'Saben aquell': Eugenio, el humorista que nunca sonreía
El próximo miércoles 1 de noviembre se estrena una película de David Trueba sobre la vida del cómico catalán
Se podría contar la historia de un país a través de sus humoristas más célebres. España tuvo su etapa Gila, su etapa Tip y Coll, su período casposillo con Esteso y Parajes en los años de la Transición y el destape, más tarde alcanzó la categoría de icono patrio Chiquito de la Calzada… Y entre estos dos últimos fenómenos surgió un señor catalán al que apenas se le veía la cara entre el pelo, la barba y las gafas de sol; nunca sonreía, permanecía hierático e imperturbable, vestía siempre de negro y contaba los chistes como con desgana, empezando con una frasecita marca de la casa que se hizo celebérrima: saben aquell… Sí, hablamos de Eugenio, cuyos chistes no siempre eran tan descacharrantes, pero su gracia estaba en cómo los contaba. La aparente apatía ocultaba un meticuloso manejo de los mecanismos que provocan la carcajada: saber gestionar las expectativas, modular las pausas y los silencios, y lanzar el giro inesperado en el momento preciso a modo de estocada.
Con el título de Saben aquell se estrena un biopic del personaje dirigido por David Trueba y centrado en los primeros años de su carrera. Desde que intentó infructuosamente triunfar como cantante a finales de los sesenta formando un dúo con su mujer, hasta que se convirtió en el humorista español más popular en los primeros años de la democracia y la década de los ochenta. Queda fuera de la película la segunda parte de su vida, que es la de la caída en el abismo tras la muerte de su mujer por un cáncer de pecho. Esa pérdida, nunca digerida, acabó hundiendo a Eugenio en un torbellino de juergas inacabables, drogas, delirios esotéricos, progresivo asilamiento y crecientes problemas cardiacos por los excesos que acabaron con su vida en 2001, con solo 59 años.
Si quieren conocer la historia completa del contador de chistes (que en la cúspide de su fama, en 1983, llegó a protagonizar una película hoy olvidada: Un genio en apuros, en la que aparecía hasta José Luis López Vázquez), lo más recomendable es el documental Eugenio de Jordi Rovira y Xavier Baig (se puede ver en Amazon Prime y en Filmin). En él participan su hermana, su segunda pareja, dos de sus tres hijos, su hijastro y su representante entre otros muchos testimonios. El resultado es un recorrido por toda su vida, desde la infancia hasta el desolador final, y se homenajea su talento, pero no se ocultan sus flaquezas y miserias. Lo que propone David Trueba es otra cosa: un retrato mucho más amable, centrado en los años de ascenso y esplendor, y sobre todo en la relación con su primera mujer, Conchita Alcaide, una chica andaluza que había llegado a Barcelona para estudiar una carrera y acabó cantando por los bares. Ella es la gran reivindicada: el personaje luminoso, sin cuya presencia jamás habría triunfado Eugenio, siempre perseguido por sus inseguridades y demonios interiores.
«Queda fuera de la película la segunda parte de su vida, que es la de la caída en el abismo tras la muerte de su mujer por un cáncer de pecho»
David Trueba se centra en la historia de amor entre Eugenio y Conchita, en un primer momento muy tierna, pero enseguida marcada por la personalidad sombría de él y su incapacidad de asumir responsabilidades como la paternidad. Y es aquí donde la película acaso se excede más de la cuenta en la amabilidad del retrato, porque lima las aristas del humorista y aborda de manera muy elíptica, en exceso decorosa, sus continuas ausencias, sus interminables noches de juerga, sus infidelidades durante las giras cuando ella estaba ya gravemente enferma de cáncer… Ese decoro, sí se agradece en cambio en las escenas de la muerte de ella, que son un prodigio de delicadeza, mediante un montaje encadenado de escenas con una canción de fondo, retratando todo el dolor, pero sin hurgar innecesariamente en él.
Uno de los méritos de la película es el impecable diseño de producción y lo bien que retrata esa Barcelona gris del tardofranquismo y a la familia del humorista (¡esa deprimente casa paterna de horripilantes paredes con papeles pintados y muebles rancios!), con un padre autoritario y castrador al que le parece vergonzoso que su vástago quiera ganarse la vida cantando o contando chistes. El adusto progenitor no para de decirle que nunca hará nada en esta vida…, hasta que triunfa y entonces no para de lucir de hijo. Esta figura paterna es la perfecta representación de esa clase media catalana mediocre, provinciana, patriotera y encantada de conocerse que acabará nutriendo las filas del funesto pujolismo y después del esperpéntico procés.
Hay también pinceladas de la España de la época: un festival para elegir la canción de Eurovisión en el que la pareja actúa y coincide con Nino Bravo cantando Un beso y una flor; referencias a la muerte en accidente automovilístico de Cecilia; una escena en la que Eugenio va a actuar al Un, dos, tres y se enfrenta con Chicho Ibáñez Serrador que pretende cambiarle su emblemático atuendo, y hasta un par de cameos de Mónica Randall y Pedro Ruiz. Hay que destacar también el trabajo de los dos actores principales: David Verdaguer, que se mete en la piel -y en los gestos característicos- de Eugenio hasta mimetizarse con él, y Carolina Yuste, que insufla vida y luz a Conchita.
Si ella era luz, él era sombra. Un hombre que se ocultaba en el escenario parapetado bajo el disfraz de unas gafas ahumadas, un cigarrillo, un vaso de tubo con vodka naranja, un taburete y una camisa negra, y se ponía a contar chistes con aparente indolencia. Es lo que hizo el mismísimo día en que enterró a su esposa: cogió el coche y se fue a actuar como si nada en una sala de fiestas de Alicante. Su vida fue una permanente huida hacia adelante para escabullirse de compromisos y responsabilidades. Lo acaba admitiendo en la película ante su hermana (otro de sus sostenes): «He sido un mal marido, un mal padre y un mal hermano». Hay un tópico muy recurrente en el mundo de los cómicos: el del payaso triste. Eugenio lo encarna a la perfección.