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‘El ADN del delito’: el éxito de Netflix que no gusta a los críticos

La serie intenta copiar el modelo de acción occidental, pero con una historia que se mueve entre Brasil y Paraguay

‘El ADN del delito’: el éxito de Netflix que no gusta a los críticos

Una imagen promocional de la serie. | Netflix

El ADN del delito, DNA do Crime en su título original, es un thriller correcto, que rinde honor a los personajes clásicos del género que hemos visto toda la vida: el antihéroe obsesionado con la venganza, su pareja de labores más racional, los novatos con dilemas éticos y morales y el infiltrado que no muestra sus cartas hasta los últimos capítulos. Sí, aquí no hay mucho material original… salvo el escenario.

El público está acostumbrado a ver historias que vienen desde los límites fronterizos entre Estados Unidos y México. De hecho parece que no se cansa de esas imágenes conocidas. Sin embargo, esta producción de Netflix se mueve por otros caminos: recorre las carreteras y ríos que Brasil comparte con Paraguay. Son zonas dominadas por grupos criminales que suelen comprar a funcionarios y lugareños, lo que facilita las operaciones ilegales. 

En ese contexto, la serie de ocho capítulos, según la sinopsis, sigue «el complejo trabajo de los policías federales en una investigación sin precedentes que culmina con el inicio de un hilo que desentraña, como ningún otro, la construcción del crimen en el país». El tráiler cuenta más: 

El ADN del delito, entre las más vistas

El ADN del delito se ubica en el top 3 de lo más visto en Latinoamérica, mientras que en su segunda semana, ocupa el puesto 6 en España. Nada mal si tomamos en cuenta que la serie creada por Heitor Dhalia, Aly Muritiba y Bernardo Barcellos se estrenó sin mucha publicidad, no tanta como El juego del calamar: El desafío, que está triunfando en todo el mundo. Además, esta producción brasileña no ha sido favorecida por la crítica que, palabras más o menos, la ha calificado como una mala copia de otros seriados. ¿Es cierto?

El éxito de todas las series que tienen a narcotraficantes como protagonistas demuestra que hay un público ávido de relatos de antihéroes, enfrentamientos, traiciones y explosiones. No sorprende, si repasamos cómo Clint Eastwood (Harry el sucio), Charles Bronson (Yo soy la justicia), Liam Neeson (Venganza) y hasta Denzel Washington (The Equalizer) se ganaron un nombre interpretando el mismo papel, eso sí. El Benício (Rômulo Braga) de ADN del delito, es un heredero de esta estirpe masculina. Tipos duros que están dispuestos a romper los códigos éticos para conseguir lo que creen es la justicia. 

No obstante, para desgracias del espectador, Rômulo Braga no tiene el cinismo de Eastwood, ni la mirada asesina de Bronson, ni la voz intimidante de Neeson y mucho menos el carisma metódico de Washington. No es su culpa, al menos no solamente. El guion de El ADN del delito le obliga a interpretar a un policía alcohólico y deprimido en los primeros compases y luego, por obra y gracia de los escritores, se transforma en un gigoló maduro, que toma margaritas y en la noche reparte patadas a lo Jason Statham en una discoteca. Para ser un hombre que pareciera sumido en la depresión, no repara un segundo en conquistar a cuanta mujer atractiva le pase por su lado, sea madura o no.

No es el único que se mueve en una línea argumental que reta la verosimilitud. El equipo que conforma la investigación principal ha sido mil veces visto en series como CSI, serie a la que por cierto hacen referencia quien sabe si en un intento de autoparodiarse o picarle adelante a la crítica por las comparaciones. En todo caso, sí, todo es muy arquetípico. Eso incluye una crisis matrimonial medio panfletaria. Este punto es uno de los más bajos, pese al buen hacer de Maeve Jinkins (Suellen). Esta subtrama, que pudo funcionar para hablar en profundidad de cómo en efecto la vida de un policía suele ser compleja y solitaria, se desperdicia al estar llena de lugares comunes. Que la dinámica se invierta por ser la mujer la que tiene problemas para combinar su trabajo con su vida personal, no cambia nada. 

Mal guión, excelente factura

Si el lector ha llegado a este punto, se debe preguntar por qué le dedicamos tantas líneas a la serie si el El ADN del delito presenta obvios problemas de escritura. Es porque, a pesar de todas las fallas, hablamos de un trabajo que entretiene y si estás aburrido, se ve en un pispás. Además, para quienes conocemos poco de la geografía que une a brasileños y paraguayos, resulta un abrebocas aleccionador interesante.

Como se ve en el tráiler, la voz en off nos invita a poner el ojo en lo que Brasil está exportando: violencia y estructura criminal organizada. Cada golpe que los delincuentes dan, parece planificado por El profesor de La Casa de Papel. Quiero decir, entre choques, explosiones y tiroteos, el espectador termina ganado por los fuegos artificiales. Fuegos que están muy bien coreografiados. 

A lo anterior también ayuda que los personajes antagónicos son mil veces más interesantes que los propios protagonistas. Destaca, por supuesto, Thomas Aquino. El actor de la fantástica Bacurau se mueve como pez en el agua dándole credibilidad a un personaje imperturbable, al que no le tiembla el pulso para hacer explotar en mil pedazos a policías mientras cita versos bíblicos. No se confundan, no es Jules (Samuel L. Jackson), de Pulp Fiction. Es un asesino con ciertas convicciones verosímiles en el relato, precisamente lo que le hace falta a Benício. 

En conclusión, estamos ante una serie que no cambiará la historia de la televisión, pero que puede verse como una película de serie B, sin detenerte en los detalles, porque si lo haces, le encontrarás las costuras. A veces, en algunas oportunidades, para disfrutar de la vida, lo mejor es dejarse llevar.

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