THE OBJECTIVE
Cultura

La Generación Negroni brinda por (y con) David Gistau

Una nutrida tribu de columnistas rinde homenaje al ‘salvaje de bonhomía’ que lideró una forma de entender el género

La Generación Negroni brinda por (y con) David Gistau

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Quedo a la espera». La última frase de Generación Negroni (Harper Collins), final de la columna Guadalajara, publicada en 2014 en Abc por David Gistau, sintetiza y expresa con precisión el espíritu del libro, una antología en homenaje al escritor y periodista fallecido trágicamente en 2020, justo antes de cumplir los 50 años

Muere el periodista David Gistau a los 49 años 1
David Gistau

El columnismo quizá fuera el territorio más propicio de Gistau, que en Guadalajara recuerda: «Para un columnista siempre constituye una ventaja hacerse con un capitalito de lectores fieles. No hace falta que sean miles, basta con que de vez en cuando suene la campanilla de la puerta que se abre en el colmado donde despachamos lectura periodística». Por eso el final paradójico de la columna queda a la espera de ese sonido mágico que refuta la misma noción de final y apunta al infinito. 

En Generación Negroni, dos decenas largas de columnistas agitan con furia amorosa la campanilla. Admiradores rendidos de Gistau, niegan su desaparición aportando visiones privilegiadas del género periodístico quizá más idiosincrático de nuestro país. Son autores, pero también lectores voraces. Son Emilia Landaluce, Jorge Bustos, Karina Sainz Borgo, Sergio del Molino, Cristian Campos, José Ignacio Wert Moreno, David Mejía, Jesús Nieto Jurado, Rebeca Argudo, José F. Peláez, Juan Soto Ivars, Rubén Amón, Ramón Palomar, A. J. Ussía, Chapu Apaolaza, Guillermo Garabito, María José Solano, Jesús Fernández Úbeda, Jesús García Calero y David Lema.

El libro se lee con admiración y no poca envidia, para qué nos vamos a engañar. Cada uno en su estilo, los autores reivindican su arte arracimándose en torno a la figura magnética de Gistau. En el prólogo, Arturo Pérez-Reverte, un par de décadas mayor que Gistau, aprovecha el privilegio de la experiencia para explicar el sentido de la antología: «Los hombres y mujeres que se dan cita en este libro podrían legítimamente llamarse Generación Gistau; no porque, insisto, lo imiten, lo sigan o le rindan culto, sino porque él ennobleció con su obra el espacio por el que ellos ahora transitan. Es en cierto modo lo que ocurrió con Manu Leguineche y aquella generación de jóvenes reporteros de guerra de los años 70 y 80 del siglo pasado. También David es el indiscutible jefe de su tribu».

Arturo Pérez-Reverte

«Bondadoso, culto, brillante»

Con David Gistau, además, añade Pérez-Reverte, «se da una circunstancia insólita, al menos en un país como España, donde la sombra de Caín siempre es alargada: resulta casi imposible encontrar a alguien que esté contra él». Más allá de sus incontestables méritos literarios y periodísticos, permanece una personalidad arrolladora, fascinante y entrañable. De ahí el protagonismo en el título de su bebida favorita, sobre la que Pérez-Reverte hace girar un retrato paradigmático: «Su figura y talante de tipo grande, bondadoso, culto, brillante, a menudo con un negroni en la mano, con aquella barba rubia que le hacía parecer un pirata vikingo o un comandante de submarino alemán después de una campaña en el Atlántico». 

La antología la culmina, por supuesto, el propio Gistau, con tres columnas memorables. La primera lleva el título premonitorio de Ante la muerte. La publicó en noviembre de 2016, poco antes de la suya, que le llegó en plena efervescencia creadora. Se había consolidado con libros como Ruido de fondo, Golpes bajos o Gente que se fue, pero sobre todo por sus columnas en periódicos como La Razón, Abc o El Mundo.

Cuenta Karina Sainz Borgo que, recién llegada a España, apabullada por nuestra pasión por el columnismo, contó con el magisterio de Gistau, de quién aprendió, dice, «y muy seriamente, el funcionamiento de los resortes de la escritura. Escribiera donde escribiera, lo leía. Ya fuese en El Mundo y luego Abc, o sus colaboraciones de radio, primero con Carlos Alsina y luego en la Cope, devoraba sus crónicas de deportes, sus columnas políticas y parlamentarias o sus reportajes. Me parecían joyas envueltas en un papel áspero y efímero. Literatura urgente».

No todas las aportaciones al libro mencionan directamente al homenajeado. Bajo el formato amplio de la columna hay relatos, reflexiones sobre la profesión periodística, recuerdos sobre el amigo ausente, humor, autoficción… La diversidad, tan propia del género, manda. Pero sobre todo este magma sobrevuela el espíritu Negroni.

María José Solano, por ejemplo, matiza que no es columnista, sino que recaló en el género «como en todas las cosas buenas que me han pasado en la vida: desde el viaje larguísimo de una biblioteca». Agradece por ello el magisterio de «aquellos tipos magníficos, impresentables, oscuros, malditos, sublimes: los escritores españoles de finales del XIX y principios del XX», portadores de una «clásica modernidad» heredada por Gistau: «Era (es) uno de ellos. Yo no soy columnista. Por eso mi aportación es un relato que aspira a ser al menos la piel de naranja en el borde del vaso de este negroni. Tal vez David sonreiría con su lectura».

Arte y verdad

También David Mejía recuerda esa filiación libérrima de la tribu Negroni con su Orwell y las ventajas de no ser un genio, en la que ilustra con su propia experiencia la rotunda afirmación de que «nadie que no sea un demente puede afirmar que nació para el columnismo». Doctor por la Universidad de Columbia y profesor de Humanidades en IE University, su llegada al columnismo es «una consecuencia no planeada, pero en el fondo lógica», de su «gusto por las letras» y de su «vocación de meterme en todo». Y, sobre todo, de un «propósito sencillo: rebatir mentiras». Por eso le debe el impulso para escribir a «la década ominosa del populismo (2013-2023)». 

David Mejía

En su Carta a un joven columnista, Jorge Bustos, profundiza en lo concreto del género: «La columna, tal como yo la entiendo, no es un desahogo subjetivo ni una mera reflexión con propósito de influencia: es un arte. Como cualquier arte exige una técnica y persigue la belleza. La belleza de la verdad y secundariamente la belleza de las palabras. A los artistas más dotados parece nacerles la página con envidiable fluidez, pero se trata de una destreza engañosa, de una laboriosa sencillez».

Otra columnista de THE OBJECTIVE, Rebeca Argudo, ejecuta un original giro de 360 grados en la perspectiva en su Ser columna de opinión. Breve manual desatinado. Solidarizada con la peculiar circunstancia existencial de tal entidad periodística, recuerda la receta de Umbral («no seré yo quien le enmiende la plana ni mate hoy al padre») que requiere «ensayo, soneto y noticia, pero los sacrifica todos». También la actualiza: «Ya no es determinante la firma, ya no extiende cheques a futuro. Uno es tan bueno como lo último que ha publicado». Y la culmina con lo que bien podría ser la declaración de fe de la Generación Negroni, menos dada que sus predecesoras a la solemnidad autodeclamatoria: «Solo somos unos tipos que escriben por ahí».

Por el ahí madrileño en el que se afilaba las columnas Gistau aparece A. J. Ussía, que se confiesa «obsesionado con la mirada» y, de hecho, las multiplica en un cruce de citas que termina en el Gistau que encuentra en Madrid una sorpresa que le remite a la Mafalda de sus años argentinos: «Recuerdo un texto de Jabois sobre David Gistau, de cuando sus hijos no hacían más que pegar patadas al balón, correteando y saltando sobre el descanso y el techo de Quino, el dibujante, ya en el invierno de sus años. Se encontraron en el ascensor y David, aterrado —por muy difícil que resulte imaginárselo con miedo—, le pidió perdón por el sueño y lo difícil de concentrarse bajo el Gistau F.C. Quino le preguntó por la edad de la alineación, que corría entre los dos y los cinco años, momento en el que, según el dibujante, las personas rozaban la frontera de seguir mereciendo la pena, ‘¡si su trabajo es hacer ruido!’». 

Una obra viva

Esa niñez que se redobla en el ahí donostiarra de Chapu Apaolaza, que sostiene que «el bar español es principio y fin de una civilización». El título de su columna, En el bar de Isidro, remite a los orígenes de su vocación: «Si mis padres me hubieran llevado a Wall Street, ahora mismo andaría metido en bolsa o escribiendo de valores refugio y de la volatilidad de criptomonedas, pero me llevaron a los bares y me hice columnista». Aquellos negronis…

Chapu Apaolaza

Y vuelve, terca, esa niñez, en la conversación que Rubén Amón se obstina en mantener con el homenajeado: «Joder, David. Hemos hablado de estas cosas. Hemos compartido una mesa y un vino sabiendo que terminarían presentándose los espectros. Hemos evocado la ausencia de nuestros padres. Y hemos encontrado toda la intimidad que requiere admitir la vulnerabilidad de la paternidad. Cuatro hijos tuviste. Tienes». 

Tienes, no tuviste. Porque a Gistau se lo conjuga en presente. Porque, como dice Pérez-Reverte, «su obra sigue viva, y no sólo para sus amigos». Porque ahí está David Gistau, a la espera del sonido de esa campanilla que se multiplica en las voces de su tribu, dispuestas a decir una penúltima palabra, a tomarse el penúltimo negroni. 

Cierra la antología un epílogo de Ángel Antonio Herrera, que recuerda que Gistau «escribió de todo, del fútbol a la política, o al famoso, y en cada modal practicó la rebeldía sin soberbia, y el desacato casi como ludismo, porque el juego es la fineza mayor de los que van en serio». La fineza de «un salvaje, pero un salvaje de bonhomía, un raro don infrecuente, esa bonhomía, en los gentíos, en general, y en el periodismo, en particular, donde los firmantes se suelen odiar como enamorados».

Generación Negroni
Varios autores Comprar
Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D