THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Roberto Villa García: «Alfonso XIII no alentó el golpe de 1923»

El historiador y profesor habla sobre su última obra, que detalla los acontecimientos que conducentes al pronunciamiento de 1923

Roberto Villa García es historiador y profesor titular de Historia Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es autor, entre otros libros, de Alejandro Lerroux. La República liberal (Gota a gota, 2018), 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (con Manuel Álvarez Tardío) (Espasa, 2017) y 1917. El Estado catalán y el Soviet español (Espasa, 2021). Su obra más reciente es: 1923. El golpe de Estado que cambió la Historia de España (Espasa, 2023)

PREGUNTA.- Cuéntanos en qué ambiente te criaste y de dónde viene tu vocación por la historia.

RESPUESTA.- Bueno, es una historia curiosa porque en principio mis vivencias sólo de manera muy tangencial están relacionada con la historia. Verás, nací en Granada capital, aunque mis raíces provienen de Ítrabo, un pequeño pueblo cercano a la costa de Granada. Está cerca de Almuñécar. Sin embargo, debido a la profesión de mi padre, pasé apenas unos años en esa zona. Para cuando tenía unos 25 años, ya había vivido en 18 lugares diferentes. Es decir, de media prácticamente no pasaba más de dos años en un mismo sitio. Esto significa que no tengo arraigo real en ningún lugar y tengo una perspectiva bastante amplia en cuanto a lo local. Además, me adapté rápidamente a los destinos laborales de mi padre.

P.- ¿Puedo preguntarte qué hacía tu padre?

R.- Era guardia civil. Además, en su carrera, siempre buscaba estar lo más cerca posible de Granada, lo que implicaba combinar los traslados forzosos con los ascensos. Esto nos llevó a recorrer muchas provincias de España. Es cierto que nunca llegamos más al norte de Teruel: sobre todo nos movimos de Madrid hacia el sur. Personalmente, no tengo el fetichismo localista. La profesión de mi padre me ha brindado la oportunidad de conocer distintos lugares de España con los que me he sentido plenamente identificado. Además, no he tenido problemas para integrarme. También ha servido para inculcarme la idea de que, en esencia, no somos muy diferentes. Aunque cambies de provincia, seguimos haciendo cosas muy similares. Las costumbres, las fiestas, son parecidas, y el acento es prácticamente irrelevante, ya que se puede cambiar rápidamente. Crecer de esta manera ha contribuido a que tenga una visión de España como comunidad política que trasciende cualquier lealtad localista.

P.- ¿Y de dónde viene tu vocación por la historia?

R.- Bueno, en parte también proviene del trabajo de mi padre y de mis primeras lecturas. Desde siempre, he tenido una inclinación hacia el mundo de la investigación, en especial, la investigación detectivesca. Me apasiona. Además, mis series favoritas suelen ser las policiacas. Desde el principio, mi madre me sumergió en las novelas, en especial las de Agatha Christie. Así que puedes imaginar que mi atracción por la historia es fruto más bien de lo mucho que me apasiona investigar y resolver «casos abiertos». Aunque de niño me encantaba la geografía, incluso antes que la historia, a partir de los diez u once años empecé a leer sobre historia. ¿Recuerdas esos libros donde creabas tu propia aventura, tomando decisiones en cada página? Coleccionaba los que remitían siempre a una época ya pasada. Como quería conocer mejor el contexto histórico, comencé a curiosear los libros de historia que teníamos en casa y, tirando de ese hilo y casi sin darme cuenta, devoraba un libro tras otro.

P.- ¿Y en COU ya sabías que querías estudiar la carrera de Historia?

R.- Antes de entrar en COU, tenía algunas dudas. De hecho, durante el COU, en medio de la crisis de mediados de los 90, nos repetían que la historia era una carrera hermosa pero que carecía de oportunidades profesionales, por lo que debíamos ser prácticos y estudiar algo «útil». Así que estudié Derecho durante un año. Lo completé, pero me di cuenta de que lo que realmente deseaba era estudiar historia, y nada más que historia. Por lo tanto, cambié de carrera. Un año después, todo se encaminó. Al finalizar la carrera, tuve que elegir entre presentarme a las oposiciones para secundaria o continuar en la universidad, e investigar. No lo dudé. Opté por el doctorado, la tesis y, a partir de ahí, la carrera académica. La ventaja de no estar muy arraigado en un sitio me permitió explorar otras oportunidades fuera de mi Granada natal. Como la mayoría de las universidades fuera de Madrid tendían a centrarse en la historia local y regional, y a mí me interesaba más la historia nacional y la comparada, decidí dar el salto desde la Universidad de Granada, donde era becario, a la Universidad Rey Juan Carlos, cuando salió una plaza como ayudante doctor.

P.- ¿Y por qué te interesan la segunda mitad del XIX y el período de entreguerras?

R.- Siempre me ha interesado mucho la cuestión de las crisis y la quiebra de las democracias, y en especial, quise entender por qué España no transitó con normalidad desde el liberalismo hacia la democracia, como lo hicieron, por ejemplo, los británicos, suecos, noruegos, daneses, holandeses o belgas. Esto explica por qué mi tesis doctoral se centra en la Segunda República y en las elecciones, como instrumento fundamental para la democratización del liberalismo.

P.- Además, también te has centrado en las elecciones en Navarra y el País Vasco.

R.- En realidad, fue como un entrenamiento previo antes de adentrarme en las elecciones en toda España. Estudiar las elecciones es complejo; tienes que familiarizarte con la legislación y con la documentación electorales. Elegí esas provincias a modo de muestra, porque coincidió que hice una tesina en la Universidad del País Vasco, en el Campus de Lejona. Luego pasé más de un año en Estados Unidos, trabajando con Stanley G. Payne. De ahí di el salto a Madrid.

P.- Tienes un libro sobre las elecciones de febrero del 36 que causó mucho revuelo. Pero empecemos hablando de tu libro 1923, que además coincide con el centenario. ¿Crees que esta fecha es a menudo pasada por alto al intentar comprender la historia contemporánea de España?

R.- Creo que nos centramos demasiado en los años de la Segunda República como la primera experiencia democratizadora y prestamos muy poca atención a los problemas de la Restauración. Aunque no sea nuestro modelo actual de Monarquía parlamentaria, compartimos más similitudes con aquella Monarquía liberal que con otros regímenes del siglo XX. La Segunda República fue una experiencia breve y abortiva, de solo cinco años, que no llegó a consolidarse como democracia. Nuestro verdadero campo de experiencias, para entender cómo se asienta y consolida una democracia, es precisamente aquella Monarquía liberal de medio siglo. Este régimen se estableció por medio de la integración y ampliación constante de su base de apoyo. Se consolidó y fue más sólido de lo que comúnmente se cree. Surgió en medio de dos guerras civiles, la Carlista y la Cubana, y sobrevivió a la Guerra del 98 contra Estados Unidos y la pérdida de las provincias ultramarinas. No colapsó por estos desafíos, y en 1923 enfrentó una guerra que erróneamente llamamos colonial. Fue más una ocupación del extremo norte de Marruecos para proteger plazas de soberanía españolas como Ceuta, Melilla y los presidios insulares, así como para asegurar nuestra frontera sur con el dominio del Estrecho de Gibraltar. Esto ocurrió una vez que el Sultanato de Marruecos dejó de ser un país independiente y comenzó a ser mediatizado por las grandes potencias, singularmente Francia. El objetivo es que los franceses no se asomaran al estrecho y nos envolvieran por el norte y el sur. En definitiva, son operaciones para proteger el territorio nacional pensando en evitar que nos volviera a ocurrir algo parecido a lo de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

P.- ¿Se puede considerar un despliegue colonialista?

R.- Prácticamente no participamos en el gran proceso de expansión colonial europeo. Como digo, lo que España estaba haciendo en esos territorios era básicamente garantizar la seguridad de su territorio soberano, incluyendo Canarias, que explica también nuestra presencia en Cabo Juby y el actual Sahara occidental.

P.- Vamos a jugar a un juego que me encanta hacer con los historiadores. Tú has escrito un libro sobre un año específico, un período concreto, que busca corregir lo que se ha dicho hasta ahora. Por ejemplo, se ha afirmado que la dictadura de Primo de Rivera fue una respuesta al desastre de Annual. Tú que has investigado en esos archivos, ¿esto es cierto?

R.- No, no lo es. Reino Unido, por ejemplo, experimentó cuatro grandes desastres militares en Afganistán, Egipto, con los Boers en Sudáfrica o los zulúes. Sin embargo, la monarquía británica no colapsó por ello. Francia también sufrió desastres militares, al igual que Italia, y sin embargo, tampoco colapsaron. Es importante recordar que el desastre de Annual ocurrió entre julio y agosto de 1921, mientras que la dictadura de Primo de Rivera se instauró en septiembre de 1923. Hay un período de dos años entre ambos eventos. La verdadera causa tiene mucho más que ver con la política de la guerra en Marruecos, especialmente la del año 1923, y la orientación paradójica que le dan los últimos gobiernos constitucionales, que no querían abandonar el territorio porque sabían que implicaba dejar a Ceuta y Melilla completamente desprotegidas, y el resto del protectorado a merced de una ocupación francesa. Sin embargo, tras el desastre de Annual, los Gobiernos tenían un miedo horroroso a que cualquier operación ofensiva generase bajas peninsulares. Por eso pretenden permanecer en Marruecos, pero sin sofocar completamente la rebelión. Esto generó un gran problema dentro del Ejército, porque Abd-el-Krim, líder de la revuelta del Rif, sabía perfectamente que España deseaba la paz a cualquier precio. Así que, atacando selectivamente y causando nuevas bajas, pensaba que nos empujaría hacia la retirada. Y como atacaba constantemente las posiciones españolas, el Ejército seguía sufriendo un gran número de bajas. Esto puso muy nerviosos a los militares. Si las bajas se producen en una ofensiva para ganar la guerra, son trágicas pero al menos tienen un objetivo razonable que permite acabar con ellas. Sin embargo, las bajas en una actitud puramente defensiva y sin perspectiva de victoria van a generar un clima que explica bien por qué un Ejército que está tan dividido entre junteros y africanistas, en agosto del 23, se cohesiona tras Primo de Rivera para derribar al gobierno de la Concentración Liberal.

P.- Suele mencionarse también el apoyo a Primo de Rivera de la burguesía catalana, ansiosa de restaurar la paz civil.

R.- No suelo utilizar categorías marxistas. En clase insisto a menudo en que es difícil definir claramente dónde termina la «burguesía» y empieza el «proletariado», e incluso Marx en El Capital no llega a una definición terminante de clase social, como ya nos contó Antonio Escohotado. Sin embargo, tienes razón en que Primo de Rivera contó con un amplio apoyo de los partidos monárquicos y de los nacionalistas en Cataluña, especialmente la Lliga. Además, las sociedades económicas, las de patronos pero también los sindicatos de trabajadores opuestos a la CNT, como el sindicato libre, también respaldaron a Primo de Rivera.

Víctor Ubiña

P.- ¿Los sindicatos no anarquistas estaban a favor, entonces?

R.- En Cataluña, el conflicto no era una mera «lucha de clases» entre patronos y obreros. Las bandas armadas de la Confederación Nacional del Trabajo, en su mayoría, mataban a obreros que se resistían a unirse a la CNT. Es importante comprender que la CNT era un sindicato revolucionario que buscaba encuadrar a las masas obreras de Barcelona para crear un sujeto revolucionario fuerte que pudiera replicar en España lo que había ocurrido en Rusia en 1917, que seguía siendo su principal referente en ese momento. La CNT ya se había implicado revueltas previas, pero en 1923 lideró el activismo terrorista de las bandas armadas vinculadas a esa organización, compuestas principalmente por anarquistas puros. Esos «grupos de acción» estaban organizadas en una federación que luego se convertiría en la Federación Anarquista Ibérica, donde figuraban ya los Durruti, García Oliver, Ascaso y otros que se harían famosos en la Segunda República y la Guerra Civil. Junto al rebrote del terrorismo de 1923, que se extiende desde Barcelona a otros puntos de España, se produce una nueva huelga revolucionaria que se suele denominar históricamente «huelga del transporte». Pero ya sabes, ese nombre atenúa completamente todo su significado.

P.- Es un paro general.

R.- Es un movimiento revolucionario armado que paraliza todos los sectores productivos de Barcelona, incluso el abastecimiento alimentario y la recogida de basuras, que genera una crisis sanitaria. Esa paralización deja a 140.000 personas en paro forzoso, dejándolas sin jornal y, por tanto, sin medios de subsistencia. Lo peor es que el poder público responde de forma inadecuada. Los gobernadores civiles vinculados a la concentración liberal perciben la huelga como un simple conflicto laboral, y creen que su papel es actuar como mediadores entre los patronos y la CNT. Sin embargo, se olvidan de que antes debían hacer cumplir las leyes, garantizar la seguridad de los ciudadanos que querían trabajar y asegurarse de que se mantengan los servicios mínimos. Primo de Rivera, que hasta entonces ha sido un capitán general leal al Gobierno, se distancia de él hasta llegar casi a un punto de ruptura. Después de que no se le aceptara una primera dimisión, el capitán general se niega a aceptar una posible destitución y se coloca al borde de pronunciarse. Lo significativo es que, en ese enfrentamiento, es Primo de Rivera es el que obtiene el apoyo en pleno de todas las fuerzas vivas de Barcelona, que temen un nuevo predominio de la CNT como consecuencia de la política del Gobierno. La Lliga, el partido nacionalista por antonomasia, tiene un papel relevante en ese difícil contexto.

P.- Citas a Cambó celebrando a Primo de Rivera como el único dulce que han probado en años.

R.- Efectivamente, hay una cita de Cambó que dice que el golpe de Primo de Rivera es la única dulzura que han podido degustar en esos años de amargura. Es interesante destacar que menciona que el Ejército debía no haber esperado a 1923 para terminar lo que empezó ya en 1917, cuando el pronunciamiento triunfante de las Juntas de Defensa. Cambó además lamenta que hubieran tenido que ser los militares, y no un movimiento cívico como el del fascismo italiano, los que recogieran el Poder.

P.- Tienes una monografía específica sobre esa fecha revolucionaria, 1917. El Estado catalán y el soviet español. ¿Por qué es tan importante 1917?

R.- En el año 1917 se produjo un pronunciamiento militar que desencadenó una ruptura y una crisis significativa en el sistema político español. Esta crisis no se reequilibró y se prolongó hasta 1923. Durante ese período, se buscaron paliativos al fin de la alternancia entre liberales y conservadores, como los gobiernos de concentración, pero no funcionaron bien. Esto recuerda en alguna medida a la situación política actual: la fragmentación del sistema de partidos y gobiernos con dificultades para legislar. Hubo a consecuencia de ello tres elecciones generales consecutivas en 1918, 1919 y 1920. Entre ese año y 1923 la situación se estabilizó un poco con gobiernos mayoritariamente conservadores. Sin embargo, la CNT va a ser enormemente decisiva a la hora de terminar de dislocar el funcionamiento del sistema, porque asesina a la única personalidad capaz de encauzar esa crisis, Eduardo Dato, como lo demostró en 1917, 1918 y 1920. De hecho, ya sin Dato, el 13 de septiembre de 1923 el Partido Liberal-Conservador volvió a tener un papel fundamental a la hora de librar a España de una dictadura militar. Pudo haber vuelto a asumir el poder como lo hizo en el 17, para taponar la llegada al poder de los militares. Pero su nuevo líder se quita borra de toda solución y aconseja al Rey que llame a Primo de Rivera al poder. Ahí tenemos la frase célebre de Sánchez Guerra: «Ya llegado el momento, Majestad, de que gobiernen los que no dejan gobernar».

P.- La tesis más provocadora del libro, corrígeme si me equivoco, es que Alfonso XIII no fue ejecutor del régimen liberal.

R.- No conspiró, no ejecutó, no alentó ni siquiera el golpe de 1923, como se ha afirmado erróneamente. Tampoco entregó realmente el poder a los militares porque estos lo habían conquistado en un golpe exitoso. Cuando el Rey llegó a Madrid el 14 de septiembre, fue recibido por un gobierno que sólo quería devolverle los poderes para permitirle habilitar una solución constitucional. No obstante, quienes mandaban en Madrid eran los líderes del Directorio Militar. De modo que, cuando el Rey intentó encaminar la situación hacia una solución constitucional, no pudo abrir consultas y nombrar a un verdadero presidente del Consejo de Ministros, que podría haberlo sido Primo de Rivera, sino que fue el Directorio Militar el que le impuso su voluntad. La única cuestión que puede discutirse acerca del Rey entonces es por qué no decidió abandonar España en esa situación. Podría haberse expatriado sin tener contacto con los sublevados. Eso, sin embargo, hubiera supuesto asumir la republicanización del movimiento militar, una dictadura permanente y hacer imposible el restablecimiento posterior del régimen constitucional sin una ruptura revolucionaria.

Para darse cuenta mejor de la situación conviene advertir que hace un siglo el término «dictadura» no tenía el significado que tiene hoy en día. No era necesariamente un régimen autoritario estable, sino sobre todo un gobierno con poderes excepcionales durante un período limitado, para restaurar el orden antes de volver a la normalidad constitucional. El Rey pudo concertar con Primo de Rivera que el paréntesis sería breve. Alfonso XIII entendía estas complejidades políticas y era consciente de las implicaciones de sus acciones. Como mencionaste, todas estas hipótesis acabarían verificándose más tarde en 1931 cuando el Rey acabe expatriándose.

P.- En el libro afirmas que la Segunda República se legitima políticamente apelando a la traición de Alfonso XIII al régimen constitucional.

R.- Exactamente, podrías preguntarme: «¿por qué la versión más popularizada afirma que el golpe de 1923 fue una conspiración entre Primo de Rivera y Alfonso XIII?». Esto incluye la célebre teoría de que Alfonso XIII, sintiéndose acosado por las responsabilidades políticas por el desastre de Annual, decidió cerrar el Parlamento para evitar que se discutieran. Sin embargo, este relato es inconsistente. Las responsabilidades políticas ya habían sido discutidas en las Cortes en 1922, sin resultado alguno. No podía ser de otra forma: realmente no hubo responsabilidades políticas en sentido estricto, pues aquella derrota tuvo ante todo causas puramente militares.

Pero entonces, ¿por qué se ha difundido esta historia? La respuesta se encuentra en la década de 1930, cuando la dictadura se prolonga y la eclosiona una propaganda contra ella. Se comenzó a percibir que Alfonso XIII no hacía ningún esfuerzo por desligarse de Primo de Rivera, lo que llevó a la creencia de que el Rey estaba de acuerdo con la dictadura. Hubo, ciertamente, una deriva autoritaria del monarca, aunque esta se rastrea mejor avanzada ya la dictadura que en el periodo anterior, donde es más que dudoso que Alfonso XIII tuviera la intención de reemplazar el régimen constitucional por una dictadura. En todo caso, la historia de que Alfonso XIII estuvo tras el golpe de Primo de Rivera se estableció definitivamente en el acta de acusación surgida de una nueva comisión de responsabilidades, la de las Cortes Constituyentes de la Segunda República. Sin embargo, es importante recordar que la acusación tenía el propósito principal de legitimar la República, que aún no se había consolidado y que había surgido mediante una revolución el 14 de abril de 1931. La República se proclamó desde abajo hacia arriba, tomando los centros oficiales con la tolerancia o incluso la inhibición de las Fuerzas Armadas. El último gobierno monárquico optó por no resistir por la fuerza, y el propio Rey, en última instancia, no deseaba hacerlo. Sin embargo, aunque el monarca se exilió, no abdicó, y su legitimidad por tanto persistía. Alfonso XIII podía seguir afirmando que era el legítimo jefe de Estado de España, y conservar sus derechos para sus descendientes. Para socavar esta legitimidad, era esencial construir el mito del «rey perjuro», argumentando que había violado la Constitución de 1876. Esto proporcionaría la base para legitimar la República, desposeyendo al Rey de cualquier título para restaurar la Monarquía en España.

P.- ¿Por qué el golpe se produce de forma tan pacífica? ¿Tanto desencanto existe con el régimen liberal?

R.- Alfonso XIII, en última instancia, tuvo que aceptar los hechos consumados y acatarlos. Aunque parece que tenía la posibilidad de elegir, en realidad no tenía ninguna. El Rey, la noche del 12 de septiembre, se quedó sin ministro de jornada, ya que éste dimitió. El propio Gobierno, como entidad, dejó de existir en la madrugada del 13 de septiembre, cuando tanto el capitán general de Madrid como los jefes de la Guardia Civil y la Policía se negaron a defender al Gobierno en absoluto. Por lo tanto, en el Gobierno solo quedaba nominalmente un presidente y un ministro sin poder real, esperando la llegada del Rey para devolverle los poderes. El otro gran partido que podría haber asumido el poder, como en 1917, también se retiró, y todos estuvieron de acuerdo en que era hora de que el Ejército, o el líder de la insurrección triunfante, Primo de Rivera, asumiera la responsabilidad de gobernar. Pensaban que Primo de Rivera eventualmente se enfrentaría a los mismos problemas que ellos habían tenido que enfrentar y que no duraría mucho en el cargo. Su idea era que en dos o tres meses se desgastaría y los políticos constitucionales volverían al poder. También había una conciencia entre ellos de que lo sucedido era en cierto modo una expiación por los errores pasados, la especie de crónica de una muerte anunciada desde 1917. La verdad es que el esquema del golpe de Primo de Rivera en 1923 se asemeja al de 1868. Es decir, si bien la iniciativa proviene de los militares, contó con un notable acompañamiento popular. Esto impresionó también a los políticos constitucionales, que piensan: «Bueno, quizás no tenga legitimidad de origen, pero si este gobierno de excepción resuelve los problemas más acuciantes, podría ganar una legitimidad de ejercicio. Es decir, podríamos decir que esta etapa sirvió para abordar los problemas que el régimen constitucional no pudo resolver y así volver a una versión mejorada de lo anterior, retomando el juego de los partidos políticos». Por eso, la oposición a la dictadura surge años más tarde.

P.- ¿Y cómo reaccionó el pueblo?

R.- En el caso de los partidos que no formaban parte del sistema constitucional, la reacción fue diferente de la de los partidos constitucionales. Estos grupos no estaban interesados en la preservación de la monarquía liberal, y tenían proyectos propios. Por ejemplo, los republicanos abogaban por su República, aunque es importante destacar que el partido republicano más relevante en 1923 era el PSOE, ya que los republicanos en sentido estricto estaban ya en peligro de extinción. Los reformistas de Melquíades Álvarez ya se habían unido a la concentración liberal y se habían convertido en monárquicos. Entre ellos, Azaña, quien curiosamente fue candidato del Gobierno en las elecciones de 1923.

Víctor Ubiña

P.- Melquíades Álvarez era presidente del Congreso.

R.- Exacto. Melquíades Álvarez, un republicano, se convirtió en monárquico «accidentalista». Y Alejandro Lerroux también se encaminaba hacia la concentración liberal y mantenía una excelente relación personal con el rey. Lerroux representaba prácticamente lo único que quedaba del republicanismo con base electoral. Quitando a esos dos sectores, los únicos republicanos que subsistían se encontraban en Cataluña, bajo el liderazgo de Marcelino Domingo, aunque en trance de ser absorbidos también por la izquierda nacionalista catalana. De hecho, Domingo, como el PSOE, se involucró en las conspiraciones militares previas a la Dictadura. Sus partidos formaron parte, por ejemplo, del «brazo civil» de la trama «responsabilista» que lideraba el teniente general Francisco Aguilera, presidente del Alto Tribunal del Ejército. En esta extraña coalición antisistema no solo estaba la extrema izquierda, sino también la extrema derecha de la época. No la representaba el fascismo todavía, un fenómeno marginal en España, sino una rama del tradicionalismo y el sector más «regeneracionista» del maurismo, que habían confluido en el Partido Social Popular, y cuyo líder era Ángel Osorio y Gallardo. Justo entonces fue cuando determinados sectores del catolicismo político comenzaron a teorizar el «accidentalismo» en las formas de gobierno y estaban dispuestos a apostar por una república siempre y cuando esta respetara los derechos de la Iglesia. Estos sectores quedaron desconcertados por el golpe de Primo de Rivera, que no era el suyo. Lo recibieron con inhibición y hasta benevolencia. Cuando pudieron cerciorarse que aquel golpe no había sido una maniobra del Rey, se integraron y colaboraron.

P.- Háblanos de la relación del Partido Socialista con la dictadura.

R.- Bueno, en este contexto, el PSOE veía los regímenes constitucionales, más que la democracia, como una estación de tránsito hacia su modelo de sociedad. ¿Cuál era? No era la Unión Soviética ni los soviets. Curiosamente, los anarquistas en España eran más «soviéticos» que los socialistas, ya que imaginaban los soviets con sus propias comunas libremente federadas. Nuestros socialistas eran, generalmente, muy sindicalistas. Es decir, para ellos, lo más importante no era tanto el partido, meramente un instrumento, como el sindicato. Hay que olvidar la idea de que el sindicato era sólo una asociación de trabajadores para defender sus intereses laborales. En realidad, el sindicato representaba un adelanto de la futura sociedad socialista. La UGT era el núcleo del futuro Estado socialista que debía reemplazar al «Estado burgués» y administrar los medios de producción y distribución, que sería su tarea fundamental. Por ello, cualquier etapa intermedia que sirviera para fortalecer a la UGT a expensas de las instituciones burguesas, era igualmente válida para los socialistas. Eso también explica la enorme debilidad del partido. De hecho, el PSOE era uno de los partidos socialistas menos influyentes en Europa en términos electorales. En 1923, tras casi cuatro décadas de existencia, su mejor resultado electoral fueron los siete diputados que obtuvieron en las elecciones de ese año, siete de 409. Eso muestra que era un partido pequeño, incapaz de convertir a los militantes de la UGT en votantes del PSOE. Los miembros de la UGT tendían más a votar en las elecciones generales a los liberales o los conservadores, o simplemente no votaban.

Dentro de este esquema, mientras que Largo Caballero representaba la mayoritaria tendencia sindicalista, Indalecio Prieto y Julián Besteiro lideraban otra republicana, que daba más importancia al partido y a la actuación política. Ambos veían en la República la mejor estación de tránsito para acelerar la llegada de la «sociedad socialista» y de su monopolio del Poder. Percibir la República como una etapa necesaria, sin embargo, también dificultaba que los socialistas españoles pudieran integrarse en la Monarquía y conquistar cuotas de poder y legislación social, como había hecho el SPD alemán o los socialistas suecos, noruegos, holandeses o belgas. Por tanto, este sector contribuyó tanto como el sindicalista a que el PSOE continuara siendo un partido marginal.

En 1923 los socialistas están dispuestos a colaborar en una insurrección contra la Monarquía especialmente tras el desastroso resultado de las elecciones provinciales de junio, donde sólo obtuvieron cuatro escaños en toda España, y su debilitamiento tras la escisión no sólo de los comunistas sino de los socialistas catalanes. Era evidente que, por la vía electoral, el avance hacia la «sociedad socialista» parecía imposible. Era, por tanto, coherente con su estrategia colaborar con un Primo de Rivera que, además de retribuirles generosamente, les había quitado la dura y violenta competencia que habían mantenido con los anarcosindicalistas de la CNT y los comunistas del PCE.

P.- Eran su competencia en el mundo sindical.

R.- Efectivamente. No hay que olvidar que Primo de Rivera otorgó al PSOE numerosos puestos en los ayuntamientos y dio a la UGT un trato preferencial, incluso mayor que a los sindicatos católicos o a los libres, en los nuevos Sindicatos estatalizados. Como resultado, el PSOE, que en 1930 solo tenía influencia en Madrid, Vizcaya, Asturias y algunas áreas pequeñas de Andalucía, se convirtió en un partido con presencia en todas las provincias de España, de mayor o menor fuste.

P.- La dictadura de Primo de Rivera comprende una parte esencial de lo que Mainer llamó La Edad de Plata de la cultura española. ¿Cómo se explica esto? ¿No era una dictadura tan invasiva como otras?

R.- La dictadura no fue muy invasiva en el sentido de que Primo de Rivera no estaba obsesionado con controlar todos los aspectos de la vida social. Como tampoco hubo una gran oposición a su advenimiento, no necesitó extremar la represión contra sectores muy significativos. No fue, estrictamente hablando, tampoco una dictadura militar, sino sobre todo personal, en la que el marqués de Estella concentraba todos los poderes en su persona. El Ejército actuó, más que como corporación, como «partido militar» del que Primo de Rivera extrajo a una parte de las elites de su indeterminado régimen. Las otras provenían de esos sectores civiles de la izquierda y sobre todo de la derecha que habían impugnado la Monarquía liberal. Ahora bien, es importante señalar que la dictadura restringió las libertades básicas, no solo las políticas sino también las puramente personales. Con la dictadura llegó el estado de guerra, el toque de queda y la censura de prensa. Si un estado de excepción puede ser bien recibido en situaciones de grave desorden público y amenaza a la seguridad personal, una vez superado ese problema, las restricciones suelen resultar cada vez más molestas y generar situaciones de arbitrariedad. Por eso, aunque al principio una dictadura puede ser recibida con un apoyo masivo, como un medio para restablecer el orden, con el tiempo esos apoyos se entibian. Esto explica por qué la dictadura de 1923 fue inicialmente popular y transversal, pero hacia 1929-1930, casi todo el mundo estaba cansado, aunque la persona de Primo de Rivera pudiera suscitar aún un apoyo significativo.

P.- Por eso surge el término de la «dictablanda» en la etapa de Berenguer.

R.- Es un mito. Es decir, «la dictablanda» es una chanza. Había un ministro conservador muy ingenioso, con un gran sentido del humor malagueño, llamado Francisco Bergamín, que era un maestro en esos de los calificativos. Él fue quien acuñó el término «dictablanda». El gobierno de Berenguer era un gobierno constitucional que había restaurado las libertades, que había abolido varias de las disposiciones más dañosas de la dictadura, pero que aún no había podido convocar Cortes. Y como el Parlamento no se había reunido, y no por falta de voluntad de Berenguer sino porque los partidos le habían pedido renovar el censo electoral antes de convocar elecciones y tiempo para reconstituirse, se dio esa situación paradójica que ha pasado a la historia como «dictablanda». No tiene más valor que otras denominaciones, ya en la Segunda República, como «bienio reformista» y «bienio negro».

P.- El subtítulo del libro es «el golpe que cambió la historia de España».  

R.- Siendo estrictamente riguroso, el 1923 es la quiebra final de un proceso que comienza en 1917. Cambia nuestra historia porque destruye medio siglo continuado de legalidad para meternos en un periodo constituyente que va a durar otro medio siglo y que sólo se cancelará entre 1977 y 1978. Por tanto, puede decirse que este 1923 culmina mi 1917 anterior, que en origen iban a formar parte de una sola monografía, pero que he tenido que desglosar ante la cantidad de aspectos no estudiados y de hechos no establecidos. Este libro se había planeado también como un estudio de historia comparada, pues yo creía que lo sucedido en España estaba íntimamente relacionado con la crisis del constitucionalismo en Europa durante el periodo de entreguerras. Renuncié sobre la marcha, al darme cuenta de que lo que nos pasa a nosotros muy poco tiene que ver con aquel fenómeno. España no participó en la Primera Guerra Mundial, y no sufrimos directamente sus dramáticas consecuencias económicas, financieras y territoriales, ni tuvimos que enfrentarnos a fuerzas antisistema poderosas que plantearon alternativas viables al régimen constitucional, pues la CNT, que es lo más parecido, fue un fenómeno relevante pero confinado a una parte menor del país. Nuestra quiebra de 1923 creo que es más moderna y única que lo que ocurre en la Europa de entreguerras, pues la única correspondencia que encuentro es la crisis y quiebra de 1958 en Francia, que marcó la transición de la Cuarta a la Quinta República. Los paralelismos son notorios. La diferencia clave es que, en 1958, nadie en Europa Occidental consideraba seriamente la posibilidad de que un cambio de régimen hiciera desaparecer la democracia en un país como Francia, mientras que en España de tres décadas atrás, esa posibilidad no estaba tan clara, precisamente porque, a nivel continental, la democracia liberal no era un régimen indiscutido entonces.

P.- ¿Fue la Italia de Mussolini un modelo para Primo de Rivera?

R.- Permíteme desmentir eso, especialmente si nos centramos en 1923. Rotundamente, no. De hecho, cuando hablamos de Mussolini, es importante recordar que en Italia aún no se había establecido una dictadura fascista. En ese momento, Mussolini era el primer ministro de Italia, y había un gobierno de coalición que seguía funcionando bajo una Monarquía constitucional. En todo caso, los referentes de Primo de Rivera eran otros: él se sentía mucho más un O´Donnell o, sobre todo, un Prim, que un Mussolini, y desde luego su golpe fue concebido en esos términos más bien decimonónicos, que el marqués de Estella conocía directa y personalmente a través, sobre todo, de su longevo tío Fernando, protagonista fundamental del pronunciamiento militar en 1874 permitió acabar con la dictadura republicana y restablecer la Monarquía constitucional.

Por otra parte, hay que subrayar que la dictadura de Primo de Rivera siempre estuvo por institucionalizar. Y ni siquiera rasgos corporativos, como los sindicatos estatales o la sindicación obligatoria, son en puridad fascistas, sino que beben más de las ideas corporativistas en boga ya en España, tanto en la izquierda como en la derecha, durante el cambio de siglo.

Por cierto, cuando Alfonso XIII se refirió a Primo de Rivera como «su Mussolini» en su viaje a Italia, se refería a su «hombre fuerte», el que asume al fin la responsabilidad y toma decisiones para resolver esos problemas básicos que el régimen constitucional no había podido o sabido abordar, y no al líder del «fascismo español». Conviene apuntar también que ese célebre viaje no lo planeó el marqués de Estella para acercarse al «fascismo». Lo había organizado el último gobierno de la Concentración Liberal, buscando en el acercamiento a Italia un contrapeso a las deterioradas relaciones con Francia, especialmente por Marruecos. En definitiva, Primo de Rivera no fue más que un «cónsul» que se impuso en una situación crítica. En nuestro caso, conviene puntualizar que no se origina en una crisis económica que provocara una gran insatisfacción material. España estaba experimentando un fuerte crecimiento económico ya antes de la llegada de Primo de Rivera. Tampoco se trató de una crisis de legitimidad, pues no había un número significativo de españoles que defendiera un régimen alternativo a la Monarquía liberal. Fue ante todo una crisis de eficacia, que no son crisis atemporales. Y nuestra situación actual, confirma lo mucho que nos parecemos políticamente a aquellos españoles y sus problemas, mucho más, por ejemplo, que a los españoles que vivieron en otros regímenes, entre 1923 y 1975.

P.- Terminamos con la pregunta habitual, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Me gustaría recomendar a Manuel Álvarez Tardío que ha investigado en profundidad la crisis de la democracia, centrándose especialmente en la Segunda República. Estoy seguro de que tendrías una entrevista muy interesante con él.

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