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El resplandor de Manuel de Falla y Joaquín Rodrigo en París

La capital francesa fue el punto de reunión de varios de los mejores creadores de la música clásica española

El resplandor de Manuel de Falla y Joaquín Rodrigo en París

Manuel de Falla en París.

Los vagabundeos por París nos permiten vincular a varios músicos que, a comienzos del siglo XX, vivieron en la capital del Sena. Todos ellos eran españoles y eligieron ese destino ‒cosa bastante habitual en la época‒ a pesar de sentir una evidente nostalgia. 

El afrancesamiento dejaba el poso de haber vivido una experiencia trascendental. Quien deseaba dedicarse al arte, obviamente con futuro, debía comprar un billete hasta la estación de Lyon o la de Montparnasse. Después, la dedicación extrema y los contactos adecuados podían convertir esa aventura en un camino hacia la gloria.

Nuestro compositor más universal, Manuel de Falla (Cádiz, 1876 – Alta Gracia, Argentina, 1946), emprendió esa andadura en 1907. Si enumerásemos sus méritos basándonos en las relaciones que forjó en París, eso bastaría para situarlo en un lugar de privilegio. Tras conocer a Paul Dukas, autor de El aprendiz de brujo (1897), este le presentó a Isaac Albéniz y a Claude Debussy. No mucho después, ya frecuentaba en la metrópoli francesa al pianista Ricardo Viñes, al violonchelista Pau Casals, a los guitarristas Miguel Llobet y Ángel Barrios, al violinista y director Enrique Fernández Arbós y a los compositores Enrique Granados y Joaquín Nin. 

Retrato de Manuel de Falla por Zuloaga.

Una cosa llevó a la otra y Falla acabó encontrando la complicidad del más español de los compositores franceses, Maurice Ravel. Animado por su contacto con Ígor Stravinski, nuestro músico fue puliendo un estilo sensual y colorista, cuyas raíces consolidó en 1919, cuando exploró en Granada el flamenco y se hizo amigo de Lorca y de otros poetas del 27.

Alex Ross describe en El ruido eterno (2009) el contexto en el que prosperó la música de Falla: «Una falange de compositores europeos ‒Stravinsky en Rusia, Béla Bartók en Hungría, Leoš Janáček en lo que luego sería la República Checa, Maurice Ravel en Francia y Manuel de Falla en España, por nombrar algunos de los más importantes‒ se dedicaron a la canción folclórica y a otros vestigios musicales de una vida preurbana, intentando desprenderse de los refinamientos del habitante de las ciudades». 

En el caso español, esta pasión ibérica que gobierna obras de Falla como El amor brujo (1915), Noches en los jardines de España (1915) y El sombrero de tres picos (1919) también puede hallarse en la Suite Iberia (1905-1909), de Albéniz, Goyescas (1911), de Granados, y las Danzas fantásticas (1919), de Joaquín Turina

«Cuando era andaluz ‒escribe Blas Matamoro‒, Falla estaba embebido de impresionismo francés y luego, al castellanizarse, acusó el impacto del segundo Stravinski, ese ruso de París». Fue durante este segundo periodo, más neoclásico, cuando compuso el Retablo de Maese Pedro (1923) y dejó a un lado, como dice Ross, «su búsqueda del flamenco para escribir un concierto para clave que era equiparable a cualquier obra de Stravinsky, en punto a severidad de método y austeridad de tono».  

Joaquín Rodrijo junto a su esposa. | www.joaquin-rodrigo.com

Españoles en París

Gracias al apoyo de Paul Dukas y del propio Falla, hay otro músico que pasó por una fructífera estancia en París, Joaquín Rodrigo (Sagunto, Valencia, 1901 – Madrid, 1999). Invidente desde los cuatro años, Rodrigo compuso en la capital francesa su Concierto de Aranjuez (1939) por invitación del guitarrista Regino Sainz de la Maza. Estrenado en España en 1940, tras el regreso de su autor al terminar la Guerra Civil, el Concierto es, en palabras de Fernando García de Cortázar, la obra más universal de la música española: «Desde la trompeta del legendario Miles Davis a la guitarra de Paco de Lucía, son cientos, miles, los artistas que han querido interpretar la pieza cumbre del compositor valenciano». Uno de los más notorios, por cierto, fue el guitarrista murciano Narciso Yepes (1927-1997), quien recibió clases de Joaquín García de la Rosa y Estanislao Marco, discípulos a su vez del gran Francisco Tárrega, autor de Recuerdos de la Alhambra (1896). 

Yepes también viajó a París, y durante su estancia, conoció a otro titán de la guitarra española, Andrés Segovia. Arregló para este instrumento varias piezas de Falla y grabó obras tan significativas como el Concertino para guitarra y orquesta en la menor (1957), de Salvador Bacarisse, comparable, por sensibilidad y colorido, con la obra del maestro Rodrigo. 

Como si fuera un caleidoscopio sonoro, la discografía de Yepes expande a las mil maravillas este breve recorrido parisino que acabamos de realizar por la mejor música española.

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