Viaje a la matriz de la desquicia psychobilly
Aterriza en España la biografía de la banda The Cramps; un recorrido por sus orígenes y legado
Están en horas bajas, pero todavía aguantan. Resisten hoy, y con suerte siempre, algunos bares con temática rock-punk en nuestro país. Están lejos de ser los locales de moda -difícil poner eso en duda-, lo que no los manda, obligatoriamente, a pastar al cementerio de los negocios olvidados. Sólo se hacen… más exclusivos. Un bar de rock se reconoce fácilmente por la iluminación tenue, el gusto por la madera, una banda sonora de acuerdo con la temática y carteles. Pósters, entradas, impresiones, letreros luminiscentes, vinilos estampados… las posibilidades son… a ver; no infinitas, pero múltiples. Lo que sí tiende a ocho tumbado son los grupos que invaden esas sacrosantas paredes homenajeando la música del diablo (que, si lo piensas, normal que suene como los ángeles porque Satanás era uno de ellos, pero con bemoles para enfrentarse al cenizo de su viejo). Rolling Stones, Beatles, AC/DC, Guns N’ Roses, etc. suelen ser el tributo habitual. Los mejores locales, en cambio, atesoran piezas de bandas menos mainstream, y no por ello faltas de magia. Y uno de esos grupos de los que se suele ver merchandising llamativo y guapetón son los protagonistas de esta pieza: The Cramps.
Es fácil identificar su eslogan: el nombre con una tipografía clásica de los cómics de terror antiguos. A veces, si la pieza es cojonuda, debajo debería aparecer una fanfarrona joven con cuerpo de escándalo y múltiples poses propias de un lupanar. Personalmente, mi favorita de las que he visto es aquella en la que la fulgurante señorita despacha una agresiva disposición de metralleta con una guitarra Höfner Verythin CT Special Red, una minifalda de leopardo y una mirada capaz de atravesar mil yardas. Oh, y cabe aclarar que no se trata de una cualquiera. Esa mujer es la guitarrista de The Cramps, Poison Ivy, quien con su marido, Lux Interior, parieron, no solo un nuevo grupo, sino hasta un estilo musical: el psychobilly. Y para quienes albergan mayor curiosidad, llega la buena nueva porque Liburuak ha tenido la desquiciante y fabulosa idea de editar en España: Viaje al centro de los Cramps, de Dick Porter.
Antes de practicarle un breve examen anatómico a las páginas de esta tapa dura, es mi deber recomendar una visualización (¡o las que les salgan de los micros, vamos!) de la intervención de la banda en el documental de 1980 de Derek Burbidge Urgh! A Music War. A lo largo de 2h30, el director británico hace un repaso de los nombres capitales de la escena punk rock y new wave anglosajona de aquellos años, permitiéndonos ver a The Police, Dead Kennedys, Klaus Nommi o Chelsea, entre otros. Pero el directo ofrecido por The Cramps ensombrece en delirio, actitud, sexualidad sudorípara, salvajismo simiesco e ingenio gestual a todos los demás. Me lanzo a decir y todo que, ya sólo tras ver ese video, merece la pena comprar la biografía de Dick Porter para entender la zumbada genuina que desencadena tamaño alarde de enajenación provocada.
Desvirgando la obra (y es un término muy ad hoc), lo primero que debemos entender según Porter es lo ceniza y puritana que era la sociedad estadounidense de los años 50. Elvis fue prueba de ello, y eso que era blanco. O, quizás, precisamente por ser blanco se promovió un encadenamiento tan gubernamental de aquellas caderas locas que hacían vibrar la corona del Rock’n’Roll. Saltando de la leche al chocolate, la parte cacao de los Estados Unidos tenía, paradójicamente, a causa de su maltrato y cretina marginación, un ligero margen de libertad. Una discreta luz en un oscuro agujero de segregación que genios como Little Richard explotaron hasta alumbrar hitos musicales de la talla de Tutti Frutti (1957). Pero, atención, incluso a Richard le cambiaron la letra de la canción que, originalmente, rezaba: «Buen culito/si no entra bien, no lo fuerces/ puedes lubricarlo, hacerlo fácil».
Según declara en el libro Lux Interior: «Little Richard era verdaderamente peligroso. Gente, entonces joven, que lo escuchó dicen que sencillamente les asustó». Y ese fue, grosso modo, el desencadenante filosófico de The Cramps: «Rock’n’Roll significaba, originalmente, ya sabes, sexo. Es lo más poderoso. Hasta hoy hace que la gente se sienta muy incómoda. No sé por qué esto es así. Cualquier tipo de intimidad molesta a la gente».
Y así, mientras a principios de los años setenta, un joven Lux Interior comenzaba a liarla y a empaparse de la cultura Rock’n’Roll y de los cómics de terror, al otro lado de la ciudad de Sacramento, Poison Ivy (guiño a Batman) crecía empujada por un profundo sentimiento de inadaptada con: «maquillaje intenso de ojos. Siempre llevé maquillaje de ojos de putón y me criticaron por ello… Disfrutaba siendo insufrible y atemorizante y monstruosa». Lo cual, claro, también la llevó al género musical y a admirar el sonido de Link Wray; más estridente, algo sucio pero mucho más enérgico.
La universidad de Sacramento fue el lugar de su primer encontronazo. Ambos compartieron cursos de arte pues, en palabras de los dos: «nunca nos interesó la parte académica. Preferíamos bailar, cantar y vestirnos llamativamente». Y, de ahí, el principio de la eternidad. Una simbiótica relación que culminó musicalmente, poco tiempo después, en el despertar punk de una pequeña ciudad llamada Akron, en Ohio, de donde Lux era originario. Allí la joven pareja se propuso montar un grupo y, vista la pasión por el rockabilly que compartían, tuvieron una brillante idea: «Bandas como The Rolling Stones y New York Dolls cogieron el R&B y lo mezclaron con su sonido, pero nadie había hecho nada con el rockabilly todavía. Eso nos daría ventaja. Tendríamos recursos para construir algo que bebiera del blues y todavía no se hubiera hecho». Y, bueno, así lo hicieron.
Un año después, la pareja emigró a Nueva York donde se toparían con muchos de los siguientes miembros de la banda que van salpimentando las páginas de esta biografía. Son muchas las anécdotas que pueblan la obra de Porter. Al fin y a cabo, hablamos de una banda con 33 años (parón más o menos largo) de rulada, que sólo vio sus guitarras colgadas a la muerte de Lux Interior en 2009. Como pequeña muestra de las aventuras narradas, durante su tour europeo de 1991, la banda se enfrentó a muestras de pasión poco habituales, como en Grecia: «había unos cuantos fans masturbándose en la primera fila», recuerda Lux. O a sorprendentes vibraciones, como, atención, en España: «España es el sitio más raro, sobre todo Barcelona», observa Ivy. «Van muy puestos. Nos han contado que toman mescalina, algo que normalmente no oyes hablar en ningún otro sitio. Parece que solo con un simple gesto de mano de Lux una ola de personas se fuera a caer de espaldas. Es una clase de energía muy extraña. Su cultura se vio truncada durante años por el régimen de Franco, y ahora toda esa juventud ardiente está viviendo su particular Swinging London». Una interpretación, vaya, no muy alejada de la realidad.
En pocas palabras, The Cramps es una banda mítica, desquiciada, salvaje y genial. Con una identidad tan propia como su nombre y su logo, y una biografía no menos intensa o flipante. Dick Porter consigue, además, un relato ágil, bien pespunteado de citas y con explicaciones muy acertadas que, efectivamente, son todo un Viaje al centro de los Cramps.