mundo. Las consecuencias, por supuesto, van más allá, pero no está nada mal recordar que, al fin y al cabo, estamos hablando de dinero. Dicen Strumpf y Liang que «los estudios cinematográficos estadounidenses han luchado durante años para que se proyecten películas importantes en China, a medida que las sensibilidades políticas han aumentado bajo el presidente Xi Jinping». Las cosas se pusieron duras con la putinización (para entendernos) del liderazgo chino. ¿Qué ha cambiado ahora?
Para empezar, el Covid, cuyos efectos duraron más por allá gracias a la inepta y opaca política sanitaria de los burócratas en el porder: «La industria cinematográfica de China tuvo un año particularmente sombrío en 2022, ya que el país impuso frecuentes cierres en todo el país que obligaron a las salas de cine a suspender sus operaciones». En un primer momento, Beijing aplicó el tratamiento que le inspira su alma comunista. Pero, una vez más, la realidad le dio en las narices. «Aunque ofreció medidas de ayuda a la industria, los ingresos de taquilla del país disminuyeron el año pasado a poco más de 30 mil millones de yuanes, según la Administración Cinematográfica de China. Eso fue un 36% menos que en 2021 y menos de la mitad de la cifra récord de 2019».
Luego, cuando el sentido común terminó por imponerse, llegó el aperturismo. Tanto en la política sanitaria como en la cultural: «El éxito de Avatar ofreció un respiro a la industria, ya que los cines se beneficiaron de la abrupta reversión de China de sus políticas de Covid cero». Y el CCPI, el banco de inversión del país, calculó que «los ingresos totales de la industria cinematográfica de China continental este año se recuperarían hasta los 54.700 millones de yuanes, aproximadamente el 85% de su nivel de 2019».
El nuevo nacionalismo chino que quiere impulsar el putinizado Xi Jinping quería sus propios héroes. Por aquí explicamos cómo a partir del ejemplo de la faraónica inversión de la película La batalla del lago Changjin, en la que los soldados chinos en la guerra de Corea relucen más que la versión más naif de Superman y los americanos aparecen como patanes soberbios sin, ni siquiera, la gracia del Joker. La película arrasó en China. Pero parece que los chinos quieren, además, ver en acción a los héroes de Marvel. Porque molan, supongo. Aunque no canten canciones patrióticas chinas mientras marchan alegremente a dar sus vidas por el triunfo del Partido Comunista Chino.