Napoleón según Hollywood
La película de Ridley Scott ha provocado duras críticas de profesionales y aficionados a la Historia
«Más que un error un crimen», titulaba su reseña del Napoleón de Ridley Scott en una revista de divulgación histórica el historiador Francisco Gracia Alonso, de la Universidad de Barcelona. Es una muestra de la tendencia generalizada. El público lego en Historia la aprueba sin grandes entusiasmos, los que entienden de esa disciplina la sentencian a muerte. Más allá de las licencias artísticas que se toleran a películas y novelas, el film de Scott es un despropósito monumental, una muestra de esa aberración llamada «la Historia según Hollywood».
Scott intenta contarnos en dos horas y media toda la peripecia vital de uno de los personajes que más cosas hicieron en la Historia, mezclando una demencial relación amorosa con Josefina –«conquistó el mundo para tratar de ganar su amor», opina literalmente Scott- con nada menos que seis grandes batallas, desde el sitio de Toulon en 1793 a Waterloo en 1815.
Hace casi un siglo, un reconocido genio del cine, Abel Gance, necesitó cinco horas y media para su obra maestra, el Napoleón de 1927, y eso que su relato solamente abarcaba 15 años, desde la adolescencia de Bonaparte en el colegio militar de Brienne hasta su primera victoria como general recién nombrado, la poco conocida batalla de Montenotte (1796), que abrió su triunfal campaña en Italia.
Gance conmocionó el cine y estableció un hito. La figura del Gran Corso ya había llamado la atención de los primitivos cineastas. Nada menos que en 1897 se produjo Entrevista de Napoleón y el Papa, que solamente tenía un minuto de duración. Las sucesivas incursiones en la epopeya napoleónica eran cortometrajes de entre 10 y 15 minutos, pero Abel Gance decidió emular el cine épico que había hecho en un lejano lugar llamado Hollywood D.W. Griffith, conocido como «el padre del cine». Griffith había dirigido en 1916 Intolerancia, que duraba tres horas, pero el proyecto de Gance fue aún más grandioso, con una película el doble de larga en la que el francés emplearía 6.000 extras y 2.000 caballos.
Además Abel Gance revolucionó la técnica, pues inventó la polyvision, que consistía en rodar con tres cámaras y luego proyectar la triple imagen en una sola pantalla de grandes dimensiones. Como muestra de la impresión que causaría Napoleón en el mundo cultural francés, hay que señalar que la película no fue estrenada en una sala de cine, sino en el Teatro de la Ópera de París.
Y en esas llegó Hollywood, aunque con dos caras, una digna y la otra infame. La primera estuvo a cargo de otro dios consagrado del Olimpo cinematográfico, John Ford. En 1928, solamente un año después de la obra de Gance, Ford filmó El barbero de Napoleón, una cinta de media hora. Ford tenía lo que Abel Gance había echado más de menos, el sonido, pues fue una de las primeras películas habladas. «All talking» (toda hablada) anunciaban los carteles del film, que estaba basado en un monólogo teatral de Arthur Caesar, según Bernard Shaw el mejor de la lengua inglesa. Por desgracia esta película se perdió, como otras de John Ford, que quizá haya sido el más prolífico director de cine.
La sombra de la Metro
La parte del villano la asumió la productora Metro Goldwyn Mayer, que le compró a Abel Gance los derechos sobre su invento, la polyvision, para impedir su desarrollo. La Metro, que poseía muchas salas de cine, pensaba que si se imponía esa forma revolucionaria de proyección le saldría muy caro adaptar sus locales. La productora también compró los derechos de exhibición en Estados Unidos del Napoleón de Gance, mutilando su metraje sin piedad y quitando la triple imagen de la polyvision.
Un monumento cultural como el Napoleón de Abel Gance, con una vida que abarca un siglo, se ha manifestado en una veintena de versiones distintas, unas buenas y otras malas. El propio Gance realizó una con sonido en 1934. En un momento dado Napoleón se consideró perdida, como tantas obras del cine mudo, pero un historiador cinematográfico británico, Kevin Brownlow, dedicó más de veinte años de investigación y trabajo a reconstruirla a base de los fragmentos aislados que iba rescatando de aquí y de allá.
Francis Ford Coppola se interesó por el proyecto de Brownlow, en una especie de reparación de los pecados de Hollywood con Napoleón. En 1981 se pudo presentar en Nueva York una restauración bastante completa, de casi cuatro horas (235 minutos, exactamente), a la que puso música Carmine Coppola, padre de Francis Ford Coppola. El estreno europeo de esa versión fue un espectáculo de una grandiosidad que le hacía justicia a la obra maestra de Gance, pues tuvo lugar en el Coliseo de Roma, ante 5.000 espectadores, con la orquesta sinfónica de la RAI dirigida por el propio Carmine Coppola.
Posteriormente el historiador Bronlow consiguió rescatar los fragmentos que faltaban y hacer una nueva versión de cinco horas y media, su duración original.
Entre Abel Gance y Ridley Scott se han hecho unas treinta películas alrededor de la figura de Napoleón, que no sólo fue el estratega más grande de la Historia, sino también el político que aplicó con pragmatismo las nuevas ideas de la Revolución Francesa, el que implantó con el Código Napoleón el estado de derecho moderno, el emancipador de los judíos, el inventor de los museos de arte.
En alguno de esos films se trataban los aspectos sentimentales del hombre que conquistó Europa. En María Walewska (1937) la auténtica protagonista era la condesa polaca interpretada por un mito del cine, Greta Garbo, que según Hollywood sacrificó su virtud para conseguir que Napoleón (interpretado por Charles Boyer) le otorgase la libertad a Polonia. En realidad Napoleón creó un protectorado, el Gran Ducado de Varsovia, como un estado-tapón entre dos de sus adversarios, Rusia y Prusia, y su relación adúltera con María Waleska, con la que engendró un hijo, fue una de las muchas que mantuvo, un privilegio de los monarcas de aquellas épocas.
En Desirée (1954) se relataba en cambio un desencuentro, la de un joven Napoleón encarnado por otro mito, Marlon Brando, y su novia de 17 años, Desirée, abandonada tras conocer Napoleón a Josefina. El binomio femenino fue interpretado por la dulce Jean Simons como Desirée y la veterana Merle Oberon como Josefina. En la Historia real Desirée Clary, cuya hermana se casaría con José Bonaparte y sería por tanto efímera reina de España, se consoló casándose con otro general de Napoleón, Bernadotte, y se convirtió en reina de Suecia cuando los suecos le ofrecieron la corona a su marido. Sus descendientes reinan todavía en Estocolmo, mientras que los Bonaparte perdieron todas sus coronas y terminaron en el exilio.
En estas películas había, por supuesto, muchas licencias artísticas con la Historia, aunque nunca tan burdas como las de Ridley Scott.