Laforet entre épocas de largos silencios
Las páginas que brindan las aportaciones más interesantes en el recorrido histórico de nuestra literatura son los epistolarios
José Teruel se hace eco de las cartas que durante 29 años se intercambiaron Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto comentando los hechos de la época a la vez que reflexionan sobre el conflicto entre vivir y escribir. Si existen hoy unas páginas que están brindando las aportaciones más interesantes en el recorrido histórico de nuestra literatura son los epistolarios. Así, el legado de Carmen Laforet se amplía desde Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto. Correspondencia inédita, 1958-1987, edición publicada en Renacimiento y que ve la luz de la mano de José Teruel. Cartas escritas sin una intención literaria, «sino vehículo de comunicación que se convierten en documentos insustituibles para conocer mejor la obra del autor y de sus amigos», en palabras del profesor Díez de Revenga.
Qué importantes estas relaciones epistolares. Ya en La búsqueda del interlocutor, Martín Gaite apelaba a «…toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación o de confrontación con el mundo, en definitiva, una búsqueda de interlocutor. Piensa en toda esa gente que va a los psiquiatras para contarles su caso o que anda hablando sola por la calle. Si uno pudiera encontrar el interlocutor adecuado en el momento adecuado… ».Y no es baladí esto de Martín Gaite. Convertirte en un fenómeno, con sólo 23 años, tras ganar el premio Nadal por Nada (1944). Deslumbrar inesperadamente. Ser la autora de la novela más representativa de la posguerra española, que aún hoy muestra una modernidad sorprendente. Que este galardón te marque de por vida y no para bien, cayendo sobre ti una enorme carga de responsabilidad: familiar, matrimonial, social… acentuada por críticos y periodistas para que publiques más y con el mismo éxito. Que tu autoestima, entonces, caiga bajo mínimos porque el conflicto entre vivir y escribir subraye la incapacidad artística. Su cuerpo dijo basta y su mente no dio más de sí. Decidió que lo mejor sería tragar saliva, tomar oxígeno y escapar. Desbordada por las expectativas. Por tener que poner a prueba constantemente su talento, atenazada desde su marido a la sociedad. No escribas de esto, no hables de aquello, cayendo en una autocensura que la destinó al vacío. «Querido Emilio, he escrito otro artículo idiota para Pueblo y lo demás se ha pasado en el sanatorio y una serie de conflictos económicos que nos han caído encima». Evasivas. Sabríamos por su hijo, Agustín Cerezales, que buena culpa de esta agrafía la tuvo la enfermedad neuronal que ya asomaba.
No extraña la imagen de muchacha tímida, angustiada, a la que exigencias literarias y desarrollo vital la llevó a publicar entre épocas de largos silencios. Descubrirán aquí que era alegre, cariñosa… «no era tímida ni misteriosa, sino discreta», contaba Agustín Cerezales, y ese ánimo recorre esta correspondencia, contaminada a partes iguales de amistad vida y literatura: «Eres el más estupendo, el más encantador amigo. Cómo agradecerte, Emilio, tu atención en mí». Evidentemente, una de las partes sangraba más por la herida: «Encajar la verdad es muy duro, al menos para mí. De un resultado bueno de nada sirve anular la propia personalidad en honor de lo que yo creía sagrado: la felicidad de los hijos», escribía Laforet en mayo, 1971.
Su interlocutor
Emilio Sanz de Soto. Uno de los grandes animadores de la vida cultural de Tánger. Historiador de cine y crítico de arte además de colaborador en revistas. Íntimo amigo del escritor Ángel Vázquez, colaboró con cineastas como Carlos Saura o Buñuel y artistas como Juana Mordó. Laforet y Sanz de Soto se conocen en Tánger, en julio de 1958. El marido de Carmen, Manuel Cerezales, ha sido nombrado director de diario España. Inmediatamente hubo química. Emilio queda impactado ante aquella chica nueva en la ciudad: un ser de vibrante sensibilidad que consiguió iluminar los oscuros años de la posguerra española. Tánger resulto un plan de lo más favorecedor a su estado de ánimo: «Gracias a Dios que vine a Tánger, a ver si me sirve para hacerme un plan de trabajo y escribir», apunta el 7 de mayo de 1959. Para añadir después, «lo que más me importa es escribir con tranquilidad, a mi manera, y lo mejor que sepa. Y lo haré porque vuelvo a sentirme muy bien de salud», (1961).
De lo más íntimo a lo universal
El eje es una gran preocupación existencial. Cómo desde lo más íntimo alcanzan a expresar algo tan universal como es la angustia por no llegar a tiempo a todo. Unas cartas se amparan en justificaciones, pero la gran mayoría se abren a la camaradería y el placer de sumergirnos en unas conversaciones lúcidas que oscilan entre la literatura, el pensamiento, la política, lo doméstico… además del respeto que sobrevuela en el deseo de que el otro prospere, convencida ella de que Emilio era un gran ensayista, y él de que Carmen era una particularísima y necesaria voz narrativa.
Difícil elegir las más significativas. Todas dejan entrever la búsqueda de la felicidad. Las palabras de Carmen sobrecogen, te sientes ella, dan ganas de decirle que la entiendes, que emprenderías esa huida como ella desde Barcelona a Madrid, Tánger, Cercedilla, Roma, Mallorca, Vigo, «no hay más que campos verdes alrededor. Las paredes blanqueadas sirven para pensar… Los personajes dan vueltas alrededor como los de Pirandello. A ver si tengo tiempo de cazarlos»; y más, París, Estados Unidos…
Articulismo
Las cartas son también una especie de semillero, un periodo germinal, de artículos de Laforet. En una carta desde Tánger (1960), Sanz estimula a la autora a opinar consciente de que una joven generación española comenzaba a construir una generación cultural: «Carmen, te guste o no, lo creas o no, te ha sido otorgada la voz y el voto. Sí, debes hablarles bajito. Con el corazón en la mano». Comienza a publicar en Pueblo, entre mayo de 1961 y junio 1964, y sigue en Destino, Informaciones, Faro de Vigo, Arriba, ABC, y El País. No se trata tanto de decir algo nuevo, sino de oxigenar e higienizar el lenguaje público.
No renunció jamás a ser escritora, «Emilio querido: nada sé. Todo es sorpresa. Menos que nada estas líneas. Espero que te lleguen alguna vez… Por eso, ¡porque son constancia escrita de mi recuerdo, mi amistad y mi cariño!», 31 de julio 1984. En 1987 ya las fuerzas le faltan: «Bueno querido, estas tonterías que te escribo son una pica en Flandes… hace una enormidad de tiempo que no podía escribir». Murió, en 2004. Valga como muestra de esa suma de vulnerabilidades esta frase de Miguel Delibes: «Al fin descansó de la vida y la literatura».