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Luis Mateo Díez, un paseo emocional por los cines

El escritor leonés rinde homenaje en los relatos de ‘El limbo de los cines’ a esas salas que configuraron nuestra vida

Luis Mateo Díez, un paseo emocional por los cines

Luis Mateo Díez. | Eduardo Parra (Europa Press)

En la última gala de los Goya, Elías León Siminiani fue galardonado con el premio al Mejor Cortometraje por Arquitectura Emocional 1959. Un homenaje a los espacios que formaron parte de nuestra vida y nos construyeron. Uno de esos espacios vitales, hoy en vías de desaparición, son las salas de cine. Luis Mateo Díez acaba de publicar El limbo de los cines (Nordica Libros), un viaje en profundidad a lo que significan esos lugares que configuraron nuestra vida y cómo, de manera casi imperceptible, siguen habitando en nosotros. Esas tardes de sesiones infantiles, de vermú o las rifas para tres sesiones de vaqueros y piratas. Olor a ozonopino, nostalgia, historias de amor, memoria, conversaciones, gestos, sorpresas, ternura, amantes, salvación… esos son algunos mimbres del nuevo libro del autor de Gente que conocí en los sueños, entre otros, maravillosamente ilustrado por Emilio Urberurga.

Cada uno de los 12 capítulos del libro brilla por sí solo, destilando esa mezcla de humor ácido y sorpresas o tristezas soterradas. Luis Mateo Díez subraya «la enorme deuda emocional que tenemos con las salas de cine…», esos «espacios de sublimación de la imaginación» porque el cine ha sido alimento de su literatura apoyado en cuatro referentes: John Ford, Roberto Rossellini, Renoir e Ingmar Bergman.

Mucho tiene que ver su origen: León. Y con esa tradición popular propia del invierno, cuando recogida la cosecha y casi aislados por la nieve se organizaban reuniones, al abrigo de las cocinas, para contar historias amorosas y de hambres, épicas o divertidas, antes de leerlas o verlas en la gran pantalla. Por algo se considera un aventurero de lo cotidiano, «la aventura a la vuelta de la esquina es el trance que mejor define al ser humano», afirma. La fantasía en la pequeñez de lo cotidiano, como cuando, en su época de funcionario, se asomaba al balcón de su despacho, en la Casa de la Panadería, y veía «dromedarios que llegaban de algún circo, elefantes que alzaban sus patas…», y surgió Balcón de piedra.

Ilustración de ‘El limbo de los cines’

Reto imaginativo

A través de El limbo de los cines el lector tal vez verá salir el arco iris o nadar junto a delfines. Ahí está el reto imaginativo, entre fantasmal y onírico, que caracterizan sus relatos breves. Porque en las salas de cine, esos «lugares deliciosos, todo podía pasar y nadie te requería para nada, mientras tú, en tu butaca, eras el dueño de todo aquello». Súbase el lector, por tanto, a hombros de las andanzas de los protagonistas. Será testigo de la llegada de unos marcianos verdes, «aunque la película era en blanco y negro». La oscuridad de la platea podría sumergirle entre las olas de una playa que si se cerraban los ojos llegaban a la arena con un technicolor muy parecido al que iluminaba las piernas de una nativa de los mares del sur.

¿Y películas bélicas?: «Lo único que me interesaba era la Cruz Roja», la chica que solía sentarse en la ambulancia al lado del conductor, «la ocasión de ser tú mismo quien conducía sin que una granada lo impidiese…». Un día correrás entre caballos y antorchas cuando los secuaces persigan a un prisionero evadido de las mazmorras y otro huirás de un malvado con látigo y pistolón con las correspondientes cartucheras. ¡Cómo algo tan pequeño, tan escondido a veces, y sin embargo tan épico! Y hoy, paradójicamente, ubicado al margen de la evolución de la ciudad, en edificios ruinosos. «La última cinta que echaron en el Borneo, antes de que se convirtiera en sala de fiestas, fue una de cristianos y catacumbas en la que el protagonista moría en la Vía Apia, cerca de Roma, atropellado por un autobús de turistas», cuenta Luis Mateo Díez.

Disfrute del cine bélico, de aventuras, del melodrama, el amor o la ciencia ficción que conforman El limbo de los cines en el Crisol, o en el Claridades, el Borneo, el Bahía o el Pagoda, situados en las calles Oceda, esquina con Paciencia o en Corteza hacia la calle Desdoro. Agarre la mano de las hermanas Chispa y sus «ocurrencias estrafalarias» como de doña Pecata o el doctor Capelús en la clínica Climaterio. Y cuando entre en la sala, siéntese en la fila 14, en el número 18, «donde las parejas andaban un poco desparejadas», pero los novios se las arreglaban mejor. ¡Ay, esos cines y esos asientos que hicieron tanto por la congestión amorosa, la libertad de costumbres y el auspicio de las familias numerosas! La naturaleza, la belleza, la sabiduría, los enfrentamientos, la vejez, la herencia que les dejamos a los demás, el humor… tan lejanos que están en nuestro propio interior. Abra una puerta a ese mundo personal de ficción, pero en el que cabe también la reflexión, «cuando la vida no es lo que se necesita sino lo que sobra», como leemos en La cabeza en llamas.

El limbo de los cines
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