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Eduardo Sacheri: «Nada impide que Milei sea peronista dentro de dos años»

El novelista más popular de Argentina retrata en ‘Nosotros dos en la tormenta’ la violencia de la izquierda de los 70

Eduardo Sacheri: «Nada impide que Milei sea peronista dentro de dos años»

Eduardo Sacheri. | Victoria Cornejo

Eduardo Sacheri (Castelar, 1967) es padre, historiador y argentino. Una combinación terrible. La sobrelleva canalizándola a través de la literatura, y no le ha ido nada mal: comenzó a escribir en los años 90, pero su popularidad despegó en 2009 con la adaptación cinematográfica de su novela La pregunta de sus ojos (2005), que se llevó el Oscar a la mejor película extranjera con el título de El secreto de sus ojos. Después, Papeles en el viento (2012) y La noche de la Usina (2016), que ganó el Premio Alfaguara, tuvieron también versiones cinematográficas muy exitosas. 

Ahora, con Nosotros dos en la tormenta (Alfaguara), y en vísperas de unas elecciones muy calientes en su país, toca una fibra sensible del imaginario colectivo argentino: los movimientos revolucionarios de izquierdas. Decidió ambientar la novela en 1975, «justo antes de la dictadura más famosa, la icónica de Videla, Massera, los Desaparecidos… Gobernaba, con un gobierno constitucional, electo, Isabel Perón, la viuda del general Perón, que había muerto en el ejercicio del poder el año anterior, y las organizaciones revolucionarias eran más numerosas, activas e influyentes que nunca en la realidad política ya de por sí caótica de la Argentina de aquel momento, se sentían más cerca de conquistar el poder, de lograr su victoria revolucionaria».

Portada de Nosotros dos en la tormenta

Explica Sacheri que se trata de «una novela sobre la violencia política», en la que aparecen «tanto quienes la ejecutan como quienes la padecen». De estructura coral, con varias tramas cruzadas, «los dos protagonistas centrales son miembros de las dos principales organizaciones: Montoneros, peronista, y el Ejército Revolucionario del Pueblo, maoísta y guevarista». 

Un tema «muy poco explorado en Argentina»… hasta hace poco. «La realidad política en Argentina es tan cambiante que hace un año hubiera dicho que era un tabú y punto. Y eso era lo que me atraía. De hecho, la novela estaba ya prácticamente  terminada cuando ha cambiado el panorama… pero no de la manera que yo hubiera deseado».

«En la Argentina de los 70 la violencia era vista por distintos actores políticos como algo legítimo»

Veremos por qué, pero antes desarrollemos la cuestión del tabú. «No es que la Argentina de los años 70 fuera muy violenta, es que la violencia era vista por distintos actores políticos como algo absolutamente legítimo. No solo por estos jóvenes revolucionarios. Por todos. El Gobierno de Isabel Perón, por ejemplo, contaba con toda una estructura parapolicial, la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Y los sindicatos también eran absolutamente violentos. Y la policía. Y los militares, que después harían una orgía de sangre en la dictadura». 

Sobre esa situación, difícil de justificar desde la sensibilidad actual, se construyó el tabú: «Una de las pocas cosas que aprendió nuestra sociedad con la democracia fue que la violencia está mal. Por eso a la izquierda actual, al kirchnerismo en el gobierno, le resulta muy incómoda esa generación de jóvenes que pensaban que la violencia era una herramienta necesaria. En lugar de conversar sobre ello diciendo simplemente que ahora piensan de otra manera, idealizan ese pasado, creando una versión romántica. Y a mí, por mi profesión de base como licenciado en Historia, no me gustan esas operaciones».

Un tabú, además, asimétrico: de la violencia del otro lado sí que se habla. «Hasta la extenuación. Pero hay que tener en cuenta que los militares actuaron desde la estructura del Estado, con un nivel tremendo de impunidad y masividad. De ahí surge la incomodidad de pensar de que si uno habla de la otra violencia le van a decir que está justificando la de los militares». La teoría de los dos demonios… A la que no se apunta Sacheri: «No propongo una simetría, sino hablar de todas las violencias, porque, además, el espacio de esos silencios impuestos y solemnes lo terminan ocupado discursos extremos». 

Y aquí vamos con los que ha pasado de un año a esta parte: «La candidata a vicepresidenta de uno de los candidatos a las elecciones [el día 22 de este mes] tiene un discurso muy encendido en relación con la violencia y bastante amigable respecto a los militares de la dictadura. Por eso digo que, para que no broten esas sombras que va creando el silencio, necesitamos conversaciones razonables».

Aunque no se trata solo de un fenómeno argentino. «Puede ser algo global, no sé… Me da la sensación de que en los últimos 10 o 15 años tal vez hemos dotado la defensa de causas importantes y las reivindicaciones que consideramos justas de una solemnidad y un principismo, casi como de exclusiva posesión de la verdad, que han generado rechazo en vez de diálogo. Y ese rechazo termina emergiendo de las peores formas. Después nos asombran ciertas reacciones, pero a veces somos incapaces de vincular esas desmesuras con algún error nuestro. Y cuando digo nuestro me refiero a quienes tenemos, más o menos, una voz».

La suya martillea una y otra vez sobre sus compatriotas. La pregunta de sus ojos se centra en la violencia de parapolicial del Gobierno de Isabel Perón, y su otro gran éxito de público, La noche de la usina, tiene como escenario la crisis del corralito de 2001. Pero las preguntas que surgen de Nosotros dos en la tormenta quizá tengan un alcance aún mayor: «Si bien mis novelas son ficciones, también me gusta que a su modo interroguen a la sociedad, tanto la de mi país como en general, sobre ciertos temas más históricos, más sociales, más colectivos. Por ejemplo, sobre la violencia. ¿Tenemos derecho a dañar vidas en nombre de valores? ¿Quién decide quién es el enemigo?»

«Como lector, me molesta sentir que el autor me está señalando el bien»

La textura de ese análisis general se vuelve más densa en la encarnación narrativa: «El carácter suburbano de estos jóvenes que protagonizan la novela también define los alcances de sus víctimas. Geográficamente, la novela se ancla en mi pueblo, Castelar, a 40 kilómetros de Buenos Aires, en un entorno de lo que en Argentina llamamos un barrio tranquilo, de gente que más o menos se conoce. Por eso los protagonistas del ERP no atentan contra Isabel Perón, sino contra un coronel que vive en el pueblo de al lado. ¿Por qué? Porque es el que tienen a mano. Y eso me parece de una hondura trágica aplicable a cualquier sociedad y a sus violencias».

La maestría narrativa de Sacheri, su talento para crear ritmo desde la estructura del relato y la naturalidad de los diálogos permite introducir preguntas sobre ideas tan poderosas como «el pueblo» o «el poder» en una atmósfera muy entrañable, uno de los fuertes de sus novelas. Los personajes, más que cercanos, podrían ser tu hermano o tu primo. «Busco personas, no estereotipos, independientemente de lo bien o mal que me caigan. Como lector, me molesta sentir que el autor me está señalando el bien, y una manera de hacerlo es a través de personajes chatos, sin volumen, complejidad, matices. Un objetivo importante de esta novela fue volverme difícil de rastrear en mis simpatías para permitirle al lector simpatizar con quien quisiera: me parece correcto si te cae bien el trosko y sus certezas o el montonero y sus dudas o el hijo del empresario secuestrado o la hija del profesor que no sabe dónde se está metiendo».

Aunque no es una novela de tesis, las ideas están ahí, latiendo con una fiereza a veces sorprendente. La locura de la izquierda revolucionaria se muestra en la convicción absoluta, sin matices, de que su causa lo justifica todo, una actitud escalofriantemente parecida a la fe de un fanático religioso. «Eso lo dices tú. En Argentina y en México he encontrado periodistas enamorados de esos dos personajes y de su idealismo y sus certezas. Eso a mí me satisface. No que saquen esa conclusión, sino que puedan sacarla, que puedan recorrer así la novela». El entusiasmo al explicarlo expresa la fascinación por «esa diversidad de la apropiación» que cada lector le regala a su trabajo. Un coleccionista de perspectivas.

Eduardo Sacheri

En general, la respuesta a la novela en Argentina ha sido positiva. Lo más interesante quizá sea que no recibiera críticas por saltarse el mencionado tabú… «salvo de algún periodista muy vinculado con el kirchnerismo. La izquierda dura la recibió bien, hasta Prensa Obrera le hizo una reseña muy elogiosa, pero también les encantó a organizaciones de familiares de víctimas de la guerrilla». 

Sin embargo, desde el partido supuestamente moderado que ocupa el gobierno actual… «No fue una crítica estructural del kirchnerismo», aclara Sacheri, «sino que a algún miembro del kirchnerismo parece que le ha incomodado esta… cómo explicarlo… esta desidealización.  Dijeron que justificaba el terrorismo de Estado por mostrar que los guerrilleros no eran muchachos que luchaban por la restauración de la democracia. Lo hacían por la revolución social y de manera violenta. Eso es lo que defendían, y algún excombatiente me agradeció que lo dejara claro: ‘No buscábamos la restauración de la democracia burguesa, éramos combatientes’». Resulta muy significativo que la novela arranque con la derrota electoral de los montoneros, que básicamente deciden que hay que dejarse de pamplinas y sacar «los fierros». Ni siquiera alegan un tongo en las elecciones: simplemente, «el pueblo» se deja engañar por la retórica burguesa, por lo que hay que «interpretar» la realidad por él y liberarlo a balazos de la esclavitud que es incapaz de ver por sí mismo.  

Curiosamente, esos fanáticos se proclamaban peronistas… como el gobierno burgués contra el que luchaban, encabezado por la viuda del mismísimo Perón. Tremendo rompecabezas. ¿Qué es el peronismo? «Es muy difícil definir algo que ya tiene casi 80 años de vida», advierte Sacheri ante la gran pregunta. Pero la socialdemocracia, el liberalismo o el comunismo, por ejemplo, tienen más y no llegan a estos niveles de enrevesamiento… El atribulado profesor de Historia argentino se embarca en un esfuerzo épico que lo honra.

«El peronismo tiene una enorme capacidad para reinventarse y conservar el poder»

«El peronismo nació como un movimiento de derecha popular con un énfasis en los derechos sociales y un interés bastante menos manifiesto en la democracia republicana liberal». Su fundador, el militar Juan Domingo Perón, no ocultaba sus simpatías hacia la España franquista. «Pero, sobre todo, por Mussolini, aunque sin la agresividad militarista, expansionista; y si bien el fascismo tampoco tuvo el énfasis étnico o racista del nazismo, el peronismo aún menos. Después supo pendular, sobre todo con el Perón del exilio en Madrid [con Franco aún en el poder], que sonaba a líder socialista. Aunque el Perón que regresó a morir a la Argentina como presidente era de nuevo de la derecha clásica. Una vez muerto el fundador, la siguiente etapa peronista, la de Menem, fue neoliberal, y el kirchnerismo volvió a la izquierda».

¿Cuál es, entonces, el núcleo común? Si lo hay… «Yo creo que una enorme capacidad para reinventarse y conservar el poder. Una gran capacidad para generar discurso y sostener símbolos antitéticos con el periodo anterior de su propia historia. Se trata de una estructura de poder que, de algún modo, se identifica con el elector argentino. Hay algo emocional, de satisfacción de necesidades, de protección, de fuerte liderazgo, de mucho carisma». 

En un alucinante «más difícil todavía», se atisba una nueva pirueta de dimensiones colosales. «Nada impide que dentro de dos años Milei sea peronista. De hecho, numerosos analistas argentinos imaginan una confluencia futura con el peronismo pendulando de nuevo a la derecha». Pero Milei basa su discurso precisamente en que el peronismo es el mal. «Da igual». 

Con todos los respetos, suena un tanto esquizofrénico. Quizá haya que acudir al psicoanálisis, tan del gusto de los argentinos, para encontrar algún desarreglo con la figura paterna. ¿Tiene que matar Argentina al padre peronista con algún acto simbólico significativo? «O a la madre», apunta Sacheri. Cierto. De hecho, en la novela se cita una revista que lleva por nombre Evita Montonera. Pero ya entrar en el mito de Evita… 

«Es todo muy complicado. Hay una adhesión emocional tal, que el votante peronista piensa que, si el líder cambia, por algo será. Si mañana los líderes del peronismo vuelven a encontrar en el neoliberalismo la solución de la Argentina, como en los 90, pues adelante. De hecho, todos los cuadros medios del kirchnerismo fueron menemistas en los 90». ¿Perdón?  «Entiendo que a vos te cueste imaginarlo, pero es como si dentro de siete años te encontraras con un gobierno de Vox cuyos cuadros medios son todos de Podemos. Y no pasaría nada». Cielos.

Insisto en la metáfora freudiana para volver a Nosotros dos en la tormenta cargado con una paradoja fundamental en la novela. El título alude a los monólogos en los que un padre refleja todo lo que no se atreve a decirle a su hijo guerrillero, de una tremenda densidad dramática. «En todas las novelas», se sincera Sacheri, «aunque estoy inventando una historia, hablo de cosas que me importan a mí. Y la paternidad es una de ellas desde mi niñez en la que perdí a mi padre; desde la adolescencia en la que no lo tuve; desde la juventud en la que necesité construirme a mí mismo como padre, y ahora, en los inicios de mi vejez, cuando mis hijos tienen la edad de los protagonistas. Te diría que es una necesidad existencial que canalizo, entre otras vías, por la escritura». 

Además, y aquí viene la paradoja, «la guerra revolucionaria en mi país fue una cuestión generacional, de hijos enfrentados a sus padres». Enfrentamiento, una vez más, solapado por el discurso oficial. «Las madres de Plaza de Mayo siempre manifestaron una adhesión total hacia sus hijos, un acompañamiento, una convicción. Yo quería pensar en uno de los muchos padres que no comulgaban en absoluto con lo que sus hijos estaban haciendo. ¿Cómo convive la repulsa absoluta a los actos de tu hijo con el amor más absoluto hacia él? Debe haber sido… Porque hay, además, un instinto de protección. ¡Si yo estaba preocupado porque mis hijos de veintitantos iban ayer al estadio de Independiente y tenían que volver solos a casa! ¿Qué pensaría yo si vivieran en la clandestinidad haciendo una guerra revolucionaria?»

Tras la conexión personal de esas angustias separadas por casi medio siglo se intuye una profunda inmersión del novelista en su obra. «La novela me ha llevado unos cinco años, aunque no de dedicación exclusiva. Más o menos tres de investigación y dos de escritura. Hubo mucho trabajo académico, porque el tema está ya muy bien tratado en las universidades argentinas». ¿No hay tabú en la universidad? «Hay, pero poco. En los prólogos de los libros, por ejemplo, se suele aclarar que investigar ese tema no significa que… Pero se investiga. Tanto estructura interna como ideologías, prensa, contacto con la sociedad… Hay muy buenos trabajos». También entrevistó a implicados en los hechos. «No mucho, porque mi idea no era hacer un trabajo de historia, pero sí hablé con algunos excombatientes y alguna víctima superviviente y algún familiar de víctima». 

Uno de los «operativos» centrales de la novela incluye una circunstancia tan extrema que podría levantar las suspicacias de un lector susceptible: un joven montonero convence a su comando de secuestrar al hijo de 14 años de un empresario que es… su vecino. «Eso pasó. Absolutamente. Te diría que moderé un poco los extremos de la situación para que fuera más verosímil. Por otro lado, es muy lógico en una guerra doméstica». ¡Pero está secuestrando a un chiquillo al que ve jugar desde la casa de enfrente! «Ya. Pero estás haciendo una guerra de liberación. ¿Entendés? Depende de dónde te pares…»

Difícil de entender, la verdad. Pero Sacheri sigue adelante, inasequible al desaliento con esa especie de psicoanálisis narrativo sin pretensiones (la metáfora es mía, ojo, no suya) que parece ensayar su obra. De hecho, su siguiente novela tratará «otro momento incómodo. Porque siento…». Duda. Le cuesta expresar esa necesidad de meterse en los más intrincados laberintos del alma torturada de su país. «Siento que hay cosas que tenemos que hablar antes de morirnos. Los que las vivimos. Y uno es la Guerra de Malvinas. Hay gran cantidad de trabajos académicos interesantísimos, pero filmes de ficción debe de haber dos; novelas, unas cinco…  Cuando es el gran trauma». 

«Si sale Milei, asistiremos a un fenómeno de nueva metamorfosis del peronismo»

¿Otro tabú? «Me da la sensación de que en Argentina solo podemos hablar de nuestros traumas cuando no generan conflicto y hemos construido un consenso alrededor, como pasa con el terrorismo de Estado. Me parece terrible. Hay que construir sobre la conversación. No voy a ser yo con una novela, ni con esta ni con otra, el que establezca un sentido común. Pero empecemos a hablar. Y el estudio histórico será necesario, pero no suficiente. La ficción interpela al pasado de otro modo, a su manera. Por supuesto, hay que tratar estos temas con respeto, con cuidado… ¡Pero hablemos! No temamos hablar. Yo voy a hacerlo con todo el respeto que pueda, y que otras personas hagan lo mismo, y que eso nos vaya quedando». 

La conversación deriva natural, y casi inevitablemente, hacia la política. De nuevo el caso Milei, «este muchacho tan… histriónico. Si sale, asistiremos a un fenómeno de nueva metamorfosis del peronismo, para mí sería interesantísimo. No digo bueno, sino interesante. De hecho, ya está en marcha, porque hay sectores del peronismo que tienen esta habilidad excepcional para oler el futuro. Es fascinante». 

La política argentina no supera la ficción, la deja a años luz. Todo adquiere la extraña densidad de los sueños. Precisamente en Nosotros dos en la tormenta hay una escena tremenda en la que el padre antes mencionado recuerda la «risa desganada» de su hijo «hablando de que mi sueño fallido era que heredaras la semillería». Porque, claro, «qué podía representar de interesante que yo te ofreciera: ‘Vení de lunes a viernes y los sábados a la mañana para que vayas aprendiendo los secretos de cómo manejar una semillería’ si vos tenías secretos mucho más interesantes (…) desde cómo militar en un partido clandestino como el PRT hasta cómo iniciarte en una puta guerra revolucionaria? Sí. Mi sueño, para vos, era una mierda (…) Me dijiste que los únicos sueños que valían la pena eran los sueños grandes y los sueños colectivos».

¿Hay un exceso de quijotismo en la Argentina? «Yo creo que hay un gran problema de inmadurez. Somos extremadamente inmaduros», reconoce Sacheri. Sin embargo, el arquetipo del argentino pinta a un tipo con un discurso sofisticado, una especie de aura intelectual… «Sí, pero de a uno». Grandioso. «Es un poco largo para explicarlo, pero…» De nuevo el historiador impenitente: «La Argentina de principios del siglo XX creció de manera estupenda a partir de ciertos valores: el sacrificio, el trabajo duro, la paciencia, la fe en el progreso, el estudio, la apuesta por la generación de tus hijos. Estoy pensando en ese argentino inmigrante. Sin embargo, esos valores llevan ya 50 años de descrédito porque los hijos y, sobre todo, los nietos de esa cultura quieren quieren salir del laberinto por encima. Eso define a los chicos que aparecen en el libro: la falta de paciencia». 

¿No se ha aprendido nada después de tanto dolor? «Te diría que hoy es peor aún, en el sentido de que el esfuerzo tiene mala prensa, el respeto a la ley tiene mala prensa, la disciplina tiene mala prensa, el dar pasos sucesivos para salir del infierno tiene mala prensa». ¿Qué tiene buena prensa? «Un salvador. Esperamos un mesías. Durante las dos primeras décadas del siglo, Néstor Kirchner y sobre todo su mujer actuaron como tal. Y cuando daba la sensación, hace un par de años, de que habíamos dejado de creer en los mesías… Se construye uno nuevo. Por eso yo digo que el problema no es el mesías, sino la feligresía»

Curioso. «En Argentina la fe religiosa no tiene una traducción política. Es un país muy laico. Pero tenemos esa feligresía laica». A lo mejor tiene que ver con aquello que dijo Chesterton de que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.

Pero la conversación tiene que terminar. No por gusto de Sacheri, que seguiría hablando si los responsables de la editorial no lo rescataran. Se despide cordial. Le agradezco la densidad de la entrevista. «Bueno, espero que esto no me genere problemas en Argentina… que seguramente me los generará. Pero qué se le va a hacer. Si hablamos, hablamos».

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