La ficción intenta comprender Argentina
Desde las series, el cine y la novela, los escritores tratan de encontrar sentido a un país sumido en la desesperación
Nada (Disney+) es una miniserie argentina de Mario Cohn y Gastón Duprat. La protagoniza magistralmente Luis Brandoni, que encarna a un crítico gastronómico porteño en una espléndida decadencia. Lo acompaña Robert De Niro en el papel de un escritor neoyorquino que intenta comprenderlo y explicárnoslo con sutiles y breves acotaciones.
El título alude al despojamiento que el crítico descubre como respuesta a la crisis existencial que comienza cuando la muerte de su empleada del hogar lo obliga a salir de su confortable escapismo de snob malhumorado. En el último capítulo (no diremos cómo ni por qué para evitar el spoiler), lanza un mensaje a «su querida audiencia: dejen vivir y no rompan las pelotas».
El personaje de Robert De Niro ya había ido adelantando, en varios de sus sabrosísimos incisos, la importancia de la noción de «pelotas» en el imaginario colectivo argentino. En la voz temblorosa de angustia del crítico resuena el hartazgo descomunal de todo un país. Todo lo que hemos visto en la campaña electoral que acaba de finalizar huele a un fin de ciclo que ya dura demasiado. Los argentinos apenas pueden tragar el mismo plato mil veces recalentado, escondida la podredumbre por todo tipo de especies populistas y corruptas. Ahora, parece, toca Milei.
El crítico gastronómico pide volver a la pureza de los ingredientes esenciales. Por supuesto, se trata de un personaje de ficción. No existe. Quizá tampoco esos ingredientes esenciales: el mismo personaje desmiente que exista una «cocina argentina». Sin embargo, la ficción insiste en, al menos, seguir buscando sentido. Aunque solo sea por mantener vivo algo parecido a la esperanza.
Tradición literaria
Argentina ha sido, es y (probablemente) será un país de narradores de ficción. Ahora abundan también en el ámbito audiovisual, pero se mantiene la tradición literaria. Junto al inevitable futbolista (Maradona mediante, Messi como heredero), el del escritor quizá sea el gran lugar común en la visión que desde fuera tenemos de la argentinidad.
Cuando José Luis Cuerda alojó en el surrealista pueblo manchego de Amanece que no es poco (1989) a todos los tópicos de una España que se negaba a desaparecer, dejó un hueco para un argentino culpable de plagiar a Faulkner que se disculpaba por la presión social. No le quedaba otra que escribir una novela: al fin y al cabo, era argentino.
De hecho, aunque el tema recurrente de Nada es la gastronomía, el motor último de la trama es el bloqueo como escritor del protagonista, que debe desde hace años un libro a su editor. Hace tiempo que su inspiración lo abandonó. No sabe qué más decir de la comida: se limita a pegar sablazos más o menos indecentes en los restaurantes que critica y a dejar pasar la vida en reuniones snobs y discusiones estériles. Su género, cree, está agotado.
No parece casualidad que la narrativa argentina lleve un tiempo abordando con intensidad, o incluso con ansiedad, otro género muy distinto: el de la ciencia ficción. Quizá porque lo que sucede en el país, con el país y contra el país está adquiriendo tintes esotéricos. Cierto que la tradición del género fantástico ya había dado en los buenos tiempos joyas como los cuentos de Borges o La invención de Morel, de Bioy Casares (de hecho, ambos, junto a Silvina Ocampo, pergeñaron una fabulosa Antología de la literatura fantástica). Pero la actualización de esa inquietud ha virado a territorios más oscuros, con la fantasía sobrepasada por señalamientos soterrados al presente.
Hace ya casi 20 años, Pedro Mairal publicó una excepcional novela distópica tan clásica y a la vez tan argentina como El año del desierto (Libros del Asteroide). En ella, la sociedad se desintegraba de forma casi imperceptible cuando del interior (el concepto de desierto frente a civilización es uno de los fundadores del imaginario nacional) llegaba a Buenos Aires un proceso imparable por que las empresas se desintegraban, los supermercados se desabastecían, las personas desaparecían… Lo más fascinante de la novela es su sutileza: el desasosiego por lo incomprensible e inevitable del proceso en marcha.
Aunque el exponente más destacado de esta nueva ola quizá sea Mariana Enríquez. En Nuestra parte de noche, Premio Anagrama de 2019, traza el on the road de un padre y un hijo desde Buenos Aires a las cataratas de Iguazú marcado por extraños rituales y realidades paralelas que explican (solo eso podría) las heridas que los argentinos insisten en infligirse. De nuevo, el fatalismo y el misterio, la maldad inefable que flota en el ambiente.
Una lista parecida (con perdón, es un decir) que acaba de sacar The Economist con el más genérico título de What to read about Argentina incluye a Enríquez en un trío con Claudia Piñero y, sobre todo, Samanta Schweblin. De esta última escoge acertadamente Distancia de rescate (curiosamente traducida al inglés como Fever Dream); aunque su consolidación le ha llegado por la reciente Kentukis. Esta novela de 2014 es más argentina y comparte esa sensación de extrañamiento y de inquietante irrealidad.
Violencia y división
Las recomendaciones de The Economist se extienden, lógicamente, por libros de historia y política, pero deja caer interesantes títulos de ficción, como el ya mencionado o el Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, imprescindible para acercarse a la paranoia peronista. Más aún, el semanario británico propone algo parecido (salvando las distancias) al ejercicio de Robert De Niro en Nada: otro estadounidense, Nicolas Shumway, explora, desde el punto de vista académico, en The Invention of Argentina (University of California Press) las «raíces rectoras» del nacionalismo argentino, que se hunden en el siglo XIX en «una mitología de exclusión más que un ideal nacional unificador, una receta para la división más que un pluralismo consensual». Indigesta receta.
Algunos insisten en continuar la búsqueda del hilo del sentido en la Historia por los sangrientos vericuetos del siglo XX. Eduardo Sacheri, quizás el novelista más popular de Argentina tras el Oscar a la versión cinematográfica de El secreto de sus ojos, ha publicado este año Nosotros dos en la tormenta (Alfaguara), en la que bucea en la violencia de la izquierda de los 70. Aquella locura que se instaló en la política argentina llevó a desmanes terribles, pero su prolongación conduce directamente al esoterismo electoral: en una entrevista reciente, el autor nos explicaba que «nada impide que Milei sea peronista dentro de dos años». Aunque toda su campaña se base en demonizar el movimiento peronista. Puro surrealismo. Veremos.
Otros se valen de las herramientas del género negro para saltar a la pringosa actualidad del siglo XXI. Es el caso de Jorge Fernández Díaz, que en 2014 presentó al fascinante espía Remil en la novela El puñal, a la que han seguido La herida y La traición (Destino).
En todas ellas aparecen al descubierto las miserias de los entresijos de un poder inevitablemente podrido.
En el audiovisual, la serie El Reino hace otro tanto, pero desde una perspectiva que la entronca con los géneros antes mencionados: el asalto al poder lo ejecuta un polémico televangelista que se convierte en el favorito a la presidencia de Argentina tras la muerte del otro candidato. ¿Hasta dónde puede llegar el populismo?
Esta selección de títulos, repito, no pretende ser más que un breve trazo impresionista de ciertas sensaciones que deja la ficción de un país inabarcable y, en definitiva, inclasificable. En la escena final de Nada, Robert de Niro concluye preguntándose retóricamente qué más puede decir de su amigo. No creo que resulte muy grave el spoiler (ni respecto a la serie ni respecto a la República Argentina): «Nada».