Ramiro Sanchiz: variaciones de la ciencia ficción
El autor uruguayo explica los entresijos de ‘Un pianista de provincias’, una novela distópica preñada de filosofía
La literatura de Ramiro Sanchiz (Montevideo, 1978) no es recomendable para todos los públicos. No es lectura fácil. El riesgo de leerla abre, eso sí, las puertas de una posibilidad muy sugerente: quien conecte con ella encontrará un territorio diferente, algo realmente especial. Centrado desde sus orígenes en el género de la ciencia ficción, Sanchiz acumula ya más de 20 libros publicados, pero la culminación de su carrera parece haber llegado con la creación de un personaje, Federico Stahl, del que desgrana diferentes facetas en cada nueva novela. La última, Un pianista de provincias, lo retrata como un músico atormentado que gira por un Uruguay asolado, como el resto del mundo, por una extraña plaga.
El lector que se atreva a seguir sus pasos se encontrará una atmósfera extraña, a medio camino entre lo onírico, lo simbólico o, directamente, la locura. De fondo, la música de las variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, que obsesionan al protagonista y se intuyen como clave paradójica: siempre al filo de explicar el misterio, en realidad lo multiplica.
El estilo, denso y evocativo, es intachable desde el punto de vista literario y está plagada de referencias culturales más o menos evidentes y sofisticadas reflexiones filosóficas. No es un libro de aventuras. No es, digamos, divertido. Pero Sanchiz le reclama una pertenencia con todos los derechos al género de la ciencia ficción: «Su base, la especulación, no es muy distinta a la que la ciencia ficción lleva haciendo desde hace décadas».
En ese sentido, Un pianista de provincias «advierte de posibles riesgos apocalípticos». Aunque, y aquí empieza lo especial, «no tiene ciertas marcas del género postapocalíptico, como zombis o cosas por el estilo», porque «lo que plantea es una catástrofe que no incide en la extinción o en un riesgo existencial tan importante para la especie humana».
No es fácil resumir esa catástrofe, cuyos detalles van apareciendo voluntaria y hábilmente distorsionados a lo largo de la trama. Por eso (¿en venganza?), le pedimos al autor que aclare los hechos: «Más o menos a fines de los 90 [del pasado siglo], se da una cadena de acontecimientos, probablemente relacionados, que incluyen el agotamiento de las reservas de petróleo mundiales y la aparición de un microorganismo o forma de vida o quien sabe qué, capaz de digerir el plástico, de metabolizarlo. Eso, en un mundo contaminado, le da una suerte de ventaja evolutiva».
Golpe a la civilización
Esa inquietante entidad se empieza a propagar «en un contexto de crisis energética e industrial. El resultado es un golpe severo a la estructura de la civilización». La novela transcurre veintitantos años después del estadillo de la crisis. La humanidad ha sobrevivido, pero «coexiste con esta entidad que se replica creando como bosques y galerías, una forma coralina a la que terminan llamando la Maraña».
Esa coexistencia, sin embargo, lo ha cambiado todo. Pero de una forma sutil, a partir de una paradoja fruto de esa originalidad tan contraintuitiva de Sanchiz: «Ya no rige la lógica de la modernidad capitalista tardía, del mundo globalizado y la tecnología omnipresente. El futuro al que llega ese mundo paralelo es más bien un retorno a la modernidad del siglo XIX o comienzos del siglo XX, donde el transporte interoceánico, por ejemplo, no estaba tan difundido y no era posible viajar tan fácilmente. La tecnología permanece, pero ya no es tan accesible».
Ahí aparece Federico Stahl. «Niño prodigio del piano, había vislumbrado una carrera gloriosa, pero la crisis convierte su vida en algo muy gris. Un chanta, como decimos el Río de la Plata [una especie de pícaro, buscavidas], lo convence para hacer una gira por los restos de un entramado de localidades que, sin la interconexión del mundo globalizado, no está tan estratificado en metrópolis y provincias: es todo provincial de algún modo».
La peculiar road movie consiguiente da lugar a una extraña peripecia vital. No vamos a desvelar aquí más detalles para no entrar en la categoría de spoiler. Pasamos, por lo tanto, a las tripas literarias de la novela, que también esconden una trama interesante. «La novela pasó por muchos borradores buscándole un tono que me convenciera». Más allá de la búsqueda habitual del escritor, una circunstancia lo condicionó todo: «La escribí durante la pandemia de COVID, pero no quería narrar una epidemia o una pandemia, sino el mundo de después, en el que ya nos hubiéramos adaptado. Lo que en ese momento se llamaba la nueva normalidad».
Al principio, Sanchiz optó por un «un estilo austero, pretendidamente elegante, mínimo… Y no me salió». Se decidió entonces por otro que considera más propio. Ante la dificultad de explicarlo, remite a una influencia muy concreta: «Mientras escribía, me marcó una relectura de El arcoíris de gravedad, de Pynchon». Palabras mayores. «No quería ser bizarro o absurdo, sino ir a ese semitono que busca complicarle un poco las cosas al lector para que tenga a veces la sensación de perderse y sentirse transportado a un mundo más simple que el que tenemos ahora, pero también muy diferente, porque lo humano no es el eje: está habitado por otras cosas».
Viaje por Uruguay
El reto definitivo del escritor: un vistazo más allá de lo que nuestras categorías humanas se obstinan en ponernos por delante… pero desde las convenciones del lenguaje que han creado esas categorías. Sin embargo, hay algo también muy local, incluso entrañable, que produce una combinación muy sugerente. Los protagonistas viajan por Uruguay y, en plena ensoñación onírica, el protagonista produce un maravilloso contrapunto al hablar, con hastío, de la «magia aburrida» que va encontrando en su recorrido. «Quería presentar el presente alternativo desde la clave de lo maravilloso, pero con ese componente de amargura uruguaya onettiana, por decirlo así, de esta cosa depresiva que tenemos a veces».
Quienes conocen esa joya que es Uruguay quedan a menudo fascinados por su maravillosa lucidez «de perfil bajo», como insisten los locales en adjetivarse, con la innegable sofisticación cultural rioplatense atemperada por la evidencia (¿salvadora?) de no ser porteños. Un matiz más para una ciencia ficción definitivamente rara.
Además, tomando la tangente Onetti por aquello de la novela existencial, podemos entrar en otro aspecto fundamental de Un pianista de provincias. «He trabajado mucho últimamente como traductor de filosofía, empapándome de la del siglo XXI y fines de los 90: la ciberteoría, el aceleracionismo, el realismo especulativo… También he escrito ensayos. Por eso desde 2018 he experimentado un giro hacia ciertos temas, como el pensamiento del antropoceno o incluso del post-antropoceno, todas las críticas al antropocentrismo, a qué entendemos por vida, a cómo nos guiamos por ciertos presupuestos sin damos cuenta de que estamos dando por sentadas muchas cosas…»
Vuelve a sacar aquí Sanchiz el espíritu independiente, irreductible a ciertos complejos: «No le tengo miedo a esa cosa de la novela filosófica, muy bastardeada por sucesivas generaciones y también muy exitosa en otros momentos de la historia». Lo conecta, además, en un doble salto mortal contra los convencionalismos, con su otra variante (que muchos tildarían de) friki: «Tiene que ver con haberme formado como lector de ciencia ficción, que es, ante todo, una literatura de ideas. Por ejemplo, Ursula K. Le Guin, increíble prosista y fascinante narradora, despliega en libros como Los desposeídos o La mano izquierda de la oscuridad un montón de ideas centrales a la propuesta conceptual del libro».
El resultado más notable de esa inercia tan específica de Sanchiz es el Proyecto Stahl, un conjunto de novelas que «narran las múltiples alternativas en la vida de un mismo protagonista» llamado Federico Stahl. «Nunca es la misma persona exactamente. Desde un fondo común, un pasado, en una novela es un pianista en un mundo postapocalíptico, en otra una drag queen, en otra un experto en aviación, en otra un escritor, en otra un rockero metal gótico noruego…» Se trata, en definitiva, de «una matriz de variaciones». Las tramas tienen sentido por separado, pero quienes leen más de una «encuentran que se repiten personajes, situaciones, temas», por lo que acceden a una especie de «dimensión agregada».
Obsesión por Bach
La música es una constante en este proyecto. «No me considero un melómano, reconozco mis límites y me hago cargo de ellos, pero soy muy obsesivo con la música que me interesa». En su momento, la desahogó guitarra en mano: «Tengo algún conocimiento de teoría musical y composición, y un pasado de integrante de bandas de metal y de rock, pero distante y enterrado, de cuando tenía pelo y otras cosas. Pero algo me queda».
Entre sus obsesiones musicales está Johann Sebastian Bach. «Siempre quise escribir alguna novela donde su música, y las variaciones Goldberg en particular, tuvieran algún tipo de clave argumental, conceptual, temática. Y no me he quedado satisfecho: probablemente escriba alguna otra cosa sobre ese señor Goldberg y la historia de que tocaba el piano de noche para hacer dormir a un noble insomne, leyenda totalmente espuria pero muy linda».
En el contexto de Un pianista de provincias, las variaciones ilustran la relación enfermiza de Federico Stahl con un pasado y un presente entreverados de un ritmo diabólico: «Tiene ese permanente problema con su talento. Lo da por sentado, pero luego lo cuestiona o lo resuelve con un virtuosismo vacío». Las profecías sobre su genio que escuchaba de niño quedan frustradas por las circunstancias. «En última instancia, el tema de la novela, a grandes rasgos, es esa mezcla de memoria y deseo de la que habla T. S. Elliot en Cuatro Cuartetos, uno de mis ciclos de poemas favoritos».
La mezcla de memoria y deseo puede devenir en melancolía: la obsesión por interpretar en el aire esas variaciones irreales de lo que pudo ser y no fue. «Creo que con la pandemia nos pasó a todos: nos agarró mal porque teníamos planes…» La inevitable pregunta de cierre sobre los planes de futuro del entrevistado se antoja un poco cruel. Sin embargo… «No hay que ser tan supersticioso, la superstición trae mala suerte. Acabo de terminar una novela en esta línea ecológica; Federico Stahl es ahora un fotógrafo en una antigua plataforma petrolera. También estoy escribiendo cuentos, justo ahora estoy lidiando con uno que es como una mezcla del Rayuela de Cortázar y Alien». Y una editorial de Bolivia me ha propuesto un libro sobre Brian Eno, uno de mis músicos favoritos. Y me comprometí con otra editorial argentina para hacer una novelita medio de cyberpunk… Bueno, muchas cosas, aunque al final todas terminan pareciéndose». Variaciones.