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'La contadora de películas': la magia del cine y la cruda realidad

La producción española, en cuyo guion ha participado Isabel Coixet, transcurre en el desierto chileno de Atacama

‘La contadora de películas’: la magia del cine y la cruda realidad

Escena de 'La contadora de películas'. | A Contracorriente Films

Los franceses inventaron el cine, los alemanes lo convirtieron en arte con el expresionismo y los soviéticos descubrieron su potencial propagandístico, pero fueron los americanos en el Hollywood clásico -la fábrica de sueños- los que dieron con la fórmula mágica infalible, mezclando en la coctelera espectáculo, fantasía, narración ágil, estrellas y glamour. Sedujeron a espectadores de todo el mundo y convirtieron las salas de cine en palacios de la imaginación. Consiguieron que la gente soñara y estableciera un vínculo emocional con las películas. Cada generación ha forjado sus mitos: desde Casablanca a El Padrino, desde Greta Garbo a Sharon Stone, desde Cary Grant a George Clooney.

A esta idea del cine como educación sentimental le rendía homenaje la célebre Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore. Y en esta misma liga juega -al menos en parte- la producción española La contadora de películas, dirigida por la danesa Lone Scherfig, basada en la novela del chileno Hernán Rivera Letelier y con un guion en cuya escritura han participado entre otros Isabel Coixet y el norteamericano Walter Salles.

Portada de La contadora películas

La película recorre varias décadas de la historia chilena en la segunda mitad del siglo XX y está ambientada en una mina de salitre a cielo abierto en el desierto de Atacama, uno de los lugares más secos y áridos del planeta. Es un entorno que conoce muy bien el autor de la novela, porque se crio en él y después fue minero antes que escritor. La protagonista es una chica (interpretada como niña por Alondra Valenzuela y como adulta por Sara Becker) cuya familia cae en la pobreza cuando el padre minero (el español Antonio de la Torre) sufre un accidente y queda postrado en una silla de ruedas. Hasta ese momento todos los domingos la familia al completo iba al cine del pueblo, en el que era el único momento de la semana en que podían evadirse de la monótona y tristona realidad para dejarse seducir por las historias de la pantalla y evadirse durante un par de horas del polvo del desierto.

Pero tras el accidente que deja sin trabajo al padre se tienen que apretar el cinturón y a este se le ocurre mandar a uno de los hijos al cine para que después les cuente lo que ha visto a los demás. Tras varias probaturas, la única que demuestra ser una narradora no solo competente sino entusiasta es la hija pequeña, que acaba designada como contadora de películas oficial. La cosa tiene tanto éxito que acaba atrayendo a los vecinos, a los que les cobran entrada por escuchar a la niña.

Ficción y realidad

La chica relata con mucha creatividad clásicos como Espartaco, El apartamento o El bueno, el feo y el malo, tras los torpes intentos previos de sus tres hermanos con Los paraguas de Cherburgo o Desayuno con diamantes. La niña también ve, en este caso a escondidas porque es para adultos, De aquí a la eternidad, con aquella tórrida e icónica escena del revolcón en la playa de Burt Lancaster y Deborah Kerr. También en su estreno español en pleno franquismo esa película provocó sueños eróticos a toda una generación, pese a que aquí llegó podada por los tijeretazos de la censura. Obviamente la elección de los títulos que ve la niña (también aparecen El hombre que mató a Liberty Valance y Senderos de gloria) no es azarosa y a través de ellos se establecen vínculos entre la ficción y la realidad para abordar temas como el deseo, el tabú, la inocencia y la maduración, la lucha contra la injusticia…

Escena de La contadora de películas

La idea es bonita como punto de partida, pero es evidente que no se llena un metraje de dos horas solo con ella, de modo que se van desarrollando varias subtramas, algunas más interesantes y mejor contadas que otras. La más potente es la de la madre (Bérénice Bejo), que se casó demasiado joven y cuando su marido queda postrado en una silla de ruedas se siente tan aprisionada que huye con el sueño de convertirse en artista, abandonando a sus cuatro hijos. Pero los sueños solo se cumplen en las cintas de Hollywood y esa mujer acaba de cabaretera en un local de mala muerte en la ciudad, adonde con el tiempo acudirá la hija a espiarla. Quizá lo más sensato hubiera sido centrarse en esta historia tan poderosa, porque el resto de subtramas se van acumulando sin acabar de despegar del todo. Por ejemplo, la relación primero de la madre y después de la hija con el ingeniero de la mina (Daniel Brühl) o el golpe de Estado de Pinochet y sus consecuencias. Y lo mismo sucede con la evolución vital de la protagonista a lo largo de los años, que queda algo desdibujada. El error, creo, es haber querido abarcar demasiado, algo que una novela puede permitirse pero que en una película es más difícil que funcione.

¿Cómo ha acabado la cineasta danesa Lone Scherfig rodando en el desierto de Atacama esta producción española? Parece que inicialmente el director iba a ser Walter Salles, que acabó interviniendo solo en el guion. Sherfig tiene a sus espaldas una carrera internacional en la que ha demostrado sobrada capacidad para contar con sensibilidad -y cierta liviandad- historias sentimentales. Empezó en su país natal con títulos como Italiano para principiantes y después saltó a Inglaterra, donde rodó entre otras la potente An Education, su mejor obra, con guion de Nick Hornby, y las comedias románticas One day (Siempre el mismo día) con Anne Hathaway y la deliciosa Su mejor historia con Gemma Arterton, que ya era todo un homenaje al cine porque su protagonista se ponía a trabajar de guionista de cintas patrióticas durante la Segunda Guerra Mundial.

La contadora de películas consigue sus mejores momentos en la celebración del poder del cine para disparar la imaginación y ayudar a sobrellevar -y también a entender- una realidad no siempre tan luminosa como la de la pantalla.

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