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'Juicio al diablo': cuando te conviene ser poseído por Satanás

El documental de Netflix plantea un interesante reto al espectador: creer o no en la palabra de un acusado «especial»

‘Juicio al diablo’: cuando te conviene ser poseído por Satanás

Una imagen promocional del documental. | Netflix

Toda religión responde a un axioma que facilita la reclusión de seguidores y aborta las críticas: «Hay que creer para ver». Es imposible debatir cuando todo se resume a un asunto de fe. Y es por ello por lo que siguen multiplicándose nuevas iglesias y surgen nuevos profetas. ¿Cómo puedo negar desde la racionalidad la existencia de un nuevo Mesías si no estoy dispuesto a dejarlo entrar en mi cuerpo y alma? La ecuación no tiene pérdida. 

Además, toda religión, astuta desde sus cimientos, aplica una máxima para sumar fieles desde el miedo: el demonio (el lado oscuro y todas sus vertientes) se alimenta de la incredulidad. Por lo tanto, como no crees en nada —y por ende no has abrazado a Dios—, facilitas el ingreso de la oscuridad. Todo esto se refleja en el documental Juicio al diablo, disponible en Netflix.

Es una lástima que Chris Holt, director de Juicio al diablo, no se esfuerce en darle mayor profundidad periodística a su trabajo. Se conforma con poner a todos los involucrados en el rocambolesco caso frente a las cámaras. Los testimonios son valiosos, sí, pero no suficientes. Sobre todo porque lo que comienza como un seguimiento a una posesión deriva en un juicio a los Warren, Ed y Lorraine. Si estos nombres te suenan, es porque fueron llevados al mundo de la ficción, con éxito, en la saga Expediente Warren, especialmente por El Conjuro (The Conjuring). Ellos se autodenomiraron como «demonólogos». Nadie los cuestionó, al principio.

Para que comprendamos mejor el enredo de la trama en el Juicio del diablo, hagamos una síntesis: en los años 80, un pequeño de 11 años llamado David Glatzer mostraba un comportamiento errático. No es hasta que los Warren le visitan cuando se sospecha de una posesión demoníaca. ¡Vaya casualidad!

Durante un procedimiento que llaman «exorcismo menor» (es decir, sin aprobación del Vaticano), en el que según los presentes, el pequeño estaba a punto de morir, uno de los familiares políticos le pide a la entidad que tome su cuerpo, en un intento desesperado por salvar al infante. Esta persona, unos meses después, cometería un asesinato y culparía al Diablo por ello.

Arne Cheyenne Johnson fue el hombre que estaba presente en el exorcismo y que supuestamente se convirtió en el nuevo recipiente de la entidad que atacaba a David. ¿Qué hacía allí? Pues era el prometido de Debbie Glatzer, la hermana mayor de la familia Glatzer. En este punto, es normal que los escépticos levantemos las cejas. ¿No es demasiado conveniente que, además de los Warren, solo la familia y un allegado relacionado con ellos haya presenciado tal acto?

Cuando la defensa quiso alegar que el Diablo era el verdadero autor del crimen cometido por Johnson, el juez del caso lo impidió. Al final, el juicio fue mucho más mundano de lo que podríamos pensar. Incluso hay un elemento que juega a favor de los incrédulos: el asesinado, Alan Bono, fue amante de Debbie y era un alcohólico, predispuesto a las peleas. No solo eso, víctima y victimario estaban alicorados el día del suceso. Al jurado no le costó mucho tomar una decisión.

El bien y el mal

Juicio al diablo dura poco más de una hora y uno siente, como espectador, que el director perdió una gran oportunidad. El tema ya había sido tocado por Discovery Channel en su seriado de Historias de Ultratumba. En el capítulo, Donde los demonios moran, se recrea la supuesta posesión de David. Sin embargo, el relato es dominado por Arne Johnson y Debbie Glatzel, quienes se casarían mientras el primero cumplía la condena por el asesinato de Bono.

A diferencia de eso, en Netflix, y a pesar de que falta un mayor rigor periodístico, Holt consigue que una voz ponga todo patas arriba. No voy a dar más detalles, porque dañaría la parte más jugosa del documental. Pero puedo decir que, con esta información, el espectador dado a lo paranormal será puesto a prueba, mientras que el escéptico encontrará una posible respuesta de lo acontecido. Obviamente es una lucha desigual, sobre todo en tiempos de polarización. Pero al menos, ese testimonio funciona como argumento científico en una narración marcada por lo fantástico.

A pesar de todo lo comentado, el mayor logro del director está en el retratar a una familia dividida por un incidente que, sobrenatural o no, tuvo unas consecuencias tremendas. No solo hubo una ruptura sino que una persona resultó asesinada. Se suele decir que el «Señor tiene caminos misteriosos». Pues el mal también, o lo que adjetivamos como «mal». Una tormenta perfecta puede llevarnos a caminos muy oscuros. En especial cuando la mente y el corazón no están donde deben.

Esa sensación de ruptura queda registrada. Y en los testimonios y rostros de los entrevistados, queda claro que no hay exorcismo posible que les devuelva lo que alguna vez —con defectos y virtudes— fueron: una familia. Pero las malas decisiones existen. Y eso es lo que nos hace humanos.

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