THE OBJECTIVE
MONKEY BUSSINES

Capítulo 2: Britcrisis

THE OBJECTIVE publica en exclusiva y por entregas la nueva novela del escritor Álvaro del Castaño. Cada día, un nuevo capítulo de un thriller de acción electrizante que, a su vez, es un espejo que refleja la realidad que a menudo preferimos ignorar

Capítulo 2: Britcrisis

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lilly Spider, había vivido muchas crisis en su larga vida trabajando al servicio de Su Majestad. Esta era otra ocasión más, y la afrontaba de manera profesional y sin estridencias, según su estilo de gestión. Pero este caso era realmente extraordinario, pues la situación era histórica. Estaban en un punto de no retorno en el transcurso de la historia moderna del Reino Unido. El asunto era crucial para el futuro de Inglaterra. La vida de Lilly era una eterna gestión de crisis. Su cargo en el MI6 era legendario, todos llamaban ‘C’. Esa era la denominación que se le daba a Control del servicio secreto de inteligencia inglesa, el homólogo de la CIA. Pero ella no era una ejecutiva de despacho, sino que le gustaba pisar la calle. Diseñaba las operaciones de espionaje, contraespionaje y lo que en su argot se llamaban «intervenciones», que era una manera suave de referirse a los secuestros, capturas de enemigos y asesinatos selectivos. El MI6 tenía licencia para todo con tal de salvaguardar la nación inglesa. Siempre podía justificar sus acciones más sangrientas bajo el paraguas de la ley antiterrorista o para salvaguardar la vida de sus agentes.

Lilly había convocado al agente que era su mano derecha en el equipo operativo del MI6 a su despacho de Vauxhall Cross, para ayudarla a preparar la conversación que ella iba a mantener con el primer ministro.

—Esta era una operación completamente extraoficial, Lilly, y menuda chapuza hemos hecho. No deberíamos haberla dejado en manos de estos aficionados —dijo su hombre de confianza, la persona en la que más confiaba en el servicio de inteligencia. El fornido agente, con barba rubia, se expresaba con un tono sinceramente decepcionado.

Sus palabras rezumaban elitismo, el clasismo propio de algunas élites anglosajonas, y, sobre todo, mostraban un orgullo herido. 

—No solamente no hemos abatido al sujeto en cuestión —prosiguió—, sino que ha salido huyendo y se ha colado a través de la estrecha red puesta en marcha para localizarle. ¿Cómo se ha podido escapar una persona gravemente herida entre la policía, la prensa y nuestros agentes, delante de nuestras narices y en nuestro territorio? Lilly, me avergüenza profundamente que un españolito haya sido capaz de burlarse así de nosotros —terminó de afirmar el agente con frialdad británica.

—La verdad es que ha sido una tormenta perfecta, un cúmulo de circunstancias que han llevado esta misión al fracaso —le replicó sin miedo Lilly, acostumbrada a los tonos intimidantes de este tipo de agentes especiales. Lilly no se dejaba arrollar fácilmente.

—Fracaso y además ¡RI-DÍ-CU-L-O! Somos el hazmerreír de los servicios de inteligencia europeos. Esto es casi peor que el jaqueo del móvil del presidente español con el virus Pegasus, y del que todos os mofabais hace unos meses.

A Lilly le dolían particularmente los fracasos, quizás mucho más que a sus antecesores. Ella, criada en una casa humilde, se sentía como una impostora en su puesto, como un elemento extraño porque todos sus predecesores habían sido hombres que formaban parte de las élites del imperio británico, educados en los mejores colegios y en los Oxbridge. Por su educación, sexo y por su procedencia, no hubiera accedido a este puesto si no fuera por Toni Blair, el primer ministro laborista británico que había sido su padrino y mentor. Una vez dentro del sistema, Lilly ascendió gracias a su inteligencia, y su capacidad de trabajo y de sacrificio. Vivía por y para el trabajo.

—Bueno, yo tampoco definiría a Domingo Badía como un españolito, perdóname. Ese hombre es un mito de los servicios secretos, un espía experto en la lucha contra la corrupción internacional. Ha trabajado en los servicios especiales del ejército español y, sobre todo, se ha curtido en la lucha contra ETA. No olvidemos que nos ha ayudado en muchas operaciones contra el IRA. Además, es un turbio hombre de negocios que tiene como clientes a muchos gobernantes tiranos del tercer mundo y que ha facturado enormes cantidades de dinero en sus operaciones de ‘consultoría’ internacional. Su relación con Venezuela y todo su entorno legal y político es única, y tiene acceso a todas las redes subterráneas y a los capos latinos del narcotráfico. Pero creo que en esta precisa ocasión ha tenido simplemente mucha suerte. Ya sabes, mala hierba nunca muere. Nuestros agentes nos confirmaron que todo salió de acuerdo con el plan diseñado, y que el disparo fue casi certero, pero lamentablemente coincidió con un momento de confusión que hizo que la víctima se moviera, y la bala errase su objetivo. Nuestros agentes que cenaban en la mesa de al lado le vieron caer herido y pensaron que estaba neutralizado, pero no fue así.

Lilly se revolvió en su asiento. Tampoco le gustaba que le llevaran la contraria, y menos un subordinado, pero su estilo de gestión siempre había sido inclusivo, permitiendo las conversaciones abiertas y directas sobre las misiones que realizaban sus unidades.

—¿Y la prensa, cómo ha conseguido conocer la identidad de este tipo con tanta rapidez? ¿Quién coño ha filtrado eso? Se supone que él estaba en la Roca con identidad falsa.
Lilly siempre hacía lo mismo cuando ella no tenía razón: cambiaba de tema y hacía una pregunta para incomodar a su interlocutor y así devolverle a una posición de debilidad.

—Eso creemos que ha sido una jugada a propósito de este elemento. Fue él quien facilitó a la policía su verdadera identidad, mostrando un pasaporte diplomático.

—Entiendo —contestó Lilly—. Así ha conseguido que todo el mundo sepa que él había sido la víctima, el tema se hacía público y así alertaba al mundo de lo que acababa de ocurrir. Estaba claro que estaba enviando un mensaje en código a sus superiores o a sus socios: que alguien había querido liquidarle, que él sabía cómo defenderse, y que moriría matando con su información. Ha puesto a toda la prensa tras su pista, y todos los servicios secretos del mundo son conscientes de los hechos ocurridos allí.

—Sí, el enlace de la CIA en Londres ya me ha llamado indignado. Quieren saber qué ha ocurrido.

—Hay que darle largas, dile que lo estamos investigando. Es fundamental mantener a los americanos alejados de Monkey Business —ese era el nombre clave de la gran operación internacional en la que llevaban trabajando meses y que estaba detrás de todo esto—. Nos va la vida en ello —dijo Lilly bajando los ojos con ademán triste y preocupado.

En ese momento sonó el teléfono de su oficina. Levantó el auricular sin pestañear, sabiendo de antemano qué voz iba a escuchar al otro lado de la línea:

—Ahora tengo que atender al puñetero primer ministro, así que lárgate de una puta vez y mantenme informada de lo que vaya surgiendo —dijo tapando con la mano el auricular del teléfono fijo y dejando aflorar su marcado acento del norte de Inglaterra—. Hola James, esperaba tu llamada —su tono había cambiado, pasando a una voz conciliadora y amable.

El primer ministro James Pierce comenzó su monólogo habitual, escuchándose a sí mismo, en vez de realizar las preguntas pertinentes. «Son todos igual de egocéntricos, solo les gusta hablar y sentar cátedra, y sobre todo hablar de sus propios problemas», pensó Lilly.

—Lilly, tengo al ministro principal de Gibraltar llamándome cada quince minutos, porque se imagina que algo se está cociendo en su territorio. Afortunadamente no sabe nada en concreto, son meras sospechas. Pero ahora tengo que pasarme media hora escuchando las quejas de ese palurdo, y luego aprovechará para volver a poner sobre la mesa sus temas habituales: pedir más dinero y más autonomía y, sobre todo, una visita real al Peñón. Este imbécil no sabe que con la que tenemos montada con España ahora mismo es imposible. Sería escupirles a la cara e insultarles diplomáticamente. Y todo por vuestra maldita culpa.

—Sí, primer ministro —darle la razón a los egocéntricos era lo que más agradecían estos políticos.

El Reino Unido se encontraba en una crisis de proporciones bíblicas. Las consecuencias reales del Brexit habían empezado a aflorar: inflación desbocada, crisis logística, cuellos de botella, desabastecimiento, falta de inversión internacional, problemas de importación de productos básicos, pérdida de posición competitiva, falta de mano de obra, devaluación de la libra. Para mantener a flote a la economía británica ya no eran suficientes los tres pilares habituales que siempre habían sostenido a la pérfida Albión: la lengua de Shakespeare, el imperio de la ley, y ser pro-business y pro-capital. Ahora sí, como dirían sarcásticamente algunos británicos, Europa estaba aislada ante la tormenta del Brexit, los que se hundían en realidad eran los anglosajones. El primer ministro sabía que el Gobierno que él comandaba tenía el agua al cuello, y no quería pasar a la historia de Inglaterra como el primer ministro que hizo naufragar al imperio británico, o lo que quedaba de él. La deuda del país se había disparado, y se había producido una enorme devaluación de la libra acompañada de una muy elevada inflación, que había provocado una rebaja del rating financiero de las emisiones de deuda pública del Tesoro hasta la temida categoría de ‘bono basura’. El Reino Unido tenía ahora una de las primas de riesgo más altas del mundo civilizado. Se había convertido en una economía emergente. 

 —¡Es una vergüenza, Lilly! Nosotros, que hemos sido un gran imperio, impulsores de la revolución industrial, pioneros de la revolución financiera. Y todo por culpa del gilipollas de Cameron, ese narcisista peligroso que puso el tema del Brexit en manos del pueblo ignorante, y del peligroso populista que fue Boris.

—Tiene toda la razón, James.

—Y lo peor aún no ha llegado. Es muy probable que muy pronto no tengamos recursos para pagar nuestra deuda, y que nos veamos abocados a anunciar una suspensión de pagos. ¡Dejar de pagar nuestra deuda pública! Tener que pasar por el horrible trance y el drama económico y social de convertirnos en la Argentina de Europa, para finalmente ponernos en manos del Fondo Monetario Internacional. Lilly, por eso no podemos fallar en esta misión, el futuro de Inglaterra pende de un hilo —James Pierce estaba realmente alarmado.

—Lo entiendo, James. —La Britcrisis, la madre de todas las crisis, y que supondría la quiebra del tesoro de Su Majestad, debe de ser evitada, aunque para ello haya que jugar sucio. Nuestros problemas son muchos y se nos agolpan indiscriminadamente. Pero esta ocasión no nos van a salvar los elementos que nos salvaron de la invasión de la Armada Invencible, que tanto pregonamos como si fuera un éxito cuando en realidad tan solo fue fruto de un temporal. Nosotros siempre hemos magnificado nuestras victorias y ocultado nuestras derrotas. Tenemos ahora el deber de tapar el Britcrisis como sea, Lilly. El honor del Reino Unido está en nuestras manos. Por lo tanto, es imperativo que la operación Monkey Business sea un éxito rotundo e inmediato. Es nuestra única salida. Así que, como decía tu compañero 007, tienes licencia para matar. Pero esta vez hazlo bien, Lilly.

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La historia narrada en la presente novela, junto con los nombres y personajes que aparecen en ella son ficticios, no teniendo intención ni finalidad de inferir identificación alguna con personas reales, vivas o fallecidas, ni con hechos acontecidos. Por lo tanto, tratándose de una obra de ficción, cualquier nombre, personaje, sitio, o hechos mencionados en la novela son producto de la imaginación del autor y no deben ser interpretados como reales. Cualquier similitud a situaciones, organizaciones, hechos, o personas vivas o muertas, pasadas, presentes o futuras es totalmente fruto de la coincidencia.

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